20 ago 2016
2005- BATMAN: AÑO 100 – Paul Pope
Batman es uno de los personajes más icónicos de la cultura popular y es fácil ver por qué. Después de pasar por tantísimas interpretaciones artísticas y divagaciones sobre su naturaleza, espíritu y motivaciones, hoy sigue siendo una figura extrañamente inspiradora. Representa el ideal del hombre que marca la diferencia, que supera el trauma de su origen para transformarse en protector de los indefensos, que no cuenta con poderes especiales pero sí con una voluntad indomable. Puede que sea taciturno e incluso violento, pero aun así es uno de los superhéroes más queridos por fans y creadores y por eso estos últimos siempre han estado dispuestos a ofrecer su particular visión del mito del Murciélago, ya fueran practicantes habituales del género superheróico o artistas asentados en el mundo del comic alternativo. En este último caso se encuadra Paul Pope.
Desde sus primerizos y minoritarios trabajos, como “THB” o “Escapo” hasta sus producciones más recientes y mainstream, como “Heavy Liquid” o “100%”, Pope ha transitado por la aventura de CF con una sensibilidad muy personal. Sus comics son estimulantes, dinámicos, salpicados de ingeniosos elementos especulativos y momentos de ternura y dibujados con una línea nerviosa, feista y rebosante de energía. Así que cuando DC anunció que Pope escribiría y dibujaría una miniserie de cuatro números sobre un Batman futurista ambientado en el año 2038, un siglo después de su debut original en la revista “Detective Comics”, los fans empezaron a frotarse las manos. Al fin y al cabo, Pope no era un recién llegado al personaje. Había realizado otras tres historias, todas ellas cortas y publicadas en “Batman Chronicles” y las antologías “Batman: Blanco y Negro” y “Solo”. Esta última, titulada “El compañero adolescente del héroe”, ganó incluso el Premio Eisner a la mejor historia corta.
Pero cuando salió el comic, el entusiasmo de muchos se apagó y “Batman: Año 100” se convirtió en una obra polémica sobre la que no había consenso claro. Sí, está muy bien dibujada y la historia de ciencia ficción distópica y cuasi-militar que se narra es interesante. Pero para una parte de los seguidores del personaje, ésta no es una aventura de Batman.
La miniserie empieza con una larga escena de ritmo trepidante que nos muestra a un Batman herido y apaleado huyendo de la policía, una policía que utiliza vehículos voladores y perros de presa con cámaras implantadas en los ojos. Considerado hasta ese momento como una mera leyenda urbana de Gotham, Batman sale a la luz pública y se convierte en objetivo del gobierno nacional, que en el año 2038 es de tipo totalitario, ejerciendo un control absoluto sobre los ciudadanos. No solamente no pueden permitir que ande suelto alguien sin identidad conocida, sino que ha sido acusado de asesinar a un policía federal.
Mientras tanto, el inspector Jim Gordon es apartado de la investigación de ese asesinato a pesar de haber tenido lugar en su jurisdicción. Gordon no se siente orgulloso de su pasado: un día, como recompensa por haber mirado hacia otro lado cuando el gobierno decidió eliminar silenciosamente a los internos del asilo de Arkham, fue ascendido. Pero ahora, cuando empieza a indagar tanto sobre lo que se esconde tras el homicidio del policía como de lo que se sabe acerca del misterioso Batman, sus simpatías empiezan a cambiar de bando.
Quizá la raíz de las críticas vertidas por una parte de los fans resida en el pensamiento político de Pope. Como muchos de los profesionales que hicieron dinero siendo jóvenes, sus inclinaciones políticas tienden al neoliberalismo. Elementos de su filosofía política habían ido filtrándose en su obra con anterioridad, pero en “Batman: Año 100” aquéllos chocan con las bases sobre las que se construyó el héroe. Las películas que Christopher Nolan realizó sobre Batman, especialmente “El Caballero Oscuro”, se centraban en los sacrificios que realizaba Bruce Wayne para proteger a su ciudad, perdiendo en el proceso a la mujer que amaba e incluso asumiendo la responsabilidad por un asesinato que no cometió…todo por el bien de la mayoría. En cambio, para los liberales, el “bien mayor” está siempre por debajo del individualismo y el sacrificio es propio de perdedores.
“Batman: Año 100”, como su anterior “Heavy Liquid” , tiene como fondo unos Estados Unidos distópicos ¿Y quién es el villano de la historia? Pues resulta que la Casa Blanca está dirigida en la sombra por un burócrata amante del té que, cuando se confirma la existencia de Batman, sufre un -poco explicado e histérico- ataque de angustia y decide acabar con él. No porque constituya un peligro para la sociedad, sino porque es libre y mantiene intacta su privacidad. Sus secretos son sólo suyos y su existencia y vida no están registradas y controladas por el gobierno, como sí sucede con las de todos los demás ciudadanos. Ese marco orwelliano se ajusta, por tanto, al estereotipado fantasma neoliberal del aparato gubernamental todopoderoso y omnisciente, y el tema de la narración, en el fondo, es el del Hombre contra el Estado.
“Batman: Año 100” comienza igual que termina “El Regreso del Caballero Oscuro”: con un Batman en la clandestinidad y huyendo de los policías. Pero el Batman que encontramos aquí no se va a dedicar a atrapar rateros o encarcelar gangsters; tan sólo hay una mención de pasada acerca de su papel de vigilante, pero nunca lo vemos ejercerlo. En realidad, ni siquiera sabemos si en un Estado controlador como el que se nos describe hay criminales. Por no ver, no vemos ni gente normal caminando por las calles debido a los estrictos toques de queda.
No, el enemigo de este Batman es el propio estado policial, un estado que le teme porque no figura en sus archivos; él es el único “ISC” o “Indocumentado y Sin Clasificar” del que tienen constancia, un verso suelto que se cuela por los resquicios del sistema. Publicada en 2005, “Año 100” es una historia claramente encuadrada en un escenario post-11 de septiembre. Ya no hay aquí villanos estrafalarios ni señores del crimen, sino bioterroristas y agencias gubernamentales que operan al margen de toda supervisión. Pope también introduce un tema que ya entonces empezaba a preocupar y que hoy, más de una década después de su publicación, sigue suscitando un encendido debate: la tensión entre la libertad en el flujo de información y la seguridad y los peligros –o no- de la filtración de documentos oficiales clasificados.
Para muchos fans acérrimos de Batman, este nuevo enfoque no fue una decisión acertada. En todas las versiones del héroe imaginadas previamente, éste ha tenido un origen similar: la pérdida traumática de sus seres queridos, que actuaba de catalizador y que explicaba sus motivaciones para convertirse en justiciero disfrazado. Pope no nos dice en ningún momento quién es su Batman ni por qué hace lo que hace. Y al mantener su lucha contra el crimen fuera de la historia, parece que su único objetivo es proteger sus intereses e ideales individualistas. Se le priva de la compasión por la víctima, del instinto protector que forma parte de su naturaleza. Ello viene todavía más subrayado por el hecho de que no hay ningún intento por penetrar en su psicología o motivaciones. La obra se centra en la máscara, la leyenda de Batman, y no en el hombre que se oculta tras ellas.
Aunque no es una historia, digamos, “oficial” de la línea “Otros Mundos”, la acción de “Batman: Año 100” se desarrolla fuera de la continuidad actual del personaje y presenta una ciudad de Gotham distinta a lo que se había visto hasta la fecha. Sin embargo, lo que verdaderamente sitúa a esta obra al margen de los relatos alternativos de “Otros Mundos” es que, aunque no transcurre dentro de la continuidad oficial, sí la reconoce. De hecho, se identifica tanto con ella que contempla como cierta la primera aparición de Batman en mayo de 1939, fecha de publicación de “Detective Comics” 27. Historias clásicas que no se consideran exactamente canon, como “El Regreso del Caballero Oscuro”, también se mencionan en el futuro en el que tiene lugar “Batman: Año 100”. Es un mundo que asume como cierto todo lo que sucedió alguna vez en los comics de Batman y que, además, aconteció en la época en que esos comics se publicaron originalmente.
¿Cómo es eso posible? ¿Cómo podría Batman haber empezado su carrera en 1939, estar todavía activo en 1966 y también–aunque anciano- en 1986 (año en que se publicó “El Regreso del Caballero Oscuro”) y regresar en el año 2039?. Es éste un misterio que se encuentra en el corazón mismo de “Batman: Año 100”, pero que Paul Pope, en vez de resolverlo, prefiere mantener en el terreno de la ambigüedad. Ni siquiera el rostro desenmascarado de Batman nos ofrece pista alguna porque Pope siempre se las arregla para ocultar aquél. Incluso cuando la historia exige que se quite la capucha (mientras le operan de sus heridas y durante la convalecencia), lo dibuja de tal forma que su rostro aparece sumido en la sombra, tapado con una venda u oculto por sus brazos.
Parece que lo que Pope hace en “Año 100” es tejer su propia continuidad independientemente del batiburrillo de Tierra 1, Tierra 2, Crisis en Tierras Infinitas o los Nuevos 52. Una continuidad que toma elementos de la oficial y algunas alternativas, pero que tiene su propio recorrido, estableciendo nexos con cada época de la historia de Batman como personaje de una forma novedosa.
Hace algún tiempo circuló por Hollywood un guión que reuniría en una sola película a Sean Connery, George Lazenby, Roger Moore y Timothy Dalton bajo la premisa de que “James Bond” no era más que un nombre que adoptaba quienquiera que en ese momento fuese el principal agente “doble cero” británico, y que la amenaza que planteaba dicho guión era de tal envergadura que requería de todos ellos. Puede que esa misma idea sea la que subyace en “Batman: Año 100”, siendo el hombre murciélago una suerte de encarnación casi mística, una emanación de la propia ciudad de Gotham. Apuntando a esta posibilidad, hay un momento en el que Robin le dice a Tora: “No va a dejarme el manto así como así” Pero Pope juega al despiste con el lector porque otros detalles (misma caligrafía y misma voz según los archivos y las computadoras de la policía) parecen indicar lo contrario: que el Batman de 2038 es el mismo que comenzó a actuar cien años atrás.
Al final, (ATENCIÓN: SPOILER) Gordon le revela a Batman que sabe que es Bruce Wayne, un truco forzado por parte de Pope para enfatizar su enfoque (que lo que importa es el icono, no el hombre tras él) pero que suscita más preguntas de las que responde. ¿Estamos ante el Wayne original, que de alguna forma ha conservado o recuperado su juventud? ¿Quizá un nieto suyo, de la misma forma que el comisario de la historia es el descendiente del Gordon que todos conocemos? ¿Es un clon de Bruce Wayne? ¿O es que la historia vuelve a repetirse y éste es algún otro Bruce que nada tiene que ver con el antiguo multimillonario que portó el emblema del murciélago? (FIN SPOILER).
En realidad, da lo mismo. No sólo es que esa revelación de Gordon no aclare nada, sino que nada aporta ni resta a la historia precedente. Que eso sea un acierto o un fallo depende del punto de vista del lector. Al fin y al cabo, también son muchos los fans que están más que cansados de ver una enésima historia “de origen” calcada de las mil que le han precedido o de otro análisis psicológico pretendidamente profundo, y recibieron con alivio una historia en la que se veían directamente empujados a la acción sin explicaciones adicionales. Desde luego, lo que no se puede negar es que aun cuando nada nos revele sobre la identidad de Batman, su pasado o su entorno próximo, Pope consigue hilar una trama dinámica y absorbente. En resumen, para disfrutar este comic hay que dejar de lado cualquier intento de encajarlo en una u otra continuidad. No es posible y no sirve de nada. Es mejor dejarse llevar y aceptar que su propuesta es más una exploración que una explicación: que el mundo siempre necesita y necesitará un Batman.
Tras presentar Gotham y desarrollar una frenética escena inicial de persecución, Pope introduce junto al caso a resolver (el asesinato de un policía federal que oculta una conspiración en las altas esferas gubernamentales) varios elementos familiares, unos hitos de referencia que aseguren al lector que, aunque las cosas parezcan un poco extrañas, no se ha salido completamente del mito. Estos hitos son el entorno humano de Batman, aquellos personajes sin los cuales no podría llevar a cabo su misión. Tenemos una madre y una hija que se ajustan a lo que en la continuidad oficial son Oráculo y la doctora Leslie Thompkins; un Robin que ya no es el chico maravilla, sino el probable sucesor de Batman cuando tal momento llegue; y Jim Gordon, de igual nombre que su abuelo y con un carácter y fisonomía muy similares a los de aquél. Las piezas que se mueven por el tablero, por tanto, son conocidas, aunque se combinen e interactúen de forma diferente a la tradicional.
Curiosamente sí que está ausente alguien a priori tan importante para el mito como es Alfred. Esa omisión probablemente se explique porque la historia pone el énfasis en la trama sobre la caracterización y prefiere centrarse más en la leyenda de Batman que en el alma torturada que se esconde tras ella. Para comprender el mundo interior y las motivaciones de Bruce Wayne (o quienquiera que se ponga la máscara del murciélago) es necesaria la figura de Alfred, ese personaje que actúa como nexo de unión de Batman no sólo con el mundo real sino con la vida que perdió cuando sus padres murieron. Pero “Batman: Año 100” no es esa clase de historia. El héroe se pasa buena parte de la trama corriendo, peleando y esquivando balas y explosiones, sin detenerse ni un momento para explicarnos en alguna escena por qué hace lo que hace. Ha vuelto y tiene un caso que resolver y una misión que cumplir. No hay tiempo para reflexionar sobre sus antecedentes o por qué las leyendas nunca pueden morir.
La propia Gotham tiene un aspecto decrépito, sofocante, sucio… reflejo de la incapacidad de sus ciudadanos para expresarse con libertad. Los avances tecnológicos de ese futuro se han producido sobre todo en armamento, informática y vehículos de transporte, todo lo que la policía necesita para mantener a la población sometida. También intervienen en la trama un telépata y se menciona la existencia de individuos con “mejoras” implantadas que les hacen más fuertes o veloces. Todo ello encuadra a “Batman: Año 100” en el terreno de la ciencia ficción y, a pesar de ello –o precisamente por ello-, ofrece una de las interpretaciones más verosímiles de Batman que se hayan imaginado en los últimos tiempos.
En esa verosimilitud tiene mucho que ver la imperfección del propio personaje, algo que Pope retoma de “Batman Año Uno”. Demasiado a menudo, guionistas y dibujantes representan a Batman como un héroe inmaculadamente limpio, excesivamente icónico, casi inhumano en su perfección, de tal forma que las hazañas que lleva a cabo no causan el mismo impacto que si apareciera retratado como un auténtico y falible hombre. No es el caso del Batman de Paul Pope. Éste se ha adiestrado a sí mismo para alcanzar la perfección física y mental, pero nunca ha ascendido a la categoría de dios del panteón superheroico. Sigue teniendo que esforzarse, y mucho, para seguir vivo. La historia deja claro lo difícil y duro que resulta su “trabajo”, se le ven las arrugas y el rictus en el rostro cuando ha de levantar algo pesado o soportar el dolor de una herida.
El de “Año 100” es un Batman que pega más fuerte que nadie, sí, pero que no se libra de recibir un fuerte castigo, un castigo dolorosamente representado por Pope. Sus movimientos son tan rápidos que las cámaras no pueden enfocarle con nitidez, pero no tanto como para esquivar las balas. Cuando huye de la policía y sus perros corriendo por las azoteas de la ciudad, suda, jadea y sangra. Es el hombre más peligroso del mundo, pero sigue siendo un hombre, un hombre que puede morir cualquier noche si toma la decisión equivocada o simplemente tropieza. Paul Pope nunca deja que el lector olvide este hecho, lo que dota a las escenas de acción (de las que hay muchas en este comic) de una mayor intensidad.
El propio disfraz que lleva Batman enfatiza ese afán de verosimilitud: las mangas son demasiado cortas, dejando ver la carne que hay debajo y recordando de esta forma que no deja de ser un hombre disfrazado. Calza pesadas botas militares de caña alta y cordones, los calzones parecen un bañador y las costuras del traje resultan visibles. La máscara –que respeta el diseño original de Bob Kane- parece la que llevaría un luchador de wrestling mejicano. Todo ello apunta a un Batman recién estrenado y con poco soporte tecnológico. En este sentido, Pope dibuja meticulosamente el cinturón de utilidades, cuyos múltiples bolsillos y elementos están pensados para transportar y organizar un inventario concreto de gadgets que podría necesitar –y que pueden verse en los bocetos preparatorios- . En lugar de la Batcueva o una elegante mansión, sus escondrijos son pisos francos y en vez de un espectacular Batmovil monta una moto trucada. Pope ni siquiera respeta el tradicional carácter solitario del héroe: la suya es una misión que requiere de un equipo y sin el apoyo tecnológico y médico de sus aliados no habría sobrevivido ni a la primera escena. Esto remite el personaje a sus orígenes “pulp”, puesto que los justicieros nacidos más o menos por la misma época (La Sombra, Doc Savage, El Vengador) solían contar siempre con un grupo de fieles ayudantes especializados en diferentes áreas.
Para inspirar miedo, a este Batman no le basta una máscara o una capucha y, además de sus cápsulas de ácido, gas y explosivos en miniatura, su arsenal de trucos incluye una prótesis dental de cerámica que le reviste de un aspecto más monstruoso. Este justiciero enmascarado, como dice Pope, “pretende ser Nosferatu”. De hecho, la iconografía vampírica inspira también el diseño y presentación del principal vehículo de Batman. La primera vez que se ve entera la Batmoto, está colgada boca abajo en una alcantarilla, envuelta en una lona que le hace parecer un gigantesco murciélago dormido. Las pocas y borrosas imágenes que las cámaras de la policía logran captar de Batman lo presentan como una especie de borrón amenazador, un rostro retorcido del que sobresalen unos grandes colmillos.
El estilo gráfico y narrativo de “Batman Año 100” es una extraña mezcla entre el manga y el comic underground que puede desanimar a los más tradicionalistas pero que desde luego ofrece una interpretación estética diferente del personaje. Este es un Batman expresionista, distorsionado hasta rozar lo grotesco, dibujado con líneas sueltas y atención por el detalle. Los rastros lumínicos y el humo se utilizan a menudo para crear la ilusión de movimiento y los sonidos siempre se visualizan dentro de las propias viñetas mediante onomatopeyas, brillos y chispas. La paleta de colores que utiliza José Villarrubia es muy versátil y adecuada al dibujo de Pope y al tono de la historia. Gotham aparece como una ciudad sucia y oscura, una sensación que se rompe cuando interviene algún elemento tecnológico, representado con vivas luces de neón y efectos digitales.
Pope introduce algún que otro guiño a “El Regreso del Caballero Oscuro” de Frank Miller, sobre todo en lo que se refiere a la visceralidad física de sus personajes y un negro sentido del humor, mientras que el ritmo y la intensidad de la historia remiten a la televisiva “24”. Ciertos elementos y situaciones, como la bisoñez del héroe, su enfrentamiento con la policía, el énfasis en Gordon y su primer encuentro con el justiciero…están heredados de la otra gran obra que Frank Miller hizo sobre el personaje, “Batman Año Uno”.
“Batman: Año 100” es un comic realizado con extraordinaria atención por el detalle, auténtico cariño por la mitología del personaje e imaginación. Ciertamente, en la larga lista de obras imprescindibles de Batman, ésta no es ni de lejos la que ofrece mayor penetración psicológica, la que tiene mejores villanos o la que suscita más emociones, pero sí una de las que ilustra los métodos de Batman con mayor realismo. Los lectores terminarán el comic con más preguntas que cuando la empezaron, preguntas sobre la identidad de Batman, su pasado y los aliados que le acompañan, pero la lectura es entretenida y, sobre todo, vuelve a demostrar que los grandes personajes de la cultura popular que nacieron en los años treinta siguen hoy muy vigentes, reinventados con éxito para cada nueva generación.
Como siempre, es un gozada leer tus reseñas. Y sí, lo que recuerdo de esta versión de Pope es la acción, pero ya me dieron ganas de leerlo otra vez. Y uno solo puede imaginar cómo habría quedado un Kamandi escrito por Pope. Saludos desde México.
ResponderEliminar