En la década de los setenta, coincidieron en la Escuela de Arte Saint-Luc de Bruselas varios jóvenes artistas que con el tiempo se convertirían en importantes autores del comic europeo. Entre ellos se encontraban Philippe Foerster y Philippe Berthet, que recibieron lecciones de Claude Renard y Eddy Paape. Ambos estudiantes trabajarían juntos por primera vez en 1988 en el álbum “'L'Oeil du Chasseur”. Tras varios trabajos progresivamente más interesantes, en 1994, la carrera de Berthet cobraría un gran impulso gracias a su colaboración con el guionista Yann en la serie “Pin-Up”. Es en el paréntesis entre los dos primeros ciclos de ésta, en 1996, que Berthet retoma su asociación con Foerster para realizar un western, “Perros de la Pradera”, publicado en Francia por Delcourt y en España por Norma Comics.
En una carta que escribe a su hija Janey, Calamity Jane rememora la última aventura de su amigo,

Calamity, por su parte, está transportando un grupo de huérfanos en su carromato para llevarlos a Rapid City cuando se encuentra con Bone y ambos acampan juntos esa noche. A la mañana siguiente, Calamity y los niños se han marchado…excepto uno, un muchacho sordo y aparentemente algo retrasado llamado Moses que tiene en su frente una marca en forma cruz. Bone, que no quiere complicaciones pero que tampoco puede abandonar al muchacho a su suerte, lo maltrata al principio, si bien con el paso de los días acaba cogiéndole cariño.

Por algún motivo y a pesar del prestigio con que ya contaba Berthet, “Perros de la Pradera” fue un fracaso comercial. Desconozco las razones de ello. Quizá se debió a que se trataba de una historia autoconclusiva ajena a cualquier colección y que carece de continuación, y ello haga que las editoriales pierdan interés en promocionarla; o que el western no sea un género que atraiga demasiado a los lectores europeos modernos aun cuando es precisamente en Europa donde se han hecho los mejores comics del Oeste.
Pero también es cierto que dista de ser una historia perfecta. Para empezar, el suave dibujo de

Por otra parte, Foerster introduce referencias históricas y bíblicas que no aportan nada a la historia más allá de lanzar guiños a los amantes del Oeste. Así, incluir el asesinato del legendario Wild Bill Hickock en Deadwood mientras JB Bone

Pero ni mucho menos todo es negativo en este álbum. J.B.Bone, por ejemplo, es un personaje bien caracterizado, una auténtica criatura de la frontera: solitario, huraño, violento, desconfiado, que no tiene escrúpulos a la hora de atracar un banco o asesinar a alguien, pero que renunciará a ello y se marchará sigilosamente si ve al sheriff asomar por la esquina. Siendo como es carne de horca, no carece de valores: se juega la vida por cumplir una promesa a su difunto camarada y protege a un niño que le acarrea múltiples problemas pero que también le ofrece un sentimiento de familia que él recibe con agrado en esa época postrera de su vida.
La historia tejida por Foerster, a mitad de camino entre el western crepuscular y el género negro,

Responsable de muchos de los aciertos del álbum es sin duda el dibujante Philippe Berthet, para quien este álbum supuso un auténtico desafío por cuanto se internaba en un género que no había tocado hasta entonces y por el que antes que él habían transitado gigantes del comic de la talla de Jijé, Giraud, Hermann, Blanc-Dumont… Así, modificó su estilo, probó un nuevo tipo de pincel y pidió a su esposa, Dominique David, que se encargara de colorear las planchas, eligiendo para ello principalmente tonos ocres, que le dan a las páginas un aire vetusto, denso y terroso.

Pero es que además, “Perros de la Pradera”, como ya he dicho, es un comic que se puede disfrutar

“Perros de la Pradera” es un álbum indicado para amantes del western, sobre todo en su vertiente más desmitificadora aun cuando recurra a muchas figuras y lugares comunes de la mitología del género: hay tiroteos, persecuciones a caballo, bosques y praderas, indios, promontorios rocosos ideales para emboscadas, cementerios en pueblos abandonados, peleas en saloons, pistoleros, cazarrecompensas, búfalos, polvo, sangre, pólvora… todo ello integrado en una lectura entretenida y ágil. Aunque no se trata ni mucho menos de una obra revolucionaria y aunque la trama resulta algo previsible, tópica en su caracterización y lastrada por algunos de los defectos que he mencionado más arriba, está bien narrada, ofrece intensidad emocional y un dibujo de gran calidad.
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