9 abr 2016
1983-THOR - Walter Simonson (1)
En 1983, varias colecciones de Marvel experimentaron cambios importantes. En “Iron Man” 170 (mayo 83), un alcoholizado Tony Stark cedió su armadura e identidad superheroica a su piloto, Jim Rhodes. Meses más tarde, en “Los Defensores” 125 (noviembre 83), Hulk, el Doctor Extraño, Namor y Silver Surfer abandonaron su estatus de miembros del grupo para dejar paso a un nuevo equipo entre los que se encontraban tres miembros de los X-Men originales: la Bestia, Angel y El Hombre de Hielo.
Pero quizá el cambio más publicitado por la editorial y celebrado por los lectores fue el que registró la colección de “Thor”. Hoy resulta difícil de entender la expectación que despertó la llegada de Walter Simonson a esa colección. Fue quizá una señal del mal estado en el que se encontraba la ya longeva serie tras su excelente arranque de manos de Stan Lee y Jack Kirby en los sesenta (y, en menor medida, los episodios de su sucesor John Buscema) el que el fichaje de una figura de segundo o tercer rango como Simonson causara semejante revuelo.
Simonson había llamado la atención de críticos y aficionados con su colaboración con el guionista Archie Goodwin para el personaje de DC “Manhunter” entre 1973 y 1974. Su salto a Marvel le puso al frente del dibujo de –entre otros trabajos menores- “The Rampaging Hulk” y “Thor”. De esta última se ocupó entre los números 260 y 271 (junio 1977-mayo 1978), ilustrando guiones de Len Wein y con un poco adecuado entintado del filipino Tony DeZuñiga (quien en realidad realizaba la mayor parte de la tarea, puesto que Simonson se limitaba a abocetar). El dibujo de Simonson ya mostraba aquí algunos de sus rasgos más característicos: grandes viñetas, narración rápida y enérgica, figuras poderosas y gusto por la grandilocuencia. De todas formas y en términos generales, no fue una etapa en absoluto destacable a pesar de las declaraciones del propio Simonson afirmando que Thor era su superhéroe favorito, el primero que compró de Marvel siendo todavía un muchacho.
La llegada de Jim Shooter al puesto de editor jefe conllevó múltiples cambios en la compañía. “Thor” pasó a manos de Roy Thomas y John Buscema y Simonson se dedicó durante años a la adaptación al comic de productos cinematográficos y televisivos, ya fuera encargándose de los guiones, el dibujo o ambos: “Encuentros en la Tercera Fase”, “Alien” (ambos con guión de Archie Goodwin), “En Busca del Arca Perdida”, “Battlestar Galactica” o “Star Wars”. Simultáneamente, consiguió dar salida a otros trabajos, ya fueran alimenticios como el crossover “X-Men / Nuevos Titanes”, proyectos más personales como la novela gráfica “Star Slammers”, o colaboraciones puntuales en números sueltos o ilustración de portadas.
Y llegamos a 1983, cuando Mark Gruenwald, editor responsable de “Thor” decide que la colección necesita un cambio radical. Las ventas del título venían experimentando un continuo descenso desde 1979 hasta el punto de que Marvel llegó incluso a considerar su cancelación. Gruenwald le ofreció entonces el título a Walter Simonson como autor completo, concediéndole total libertad -aunque sugiriéndole algunas directrices-. Simonson por entonces compartía un estudio con Jim Starlin, Frank Miller y Howard Chaykin, todos los cuales estaban en la cima de sus respectivas carreras, habiendo obtenido una autonomía en sus trabajos que casi nadie antes que ellos había disfrutado en la industria. Simonson vio en “Thor” la oportunidad de ponerse a la altura de sus colegas y aceptó encantado la misión, que en principio iba a prolongarse una docena de números.
Su reentrada en la serie en 1983 fue precedida por una intensa campaña promocional por parte de Marvel, lo que sin duda ayudó a crear una expectación que se tradujo en un rotundo éxito de ventas de su primer número (el 337, noviembre 1983) –aunque parece ser que en ello tuvo bastante que ver la especulación y el auge del mercado de venta directa a librerías especializadas, un tema sobre el que no profundizaré ahora-.
Para comprender el enfoque grandioso y grandilocuente del Thor de Simonson, uno sólo tiene que leer el texto de la primera página de aquel primer número “Más allá de las regiones que conocemos, el núcleo de una antigua galaxia…¡Explota!”. La frase comienza con una invocación a la literatura fantástica de Lord Dunsany y concluye con la descripción de un cataclismo cósmico. En este sentido, Simonson redefinió al personaje y su entorno, incorporando a la fusión de superhéroes y mitología ya existente elementos de ciencia ficción y recursos propios del folletín.
Simonson comienza su etapa presentando a Bill Rayos Beta, un guerrero producto de la bioingeniería cuya misión es proteger las vidas de sus congéneres alienígenas mientras buscan un nuevo hogar tras la destrucción de su galaxia natal. Bill demuestra ser tan digno como Thor a la hora de portar el martillo encantado Mjolnir –una contribución sorprendente dado que ese privilegio siempre había estado limitado al propio Dios del Trueno-. Tras ganar a Thor en un combate singular, el alienígena recibe de Odín su propio martillo, Destructor de Tormentas. Thor y Bill forjan una sólida amistad y ambos acudirán al rescate del pueblo del segundo, asediado en sus naves espaciales por un ejército de demonios de origen desconocido.
Ese arco de cuatro números (337-340) sería conocido como “La Balada de Bill Rayos Beta” y fue, desde luego, diferente a todo lo que los fans del héroe habían leído hasta ese momento. En este sentido, la portada del primer número resulta especialmente simbólica, plasmando la intención de Simonson de efectuar cambios drásticos en todos los órdenes: un guerrero alienígena con cabeza de calavera de caballo y ataviado con una variación del traje de Thor avanza amenazadoramente hacia el lector utilizando su martillo Mjolnir para romper con violencia el logo de la colección, un logo que había servido como estandarte del título desde las primeras apariciones del personaje en “Journey Into Mystery” en 1964. La cubierta de “Thor” 338 (diciembre 83) ya ofrecería un nuevo logo, por lo que la destrucción del anterior simbolizaba muy apropiadamente tanto la victoria de Bill Rayos Beta sobre el Dios del Trueno como el comienzo de una nueva era para la colección.
Una de las prioridades de Simonson fue la de concentrarse en Asgard. Pocos lectores habrá que prefieran las aventuras de Thor ambientadas en Nueva York o Chicago a las que transcurren en la mitológica Asgard. Thor es un personaje excesivo en todos los órdenes (su físico, sus poderes, su forma de hablar…) que en un ambiente urbano se muestra constreñido y hasta ridículo. Resultaba difícil encontrar villanos que estuvieran a la altura de sus capacidades y el recurrir con frecuencia a trasladar a la Tierra criaturas de Asgard resultaba tramposo y aburrido. Es lo que sucede claramente en este primer episodio: Donald Blake, el alter-ego humano de Thor, es “secuestrado” por Nick Furia, quien le pide que adopte su identidad superheroica antes de llevarlo al helitransporte de SHIELD y encargarle una misión de tintes cósmicos. A partir de ese momento, Simonson embarcará al Dios del Trueno en una sucesión de combates épicos en el espacio y en Asgard, prescindiendo del resto de panteones mitológicos que habían ido presentándose en años precedentes (griegos, egipcios, hindúes…) y poniendo el foco de atención en las intrigas de Loki y las peripecias de otros habitantes de ese reino, como Sif o Balder. No es que ese regreso a las raíces nórdicas del personaje fuera nuevo: Roy Thomas, John Buscema y Tom Palmer hicieron lo mismo anteriormente durante un puñado de números, pero habían transcurrido ya varios años desde entonces y los lectores lo habían olvidado.
Precisamente en este primer arco se retoma esa relación siempre planteada y nunca consumada entre Sif y Thor, introduciendo un tercer vértice con Bill Rayos Beta en su forma “humana”. Simonson se aprovechó del alienígena para dar carpetazo –temporalmente, eso sí- al eterno y aburrido romance entre los dos asgardianos, lo cual era una buena idea pero, personalmente, he de decir que nunca pude entender la atracción de Sif por Bill Rayos Beta. No creo que Simonson ofreciera una explicación razonable al nacimiento de esa relación pero, al menos, le reconozco que intentó distanciarse del enfoque adolescente con que muchos comic-books suelen abordar el tema sentimental, haciendo que el vínculo entre Thor y Bill consistiera en algo más que mera rivalidad.
La presentación de Bill Rayos Beta supuso asumir un considerable riesgo, porque a pesar de su aspecto, no se trataba del típico alienígena grotesco dotado de inmensos poderes, sino de un ser de gran bondad y nobleza interior. De hecho, lo suficientemente digno como para, nada menos, blandir el martillo de Thor. Bill fue en gran medida un homenaje al estilo de Jack Kirby, eso sí, llevado al extremo. No sólo su diseño contiene elementos que bien podrían haber sido ideados por Kirby, sino que su propio nombre suena más parecido al de algún nativo del Cuarto Mundo que a alguien que pudiera relacionarse con Thor o Loki. Era un personaje tan extraño que nadie habría apostado por él… y, sin embargo, funcionó (su nombre, por cierto, lo imaginó Simonson inspirándose en los antiguos relatos pulp de ciencia ficción poblados de rimbombantes criaturas).
Este primer arco argumental, una ecléctica mezcla de fantasía, ciencia ficción y mitología, fue recibido fervorosamente por crítica y público. Es cierto que supuso un cambio radical respecto a lo que se había venido haciendo durante al menos quince años en la colección, pero a mi modo de ver dista de ser una obra maestra del género. Por ejemplo, nadie niega que el aspecto de Bill sea impresionante, pero –y esto es una apreciación personal- no fue una incorporación acertada. Dejando aparte que su concepto y origen es prácticamente calcado al de Rom, su presentación a bordo de una nave que se alimenta de estrellas enteras me parece totalmente exagerada incluso para una colección tan hiperbólica como “Thor” (ni siquiera Galactus era capaz de tales hazañas); el diseño de su nave, directamente fusilada de un acorazado de la Segunda Guerra Mundial, parece extemporáneo y el tosco estilo de Simonson no es el adecuado para sacarle partido; y su conversión en un pseudo-Thor, supuestamente gracias a que es digno de tal poder, nunca se explica satisfactoriamente (¿por qué él sí puede levantar el martillo Mjolnir y no alguien tan igualmente heroico y noble como el Capitán América?); como tampoco la absurda decisión de Odín de que ambos, Bill y Thor, hayan de batirse en un duelo a muerte para decidir quién se queda con el martillo…para que al final ni el duelo sea a muerte ni tengan que discutir por la posesión del arma porque cada uno acaba teniendo el suyo; o la ya mencionada atracción que siente Sif por Bill hasta el punto de abandonar su adorada Asgard por una misión, la de protectora de una flota alienígena, bastante poco definida…
Por otra parte, Simonson no estaba al mismo nivel artístico que Frank Miller o John Byrne. Era un autor veterano que contaba tras de sí con diez años de profesión, a lo largo de los cuales había ido evolucionando hasta convertirse en autor completo (aquel mismo 1983 había publicado dentro del sello Epic una novela gráfica de ciencia ficción, “Star Slammers”, que fue objeto de una buena acogida). Era un profesional respetado y apreciado por sus compañeros de la industria, si bien no contaba aún con el apoyo masivo e incondicional de los lectores. Y es que aunque había tenido momentos brillantes, éstos no eran tan abundantes como podría suponerse. Sus primeros trabajos con Archie Goodwin en “Manhunter” eran prometedores y sus posteriores esfuerzos en “Battlestar Galactica” para Marvel fueron incluso mejores, aunque en esa ocasión contara con la inestimable ayuda de Klaus Janson en las tintas.
El problema residía en su peculiar estilo de dibujo, con esa apariencia de estar a medio terminar. Y, de hecho, así era, puesto que prestaba más atención a la composición de página y viñeta que a los detalles, dejando éstos al arbitrio del entintador. Cuando formaba equipo con gente como Bob Wiacek, cuyo trazo fino no podía ocultar las debilidades del boceto a lápiz, el resultado era mediocre en contraposición a cuando colaboraba con entintadores de línea más gruesa y mayor afición a las sombras, como Klaus Janson. La cosa no mejoraba cuando se entintaba a sí mismo. (Walt Simonson y más tarde su sucesor gráfico, Sal Buscema, entintaron en Thor sus propios lápices, aunque puntualmente colaboraron con otros entintadores, como Bob Wiacek, Terry Austin, Albret Blevinson (Bret Blevins y Al Williamson trabajando juntos), Al Milgrom o Geof Isherwood.
La clave de su popularidad entre muchos fans está, como he comentado, en sus potentes composiciones –a veces, eso sí, diluidas por un lápiz que no estaba a la altura-. Comentaba Len Wein que cuando Simonson empezó en la industria, su trabajo era extremadamente meticuloso y muy lento. Por el contrario, en el momento de hacerse cargo de “Thor”, dibujaba el lápiz de cada número en tan sólo cuatro días. Este apresuramiento se hace muy patente en este primer episodio de su etapa, enteramente realizado por él.
Las páginas 2 y 3 muestran a una figura entre sombras trabajando en una especie de forja cósmica. Los soles explotan y los mundos chocan culminando en una ilustración sin bordes que muestra un gran impacto con una sola letra: “Doom” –que en inglés significa Muerte, pero también sirve como onomatopeya de un colosal golpe-. Inmediatamente después la historia salta al alter ego de Thor, Donald Blake, paseando por un parque –en el que aparentemente todo el mundo tiene cabezas demasiado pequeñas para sus cuerpos- antes de ser secuestrado por agentes de Nick Furia y llevado al helitransporte de SHIELD, dibujado éste con no mucho detalle en una gran viñeta que ocupa dos tercios de la página. Luego, hay un tosco intento de transmitir premonición y amenaza mediante un primer plano del rostro de Thor en sombras antes de encontrar por fin en la viñeta siguiente al Dios del Trueno en pleno vuelo –otra figura desproporcionada-.
Algo más adelante, nos encontramos con un interludio centrado en Loki antes de un nuevo primer plano poco afortunado del rostro de Thor en la página 15. Aquí, los lectores ven por primera vez al extraterrestre Bill Rayos Beta, que a continuación se enzarza en batalla con el asgardiano, una secuencia narrada en una rejilla de seis viñetas de figuras con –otra vez- cabezas demasiado pequeñas. El combate finaliza cuando Thor revierte a su identidad de Don Blake y Bill coge el martillo Mjolnir –ahora transformado en un inofensivo bastón- y, al golpearlo, se transforma en un nuevo “Thor”. Ya hacia el final, Odin confunde a Bill con su hijo (¿¿??) y lo transporta para atender algún “asunto de urgencia” en Asgard. Mientras tanto, Don Blake se queda en la Tierra y, en la viñeta-página final, lo vemos en una posición dramática gritando contra la lluvia una sola palabra: “¡Padre!”.
El secreto de Simonson, tal y como se hace patente en este primer número, consiste en insuflar a la historia un ritmo endiablado, lo suficientemente rápido como para que nadie se de cuenta de los enormes agujeros de guión o sus poco trabajados lápiz y entintado. En cualquier caso y con todas sus carencias, incluso un trabajo menor de Simonson sobresalía por encima de la mayoría de los artistas de la editorial. Investigó el arte nórdico y lo introdujo en el comic en forma de elementos decorativos y arquitectónicos; y fusionó estos con el diseño excesivo de uniformes, criaturas y artefactos que había caracterizado el estilo del gran Jack Kirby, dibujante original del personaje en los sesenta y creador de mucha de su iconografía, diseños y entorno mítico. También como su admirado Kirby, Simonson estructuraba y componía sus páginas para conseguir el impacto necesario en el momento preciso. Así, sabía cuando pasar de los planos medios a los generales o los primeros planos, jugaba con los ángulos y el tamaño de las viñetas, recurriendo a las páginas-viñetas sólo cuando era necesario para realzar el dramatismo.
(Continúa en la siguiente entrada)
Este fue el 1º cómic de superhéroes que coleccioné. Empecé un poco antes de Simonson y he seguido hasta Thor-Jane. He parado ahí porque no me gusta nada, yo quiero leer a Thor con o sin martillo no a Jane.
ResponderEliminarDe cani flipé con esta cole, luego en una lectura lejana pero ya adulta no me pareció tan bueno. Estoy de acuerdo contigo en que las historias son mediocres pero el apartado gráfico es notable. A mi si me valen las desproporciones, el abocetamiento y tal pero desde luego Simonson no es buen dibujante.
Lo curioso es que esta etapa es venerada pero nadie la respeta. Cada guionista que llega dice que admira esa etapa pero o le planta una nueva identidad humana a Thor (para mi un error mayúsculo que no se puede cometer tras Simonson) o le planta en la Tierra o ambos.
En fin, La etapa de Simonson es entretenida así que vale más porque señala el camino que porque sea un clásico. Un lector adulto de hoy la va a encontrar floja y demasiado ochentera.
Coincido contigo. Figura siempre entre los comics más importantes de los ochenta, y aunque supuso un cambio profundo en la colección, creo que tiene bastantes puntos flojos. En siguientes entradas profundizaré en la etapa... Un saludo y gracias por pasarte por aquí...
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