12 ene 2016
1929- TINTÍN - Hergé (3)
(Continúa de la entrada anterior)
1936-EL LOTO AZUL
“Los Cigarros del Faraón” habían finalizado con Tintín como huésped del maharajah de Rawajputalah. Allí recibe la visita de un mensajero chino que, antes de que pueda hablar, es atacado misteriosamente con una flecha impregnada de un veneno que le vuelve loco. Sólo tiene tiempo de pronunciar las palabras “Shanghai” y “Mitsuhirato” antes de sumirse en la demencia. Parece un caso ligado al de traficantes de droga que Tintín había investigado en “Los Cigarros del Faraón”, así que el joven marcha a Shanghai para buscar al japonés Mitsuhirato, pero no tarda en convertirse en víctima de varios ataques…
“El Loto Azul” supone la continuación de los viajes de Tintín desde Europa hacia el Lejano Oriente, retomando la línea argumental expuesta en “Los Cigarros del Faraón”. Pero a diferencia de éste último, en el que Hergé sólo parcialmente consiguió ocultar la improvisación con la que iba trabajando, “El Loto Azul” es el primer álbum verdaderamente maduro e íntegramente planificado. La sucesión algo desordenada de gags apoyados en múltiples elementos de la literatura popular de las entregas anteriores, deja paso a una trama bien enfocada en la que Tintín se centra en la persecución de unos traficantes de droga sin caer en desvíos innecesarios. Ello no significa que la historia no contenga variedad de situaciones, multitud de personajes y subtramas, como los tejemanejes políticos de Mitsuhirato o la búsqueda del antídoto del veneno de la locura, pero todos esos elementos aparecen bien imbricados en el argumento principal.
La narración se halla bien construida, presenta adecuadamente a los personajes e introduce una conspiración política internacional de altos vuelos en la que los japoneses manipulan a la opinión pública de su país para justificar una invasión a China. Mitsuhirato es el agente secreto nipón en Shanghai encargado de coordinar el engaño y para ello soborna a unos agentes americanos que se encargan de los sabotajes que encenderán la chispa de la guerra. No son los únicos occidentales que quedan mal en la aventura. En aquellos años, parte de Shanghai formaba una suerte de territorio independiente dirigido por las potencias occidentales.
En años posteriores se acusaría a Hergé de hombre de ideas derechistas y carácter conformista, incluso colaboracionista, durante la ocupación nazi de su Bélgica natal. Ciertamente, no fue un luchador de la resistencia, pero tampoco un simpatizante. Como cualquier barrendero, camionero o tendero, se amoldó a las circunstancias y continuó trabajando donde pudo. “El Loto Azul”, sin embargo, ya había dejado claro años antes que sus ideas eran más humanistas que partidistas y que sus opiniones eran mucho menos maniqueas de lo que se suele retratar.
En este álbum, Hergé adoptó una postura claramente contraria al militarismo japonés y su injerencia en China. La historia aporta una visión realista de las tensiones que entonces marcaban las relaciones entre China y Japón, hasta el punto de reconstruir las principales etapas del plan mediante el cual el país nipón se había apoderado dos años antes de la provincia china de Manchuria. Asimismo, se muestra claramente crítico con la actitud condescendiente de los europeos residentes en Shanghai. Ello se puede ver en dos personajes: el corrupto jefe de policía Dawson y el racista Gibbons.
El posicionamiento político de Hergé, abogando por la defensa de China y denunciando el imperialismo japonés, le distanció de la prensa europea de la época, más proclive a justificar las acciones japonesas. Dada la popularidad de Tintín ya entonces, este enfoque provocó una protesta oficial del gobierno japonés ante la redacción del diario “Vingtième Siecle”, en cuyo suplemento juvenil se serializaba la serie. La hipocresía de las autoridades niponas acabaría poniéndose de manifiesto un año después de la publicación de “El Loto Azul”, cuando el ejército japonés atacó Shanghai y, en diciembre de 1941, ocupó también la concesión internacional.
En cambio, los líderes chinos agradecieron el compromiso de Hergé y la mujer de Chiang Kai-Chek lo invitó a China, algo que el autor no pudo hacer hasta 1973 –y no a la China continental y comunista, sino a la isla de Formosa o Taiwán, donde se refugió la facción nacionalista tras la guerra civil-.
Hergé, además, introdujo otras referencias a la actualidad de la época, como las alusiones a la Liga de las Naciones ante la que comparece el diplomático japonés o el personaje del cónsul que es descubierto en el fumadero de opio y que remeda un sonoro escándalo de la época.
El objetivo del juvenil reportero en “El Loto Azul” se antoja tan generoso como desproporcionado: desmantelar el tráfico de opio que tanto daño hace a un país tan legendario como China, hacerlo sin saber prácticamente nada de la cultura y sociedad locales y, además, casi en solitario. Tintín se rebela contra la injusticia y la intolerancia y toma partido contra los japoneses. Incluso –aunque se justifica por la necesidad de pasar desapercibido- adopta la vestimenta china durante buena parte de la aventura.
Para muchos lectores, “El Loto Azul” constituye la aventura más angustiosa de Tintín, porque en la inmensidad geográfica de China, el país más poblado del mundo, Tintín se encuentra completamente solo. Y la soledad no es más que una de las amenazas que debe combatir para cumplir su autoimpuesta misión; también debe enfrentarse a atentados, traiciones en todos los bandos, conspiraciones, la locura y los desastres naturales. Pese a todo y con la única ayuda de la sociedad secreta de los Hijos del Dragón y el joven Chang –que aparece ya muy avanzada la historia-, Tintín supera todos los obstáculos y frustra las maquinaciones de sus numerosos enemigos. No era fácil, pero Hergé consigue hacerlo parecer verosímil –al menos dentro de los parámetros propios del comic de aventuras-.
Acción e investigación están bien equilibradas y desarrolladas, fruto no ya de la improvisación semanal de un autor novel, sino de la planificación meditada. El toque humorístico vuelve a estar protagonizado por Hernández y Fernández, de nuevo a la búsqueda de Tintín.
Hasta este momento, Hergé no había profundizado realmente en los países por los que hacía viajar a su personaje. Desde luego, no había estado en Rusia, Estados Unidos, el Congo o la India y su representación de esos lugares se había apoyado tanto en una somera documentación elaborada por occidentales como en los prejuicios y estereotipos extendidos entre la clase media europea. Entonces, tras anunciar en el “Petit Vingtième” que la siguiente aventura de Tintín transcurriría en China, Hergé recibió una carta del padre Gosset, capellán de la universidad de Lovaina que tutelaba varios estudiantes chinos residentes allí. En ella se le animaba a documentarse sobre la verdadera cultura china, argumentando que una representación errónea de la misma podría ofender a aquellos muchachos y, por extensión, a todo el pueblo chino.
Hergé decidió seguir el consejo del religioso. Se le presentaba la oportunidad de elevar el realismo de sus historietas hasta un nivel nunca visto en el comic. Así, conoció a un joven chino de 27 años, Chang Chong-Jen, que se hallaba en Bruselas estudiando Bellas Artes. Ambos congeniaron inmediatamente y Chang abrió la mente de Hergé a todo un increíble y fascinante mundo, el de la cultura china. Inspirado y educado por Chang en diversas entrevistas, el autor se zambullirá en una exhaustiva labor de documentación, llenando las viñetas de detalles –todos los letreros en chino que adornan las calles, por ejemplo, son perfectamente legibles y abundan en mensajes políticos antijaponeses-. En este sentido, “El Loto Azul” supondrá un antes y un después para la serie, porque a partir de este momento, Hergé comprenderá que la minuciosa documentación era un factor decisivo a la hora de dotar de realismo y profundidad a las aventuras de su personaje y ofrecer de paso a los lectores una imagen verídica de países todavía entonces fuera del alcance de casi todos los europeos.
Pero Chang se convirtió en algo más que una simple fuente de información para Hergé. Ambos se hicieron muy buenos amigos y Hergé lo introdujo en la propia historia de Tintín en la forma de un joven cuya familia fue asesinada durante la guerra de los Boxer en 1900. Tintín y él forjarán una gran amistad, como Hergé y Chang. Además, el Chang ficticio se convertirá para Tintín, como lo fue el real para Hergé, en fuente de información y vehículo para desterrar estereotipos y leyendas negras. Su amistad supuso para Hergé no sólo la apertura de todo un modo nuevo de abordar la ficción, sino la asunción de una responsabilidad, la de documentarla adecuadamente, lo que a su vez le llevó a desarrollar una mayor cercanía e interés hacia los países y gentes con los que Tintín entraba en contacto.
Chang fue el primer amigo verdadero de Tintín (además de Milú, claro) y con quien establece un fuerte lazo emocional. Al final del álbum, ambos tienen que separarse en una emotiva escena; de la misma form, Hergé y Chang perdieron el contacto durante muchos años tras la guerra civil china, el advenimiento del comunismo y el cierre del país al contacto occidental. Tintín volvería a encontrarse con Chang muchos años después, en la aventura titulada “Tintín en el Tíbet”, en la que afrontará mil y un peligros para rescatarlo. Como su héroe, Hergé se reencontrará con el auténtico Chang, pero él tendría que esperar bastante más, hasta 1981.
En buena medida, Chang sustituye a Milú como compañero de Tintín. El leal perro sigue ocasionalmente pensando “en voz alta” y hablando a la gente –que no le entiende-, pero es ya poco más que una presencia superflua. En aventuras posteriores, su protagonismo se vería más y más reducido en favor de otros humanos, como Haddock, Tornasol o cualquiera de los personajes más o menos principales propios de cada episodio.
Además de Chang, entre los personajes principales que acompañan a Tintín en “El Loto Azul” es necesario destacar a los villanos. En “Tintín en América” ya se había presentado a un antagonista especialmente persistente, Bobby Smiles, pero ni tenía una presencia regular a lo largo de todo el álbum ni disfrutaba del atractivo de futuros enemigos. Mitsuhirato es el primer oponente auténtico de Tintín. Jefe de la red japonesa de traficantes de opio ya mencionada en la aventura anterior, “Los Cigarros del Faraón”, se pasa toda la historia tratando de engañar primero y asesinar después, a Tintín al tiempo que cumplir la misión conspiradora a favor de su país. Será también el primer personaje que muera en la colección y uno de los sólo dos que se suiciden.
El segundo villano tiene un carisma especial: se trata de Rastapopoulos, el líder máximo del grupo criminal y cuya malvada naturaleza se revela al final de la aventura desmintiendo la impresión de individuo generoso que había transmitido en “Los Cigarros del Faraón”. Volverá a ejercer de villano en álbumes posteriores, ganándose justificadamente el título de peor y más recurrente enemigo de Tintín.
En cuanto al dibujo, la propia portada es especialmente llamativa. El dragón, una criatura benigna y poderosa en la mitología china, espanta los espíritus malignos y protege a Tintín, escondido en un jarrón. Es un dibujo inspirado probablemente en la imagen de Anna May Wong, actriz de la película “Shanghai Express” (1933), posando frente a un dragón rojo sobre fondo negro, combinación de colores que se utilizó para la portada hasta 1946, cuando se cambió por un dragón negro sobre fondo rojo, color que simboliza el misterio. En ese mismo film, dirigido por Von Sternberg y protagonizado por Marlene Dietrich en el papel de Shanghai Lily, se menciona la existencia de un loto azul, color que representa el camino a lo infinito.
El dibujo experimenta una notable mejora respecto a las anteriores entregas, estilizando la línea y mejorando la narrativa. Hergé se centra aquí –y ya nunca abandonará esa meta- en hacer de la narración algo totalmente claro y comprensible, desechando todo lo que suponga un esteticismo o efectismo vacíos. El trabajo de documentación se deja notar especialmente en los objetos y fondos, aunque todavía se percibe cierta austeridad en los mismos. Queda clara la simpatía que sentía el autor por Shanghai, una ciudad que nunca visitó, pero cuya imagen reconstruyó con la ayuda de Chang. Es cierto que no todo es tan realista como puede parecer a simple vista –esos patios con puertas en forma de media luna son más característicos de Beijing que de Shanghai y hay mucho pastiche “Chinois”- pero ello no es tanto descuido de Hergé como deseo de combinar realismo con cierto atractivo visual.
“El Loto Azul” que podemos ver hoy es el que data de 1946, cuando se editó la versión en color. El lector atento descubrirá un cambio de estilo gráfico de las primeras páginas al resto del álbum. Esto se debió a que esas planchas en las que Tintín estaba en la India se redibujaron para que casaran mejor con los álbumes más recientes, pero para el resto de la historia, la que transcurre ya en China, se respetó el arte original.
“El Loto Azul” constituye la auténtica transición a la madurez de la serie, una etapa en la que se deja atrás la estructura de pequeñas escenas encadenadas de corte temático y gráfico netamente infantil para transformarse en aventuras de argumento elaborado y corte realista.
1935-LA OREJA ROTA
El descubrimiento del realismo que Hergé había realizado en “El Loto Azul” ya no tendría marcha atrás. En ese álbum no sólo el autor había cuidado los detalles de ambientación, sino que su personaje se había movido en los parámetros de un contexto histórico muy concreto. Sin embargo, esa persecución del verismo había traído consigo, como hemos visto, consecuencias en la forma de protestas de los embajadores japoneses por la forma en que Hergé había retratado a su país. Para su siguiente álbum, el autor no olvidaría el realismo, pero adoptaría una aproximación diferente.
“La Oreja Rota”, serializada entre 1935 y 1937 en “Le Petit Vingtième”, trasladaba a Tintín a Sudamérica en busca del misterio que rodeaba al robo de un fetiche indígena. Allí se vería involucrado en el conflicto entre dos países, San Teodoro y Nuevo Rico. Ambas naciones están dirigidas por dictadores manipulados por traficantes de armas y empresas petroleras extranjeras que les animan a entrar en guerra para beneficiarse del conflicto.
Hergé se inspiró en la Guerra del Chaco, librada por Bolivia y Paraguay entre 1932 y 1935 y apoyada por compañías petroleras que deseaban hacerse con los derechos de explotación del oro negro sepultado en el territorio en disputa. Fue un conflicto tremendamente sangriento en el que perecieron miles de personas. El asunto de la explotación despiadada del petróleo había sido ya tocado por Hergé en “Tintín en América” y volvería sobre él años después en “Tintín en el País del Oro Negro”.
Hay más “guiños” a la realidad, como el del vendedor de armas Basil Bazaroff, cuya figura guarda un inequívoco parecido –incluso físico- con la del traficante real de origen griego Basil Zaharoff; y la compañía de armas Vickers –para la que trabajaba éste- es ligeramente transformada en el comic a “Vicking”. Basil Zaharoff fue un auténtico buitre que supo hacerse indispensable a los líderes de las principales potencias. Vendía armas a todos los bandos con apoyo de los políticos y los banqueros y, no obstante, fue recompensado con un título nobiliario por la corona británica.
Esta vez, para evitar quejas, Hergé inventó las dos naciones arriba mencionadas, las cuales retomaría para posteriores aventuras. A pesar de que hacían referencia a lugares reales (“San Teodoros” sería Bolivia y “Nuevo Rico”, Paraguay) su carácter ficticio le otorgó una mayor libertad, evitando el tener que documentarse extensamente mediante mapas y libros históricos. Hergé volvería a inventarse un par de países enfrentados para una próxima aventura, “El Cetro de Ottokar”.
Otra referencia al mundo real la encontramos en el explorador Ridgewell, perdido desde hacía una década en la selva y al que Tintín encuentra como miembro de la tribu de los arumbayas. Es probablemente una analogía con el auténtico aventurero Percy Fawcett, inspiración del también ficticio Indiana Jones, que desapareció en el Amazonas en 1925 mientras buscaba los restos de una ciudad legendaria.
Uno de los problemas a los que se enfrentaba Hergé era el de mantener centrado el tema de la aventura al tiempo que estructurarla como una larga serialización. En “Los Cigarros del Faraón” había intentado introducir una imagen recurrente, el símbolo del faraón Kih-Oshk, pero los continuos giros y desvíos de la trama diluyeron la efectividad de la idea. “El Loto Azul” carecía de ese elemento característico, pero el núcleo del argumento era lo suficientemente sólido –la persecución de unos traficantes de droga- como para salir airoso del desafío.
Hergé volvió a encontrarse con problemas en “La Oreja Rota”: ocurren demasiadas cosas, el guión parece algo caótico y desordenado, sin acabar de fijar la cuestión central. ¿Era lo más importante el robo del fetiche o el asesinato del ladrón? ¿Por qué había ocurrido todo ello? ¿Cuál era el misterio de la estatuilla? Lo que comienza como una intriga detectivesca al estilo de Sherlock Holmes, se transforma en una aventura heróica en toda regla.
Con todo, la presencia recurrente del fetiche y su peculiar aspecto con la oreja rota (el modelo en realidad se encuentra en un Museo de Bruselas y tiene poco que ver con el Amazonas, siendo su origen el norte de Perú), y el interés que diversos personajes tienen en la misma consiguen mantener la unidad global de la historia. De hecho, la búsqueda de un objeto o persona desaparecidos volverá a ser el motor de varias historias de Tintín, como “El Cetro de Ottokar”, “El Templo del Sol”, “Tintín en el Tíbet”, “El Asunto Tornasol”….
Destaca también en “La Oreja Rota” el continuo juego de dúos opuestos: dos naciones enemigas, San Teodoros y Nuevo Rico, dirigidas por dos dictadores, Alcázar y Tapioca; los dos hermanos Balthazar; dos compañías petrolíferas que compiten por hacerse con la explotación del oro negro; dos tribus indígenas enemigas, los arumbayas y los bíbaros….
El álbum de “La Oreja Rota” apareció publicado por Casterman en 1937, datando su versión coloreada de 1943. A destacar que, junto a “Tintín en el País de los Soviets”, no se sometió a un proceso de redibujado y modernización.
1937- LA ISLA NEGRA
Siguiendo con la tendencia realista iniciada en “El Loto Azul”, comienza la serialización, en 1937 y en las páginas de “Le Petit Vingtième”, de la séptima aventura de Tíntin. En esta ocasión, investigando un poco claro accidente aéreo, el joven reportero sigue la pista de una posible conspiración hasta Inglaterra para descubrir un negocio de falsificación de moneda dirigido por el doctor Müller.
La historia surgió a raíz de un viaje de Hergé a Inglaterra, primera vez que el autor precedía a su joven héroe, y el argumento hacía referencia a un problema muy real en la Europa de los años treinta. Tras la Primera Guerra Mundial, el tráfico de moneda falsa no había hecho sino crecer, hasta tal punto que en 1929 se celebró una cumbre internacional en Ginebra para tratar de poner fin a esta práctica. En una época anterior al radar y a la extensión masiva de la aviación civil, los falsificadores transportaban la moneda sirviéndose de aviones. Es precisamente tratando de ayudar a uno de estos aeroplanos en problemas cuando Tintín es atacado y la acción se pone en marcha.
Cabe destacar que el villano de la serie –con el que Tintín volvería a encontrarse en posteriores aventuras-, J.W.Müller, está basado en Georg Bell, un falsificador nazi, de origen escocés pero residente en Alemania, involucrado en un plan para desestabilizar el sistema económico soviético a base de inundarlo de rublos falsos. Podemos inferir, por tanto, que Hergé ya veía a los nazis como una amenaza para las democracias europeas.
Hergé integra la trama criminal propia de una serie de detectives o gángsters en un entorno misterioso y cargado de leyendas como es el escocés, donde tiene lugar la última parte de la aventura. Aunque no recurre al sobado monstruo del lago Ness, sí que inventa su propia criatura, una bestia que habita en la isla del título y que todo el mundo teme pese a no haberla visto nunca. La criatura en cuestión era el gorila Ranko, inspirado en la todavía reciente película “King Kong” (1933).
La edición en álbum de “La Isla Negra”, como de costumbre, fue publicada por Casterman al finalizar su serialización en 1938. En 1943 apareció la versión en color. Pero la que podemos disfrutar hoy data de 1965, cuando el editor británico de las aventuras de Tintín escribió a Hergé haciéndole notar lo desfasado que se había quedado el aspecto visual del álbum respecto a la realidad inglesa. El colaborador de Hergé, Bob de Moor, fue enviado a la isla para recoger notas y bocetos que permitieran redibujar totalmente el álbum. Se respetaron la trama y los diálogos, pero se modernizó todo lo demás, desde el aspecto de los personajes –más acorde al estilo de los últimos álbumes de la serie- a los decorados y abundantes vehículos que aparecen, desde automóviles a aeronaves pasando por locomotoras, así como el montaje de viñetas y páginas y el tratamiento del color.
(Continúa en la próxima entrada)
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