5 mar 2015

1983-LOS PIONEROS DE LA AVENTURA HUMANA – François Boucq


Puede que de pequeño a François Boucq (Lille, 1955) le interesara más dibujar y las artes marciales (acabaría siendo experto en kendo) que estudiar, pero ello no sólo no le impidió hacer una carrera de provecho, sino que consiguió el reconocimiento como uno de los cronistas gráficos más ácidos de los aspectos más surrealistas y absurdos que se esconden bajo la plácida apariencia de la cotidianidad.


Tras estudiar Bellas Artes, Boucq empieza su trayectoria profesional en 1974 como caricaturista político para cabeceras como “Le Point”, “L´Expansión”, “Play-Boy” o “Le Matin de Paris”. El año siguiente aparece su primer comic publicado en la efímera “Mormoil”, pero a continuación se alejó del mundo gráfico un par de años hasta que en 1978 inició su colaboración con “Pilote Mensuel”, para la que junto al guionista Philippe Delan creó una serie de historias cortas sin protagonista fijo y de corte satírico bajo el título genérico de “Cornets d´Humour” (compiladas en álbum como 'La Vie, la Mort et Tout le Bazar'). Su trayectoria siguió ganando ímpetu e interés en “Fluide Glacial” (donde publicó “Les Leçons du Professeur Bourremou”, con Pierre Christin; y las aventuras de “Rock Mastard” con su amigo de la adolescencia Delan).

Pero fue en “(A Suivre)” donde su dibujo, su estilo narrativo y sus guiones dieron un giro hacia lo experimental, alcanzando su plena maduración. En esa revista aparecieron un buen número de historias cortas de claro tono humorístico en las que se analizaban, en forma de sátira surrealista, feroz y despiadada, determinados aspectos de la naturaleza humana y la vida cotidiana. Nada queda a salvo de la lente deformante de Boucq, ni las clases acomodadas ni las obreras, ni los artistas ni los escritores, los vendedores de seguros o la religión, el amor o los pueblos primitivos, personajes históricos o héroes literarios… nada es territorio sagrado para
su incisiva interpretación de “la aventura humana”. Su sátira a través de la distorsión de la realidad y el desafío de la lógica es toda una declaración en contra de lo políticamente correcto, el temor tradicional de las editoriales a herir sensibilidades y la aproximación gráfica habitual en el ámbito del humor.

En “La Ley del Gran Norte” o “Los Salvajes son unos Primitivos” Boucq se ríe de la visión romántica que de la vida en la naturaleza se tiene por parte del mundo “civilizado”, al tiempo que aprovecha para introducir un corrosivo comentario sobre cómo tratamos en nuestras sociedades “desarrolladas” a los que provienen de fuera de las mismas. En “Cuento de la Bretaña Profunda”, “La Perla del Desierto”, “Una Perspectiva Laboriosa” y “Picadillo artístico” critica la pedantería literaria, artística o musical, ya provenga esta de las clases ilustradas o de las obreras.

La pedantería de las clases privilegiadas y su desprecio por todo lo que no figure en su círculo
se pone de manifiesto de forma descarnada en “La Filosofía de la Calle” y con hilarante brillantez en “Peligro Amarillo”. La clase media y trabajadora son puestas en evidencia en fragmentos como “El Milagro de la Vida” (el gregarismo), “El Reposo del Guerrero” (la hipocresía y el adulterio), “La Boca Agua” (la obsesión alimentaria en sus dos manifestaciones más extremas) o “Los Nuevos Transportes Amorosos” (el amor desmedido por los coches).

El amor y el sexo son pasados por la peculiar picadora de Boucq en “Juegos Musculares, Juegos Malabares” (la obsesión por la voluptuosidad), “Intimidad” (una mirada descarnada a los más estúpidos tópicos cinematográficos), o “El Tigre de Bengala contra la Criatura” (o cómo ponerse a salvo del pecado de la lujuria). La familia es también víctima de sus andanadas en muchos episodios, desde “Aventura en Malasia” hasta “La Ley del Gran Norte” pasando por “Amenaza Aérea”.

Otros ataques a la vida moderna son “Los Parias de la Naturaleza” (los inmigrantes y trabajadores), “Las Aventuras de Gerard Lambert” y “El Rebelde” (los rockers y moteros), “Zapping Ascensional” (la televisión), “Paquidermo, ¡Vaya Muermo!” (la cirugía estética)…

En “Leonardo”, ofrece una visión desmitificadora del genio Da Vinci como individuo homosexual, desordenado, ridículo e incapaz de concentrarse en nada; y en “Polipicturofonía” retrata a Robinson Crusoe como un cretino encantado de vivir en la selva. Tampoco quedan a salvo de la furibunda revisión de Boucq el ejército (“Amenaza Aérea), el folklore (“Noche de Plenilunio en los Cárpatos) o el clero (“La Tentación de Sor Cecilia”)

Hay historias que mezclan el surrealismo con un humor tan negro que al lector se le queda congelada la sonrisa en la boca, como “La Soledad de las Profundidades” (sobre la obsesión de un buzo limpia piscinas con una bañista), “Briefing” (descarnada crítica de las técnicas del marketing aplicadas al hambre en el mundo) o “El Horror de las Trincheras” (un episodio sangrientamente humorístico ambientado en los campos de batalla de la Gran Guerra)

En “El Tigre de Bengala” se presenta a Jerónimo Puchero, un personaje pintoresco donde los
haya, vendedor de seguros a domicilio que se mueve en un entorno urbano reconvertido en peligrosa jungla, donde los punkies y rockers son bandas de primitivos salvajes y los pterodáctilos y cocodrilos acechan por las calles. El éxito de este personaje y el cariño que le tomó el autor propició, como comentaré más adelante, su propia serie de álbumes.

Hay realidades que resultan difíciles de asumir si se plasman tal cual son, pero que pueden digerirse, comprenderse y hasta divertir si se tamizan con el humor, algo que Boucq comprendió muy bien desde el principio. Tras los movimientos de protesta de mayo del 68, muchos autores franceses aprovecharon para exigir la libertad que hasta entonces venía coartando la censura, explícita o no, oficial o corporativa. Aparecieron multitud de revistas humorísticas y satíricas dispuestas a comentar la actualidad sin imponer barrera alguna a sus autores. El humor de Boucq es hijo de aquel movimiento contestatario.

El propio autor reconoce provenir de un entorno social de clase trabajadora en el que tuvo oportunidad de observar algunos de los comportamientos y actitudes poco ejemplarizantes que luego trasladó a sus obras. Su intención en todas estas historias es mostrar lo absurda que puede llegar a ser esa cotidianidad que tan gris y normal nos parece; y ello por el sencillo procedimiento de aplicar un cristal deformante y multicolor que resalte el carácter de los personajes, su esencia, más allá de sus formas reales.

En una época, la actual, en la que las editoriales –y muchos lectores- exigen a sus autores cierta uniformidad gráfica y su adscripción a unas líneas de estilo determinadas (según el género a tratar, por ejemplo), Boucq mantiene intacta su personalidad. Además, y a diferencia de otros autores que optan por la simplicidad de formas y la caricatura en su aproximación al humor, él ofrece unas planchas inmensamente trabajadas que destacan por su belleza estilística.

Aunque todavía son reconocibles, Boucq ha superado ya sus primeras influencias de decanos
franceses del humor gráfico como Gotlib, Alexis o Daniel Goossens. Las historias publicadas en “(A Suivre)” están pobladas por personajes de facciones exageradas que no llegan a alejarse totalmente del estilo realista, fondos minuciosamente dibujados y unos colores vivos que impregnan todo de una sensación de irrealidad.

Sus personajes son todos deliberadamente feos y mediocres, incluso aquellos que pretenden ser atractivos. Por ejemplo, aun cuando hayan sido dibujados de acuerdo a los tópicos gráficos que se asocian a la belleza, los dos amantes de “Intimidad” resultan grotescos en sus gestos y carantoñas. De la misma forma, los adonis culturistas de “Juegos Musculares, Juegos Malabares” provocan repulsión. Las mujeres suelen estar maquilladas y enjoyadas de forma excesiva y hortera o bien arrastran un lamentable aspecto de ama de casa descuidada de su propia persona; y sus hombres son obesos, desgastados o arrastran un físico insignificante y gris. Pero sus aspectos, sus anatomías y facciones siempre son diferentes. Boucq hace gala de una versatilidad gráfica inmensa que le permite esquivar sobradamente la repetición y el autoplagio.

Igualmente brillante se muestra el autor a la hora de ambientar sus delirantes anécdotas. Dibuja con la misma maestría y barroquismo el ambiente doméstico más casposo (“Aventuras en Malasia”, “La Boca Agua”) que la carnicería de barrio (“Picadillo Artístico”) o el supermercado (“La Tentación de Sor Cecilia”), los ambientes urbanos (“Peligro Amarillo”) que los parajes naturales (“El Milagro de la Vida”), un burdel hortera (“El Tigre de Bengala contra la Criatura”) que una selva tropical (“Polipicturofonía”) pasando por el surrealismo más absoluto (“Una Perspectiva Laboriosa”). Todo, desde los aviones (“Amenaza Aérea”) hasta los animales salvajes (“Paquidermo, ¡Vaya Muermo!”) está modelado con esa particular mezcla de realismo detallista e irrealidad caricaturesca que tan bien se le da a Boucq y que contribuye de forma determinante a completar el buscado tono satírico.

Todas estas historias cortas fueron publicadas en Francia en cuatro álbumes: “Los Pioneros de
la Aventura Humana”, “Point de Fuite pour les Braves”, “La Pédagogie du Trottoir' y 'La Désiroire effervescence des comprimés'. Por alguna razón (¿quizá su humor es demasiado intelectual? ¿demasiado del gusto francés?) y aunque sus series “realistas” (“Boca de Diablo”, “Cara de Luna”, “Bouncer”, “Janitor”) se han publicado en España sin demasiados problemas por parte de Norma Comics, sus historias cortas sólo pudieron verse de manera dispersa en la revista Cimoc y permanecen mayormente inéditas en formato álbum, una falta imperdonable que priva a los lectores españoles de conocer la vertiente más humorística de Boucq.

Es cierto que sí han visto la luz en nuestro país los álbumes de Jerónimo Puchero, personaje presentado originalmente en “Los Pioneros de la Aventura Humana” y protagonista a partir de 1993 de cinco álbumes editados por Casterman; pero éstos, a mi juicio, están muy por debajo de los impactantes balazos humorísticos comentados más arriba. Jerónimo Puchero rezuma surrealismo e imaginación, sí, pero el humor de Boucq funciona mucho mejor en distancias cortas. El formato breve es muy exigente pero él lo domina a la perfección y le permite una mayor flexibilidad y variedad de personajes y situaciones.

En definitiva, una obra (o conjunto de obras) delirantes, burlonas e irreverentes, de impecable factura gráfica y que, a pesar de contar algunas de ellas con treinta años de vida, siguen manteniendo una completa vigencia.


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