31 ene 2019

1980-HISTORIAS NEGRAS – Alfonso Font


A mediados de la década de los setenta del pasado siglo, en España se produce la explosión del comic adulto y de autor simultáneamente al reconocimiento del medio –hasta cierto punto, claro; esta de la normalización cultural es una batalla que aún hoy sigue librándose- como un medio perfectamente válido para contar todo tipo de historias y abordar cualquier tema. Las publicaciones, emancipadas ya de la censura oficial y bebiendo de esos nuevos vientos, permiten a los guionistas y dibujantes no sólo expresarse con libertad sino abordar argumentos y plantear situaciones más comprometidos social y políticamente de lo que antaño se admitía. Empezaron a verse entonces tebeos más complejos y maduros que, lejos de las idealizaciones y carácter de ligera evasión de los géneros tradicionales, no tenían remilgos a la hora de enfrentar al lector con la cara más oscura de nuestra especie. “Historias Negras”, de Alfonso Font, es un buen ejemplo de ello.



A finales de los setenta, el autor catalán ya era un profesional perfectamente formado. Había trabajado para las clásicas Bruguera y, Toray, formó parte de la escudería de Selecciones Ilustradas y emigró a Francia para trabajar en ese exigente mercado antes de, aprovechando la nueva y prometedora coyuntura del comic español, regresar para asociarse con Carlos Giménez, Víctor Mora y Adolfo Usero en el Taller Premiá. En 1980, empieza a colaborar con la revista “Creepy”, cabecera centrada en la temática del terror, con una serie de narraciones cortas de dos páginas que plantean verdaderas pesadillas cotidianas extraídas de los rincones más oscuros de la naturaleza humana. Bajo el título genérico de “Historias Negras”, Font explora con un tono de intensísimo humor negro y un pie en el surrealismo macabro, situaciones violentas sin una gota de fantasía, ambientadas en lugares cercanos y claramente identificables: una prisión, un hogar cualquiera de un pueblo cualquiera, un hospital, las calles de una ciudad normal y corriente…En un formato tremendamente reducido, Font propina en cada uno de esos relatos un auténtico puñetazo al hígado, una sacudida eléctrica a la conciencia del lector.

Font dota a varias de esas historias de un deliberado histrionismo con la intención de conseguir el deseado efecto dramático; y también, ya lo he dicho, un humor negro que arranca una sonrisa al tiempo que suscita un incómodo sentimiento de culpabilidad por hallar diversión en esas horrendas escenas. Pero con todo y con eso son episodios claramente inspirados en situaciones, personas y comportamientos que podemos identificar como verosímiles: turistas pervertidos que disfrutan siendo torturados en parques temáticos que remedan los campos de exterminio nazis (“Week-End”); un aprendiz de verdugo torturador angustiado ante el examen que tiene que pasar (“El Aspirante”); el grotesco error que se comete durante la ejecución de una pena de muerte por guillotina (“Fallo Técnico”); los nuevos métodos “humanitarios” para
ejecutar a un reo (“La Ejecución”); la crueldad a la que lleva la estulticia religiosa (“El Misionero”, con un personaje creado por Carlos Giménez para “Erase una vez el Futuro”); los peligros de jugar a ser Dios aunque sea por una buena causa (“La Voz”); la hipocresía de la clase media (“¡Señor, Señor…!”, “El Velatorio”) o de los siempre indignados (“La Víctima”); la desgracia de los pobres (“Una Historia sin Final”); los extremos a los que se puede llegar por sobrevivir (“Cuando Deje de Nevar”, “El Viejo Sistema”, ambas claramente inspiradas en los relatos del Yukón escritos por Jack London); la estupidez y brutalidad de los militares (“La Arenga”, “El Hijo Muerto”, “La Broma”), la insensibilidad de los profesionales de la publicidad (“Cuestión de Marketing”) o la falsedad de los intelectuales pagados de sí mismos (“La Parábola de: El Marciano Desconocido”).

Lo más terrorífico de estas historias es que transmiten la certeza de que la realidad es todavía más cruel de lo que en aquéllas se narra, que esas explosiones de violencia y brutalidad atizadas por la mezquindad, la hipocresía, la estupidez y el fanatismo, están teniendo lugar ahora mismo en alguna parte de nuestro mundo, probablemente no muy lejos de nosotros, que han ocurrido siempre y que seguirán
produciéndose en el futuro. No hay, sin embargo, ánimo moralizador. Font esgrime un dedo acusador, denuncia tanto determinados colectivos (la iglesia, los militares, los artistas con ínfulas…) como comportamientos e inclinaciones mezquinos y desgraciadamente muy humanos, pero no trata de aplicar un bálsamo en forma de solución o consejo, probablemente porque ni existe una ni serviría de nada el otro.

La primera etapa de “Historias Negras” se publicó entre 1980 y 1982. Esta visión cínica y pesimista de la naturaleza humana tuvo un hermano gemelo realizado por el propio Font en clave de Ciencia Ficción para la revista “1984” y bajo el título “Cuentos de un Futuro Imperfecto” (1980), ya comentado en este blog. Más tarde, en 1984 y con un formato más flexible de entre 4 y 6 páginas, el autor retoma la serie para “Cimoc”, donde aparecerían tres historias más.

“Historias Negras” es un cómic clásico en todos los sentidos. De hecho, su publicación sería hoy bastante más difícil que en su momento. Se hacen comics violentos, sí, mucho; pero a menudo lo son sin demasiada justificación, por mero exhibicionismo gamberro y en el ámbito del terror, la acción o la fantasía (Garth Ennis o Mark
Millar pueden ser buenos ejemplos). Font, en cambio, no utiliza la violencia como mero gancho para cierto perfil de lector, excusa para crear polémica o truco para ganarse el título de autor “adulto”, sino con el ánimo de exponer una injusticia o una crueldad, de animar a la reflexión. A veces, de hecho, no es ni siquiera una violencia físicamente explícita sino psicológica o incluso sobreentendida (como en “La Broma” o “El Velatorio”) pero no por ello menos devastadora. Y es por eso que su crudeza, que como digo es verosímil dentro de su sesgo caricaturesco, causa mucho más impacto en el lector que la violencia gratuita y estilizada de otros comics pretendidamente adultos.

Por otra parte, el formato de historia corta, independiente y autoconclusiva que tanto abundaba en los setenta y ochenta por demanda editorial con el fin de ajustar el contenido a las páginas de las publicaciones periódicas, es hoy una rareza. Sin embargo, es quizá el soporte que mejor demuestra la creatividad y talento del autor habida cuenta de que cada episodio constituye un pequeño universo autocontenido para el que el autor debe crear sus propios personajes, situaciones, tono y ambientación; y además narrar lo pretendido en un recorrido
muy corto, lo que obliga a elegir muy bien las escenas y planificar perfectamente el ritmo. Y en este sentido e independientemente de que uno pueda sintonizar más o menos con el tono, grafismo y argumento de “Historias Negras”, desde el punto de vista formal no se puede decir más que Alfonso Font es un autor impecable. Tiene capacidad de síntesis narrativa y habilidad para la composición de la viñeta, iluminación (especialmente importante este aspecto en un cómic en blanco y negro), caracterización, creación de entornos, uso de referencias y documentación, expresividad facial y gestual (con un sesgo cómico pero sin salirse nunca de un estilo esencialmente realista), ritmo, diálogos y silencios, elipsis… En fin, un excelente narrador visual que desde mediados de los setenta ha demostrado una y otra vez dominar la técnica y lenguaje del tebeo en cualquiera de los muchos géneros por los que ha transitado, desde la ciencia ficción a la historia policiaca, de la aventura a la Historia, del western al costumbrismo.

Comic, en definitiva, de factura perfecta para lectores con estómagos fuertes, sensibilidad social y madurez psicológica.

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