Fue una sorpresa para todo el mundo que Paul Gulacy, entonces en la cresta de la ola, decidiera abandonar el dibujo de “Master of Kung Fu”, la colección que le había dado la fama, en su número 50 (marzo 77). Junto a su colaborador, Doug Moench, había contribuido a crear una de las etapas más memorables de la Marvel de los 70 gracias a su estilo realista inspirado tanto en Jim Steranko como en Jack Kirby, su vigorosa narrativa cinematográfica, sus impactantes composiciones y sus potentes escenas de acción. La razón para ese abandono fue el de la pura honestidad creativa: pensaba que había dado a la serie todo aquello de lo que era capaz y ésta ya no le ofrecía desafíos adicionales. Ante la posibilidad del estancamiento y el consiguiente hastío, se sentía impulsado a buscar otros caminos relacionados con el arte gráfico, como la ilustración u otros formatos narrativos más allá del comic-book.
Era el momento idóneo, porque no sólo el prestigio que
había acumulado le garantizaba puertas abiertas en cualquier editorial sino que
era la época en que nuevas compañías entraban en la industria dispuestas a
ofrecer obras más sofisticadas a un público más adulto. Una de ellas fue
Eclipse, que en 1978 publicó "Sabre", una novela gráfica en blanco y negro de temática
futurista dibujada por él con una minuciosidad extraordinaria y escrita por
otro de los guionistas estrella de la Marvel de entonces, Don McGregor. De esa
obra ya hablé en una entrada anterior y a ella me remito.
Tras “Sabre” y durante un tiempo, Gulacy se dedicó sobre todo a la ilustración, realizando portadas para libros y revistas y diversas colaboraciones puntuales para Marvel. Sus únicas aportaciones relevantes al comic fueron dos historias aparecidas en la revista “Eerie”, de la editorial Warren, que se cuentan entre lo mejor no sólo de toda la trayectoria de esa cabecera sino entre lo más sobresaliente de la carrera del autor.
La primera de esas historias fue serializada entre los
números 103 y 105 (agosto a octubre 1979) de “Eerie”, titulándose cada entrega
“El Intruso”, “Crepúsculo” y “Ruinas” respectivamente. La acción transcurre en
un futuro entonces no muy lejano, 1998, en los pantanos de Louisana. Un médico,
Ward Cavanaugh (al que Gulacy dota de los rasgos de James Coburn, un recurso
éste el de utilizar los físicos de actores populares de la época que ya había
ensayado profusamente en “Master of Kung Fu”) conduce por una solitaria
carretera de la región atendiendo a la llamada de un paciente. Por el camino,
un hombre aterrorizado, perseguido por dos dobermans y una pareja de gemelos,
le sale al encuentro pidiendo auxilio. Los inquietantes y abiertamente
psicópatas hermanos son los guardias de seguridad de la finca de la acaudalada
familia Cope, de donde procede el aviso que está respondiendo Cavanaugh. Tras los
disturbios sociales generalizados de 1980 (recordemos que la historia se
realizó a mediados de 1979), esa familia se recluyó en su decadente mansión de
estilo sureño. Cuando llega allí, el doctor se encuentra con un ambiente
opresivo y claustrofóbico que degenera en una tragedia repleta de violencia,
enfermedad y locura.
El guion de este relato viene firmado por Don McGregor, uno
de los guionistas más relevantes de la Marvel de los 70 y cuyas historias
solían incluir algún tipo de comentario político o social. En este caso, como
motor del drama, McGregor introduce el efecto letal de los desechos
radioactivos, un tema de particular actualidad entonces (el accidente de la
central nuclear de la Isla de las Tres Millas, en Pennsilvania, había sucedido
en marzo de 1979, pocos días después del estreno de la película “El Síndrome de
China”, de la que también se habló mucho). Pero, por lo demás, es una historia
como tantas otras de las que publicaba Warren, esto es, un thriller apoyado en
la premisa, los giros y el desenlace más que en la caracterización. No hay nada
malo en esa simplicidad. Es lo que pedían los lectores de estas publicaciones:
historias rápidas con final sorprendente pero sin demasiada complicación. Quizá
el factor diferencial en este caso sea su dosis de verismo. Aparte de la vaga
referencia futurista, no hay aquí ningún elemento de carácter fantástico. Es un
drama psicológico crudo y violento alimentado por el miedo, el odio, el
prejuicio, los remordimientos y la demencia, pero siempre ajustado a la
realidad de nuestra humana naturaleza. Como bien sabemos, para causar dolor,
muerte y desgracia no hace falta recurrir a lo sobrenatural.
Y es precisamente en ese perfil realista donde mejor se desenvuelve el estilo de Gulacy, al que nunca se le han dado demasiado bien el diseño de tecnologías, arquitecturas o ambientaciones futuristas (aun cuando fue un asiduo visitante del comic de CF), pero sí el dibujo realista y las escenas de acción. Gulacy sabe aportar a la historia un ambiente opresivo y de tensión gracias a su excelente trabajo de blanco y negro. Obviamente, tratándose de una historia que transcurre en los pantanos de Louisiana, el dibujo se habría beneficiado mucho de un coloreado que acompañara y subrayara el tono emocional, pero Gulacy lo compensa jugando con diferentes grados de gris que reflejan la luminosidad -o falta de ella- de cada escena, ya transcurran en el exterior o el interior del caserón, en pleno día o por la noche.
La siguiente historia, “Sangre sobre Satén Negro”, cuenta
con guion de Doug Moench, quien ya había realizado algunos trabajos para Warren
antes de entrar en Marvel. Sus cuarenta páginas fueron serializadas entre los
números 109 (febrero 80), 110 y 11 (abril-junio 80) de la revista “Eerie” (en
español, los números 17 a 19 de “Creepy”, 1980). A pesar de que ni esta ni la
anterior historia han sido recopiladas en un volumen independiente (sí
reeditada la segunda por Eclipse en formato comic book en la efímera antología
“Nightmares” en 1985), gráficamente es uno de los trabajos más sobresalientes
de Gulacy y, de hecho, bien puede calificarse como uno de los comics más
impresionantes jamás publicado por Warren.
Curiosamente, tanto esta historia como la anterior tienen
el mismo arranque: un hombre conduce hacia lo desconocido atendiendo la llamada
de una mujer. No es un plagio, sino un recurso muy utilizado en este género de
relatos cortos de terror por su eficacia narrativa: pone en marcha la acción de
forma inmediata y presenta el misterio sin ningún preámbulo. Las dos, también,
utilizan el narrador en primera persona con el fin de facilitar el acceso a los
pensamientos del protagonista y permitir una mejor identificación con la
peripecia que éste va a vivir. También vienen ambas lastradas con más texto del
estrictamente necesario, algo por otra parte muy común en varios de los
guionistas norteamericanos de los años 70 con mayores pretensiones literarias,
estuvieran éstas justificadas o no.
En esta ocasión, el protagonista es Malcolm Avery un periodista que conduce por la noche de camino a la pequeña ciudad inglesa de Middlesex respondiendo a la perentoria llamada de una antigua amiga (quizá ex novia) llamada Heather McKinnon. Además de esta petición, lo que le motiva a acudir al lugar es la reciente noticia de un asesinato cometido en la zona, el de una muchacha aparentemente sacrificada siguiendo algún tipo de ritual druídico.
Tras un siniestro encuentro con unos jinetes a caballo,
Malcolm llega a su destino, donde se está celebrando una macabra festividad en
la que parece participar toda la población que, disfrazada de época, se ha
entregado con absoluta desinhibición a una orgía de sexo y violencia, celebrando
por las calles y tabernas el centésimosegundo aniversario de la noche más
decadente de la Historia de Inglaterra. Cuando Malcolm se encuentra con Heather
y su tío, un inválido llamado Jock McKinnon, éste le cuenta la truculenta
historia del lugar, que en el siglo XVII llegó a estar completamente controlado
por unos satanistas encabezados por el perverso Simon Whately. Tanto éste como
sus seguidores acabaron ejecutados por un antepasado del propio McKinnon, pero
esa noche, uno de los descendientes de aquel brujo, que McKinnon cree es
Whately reencarnado y que se ha establecido recientemente en el pueblo, ha
organizado el festival con el fin de tomar posesión de las almas de los
habitantes y utilizar sus cuerpos como recipientes para las de sus antiguos seguidores.
El anciano, que se ha refugiado en su casa con su sobrina
sabedor del peligro que corre, le pide a Malcolm que detenga tal locura. Éste
se muestra incrédulo al principio, hasta que una amenaza de muerte clavada en
la puerta de McKinnon le hace reconsiderar su inicial rechazo. El secreto para
conjurar la amenaza se encuentra en el sótano de la biblioteca del juzgado,
donde acude el periodista sólo para encontrar una prueba de que la magia negra
está presente en el lugar. Cuando regresa a casa de su anfitrión, lo encuentra
asesinado, consiguiendo huir in extremis de una horda de rabiosos vecinos en
compañía de Heather. Se refugian en los sótanos del juzgado, donde a su pesar,
confirman la teoría del anciano…
Leídas estas dos historias dibujadas por Paul Gulacy,
podemos concluir que Moench quizá había asimilado mejor el espíritu del tipo de
material que gustaba en Warren -y que se inspiraba, a su vez, en el publicado por
EC Comics veinte años antes-, aunque su aproximación era menos adulta,
comprometida y física y psicológicamente menos violenta que la de su colega
McGregor. “Sangre sobre Satén Negro” es otra historia de claro perfil Warren,
limitada tanto por su escasa extensión como por las propias directrices
editoriales: ideas rápidamente perfiladas y resueltas con efectismo, pero sin
aprovechar todo su potencial; personajes esquemáticos sin trasfondo ni
desarrollo; y una profusión de texto altisonante.
Es un guion con cierto sabor de telefilm setentero, toques de novela gótica, estética de la Hammer y una cucharada de suspense lovecraftiano, de ritmo precipitado y trufado de agujeros lógicos. Nada tiene demasiado sentido ni se explica con un mínimo detalle. ¿Por qué Malcolm acepta tan rápidamente la misión encomendada por McKinnon? ¿De dónde sale el renacido Whately? ¿Qué tiene que ver ese festival pagano con la resurrección de sus antiguos seguidores? ¿Cómo acabaron éstos custodiados durante siglos en el sótano de un edificio público? ¿Qué pinta en todo esto Heather aparte de lucir su enigmática belleza, estupenda figura… y aportar el toque final a la historia, claro. En este sentido y como era habitual en el material publicado por Warren, el desenlace es un giro sorpresa que apunta a futuros grandes horrores.
Tanto “El Intruso” como “Sangre sobre Satén Negro” son
historias que no hubieran destacado demasiado respecto a la media del material
de la revista de haber sido ilustradas por artistas con menos talento que
Gulacy. Es éste quien las eleva por encima de su nivel gracias a un trabajo muy
meticuloso no sólo de dibujo sino sobre todo de entintado. En este aspecto, en
la segunda de ellas encontramos un blanco y negro más rotundo que en la
primera. Incorpora también matices de grises, pero hay muchas más superficies
completamente oscuras, como, por otra parte, corresponde a un relato sobre
satanistas y brujos modernos que transcurre en horas nocturnas. El grado de
detalle y cuidado en fondos y figuras es extraordinario, como también la
inserción de composiciones originales y raccords espaciales y temporales.
En particular, “Sangre sobre Satén Negro” confirmó que la
sintonía creativa entre Moench y Gulacy podía extenderse más allá de “Master of
Kung Fu”. Ambos consolidarían su relación profesional en bastantes obras
posteriores, desde “Six from Sirius” a “Slash Maraud” pasando por diversas
historias para “Batman”. Pero eso es otra historia que, además, he ido
abordando en sus respectivas entradas.
Desde su irrupción en “Master of Kung Fu” en 1974, Gulacy no había hecho sino mejorar como dibujante y narrador. Cada número de esa colección era superior al anterior y, cuando terminó su andadura allí, cada nueva obra más espectacular y trabajada que la precedente. “Sangre sobre Satén Negro” bien podría interpretarse como el culmen (demasiado temprano, es cierto) de la carrera de Gulacy, una cima en la que también podríamos incluir su última etapa en la mencionada colección protagonizada por Shang-Chi; la novela gráfica “Sabre”; estos dos relatos de “Eerie”; la historia de la Viuda Negra escrita por Ralph Macchio publicada en “Aventuras Bizarras” nº 25 (1981); y la primera miniserie de “Six from Sirius”. Gulacy seguiría siendo un nombre a tener en cuenta en los años siguientes, pero personalmente creo que nunca más volvió a invertir tanto esfuerzo y talento en sus trabajos, muchos de ellos claramente alimenticios realizados para universos cinematográficos como “Star Wars”, “Terminator” o “The Thing from Another World”.
Sangre Sobre Satén Negro me ha fascinado desde que, siendo un crío, la leí en las páginas del Creepy de Toutain y la he reivindicado a la mínima oportunidad que he tenido. Estoy deseando que la reedición de Eerie que está llevando a cabo Planeta llegue a esos números para poder recuperarla. Quizá ahora es guión se nos antoje un tanto flojo, pero entonces estaba a la altura de las series de terror británicas que podíamos ver en televisión. Y el dibujo, claro, es sublime.
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