El prolífico guionista Christophe Bec ha transitado por diversos géneros tanto en su faceta de dibujante como de guionista, pero de entre toda su extensa y variada producción destacan algunas series de éxito realizadas con una fórmula que parece pensada para atraer a un público amplio: la del thriller científico de altos vuelos y con toques fantásticos en el que se plantean varios enigmas salpicados por diversas épocas de nuestra historia y cuya relación con otro descubierto en el presente o futuro cercano va desvelándose conforme avanza la trama. Trama, por otra parte, muy ágil, con un ritmo propio de una película de gran presupuesto o una serie de acción, que cambia continuamente de escenario y personajes, intercala flashbacks e incluye tecnología futurista, mitología popular y teorías conspirativas. Esta es la fórmula que se halla en el corazón de series como “Carthago”, “Santuario”, “Prometeo” o la que ahora nos ocupa, “Olympus Mons”.
En 1492, las tres carabelas de Cristóbal Colón atraviesan el Atlántico mientras un motín empieza a gestarse entre la descontenta tripulación. Colón insiste en mantener el rumbo y acuerda con sus hombres una prórroga de tres días antes de dar la vuelta y regresar a España. En la noche de la última jornada, una inesperada estrella fugaz cruza el cielo y al día siguiente, las naves arriban a una isla exótica.
Medio milenio más tarde, en 2026, el barco del cazatesoros noruego Dan Hennings, el Ocean´s Pathfinder, se encuentra realizando unas prospecciones en el Mar de Barents cuando sus instrumentos detectan una anomalía en el lecho oceánico, un tipo de estructura que parece ser fuente de perturbaciones en los sistemas electrónicos cada vez que se intenta examinar más de cerca. Al mismo tiempo, un equipo de televisión se prepara para ascender a la cima del Monte Ararat, en la frontera entre Turquía y la actual Armenia, donde la mitología cristiana sitúa el paradero del Arca de Noe. Quieren rodar un programa especial sobre la misteriosa mancha oscura que podía verse en una fotografía de reconocimiento aéreo tomada por los estadounidenses en los años 40 y que luego se esfumó en imágenes posteriores.
Otro evento está sucediendo simultáneamente a los dos anteriores: la llegada del Hombre a Marte. Un equipo ruso compuesto de dos hombres y una mujer, se posa sobre la superficie e instalan una base… que será su hogar hasta su muerte, dado que el programa no contempla su regreso a la Tierra. En los años que consigan sobrevivir hasta que llegue la siguiente misión podrán realizar exploraciones y descubrimientos. No pasa mucho tiempo hasta que esto se materializa en la forma de unos artefactos claramente artificiales en las laderas del enorme Monte Olimpo u Olympus Mons, que con sus casi 22 km de altitud constituye la segunda mayor elevación conocida del Sistema Solar.
Y esto es todo lo que cuenta el primer álbum, titulado “Anomalía 1”: una simple presentación de misterios aparentemente inconexos y desperdigados temporal y geográficamente, que el autor promete unificar y aclarar en los siguientes cinco álbumes que compondrán la serie. Ya he comentado al principio que el estilo de Bec, que se mantendrá invariable en las entregas sucesivas, es muy cinematográfico. Leer sus comics es como ver un blockbuster de Hollywood o una serie de gran presupuesto: un extenso plantel de personajes cuyas subtramas van intercalándose a gran velocidad: excepto el segmento de Colón, que ocupa cinco planchas, casi todo el resto del álbum se compone de secuencias de dos o tres páginas antes de saltar a otra localización.
Bec sabe como ir alternando momentos dominados por la exposición de información y datos importantes para la trama con otros centrados en el avance de la misma y con un componente más visual, presentando los misterios poco a poco y conforme los propios personajes van descubriendo su existencia. Puede que nada de lo que se cuenta, si uno se para a pensarlo, sea particularmente original, pero sí está lo suficientemente bien narrado como para leerlo con ligereza y quedar con ganas de abordar la continuación.
El segundo álbum, “Operación Mainbrace” (2017), comienza en el año 1013 de nuestra era, cuando una flota de barcos vikingos que ha estado navegando varios días entre nubes y oscuridad, ven aparecer en el cielo cuatro enormes naves extraterrestres rodeadas de una intensa luz verde. Novecientos años más tarde, los científicos soviéticos de una instalación secreta de Siberia, la Cámara Negra, dedicada a identificar y estudiar sujetos con poderes paranormales, descubren a una niña ciega de seis años, Marta Kulgina, con unas capacidades extraordinarias. Pero diez años más tarde, cuando Stalin llega al poder, decide cerrar el proyecto y asesinar a todos los involucrados. El doctor Vitali ayuda a Marta a escapar y esconderse.
De nuevo en 2026, el médium Aaron Goodwin, atormentado por terroríficas visiones apocalípticas, trata de alertar a la población mundial de que el objeto encontrado en el Mar de Barents es de naturaleza alienígena y que los intentos de penetrarlo pueden desencadenar el fin del planeta. Pero sus comparecencias en los medios de comunicación no sirven más que para ponerle en rídiculo y, desde luego, no detienen los esfuerzos de los cazatesoros, cuyo descubrimiento ha atraído la atención de gobiernos de todo el mundo, que envían a esas aguas sus flotas de guerra, amenazando con dar inicio a un conflicto global.
En Marte, la cosmonauta Elena Shevchengo tiene que abandonar a sus compañeros a la muerte por asfixia al cederle éstos sus reservas de oxígeno para que pueda regresar a pie a la base desde el Olympus Mons, dado que el rover, víctima de unas interferencias electromágneticas, ha quedado inutilizado. Transmite al control de misión en la Tierra el descubrimiento de una enorme nave alienígena en las laderas del monte y empieza a resignarse a vivir sola durante el resto de sus días. En Turquía, el equipo de televisión también hace un descubrimiento sensacional: los restos de una nave alienígena. Pero uno de los reporteros, que se ha acercado mucho al artefacto, cae gravemente enfermo víctima de una enfermedad desconocida que afecta a todos los sistemas de su cuerpo.
Bec se toma su tiempo para ir impulsando la historia, entrelazando poco a poco los destinos de varios personajes, atando cabos y desvelando información en pequeñas dosis. Para no estropear el desarrollo y progresivo desenlace de las diferentes subtramas a quien no haya leído este comic pero sí pueda sentirse interesado, no desvelaré más de todo lo que ocurre en los cuatro volúmenes restantes de este primer ciclo de “Olympus Mons”: “Hangar 754” (2018), “Milenios” (2018), “A la Sombra del Sol” (2019) y “Einstein” (2019). Digamos sólamente que, con el trasfondo de una guerra milenaria entre dos especies extraterrestres, la Humanidad se encuentra empujada involuntariamente al borde de la extinción debido a su propia curiosidad, esperando angustiosamente una cuenta atrás para el apocalipsis. Aun cuando resulta evidente que el guionista dilata en exceso la historia, la sucesión de escenas de suspense y acción tanto en el fondo del mar como en Marte, protagonizadas por soldados, marinos, espías, médiums, periodistas, exploradores, submarinistas, androides y criaturas alienígenas, impiden que el lector –al menos el interesado en el thriller científico o la CF- caiga en el aburrimiento.
El título de la serie, como había sido el caso de “Prometeo”, juega con la relación entre los mitos de la Antigüedad y el conocimiento científico actual. Así, el Monte Olimpo era la morada de los dioses griegos, oculta a la vista de los mortales por una nube eterna. Sin embargo, hoy solemos pensar en el Monte Olimpo en términos de la exploración y colonización de Marte, puesto que es el nombre otorgado al impresionante accidente geográfico de ese planeta. La portada del primer volumen relaciona ambos significados: una imagen de las estribaciones de ese inmenso volcán desde la que sobresalen los restos de una nave fabricada por una civilización muy avanzada, como si fueran las ruinas de una ciudad habitada por dioses.
De la misma forma, Bec juega con lector mezclando realidad, teorías de la conspiración y ciencia ficción. Así, por ejemplo, la Operación Mainbrace que da título al segundo álbum y que en el comic culminó con el derribo de una nave alienígena, tuvo efectivamente lugar en nuestra propia y auténtica historia en septiembre de 1952, en el Atlántico Norte, participando varias naciones con un despliegue considerable de hombres y medios. Fueron unas maniobras militares en las que los ufólogos afirman, a raíz de la desclasificación de documentos a comienzos del siglo XXI, que se produjeron varios avistamentos de ovnis. El tema del Arca de Noé en el Monte Ararat es otro magufo promovido por grupos cristianos y creacionistas. También se ha hablado mucho de los experimentos soviéticos con fenómenos psíquicos en el Instituto Estatal de Investigación de Inmunología Clínica en Novosibirks; y pocos serán los que no hayan oído hablar nunca de las teorías de paleocontacto o antiguos astronautas popularizadas en la segunda mitad del siglo XX por escritores como Erich von Daniken o J. J. Benítez entre otros.
En mi opinión, la serie tiene dos puntos manifiestamente mejorables. Por una parte, todo recae en último término en algo tan poco “científico” como las visiones del médium Aaron Goodwin. De hecho, su papel es absolutamente fundamental en el desarrollo y desenlace de la trama. El problema, dejando aparte que uno admita más o menos la inclusión de poderes psíquicos en una historia en principio adscrita a la CF “dura” (algo que, de todas formas, no debería escandalizar a nadie dado que el género lleva incorporando individuos con capacidades mentales sobrehumanas desde hace más de cien años), es que los poderes de Goodwin son convenientemente caprichosos en su multifuncionalidad: en principio, sólo parece tener visiones, pero luego resulta que puede comunicarse mentalmente no sólo con la cosmonauta Shevchengo sino con personas ya difuntas, es capaz de predecir el futuro –o al menos un futuro posible, y lo era ya desde su tierna infancia- y materializar en su propio cuerpo afecciones relacionadas con esas visiones (incluyendo polvo marciano, lo que nos deja en el campo de la teleportación a distancias cósmicas).
Da la impresión de que Bec va improvisando sobre la marcha y que cuando acaba metiéndose en un atolladero narrativo, recurre a los poderes del personaje de Goodwin para que avise u oriente a tal o cual personaje dando una solución o una pista para salvar el peligro. Y es que Bec es uno de esos guionistas que –y esto ocurre muy frecuentemente también en el mundo del cine y la televisión- se muestran prolíficos en ideas interesantes que sirven para seducir al lector cada vez que se inicia una nueva serie, pero que tienen más dificultades a la hora de desarrollar el concepto y que no saben realmente el punto de llegada hacia el que deben dirigir la historia. Avanzar sin una planificación u objetivo claramente definido desemboca con facilidad en series de comic, si no fallidas, sí irregulares, con álbumes vacíos de contenido mollar o desequilibrados narrativamente. Si Bec rebajara el frenético ritmo de su producción y se tomara algo más de tiempo para asentar conceptos, profundizar en los personajes y planificar mejor los guiones, podría conseguir comics de mayor calidad y resonancia. Otra alternativa, claro, sería que se asociara con un coguionista que completara sus carencias y compensara sus defectos, pero parece ser que su fuerte carácter de éste no haría fácil una colaboración semejante.
(Finaliza en la siguiente entrada)
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