4 dic 2022

LOS VENGADORES EN LOS AÑOS 60 (7)

(Viene de la entrada anterior)

Uno de los pilares sobre los que Stan Lee estaba construyendo su universo de superhéroes y que él no se cansaba de subrayar siempre que tenía ocasión, era su mayor conexión con la realidad contemporánea respecto a los que publicaba la competencia. Sus personajes no vivían en ciudades imaginarias como los de DC, sino que se concentraban en Nueva York, se hacían continuas referencias a localizaciones concretas y personajes populares del cine o la televisión, los héroes cargaban con problemas propios de gente corriente (económicos, de salud, de autoestima, familiares)… En años sucesivos, Marvel demostraría su capacidad para incorporar el devenir de los tiempos presentando personajes de raza negra, dándole mayor papel a las mujeres o reflejando en algunas de sus historias problemas sociales del momento.

 

Pero ese enfoque, como demuestra el número 18 de “Los Vengadores” (julio 65), tenía no sólo sus límites sino sus peligros. Y es que cuando se incorporan asuntos de la actualidad internacional presentes en los periódicos y sometidos a intensos debates políticos, es, paradójicamente, cuando los héroes dejan de resultar creíbles.

 

La historia, titulada muy poco sutilmente “¡Cuando Manda el Comisario!”, se abre con una página completa dedicada al Capitán América reflexionando melancólicamente sobre su papel como líder de los Vengadores en unos textos que le añaden una considerable profundidad: “¿Estoy destinado a pasar así el resto de mis días, encabezando a un poderoso equipo pero sin una vida privada propia? Aceptando la comida y el cobijo de otro hombre, rumiando las solitarias horas, esperando cada llamada a la acción. ¡Ojalá Nick Furia contestara a la carta que le envié solicitando un puesto en su unidad de contraespionaje (en el número 15). ¿Cuánto tiempo seguiré así…siendo un símbolo viviente para millones de personas… y un frustrado anacronismo para mí mismo? ¡Ahí afuera el mundo sigue adelante…Un mundo en el que aún he de hallar mi verdadero lugar y mi identidad! Pero no puedo dejar a los Vengadores…¡Me necesitan! ¡La antorcha ha pasado a mis manos!”.

 

Estas meditaciones teñidas de autocompasión eran ya familiares para quienes siguieran desde el principio la colección o las aventuras del héroe en “Tales of Suspense”, pero son una buena muestra del tipo de caracterización con la que Lee modelaba a sus creaciones y que cautivaron a los lectores de entonces y de hoy.

 

Mientras tanto, los otros miembros del equipo disfrutan de momentos de asueto mas alegres: Wanda, que siempre había soñado con ser actriz, acude a una función teatral; su hermano Pietro pasa un rato en el circo (donde aprovecha para evitar un accidente de trapecio al tiempo que sienta las bases para la historia que se narrará en el nº 22) y Ojo de Halcón pone a prueba su nueva flecha antigravitatoria.

 

Y entonces es cuando la historia empieza a descarrilar. En el país asiático de Sin-Cong, el dictador comunista conocido como El Comisario, hace una demostración de su inmensa fuerza física ante un grupo de oprimidos y asustados aldeanos al tiempo que les lanza una perorata: “¡Mirad cuán preparado estoy para defenderos de las intrigantes naciones capitalistas!”. Uno de los oyentes se atreve a contradecirle: “¡Pero si no tememos a los capitalistas! ¡Fueron amigos nuestros…nos dieron comida y ropa hasta que vosotros llegasteis al poder!”. Esa contestación despierta la ira del temible Comisario, que le agarra con una mano y levanta el otro puño para golpearle: “¡De modo que aún sois víctimas de su maligna propaganda! ¡Pero yo os curaré de esa enfermedad! ¡Os demostraré que somos vuestros únicos amigos! ¡Ellos son débiles e incapaces! ¡Agachad la cabeza! ¡Inclinaos ante la bondad y la generosidad de vuestro amado Comisario! ¡Pronto veréis cómo los americanos se inclinan también!”

 

Asi que, dispuesto a demostrar a su pueblo la debilidad de los perversos capitalistas, El Comisario envía a los Vengadores un mensaje de radio haciéndose pasar por miembro de un grupo de resistencia y solicitándole su ayuda. El Capitán América muerde el anzuelo y acepta la misión, y no por los motivos más nobles: piensa que esta acción apoyará su solicitud de ingreso en la agencia de Nick Furia. Pero cuando reúne al resto de los Vengadores, aunque Ojo de Halcón no tiene inconveniente en lanzarse de cabeza a la pelea, Mercurio y la Bruja Escarlata –que, recordemos, no son americanos- tienen más reparos: “Creía que nuestro cometido era combatir el crimen. ¿Por qué hemos de inmiscuirnos en asuntos internacionales?”.

 

Este es el tipo de conflicto interno, la disparidad de puntos de vista respecto a cómo y dónde actuar, que muchos años después se convertiría en el núcleo de la versión cinematográfica de “Civil War”. Aquí, sin embargo, los comics de superhéroes no habían alcanzado el grado de sofisticación que permitiera abordar seriamente este tipo de problemas complejos y Stan Lee lo resuelve en una sola viñeta haciendo que los hermanos mutantes se sometan a la disciplina de equipo en aras de la armonía.

 

Cuando llegan a Sin-Cong, les reciben las tropas del Comisario y les escoltan a su palacio, donde no tardan en confirmar sus sospechas de que se trata de una emboscada. Aunque vencen sin dificultad a los soldados, acaban siendo sedados y chantajeados: si no acatan las condiciones del Comisario –enfrentarse a él en duelo singular de uno en uno-, matará a la Bruja Escarlata, a la que mantiene prisionera. Este enfrentamiento, además, está siendo contemplado por una delegación de ciudadanos escogidos por el villano con el fin de que vean “lo débiles e inferiores que sois en realidad los capitalistas”. Uno tras otro, los Vengadores masculinos son derrotados por la fuerza física del Comisario y es Wanda la que, utilizando sus poderes, descubre que su adversario es en realidad un robot y luego lo destruye para alegría de las masas de oprimidos.

 

El comic termina con un vergonzante discurso del Capitán América advirtiendo de los peligros del comunismo: “Permaneced siempre alerta. Su meta es nada menos que la conquista y el dominio del mundo. Sólo nuestra vigilancia y devoción constantes podrán detenerlos. Y recordad…Los Vengadores siempre estarán listos para hacer su parte”. El propio Lee se debió dar cuenta de su escasa sutileza y en la última viñeta puso en boca de Ojo de Halcón una broma con la que rebajar algo el tono solemne del Capitán: “Capi, ¿has hecho algún cursillo de cursilería o es un talento natural?”.

 

Lo que demuestra este episodio es que cuando los superhéroes se empapan demasiado de realidad ocurren dos dos cosas. En primer lugar, que la historia va a envejer rápido y probablemente mal. La guerra de Vietnam era un tema candente en 1965 y lo seguiría siendo aún durante diez años más, pero si la aborda un lector actual nacido ya en el nuevo siglo, difícilmente entenderá las claves que contextualizan la narración a menos que tenga cierto conocimiento de aquel conflicto y lo que significó no sólo para Vietnam sino para la sociedad norteamericana.

 

Y en segundo lugar, enfrentados a dilemas éticos relacionados con esos mismos problemas reales y de actualidad, los superhéroes –y el guionista que los escribe- se van a ver obligados a tomar partido revelando sus ideologías políticas. La amenaza comunista llevaba presente en la ficción norteamericana desde el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945 y el propio Stan Lee había creado muchos villanos “rojos” para sus superhéroes. No es que Lee fuera un reaccionario anticomunista que vertiera sus opiniones políticas en sus guiones tratando de aleccionar a sus jóvenes lectores, sino que más bien era un mero transmisor de la opinión general que en Estados Unidos se tenía sobre esa ideología y los países que vivían bajo ella, y que básicamente se reducía a una colección de eslóganes y tópicos. Difícilmente podía haberse encontrado un sector de cierto tamaño y peso en la sociedad estadounidense que antepusiera el comunismo al capitalismo.

 

Pero la cosa se complicó cuando Estados Unidos se involucró en la guerra de Vietnam. Ya no se trataba tanto de acumular armas defensivas o defender el frente patrio, sino de intervenir directamente en un conflicto que se estaba librando en un país lejano. Cuando las familias se vieron obligadas a enviar a sus hijos a combatir y morir por el destino de una nación con la que no sentían conexión alguna, la sociedad se dividió. Y no tanto en relación a si el comunismo era deseable o no como en cuanto a la ética de enviar tropas propias a matar y morir a un país lejano.

 

Y aquí Lee deja clara su postura, al menos por entonces: los Vengadores, por su cuenta y riesgo, liberan al pueblo oprimido de ese pseudo-Vietnam y les animan a que sigan vigilantes. Era la segunda vez que un Vengador derrocaba un gobierno extranjero comunista, tras “Tales to Astonish” 54 (abril 64), donde el Hombre Gigante y la Avispa, a petición del gobierno de Washington, se enfrentaban al Toro, flamante nuevo dictador de la nación centroamericana de Santo Rico, que había accedido al poder apoyado por los comunistas. Era esta una deriva peliaguda que podía suscitar preguntas incómodas, como por qué los superhéroes Marvel no actuaban contra el tiránico Doctor Muerte invadiendo Latveria; o contra Namor, violento rey de un pueblo peligroso…

 

Quizá por eso, los villanos de este episodio, el mayor Hoy y el robot Comisario, no volverían a aparecer en el Universo Marvel; y el país ficticio de Sin-Cong tampoco lo haría hasta muchos años después, en “Iron Man: Enter the Mandarin” nº 3 (enero 2008) - aunque en forma de flashback sí se había recuperado en varios comics desde 1989-. En aquella época, la editorial, quizá tratando de esquivar polémicas o atraer atención indebida, parecía tener reparos a la hora de utilizar el nombre de Vietnam aun cuando, curiosamente, el origen de Iron Man, narrado en “Tales of Suspense” 39 (marzo 63) si acontecía explícitamente en ese país.

 

En cualquier caso, lo que peor ha envejecido y más chirría a la mentalidad del lector moderno son esos burdos tópicos relacionados con los villanos comunistas y la abierta propaganda política que lanza el Capitán América. Pero es que la historia, más allá de los breves chispazos iniciales de caracterización, está desarrollada de forma tosca y previsible… a excepción quizá del papel que juega en el desenlace la Bruja Escarlata. Aunque de primeras Lee y Heck la encajan en el rol de “damisela en peligro” a la que los héroes masculinos deben salvar (algo que le ocurría con molesta frecuencia a todas las féminas Marvel de la época, desde la Avispa a Sue Storm), es Wanda la que utiliza sus poderes hechiceros para derrotar al robot que había tumbado a todos sus compañeros (lo cual, por cierto, dice bien poco de ellos como “Los Héroes Más Poderosos de la Tierra, tal y como rezaba el lema de la colección).

 

Nos encontramos en los años más importantes para la consolidación del Universo Marvel como gran ficción épica entrelazada y dispersa a lo largo de una serie de títulos. Y entonces sucedió algo que cambiaría para siempre la Historia de los comics: el mundo más allá de la escuela y el instituto descubrió las maravillas del colorido universo Marvel.

 

Stan Lee empezó a recibir invitaciones para pronunciar conferencias en campus universitarios acerca de sus comics; y a la editorial llegaban cartas de lectores que mencionaban a Dostoievksky y Freud tanto como a Spiderman y al Doctor Extraño. En una época en la que la brecha entre el “Arte” y la cultura popular era amplia y a menudo infranqueable, Marvel comenzó a salvar ese abismo cuando consiguió que hablar de sus comics estuviera tan a la moda como disertar sobre Shakespeare o Dickens. Los estudiantes universitarios que recordaban la actitud irreverente de los viejos comics de la EC en los 50 o que tenían parientes más mayores que habían dejado ejemplares de esos clásicos en el baúl del sótano, entendieron la desenfadada y a menudo irreverente aproximación de Marvel la narración de historias, mezclando acción a raudales con angustia vital y rociándolo todo con un humor cercano y socarrón.

 

Los guiños de reconocimimento a las a veces absurdas convenciones propias de los comics fue una de las cosas que llamaron la atención de los lectores más maduros, convenciéndoles de que había algo más en los tebeos de esa compañía que tipos en pijama y peleas a puñetazos. Aparentemente reivindicados por artistas críticamente aclamados como Andy Warhol o Roy Lichtenstein, los lectores se cargaron de razones para afirmar que los comics de Marvel deberían figurar en las listas de lectura universitarias.

 

La aceptación generalizada de Marvel fuera del ghetto de la literatura infantil fue un avance de la conquista del arte popular que pronto llegaría, a niveles más prestigiosos, al pop art, un proceso que se completaría a finales del siglo XX. Por el momento, sin embargo, Lee no perdió tiempo en sacar provecho de la situación. El propietario de la compañía, Martin Goodman, le había dicho que se mantuviera atento a cualquier cambio en el ámbito de la cultura popular.

 

Lee reaccionó rápidamente a la hora de satisfacer las expectativas de los lectores más maduros. Hay tantos de vosotros, frenéticos fans, que tienen reparos en llamar a nuestras publicaciones “comics” que pensamos en inventar un nombre mejor”, declaraba Lee en el verano de 1965. “Y así, desde ahora, ya no estareis leyendo comic-books cuando cojaís nuestras pequeñas obras maestras!. En lugar de eso, será un “Libro de Arte Pop”!” Lee acompañó este anuncio (reproducido en la página de correo de todos los comics con fecha de portada agosto), con un cambio en el familiar sello de la editorial que se colocaba en la esquina superior izquierda de casi todas las colecciones: bajo la ilustración del protagonista de la serie en concreto, se añadían las palabras Marvel Pop Art Productions en una tipografía desenfada.

 

Esa leyenda permanecería en las portadas sólo durante unos meses… hasta que Lee, siempre algo disperso, dedicó su atención a otras cosas. No hay evidencia de que la nueva etiqueta conllevara cambio alguno en los comics. Y, desde luego, no en “Los Vengadores” nº 19 (agosto 1965), cuya portada, dibujada por Kirby, mostraba al Espadachín, un personaje con toda la pinta de haber nacido como idea conceptual tomando como modelos a Errol Flynn o Douglas Fairbanks. Las páginas interiores, desde luego, no podían calificarse como esa obra de arte de la que presumía Lee.

 

El terrorista internacional conocido como Espadachín intenta infiltrarse en la Mansión de los Vengadores para demostrar su valía y ser admitido como miembro. De esta forma, obtendría un pase de alta seguridad que le podrá ser útil para sus propósitos criminales. Su presencia es rápidamente detectada por el sistema de seguridad y aunque consigue plantar cara a Mercurio y la Bruja Escarlata, es finalmente derribado. El Capitán América descubre en los ordenadores el currículo criminal de este intruso justo cuando recupera la consciencia, cortocircuita el sistema eléctrico y escapa. El Capitán envía a los hermanos mutantes en su busca mientras él queda de guardia.

 

Cuando regresa Ojo de Halcón y le informa sobre el intruso, aquél revela que el Espadachín fue su idolatrado mentor durante el tiempo de su juventud que pasó en un circo. De este experto en armas, Barton aprendió todo lo que sabe del tiro con arco hasta que un día descubrió que su maestro estaba robando dinero al dueño, racionalizando su delito diciéndose a sí mismo que se lo merecía dado que era la estrella del espectáculo. Cuando el Espadachín no consiguió convencerle para ser su cómplice, le atacó y lo dejó por muerto.

 

Mientras tanto, en Washington, agentes de Hydra interceptan la mencionada carta que el Capitán América envió a Nick Furia solicitándole unirse a SHIELD. Llevan ya algún tiempo tratando de localizarle (tal y como se contaba también aquel mismo mes en “Strange Tales” nº 135, primera aparición oficial de Hydra en el Universo Marvel). Al comprobar que la misiva no contiene información relevante sobre el paradero de su objetivo, la tiran por la ventana sólo para que la encuentre a continuación un delincuente de poca monta. Éste se entera al poco de que el Espadachín ha ofrecido una recompensa por información que le facilite la captura de alguno de los Vengadores. Se cita con el Espadachín y le entrega la carta para que éste la responda haciéndose pasar por Furia y citando al Capitán en un almacén abandonado.

 

Al detener a una banda de ladrones durante una patrulla ordinaria, Ojo de Halcón se entera accidentalmente de la trampa que el Espadachín le ha tendido al Capitán, pero cuando llega a la Mansión para avisarle éste ya se ha marchado. Junto con Mercurio y la Bruja Escarlata, activan el rastreador que el Capitán lleva incorporado a su cinturón y siguen la señal hasta su paradero. Pero llegan tarde. El Espadachín había convertido el almacén en una gran trampa y tras un breve combate, consigue noquear a su víctima. Para cuando se presentan sus compañeros, se lo encuentran atado y arrodillado en el extremo de una plancha que sobresale de lo alto de un edificio en construcción. Con su espada en el cuello del Capitán, el Espadachín exige al trio restante de Vengadores que le nombren líder del grupo o su compañero morirá. Éste ordena a Ojo de Halcón, Mercurio y la Bruja escarlata que no se rindan, su vida no es importante; y a continuación se arroja él mismo al vacío para frustrar el chantaje del Espadachín.   

 

Quizá lo más interesante de este episodio sea el flashback en el que se narra el origen de Ojo de Halcón, un origen que contradice algo de lo que ya se había establecido sobre el personaje como villano reformado. Lo lógico hubiera sido presentarlo aquí como un cómplice del Espadachín, pero Lee y Heck decidieron hacer de el un pupilo desilusionado por su mentor, lo que le da un perfil algo más heroico.

 

Por otra parte, en el futuro y de nuevo recurriendo a la retrocontinuidad, Marvel le dio al Espadachín un origen algo menos villanesco. A esas alturas, el personaje había alcanzado cierto estatus de culto a tenor de lo que el guionista Steve Englehart hizo con él años después en la saga de la Madonna Celestial (nº 129-135, nov.74-mayo 75; y Giant Size Avengers 4, junio 75), después ya de haber sido admitido como miembro oficial del equipo. Así, en “Avengers Spotlight” nº 22 (sept. 89), se contaba en flashback que Jacques Duquesne, la verdadera identidad del Espadachín, había utilizado la espada de su ancestro, un superhéroe de la Primera Guerra Mundial llamado Caballero Carmesí, para ayudar a liberar la nación de Sin-Cong (ver el número anterior) de sus compatriotas, los colonos franceses. Esto le llevó a colaborar con Wong Chu (el villano relacionado con el origen de Iron Man), pero éste le traicionó. La desilusión subsiguiente le empujaría a una vida criminal.

 

Pero aparte de profundizar un poco más en el pasado de Ojo de Halcón, no se puede decir que este número rompa lo que venía siendo una mala racha para la colección en cuanto a la solidez de las historias. Los planes del Espadachín, tanto el inicial (irrumpir en la Mansión para hacerse con un carnet de Vengador) como el final (pretender que le nombren líder del grupo), son no ya inverosímiles sino ridículos. Las dos escenas de acción están tan torpemente concebidas como dibujadas. Por ejemplo, alguien como el Espadachín no hubiera sido de ninguna forma adversario para la velocidad de Mercurio, que lo podría haber desarmado en un abrir y cerrar de ojos; y en cuanto al combate entre el Capitán y el Espadachín, Don Heck no está ni mucho menos al nivel de Jack Kirby, que por entonces se encargaba de regalar todos los meses a los lectores intensas escenas de pelea en las aventuras del Capitán en solitario en “Tales of Suspense”.

 

Y luego están esos pequeños detalles, quizá menores, pero que hacen tambalear la inmersión del lector en la historia. Por ejemplo, que el Capitán América se indigne tanto por la pretensión del Espadachín por ser Vengador: “¿Y tuvo la osadía de intentar unirse a nuestras filas? ¡Se lo conoce en casi toda Europa como uno de los aventureros más peligrosos que existen!”. Parece haber olvidado que hacía muy poco aceptó aceptado en las filas del equipo a dos hermanos que ayudaron a Magneto a conquistar una pequeña nación y a un individuo que ayudó voluntariamente a una espía rusa (la Viuda Negra). O esa nueva demostración sexista de Stan Lee a la hora de poner palabras en la boca de sus heroínas: mientras lanza un hechizo al Espadachín, la Bruja Escarlata exclama enfadada: “¡En cuanto a la “última palabra”, eso es prerrogativa de las mujeres…como vas a ver!”.

 

(Continúa en la siguiente entrada


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