(Viene de la entrada anterior)
Tras los ovnis, los robots y los viajes en el tiempo de los dos álbumes anteriores, nuevo giro radical para el siguiente, “La Isla del Ultramundo” (1983), para el que Walthéry contará con guion de Marc Wasterlain y ayuda en los fondos de Will. El drama comienza a bordo de uno de los vuelos atendidos por Natacha y Walter, cuando un pirómano loco fuerza un amerizaje de emergencia en el oceáno Pacífico. El pasaje y la tripulación se ponen a salvo en los botes neumáticos, pero aquéllos quedan separados del resto por una ola y arrojados a una isla tropical desierta. Así que lo que se nos ofrece aquí, al menos en su primera parte, es una robinsonada, una historia de supervivencia.
El dúo protagonista, tras los primeros momentos de desconcierto y desolación, se organizan para obtener comida, fuego y refugio. Pasan los días, las semanas y los meses, cada uno de los náufragos alternando momentos de ánimo con otros de desesperación en los que necesitan del apoyo del otro. Deciden mantener su campamento en la playa, primero porque allí pueden conseguir fácilmente alimento del mar, y segundo, porque es el mejor sitio desde el que divisar un posible navío que pase por las cercanías. Pero también porque de la cercana selva llega de vez en cuando el rugido de un animal que no les inspira ninguna confianza.
Finalmente, deciden explorar una elevación rocosa que se alza en el centro de la isla y que podría servirles de faro natural, pero cuando escalan la cima hacen un inquietante descubrimiento. A partir de ese momento, la aventura se desliza hacia el thriller centrándose ya totalmente en la acción y el suspense cuando ambos son acosados por la misteriosa criatura.
A primera vista, lo que más llama la atención de esta entrega es el cambio en el aspecto de los personajes. Con el paso del tiempo y la vida a la intemperie haciendo mella en la ropa, ambos van teniendo una apariencia cada vez más andrajosa, salvaje. Bueno, esto es más cierto en el caso de Walter, cuya barba descuidada le acaba dando la fachada de un neanderthal desnutrido. Natacha, en cambio, con su asilvestrada melena rubia, luce aún más espléndida que antes. Walthéry satisface a sus lectores masculinos –y probablemente a sí mismo- recreándose en ella, resaltando sus encantos cubiertos por la poca ropa que obligan las circunstancias. Eso sí, siempre y como de costumbre, transmitiendo un erotismo muy suave retratado con una gran elegancia.
Sin embargo, no esa transformación física de los personajes lo que quizá sea más relevante de “La Isla del Ultramundo”. Si este es uno de los álbumes más peculiares de la colección es por otras razones. En primer lugar, por su tema y por el reducido espacio físico en el que se desarrolla la acción. Pero también por el dilatado marco temporal de la misma: y es que Natacha y Walter sobreviven en la isla nada menos que dos años (aunque el autor, con tal de hacer un gag final, traiciona esa medida temporal al introducir de vuelta al pirómano loco del comienzo). Tanto tiempo, inevitablemente, genera intimidad. Dado el público habitual de esta serie y la revista en que se serializaba, esa cercanía no podía representarse como algo físico (aunque Walter sí deja caer la posibilidad de tener un bebé…).
Ahora bien, siendo ellos los únicos seres humanos de la historia y estando obligados a convivir tanto tiempo juntos, está claro que ambos terminarán conociéndose mejor que ninguna otra persona. Su interacción a la hora de afrontar los desafíos de la aventura es algo central en la historia y guion y dibujo lo retratan con mucho acierto: el apoyo mutuo, el consuelo, la burla y la desconfianza hacia las habilidades del otro, la irritación y la gratitud, la caída en la rutina, la condescendencia,..
Para los siguientes dos álbumes, que conforman una sola historia, Walthéry, con un guión de Mitteï, nos ofrece una aventura de claras reminiscencias vernianas. “La Gran Apuesta” (1985) comienza con el reencuentro de Natacha y Walter tras su larga estancia en la isla. La compañía aérea les ha concedido un permiso de tres meses antes de reincorporarse y en todo ese tiempo no han sabido nada el uno del otro. Natacha se ha dejado el pelo largo y Walter luce un aire bohemio con barba y perilla. Ambos deciden ponerse al día tomando un aperitivo en un bar de su ciudad (que, aunque no se menciona, es Lieja). Y entonces, la narración se divide en dos planos.
Por una parte, Natacha y Walter rememoran en la actualidad una gran aventura que compartieron sus respectivos abuelos y que años después contaron a sus nietos. Recordemos que en “La Azafata y la Mona Lisa” ya nos habían desvelado cómo se conocieron sus antepasados, que eran básicamente los mismos Natacha y Walter del presente –incluida su complicada dinámica interpersonal- aunque con sus propias y vidas y familia. Dado que cada uno de ellos vivió la peripecia de una forma diferente, contó por tanto una versión algo distinta a su respectivo descendiente y ahora son éstos los que, con el testimonio de su compañero/a van completando los huecos del relato.
El grueso de la narración transcurre, por tanto, en 1930. La mala cabeza de Walter unida a su afición a la bebida, le lleva a hacer una arriesgada apuesta: volar alrededor del mundo en su avión en un plazo de 40 días. Por una desafortunada casualidad y a raíz de un aterrizaje forzoso para repostar en la campiña inglesa, acaba llevándose consigo a Natacha. Aunque ésta de ninguna manera quiere embarcarse en un proyecto tan arriesgado, los plazos con los que juega Walter y el itinerario que debe respetar son tan estrictos que no tiene previsto volver a aterrizar hasta Islandia. Así que Natacha tiene que resignarse a acompañarle y, de paso, toma lecciones de vuelo sobre la marcha, lo que la convierte en copiloto y valiosa ayuda para su compañero de viaje cuando éste caiga presa de la fatiga.
La ambientación de esta aventura en el pasado le permite a Walthéry no sólo dibujar aviones de época y ciudades de lo más variopinto tal y como fueron medio siglo atrás, sino recalentar ciertos tópicos “pulp” (como el de las tribus de nativos peligrosos que someten a pruebas a los hombres blancos) sin que resulten del todo anacrónicos.
El referente más inmediato de “La Gran Apuesta” y su continuación, “Los Calzones de Hierro” (1986) es, claro, “La Vuelta al Mundo en 80 Días” (1873), de Julio Verne. Pero eso es solo una parte, y no la más importante, que sustenta la historia. Y es que los años 30 fueron la última etapa de la era de los pioneros de la aviación. La tecnología aeronáutica estaba experimentando continuos avances y los pilotos veteranos de la Primera Guerra Mundial se ganaban la vida realizando arriesgadas acrobacias en ferias, exhibiciones y campeonatos por todo Estados Unidos. Las carreras impulsaron nuevos desarrollos en diseños aerodinámicos, navegación y motores y los pilotos, animados por la perspectiva de fama y sustanciosos premios, arriesgaban sus vidas tratando de batir nuevos records ya fuera de velocidad o distancia. Todos estos avances, a su vez, favorecieron el transporte aéreo regular tanto de pasajeros como de correo postal (que es el oficio que desempeña el abuelo Walter).
En 1924, un grupo de cuatro aviadores norteamericanos completaron la primera vuelta al mundo. Les costó 175 días. Y aquí tenemos, seis años después, a Walter tratando de hacer la misma gesta, pero en 135 días menos y contando con bastante menos sentido común. A lo largo de estos dos álbumes se mezclan los gags y situaciones claramente implausibles con un muestrario de auténticos peligros a los que tenían que enfrentarse los pilotos en una época en la que la tecnología y las infraestructuras aeronáuticas estaban aún en pañales: ventiscas que cubrían de hielo las alas del avión y le hacían perder altitud; congelación de las extremidades de los pilotos por falta de calefacción en cabina; tormentas eléctricas que inutilizaban los instrumentos de navegación; desvíos forzosos que agotaban el combustible; aterrizajes en lugares no acondicionados; el cruce de grandes cadenas montañosas afrontando difíciles condiciones meteorológicas; el cansancio…
El viaje les llevará a través de Escocia, Islandia, Groenlandia, Canadá, Nueva Orleans (donde un emocionado Walter conoce a su idolo Louis Armstrong), Nueva York, el Amazonas, los Andes, las islas del Pacífico, Sri Lanka, la India, los desiertos africanos, Roma y, finalmente, Bélgica. En todos estos lugares correrán peripecias más o menos largas, de más o menos interés y casi siempre con un componente humorístico, desde ataques de tribus indígenas hasta desencuentros con monjes budistas, polizones, despegues imposibles, guerras civiles… Un duo de álbumes, en definitiva, tan bien dibujado como de costumbre pero con un tono más tradicional.
“Nómadas del Cielo” (1988), con guion de Raoul Cauvin, es una extravagancia algo insustancial pero divertida. Claramente, la primera parte, diez planchas, son una historia independiente, un gag alargado en el que dos espías que no se conocen acuerdan realizar un intercambio a bordo del vuelo que atiende Natacha y Walter. El problema es que también viaja un grupo de discapacitados mentales al que el hospital psiquiátrico manda de vacaciones. El resultado es un pandemónium hilarante que deja a todo el mundo, pasaje y tripulación, completamente exhausto.
Enlazando con el final de esta introducción que funciona como narración independiente, comienza lo que será el resto de la historia y que tiene que ver con el secuestro de Natacha, Walter, el comandante Turbo y el navegante, para servir de tripulación en el 747 propiedad privada de un dictador derrocado. Dado que ningún país le ofrece cobijo, se ve obligado a ir saltando de aeropuerto en aeropuerto, deteniéndose el tiempo justo para repostar y reavituallarse. El aburrido tirano, ha acondicionado el enorme avión para que le brinde las más variadas y estrafalarias diversiones posibles durante los largos vuelos, desde pistas de equitación a campos de golf pasando por paisajes campestres, obligando a Natacha y Walter a acompañarle en estas excentricidades. La heroína y sus amigos se quedan tan atrapados a bordo como el resto del séquito del dictador, dado que las autoridades de todos los países en los que recalan los identifican como parte del mismo y no les dejan huir.
Por otra parte, merece la pena destacar que no existe aquí un villano propiamente dicho. El dictador es una figura patética condenada a vivir una existencia nómada que intenta paliar su melancolía con fantasías prefabricadas, que se esfuerza por agradar –sin éxito- a los países en los que recala y que en ningún momento trata mal a los protagonistas –si no se tiene en cuenta su secuestro, claro-. Es más, se indica que su desgracia no es tanto consecuencia de los crímenes que pudiera haber cometido en su país como de tejemanejes geopolíticos: “¡Oh! Mi historia es muy sencilla señorita. Soy lo que se llama un dictador fracasado. Me echaron de mi país y no tengo ninguna esperanza de poder volver algún día… intenté una experiencia democrática y eso desagradó a algunas potencias muy poderosas…”.
“Nómadas del Cielo” es, como la descripción del argumento deja claro, una fantasía implausible pero muy entretenida y que vuelve a confirmar el propósito de Walthéry de no estancar la serie en una fórmula o tono determinados. Al elegir para cada nuevo álbum un guionista diferente, consigue evitar el anquilosamiento en el que suelen caer los binomios creadores tras muchos años trabajando juntos.
Este álbum marcó también un punto de inflexión para Walthéry. Y es que, a partir de ese momento, el autor y su personaje, Natacha, abandonarían Dupuis, la editorial que había sido su “casa” desde hacía casi 20 años. El problema surgió cuando Dupuis fue adquirida en 1985, por un conglomerado formado por el holding Groupe Bruxelles Lambert y los grupos editoriales Hachette y Éditions Mondiales. Lo que durante décadas había sido una empresa familiar, paternalista, buena conocedora de sus autores y personajes y en la que aquéllos podían encontrar un ambiente propicio a la colaboración, pasó a ser una compañía gestionada por ejecutivos distantes preocupados exclusivamente por la gestión y los beneficios.
Desde hacía mucho tiempo, los autores de Dupuis firmaban contratos de cinco años con la editorial. Seis meses antes de su vencimiento, negociaban con la dirección su prórroga y las nuevas condiciones. Así que, en 1986, cumpliendo los plazos habituales, Walthéry hace exactamente eso. Pero se topa con un ejecutivo que, sin comprender lo que quiere el autor, se limita a comunicarle que no requieren por el momento de sus servicios puesto que tienen suficiente material para ir tirando. Lo que este individuo ignoraba era que en Dupuis, eran los autores los propietarios de sus personajes y series, no la editorial. “Spirou” acababa de perder a uno de sus personajes estrella, “Natacha”.
Porque nada más salir de aquella frustrante reunión, Walthéry se encuentra con Franquin y ambos se toman un café. Franquin, enterado de la situación, le invita a una reunión aquella misma noche a su casa y allí le presenta a Jean-François Moyersoen, un editor entusiasta que había convencido a Franquin para poner en marcha Marsu Productions, a través de la cual se editarían las aventuras del Marsupilami (personaje del que sí había conservado los derechos Franquin cuando abandonó la serie “Spirou y Fantasio”). Apoyado en el prestigio y fama del autor, Moyersoen llegó a un acuerdo muy favorable con Dargaud para distribuir los álbumes del gracioso animalito (que, en principio, iban a estar realizados por Greg y Batem).
Walthéry no tardó nada en decidirse: “Natacha” había encontrado un nuevo hogar y él un contrato mucho más sustancioso que el que tenía con Dupuis. Terminó “Los Nómadas del Cielo” para cumplir el acuerdo con su ya antigua editorial pero a partir del siguiente álbum, “El Fabricante de Espejismos” (1989), las aventuras de la azafata ya no aparecerían serializadas en “Spirou” sino publicadas directamente en álbum.
(Sigue en la próxima entrada)
Como siempre, excelente revisión y crítica. El álbum de La Isla del Ultramundo siempre fue una especie de santo grial y rara avis para mí, al no haberse publicado en España hasta mucho después. En ningún otro álbum está Natacha tan sensual como aquí y, como dices, esa idea de un periodo largo de aislamiento con Walter era perturbador y deseado por todos los adolescentes que usábamos a este último como avatar nuestro. El deseo de comprar el álbum se complicó aún más al creer que existía una versión "sin censura". En realidad no hay tal, sino unas pocas páginas, con una Natacha exponiendo algunos de sus encantos en una ensoñación de Walter, para un álbum especial de los 80 de parodias en que los propios autores de BD presentaban historias más picantes de sus personajes. Te lo recomiendo como curiosidad.
ResponderEliminarLas otras historias, como comentas, alguna irregular pero siempre disfrutables
Interesante aportación. Sí, conocía el álbum de parodias, además es fácil encontrar esos dibujetes por internet... Un saludo
Eliminar