22 sept 2018
1987-LOS VENGADORES: EMPERADOR MUERTE – David Michelinie y Bob Hall
Cuando Marvel lanzó su línea de Novelas Gráficas a comienzos de los ochenta, aquellos álbumes de buen papel, mayores dimensiones que un comic-book normal y colores muy cuidados, eran para los fans un acontecimiento. Sus equipos creativos las abordaron con ambición de hacer algo especial o, al menos, superior a las colecciones regulares de la editorial, tanto en el plano artístico como en los temas que se abordaban. Pero para cuando salió a la venta “Emperador Muerte”, el empuje inicial se había disuelto y estas novelas gráficas eran poco más o menos equivalentes a un Anual, al menos en lo que a su ejecución se refiere.
La premisa de la historia es, desde luego, interesante. El Doctor Muerte, uno de los principales villanos del Universo Marvel, aspirante eterno a conquistador mundial y tirano de la imaginaria nación europea de Latveria, aprisiona al Hombre Púrpura, capaz de convertir en esclavo a quien esté a su alcance, y magnifica sus poderes a nivel planetario mediante una especie de lente. Así, toda la población terrestre cae bajo su influjo y lo acepta como su amado e indiscutido líder, incluidos los Vengadores de las dos divisiones, la Costa Este y la Oeste. Pero he aquí que el Hombre Maravilla, que había permanecido en una suerte de animación suspendida como parte de un experimento de Tony Stark, despierta un mes después. Su particular metabolismo le hace inmune a la influencia de Muerte y consigue escapar. Con el tiempo, hace que sus compañeros vengadores recobren sus respectivas voluntades y juntos salen a enfrentarse al dictador en la isla del Caribe donde mantiene cautivo al Hombre Púrpura.
Como decía, una buena idea que apunta a dilemas éticos merecedores de un desarrollo en profundidad (no en van , como cocreador colaboró, además de Jim Shooter, Mark Gruenwald, guionista que había abordado temas similares de forma mucho más adulta en la miniserie “El Escuadrón Supremo” (1985-86)). Porque resulta que, pese a lo que podría pensarse, Muerte demuestra ser un gobernante bastante competente. Las hostilidades bélicas entre países desaparecen, el problema del hambre entra en vías de solución y la economía mejora. Lo único que exige Muerte a cambio de esa nueva edad de paz y prosperidad es obediencia absoluta.
En puridad, la premisa de esta novela gráfica no era exactamente nueva. En el número 247 de “Los Cuatro Fantásticos” (octubre 82), John Byrne había sorprendido a todos los lectores al revelar el cariño que el pueblo de Latveria sentía por su monarca, al que el resto del mundo consideraba sólo como un cruel tirano. Muerte había proporcionado a Latveria seguridad y confort económico a cambio “sólo” de renunciar a algunos derechos civiles que muchos de sus súbditos no ejercerían nunca de todas formas. Michelinie recupera y amplía la escala de esa historia, apuntando otra vez al viejo pero todavía relevante debate de “libertad versus prosperidad/seguridad”… y digo “apunta” porque no llega más allá. A pesar de que las Novelas Gráficas Marvel se crearon precisamente para abordar temas más complejos de lo que las colecciones regulares permitían (ahí está, por ejemplo, “X-Men: Dios Ama, el Hombre Mata”, Michelinie nunca entra a examinar tal disyuntiva en profundidad. Por ejemplo, habría sido interesante preguntarse si las democracias modernas realmente dejan libertad al ciudadano –por no hablar de países desgarrados por la guerra, cuyos ciudadanos tienen poco que decir-. A la hora de la verdad y si pudieran tomar esa decisión, ¿cuánta gente elegiría la libertad y la incertidumbre material en lugar del recorte de derechos y la seguridad económica? El guión no llega a profundizar en ninguna de estas cuestiones y desaprovecha la prometedora premisa en un desarrollo simplón, blando y poco valiente.
El guión además comete un grave pecado narrativo: contar tres veces la misma historia. En primer lugar, nos dice cómo Muerte prepara y ejecuta sus planes de dominación mundial. A continuación, el Hombre Maravilla se despierta y, confuso ante la nueva situación y el comportamiento de sus compañeros, ha de averiguar por sí mismo –acompañado por el lector- lo que ocurre…todo lo cual ya sabemos porque se nos acaba de mostrar así que no hay ninguna sorpresa. Y, por último, se inserta una plancha-flashback en la que Maravilla examina los archivos y grabaciones y se da cuenta de lo que ha pasado…lo cual, una vez más, también sabíamos ya.
Es cierto que el comic se lee fácilmente gracias a un ritmo muy ágil, pero puede que ese sea precisamente parte del problema. Michelinie apresura los acontecimientos en una historia que en justicia necesitaría más páginas para poder apuntalar los conceptos que sólo se limita a sugerir. Se trata de una aventura de 62 páginas que o bien podría haberse contado en la mitad de esa extensión o bien debería haber recibido un tratamiento más generoso, quizá un crossover o una saga dentro de la colección regular de los Vengadores.
Además, hay aspectos de la historia que están muy mal explicados, como por qué Muerte decide llevar a cabo este plan –que al fin y al cabo no parece técnicamente muy complicado en relación a otros intentos anteriores por su parte- justo ahora; por no hablar de la infame “explicación” acerca de cómo el poder del Hombre Púrpura, que se basa en las feromonas, puede ser extendido por todo el globo terrestre. El desarrollo argumental no es tampoco nada original: el héroe, en este caso el Hombre Maravilla, enfrentado en solitario a un mundo que le persigue, no teniendo más remedio que huir y ocultarse bajo un disfraz antes de que, a punto de rendirse, encuentre a alguien que le inspire para seguir luchando y reúna por fin a sus aliados para presentar una batalla desesperada. El recurso de hibernar al Hombre Maravilla justo antes de que empiece el jaleo para luego recuperarlo es demasiado conveniente. En fin, nada nuevo.
Da la impresión de que Michelinie no se estaba tomando muy en serio este trabajo, o, al menos, con la seriedad con la que debería abordarse una historia supuestamente más densa que las de la colección regular. Toda la aventura tiene un tono ligero y colorista, sin la tensión ni el suspense que una situación tan extrema y apurada como la que se plantea debería causar. Ni siquiera las escenas de acción son particularmente destacables, con la consabida intrusión de los héroes en la superbase secreta del villano, la apurada victoria y la huída de éste en el último momento. El final es también decepcionante e incoherente, con los Vengadores dejando marchar a Namor después de la que ha ayudado a liar en el planeta entero y luego preguntándose sin mucho convencimiento–a excepción del Capitán América, claro- si han hecho lo correcto destronando a Muerte.
Imagino que muchos lectores compraron este comic para disfrutar con sus personajes favoritos reunidos, pero precisamente ese es otro problema. A pesar de haberlos escrito anteriormente (en la propia serie de los Vengadores y como destacado guionista de la colección de “Iron Man”) David Michelinie no consigue captar el tono de los protagonistas, al menos tal y como en ese momento estaban definidos. Tony Stark, por ejemplo, parece a veces un hipster simplón y ni el Capitán América, ni la Avispa ni Ojo de Halcón tienen momentos verdaderamente destacables. Ultrón, uno de los villanos más temibles del Universo Marvel, es reducido por Namor en solitario en tan sólo cinco viñetas. Tampoco se explica adecuadamente por qué el Hombre Submarino decide -otra vez- aliarse con Muerte teniendo en cuenta los nefastos resultados que han cosechado sus pasadas asociaciones y lo poco de fiar que es su socio. El propio Namor actúa como sicario de Muerte de una forma forzada, poco convincente. Habida cuenta de su tradicional orgullo y férrea voluntad, ¿cómo es posible que se rebaje a servir de matón?
Y luego está el propio Muerte, más estúpido aquí que en otras muchas ocasiones: permite que los héroes le derroten porque ha descubierto que le aburre gobernar el mundo y que lo que realmente le motivaba era la lucha por obtenerlo. Primero, esos remilgos no parecen muy coherentes con el hecho de que ya era –y desde hacía tiempo- el gobernante de Latveria y que, suponemos, está acostumbrado a lidiar con los aspectos menos reconfortantes de la administración del Estado. Y, segundo, tras haber sometido las mentes de miles de millones de personas y erradicado la guerra, el hambre y el crimen, ¿no puede obligar a alguien a que le haga el papeleo? Quizá la cosa hubiera funcionado mejor con otro villano ajeno al poder a esa escala y que, efectivamente, tras alcanzarlo, descubriera que daba más dolores de cabeza que satisfacciones.
Aún más, ¿no ha aprendido nada Muerte tras esta experiencia? ¿No se ha dado cuenta de que en realidad no quiere gobernar el mundo, que sus ambiciones eran erróneas y que el objetivo hacia el que había enfocado toda su vida, con el que había soñado y por el que se había esforzado tanto, no le llenaba? Esta historia debería haber cambiado radicalmente la naturaleza del personaje para siempre, pero no fue así. Es una especie de rareza, quizá pensada para la colección regular pero desviada finalmente a la categoría de Novela Gráfica para emplazarla al margen de la continuidad oficial Marvel. De hecho, todo suena aquí a material reciclado, como si originalmente se hubiera concebido como aventura en dos partes de la colección regular “Los Vengadores Costa Oeste” (que, al final, son los que más papel tienen), como parece indicar esa página flashback de que hablaba más arriba, colocada en la segunda mitad del comic; un recurso muy utilizado en las series mensuales de la época para recordar a los lectores los eventos pasados.
El dibujo y el entintado (a excepción de los fondos, que los realiza Keith Williams) corre a cargo de Bob Hall, quien se había encargado esporádicamente del dibujo de la serie regular de los Vengadores por aquellos años además de cocrear con Roger Stern los Vengadores Costa Oeste en 1984 y dibujar la mentada miniserie de “El Escuadrón Supremo”. Su estilo aquí es una mezcla descafeinada de Neal Adams y Walt Simonson con toques de Bill Sienkiewicz: las figuras elegantes y vigorosas de caras alargadas de Adams pero sin su fluidez, dibujadas en cambio con la línea rota propia de Simonson. Hall nunca fue un primera espada sino alguien del pelotón, no exactamente un mediocre pero tampoco alguien que llame la atención. Y aquí no hace nada para cambiar dicha apreciación. El resultado podría ser peor, pero sus páginas no hacen nada por añadir algo de personalidad, calor o humanidad a estos superhéroes.
En resumen, no puedo decir que “Vengaores: Emperador Muerte” sea un completo fracaso, pero tampoco es algo destacable ni digno de un formato más lujoso que el de las colecciones regulares. A pesar del potencial de su premisa, le falta ambición en su desarrollo, caracterización y profundidad emocional.
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