29 ago 2018
1986- MAUS – Art Spiegelman
Desde su primera publicación en 1986, “Maus” ha alcanzado una celebridad y proyección que pocos comics han igualado. Y, sin embargo, es una obra de la que no resulta fácil hablar sin resultar reiterativo tal es la cantidad de artículos, estudios e incluso libros enteros que se han dedicado a analizarlo con todo detalle (como, por ejemplo, el exhaustivo “Metamaus”). Por ello y a pesar de su magnitud, me limitaré a esbozar los rasgos generales de la obra, aportando una concisa información que pueda servir de orientación a quien todavía no lo conozca para decidir si podría o no interesarle. Los que sí lo hayan leído, como he dicho, tienen abundante material que les servirá para profundizar en todos sus aspectos, narrativos, gráficos e históricos.
De “Maus”, como he indicado, se ha escrito mucho y muchas tonterías. Por ejemplo, por parte de no pocos críticos literarios que, incapaces de sobreponerse a sus prejuicios, ignorancia y desprecio hacia un formato mixto como es el tebo, se negaban a llamar a la obra por lo que era: un comic. De ahí el término “Novela Gráfica”, un intento de admitir la calidad de la historia eludiendo al mimo tiempo el término “tebeo” o “comic”, que el vulgo –y aquí incluyo a la autonombrada élite intelectual- asociaba solamente con tiras humorísticas o entretenimiento ligero para niños y mentes poco cultivadas en general. Pues no, mal que les pese, “Maus” es un comic con todas las de la ley, heredero, continuador y culminación del tebeo underground de los sesenta.
Por otra parte y contrariamente a lo que han afirmado muchos articulistas, o bien mal informados o bien intencionadamente tendenciosos, “Maus” no es una historia visual del Holocausto. Se trata en primer lugar de una saga familiar en la que, sí, el Holocausto juega un papel importante como no podía ser de otra manera habida cuenta de la nacionalidad y marco temporal de los personajes. Pero aunque de fondo hay un exhaustivo trabajo de documentación, el foco se mantiene siempre en las personas, en cómo ese horrendo momento de la historia mundial afectó en primer lugar a los dos protagonistas, Vladek y Anja Spiegelman, y, muchos años después, tuvo también consecuencias sobre su hijo, Art, nacido en el exilio en Estocolmo y emigrado a Estados con tan solo tres años, en 1951.
A los doce años, el joven Art ya empezó a dibujar inspirándose en comics como “Mad”. En el instituto, ya ganaba dinero con sus trabajos gráficos y con el idealismo propio de su juventud respecto a lo que debía hacer con su arte incluso se permitió rechazar la oferta de un syndicate que le había propuesto hacer una tira de prensa. Simultaneó sus estudios artísticos con trabajos profesionales que le garantizaban unos ingresos regulares y en 1966 empezó a vender por las calles de Nueva York comics underground realizados por él mismo.
Tras recuperarse de un colapso nervioso que le llevó a un sanatorio mental (según él mismo admitió, consumía demasiado LSD), su madre se suicida en 1968, lo que le llevó a alejarse de la costa este y mudarse a San Francisco, donde en 1972 empezó a abrirse camino en el mundo del comic underground más introspectivo. Al recibir un encargo de la revista “Funny Animals” para entregar una historieta de tres páginas, Spiegelman se atrevió a recuperar una auténtica bomba emocional para él: las experiencias de sus padres en el Holocausto. Dibujó el comic pero sintió que le quedaba mucho por contar y años más tarde, cuando regresó a Nueva York, cogió una grabadora y fue a visitar a su padre, Vladek que vivía en el barrio de Queens (su madre se había suicidado en 1968), con la intención de registrar oralmente las vivencias de éste en la Europa de treinta años atrás.
El comic fue apareciendo por entregas en la revista de cadencia bianual “RAW”, publicación lanzada en 1980 por Spiegelman y su editora y esposa, Francoise Mouly en la que trataba de conjugarse la vanguardia norteamericana con la europea. Lo que en principio el autor pensó iba a ser un trabajo de dos años, acabó convirtiéndose en una obra que le llevó trece desde su concepción hasta su finalización. Tal fue la tensión creativa y emocional que le supuso que entre capítulo y capítulo aceptaba encargos menos exigentes. No fue un comic fácil de hacer. En la época anterior a Intenet, Spiegelman dependía de la colección de panfletos y documentos de sus padres y escritos por otros supervivientes, recuerdos familiares, la memoria de Vladek y visitas a Polonia para documentarse.
Tras cinco años de serialización en “RAW”, Spiegelman envió la obra ya completa a diversos editores, pero la respuesta fue todo menos entusiasta. Hasta que en 1985 un artículo laudatorio del prestigioso crítico de arte Ken Tucker en el New York Times hizo que comentaristas y editores empezaran a ver “Maus” con otros ojos. Y la respuesta no se hizo esperar. En 1986, Pantheon lanzó un primer volumen con gran éxito. En 1992, apareció el segundo y último volumen.
En el corazón de la historia se encuentra la difícil relación entre Art Spiegelman y su padre, Vladek, un judío superviviente del campo de Auschwitz, un hombre atormentado, obsesivo, dependiente y de difícil carácter al que conocemos en dos momentos de su vida en dos mundos muy diferentes: la actualidad (la de entonces, los años setenta del pasado siglo), en la que vive jubilado en su casa de Nueva York; y la Polonia ocupada de los años cuarenta. El comic está contado como una especie de autobiografía de Art en lo que se refiere a la relación con su padre (y la angustia personal y artística que le genera trasladar esas vivencias a las viñetas); y dentro de ese marco se incluye la biografía de sus padres, en base a entrevistas en las que Vladek le cuenta a regañadientes su vida: su juventud como polaco judío y burgués acomodado; el encuentro con la que sería su esposa, Anja; su corta carrera como soldado conscripto en las filas polacas a comienzos de la Segunda Guerra Mundial; la huida de su familia de las persecuciones nazis; la muerte de su primer hijo; los sufrimientos que atravesaron por separado Vladek y Anja en diferentes campos de concentración; su liberación y feliz reencuentro. Vladek sobrevive al horror gracias a una mezcla de astucia, suerte y voluntad indomable. Físicamente robusto, consiguió ir trampeando y engañando, haciéndose pasar por hojalatero o zapatero para que los nazis no lo enviaran a las fatídicas duchas. Cada día en el infierno de Auschwithz y Dachau exigía un talento especial para sobornar y negociar.
Una de las primeras cosas que chocan a quien se aproxima a este comic es la decisión de Spiegelman de representar metafóricamente a ciertas nacionalidades o etnias con especies animales: los judíos son ratones, los alemanes son gatos, los polacos son cerdos, los americanos perros y los franceses ranas… es una estrategia ya muy ampliamente utilizada en la literatura ( “Rebelión en la Granja” de George Orwell) y el comic (el pato Donald de Carl Barks) pero, en este caso y debido al tema a tratar, arriesgada por cuanto supone un reduccionismo cuando menos polémico. Esto es, si los alemanes son gatos y éstos se comen a los ratones, ¿no implica que todos los alemanes son iguales y que, además, hacen lo que al fin y al cabo han nacido para hacer? Pero a este argumento puede dársele la vuelta porque, después de todo, el comic adopta y subvierte precisamente el punto de vista de los que entonces tenían el poder en Alemania: un mundo dividido en rígidas categorías según la nacionalidad o la raza (la propia propaganda nazi caricaturizaba a los judíos como ratones en su acepción de plaga pestífera).
En cualquier caso y conforme avanza la historia, Spiegelman consigue trascender esa categorización y hacer que sus personajes sean personas, independientemente de su aspecto externo; personas capaces de todo lo bueno y todo lo malo. De entre el extensísimo reparto, el mejor ejemplo de ello es el propio Vladek. Es un anciano gruñón, intratable e incluso (aunque pueda sorprender) racista, pero al mismo tiempo no podemos sino admirar su honradez, su determinación y el amor que supo mantener vivo durante los años de persecución y cautiverio. Las mismas cualidades que le permitieron sobrevivir le han convertido en alguien con quien resulta difícil convivir. En este sentido, Art Spiegelman no sólo realiza una excelente labor de caracterización sino que demuestra una gran valentía y sinceridad. Su padre no aparece retratado en ningún momento como un héroe sino como un anciano exasperante que, en el fondo, no ha conseguido superar la experiencia del campo de concentración. Tampoco hay espíritu victimista aquí. Sencillamente, refleja una realidad psicológica: los traumas vividos entonces han hecho de Vladek, ya en su senectud, una persona innecesariamente frugal, manipuladora e incapaz de relajarse. La propia historia nos irá dando pistas de por qué se ha convertido en lo que es y por qué es incapaz de convivir con su hijo y con su segunda esposa.
La utilización de animales antropomorfos tiene además otras ventajas: la fácil identificación y empatía del lector no familiarizado con el lenguaje del comic; y el poder describir hechos horribles que plasmados en un estilo naturalista resultarían de difícil digestión para el lector. Así, se conserva la esencia de las experiencias de Vladek pero sin caer en lo excesivamente explícito.
El blanco y negro y las líneas gruesas, remiten a las xilografías de Frans Masereel en los años veinte o incluso a tradiciones gráficas anteriores, como los grabados en madera de Holbein o Durero. Es un estilo minimalista –que recuerda al “Krazy Kat” de George Herriman, por ejemplo- y engañosamente sencillo, porque Spiegelman experimentó en “Maus” diferentes aproximaciones gráficas y cada página experimentó múltiples evoluciones en busca de la máxima claridad, impacto y fluidez.
“Maus” fue el primer comic en ganar un premio Pulitzer (en 1992, tras la aparición del segundo volumen) y fue alabado, ya lo dije al inicio, como la culminación del camino afanosamente iniciado por los tebeos underground en los sesenta. Aún más importante, allanó el camino en los países anglosajones, tanto para la crítica como para el público generalista, al reconocimiento del tebeo como una forma perfectamente legítima para contar todo tipo de historias “serias”. El formato de comic adulto, en edición lujosa y venta en librerías, se convirtió en habitual y las editoriales empezaron a mirar con ojos muy diferentes a las viñetas. No fue una transformación inmediata, claro. Durante años, “Maus” seguiría siendo un oasis en el desierto pero poco a poco, tomándolo como referente, surgirían en los años siguientes y hasta la actualidad innumerables comics autobiográficos más o menos introspectivos. Autores de renombre internacional como Chris Ware o Jeff Smith han afirmado sentirse inspirados por este comic. Por supuesto y siempre que hay judíos y el Holocausto de por medio, hubo quien expresó su disgusto. Con ocasión de la edición del libro en Alemania un periodista le preguntó a Spiegelman si no pensaba que hacer un comic sobre Auschwitz era de mal gusto; a lo que el autor respondió brillantemente que lo que era de mal gusto era el propio Auschwitz.
Spiegelman jamás pensó mientras realizaba “Maus” que estaba creando algo trascendental para el mundo del comic, sino que se limitaba a documentar las vivencias de su padre durante la guerra y cómo éstas habían llegado a él, una persona atormentada por el suicidio de su madre y su incapacidad para llevarse bien con su progenitor superviviente. Sin embargo, hoy está considerada como una obra maestra del comic y con razón. La historia, el dibujo o el tono pueden gustar más o menos según la sensibilidad e intereses de cada cual, pero de lo que no cabe duda es de que se trata de una obra perfectamente meditada y ejecutada, que utiliza múltiples recursos propios del medio gráfico, sincera, conmovedora, compleja, con personajes muy bien delineados y que anima a reflexionar sobre múltiples temas tanto de carácter histórico como moral. Y como toda gran obra, puede abordarse de diferente manera: como crónica de una época y un lugar concretos, como thriller claustrofóbico, como drama familiar que se desarrolla en dos tiempos distintos, como estudio de la capacidad de supervivencia del ser humano y como ejercicio narrativo y estilístico a la hora de trasladar la vida real a la página impresa.
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