31 jul 2018
1996- FAX DESDE SARAJEVO – Joe Kubert
En marzo de 1992, Ervin Rustemagic, un ilustrador, editor y representante de artistas de comic europeo muy bien considerado en el gremio, envió un fax desde su oficina en Holanda al hogar de Joe Kubert en Nueva Jersey informándole de sus planes para regresar a su hogar en Sarajevo, donde tenía la oficina principal de su agencia, Strip Art Features, a pesar de la incierta situación política de Bosnia. Tenía entonces cuarenta años y su familia, compuesta por su esposa Edina, su hijo Edvin y su hija Maja, era musulmana, aunque éste era más bien su origen étnico-cultural porque no eran practicantes y, de hecho, Rustemagic se definía como “no religioso”. Su etnia jamás había sido un problema en una urbe tan abierta y multicultural como Saravejo. Pero todo cambia cuando los serbios cercan la ciudad, la aíslan completamente del exterior y la someten durante meses y meses a fuego de artillería, disparos indiscriminados de francotiradores y vuelos rasantes de cazas que reventaban todos los cristales de los edificios.
Ervin lo perdió todo menos su familia. Su oficina fue destruida y de la noche a la mañana su vivienda quedó arrasada por un tanque que sistemáticamente disparó a todos los inmuebles del barrio hasta reducirlos a escombros. Encontraron refugio en un edificio en ruinas y durante los siguientes dos años y medio su único lazo con el exterior de la ciudad fue el fax, primero el de su oficina y cuando ésta quedó arrasada, los que fue encontrando aquí y allá. A través de este enlace envió mensajes a sus numerosos y fieles amigos y clientes que residían bien en otros países europeos, bien en Estados Unidos. Uno de ellos era el mencionado Joe Kubert, con quien que había trabajado desde hacía años y a cuya familia había invitado poco antes a visitarle en Sarajevo.
Conforme fueron llegando los faxes en los meses siguientes, Kubert se encontró de repente en contacto con una realidad de violencia, tiroteos, explosiones y fugas que nunca había imaginado más allá de sus comics. Impresionado por lo que leía y frustrado por la incapacidad de ayudar a Ervin y los suyos vio en aquellos desesperados faxes no sólo un testimonio de primera mano de la guerra que contrastaba en buena medida con la frialdad de los noticiarios que cubrían el conflicto, sino una historia de terror, brutalidad, peligro continuo, indignación e inhumanidad que había que contar. Y dado que él era un maestro en la narración en viñetas, decidió plasmarlo en papel y tinta. El resultado es “Fax desde Sarajevo”, un comic sobrecogedor, una historia de esperanza y lucha por sobrevivir en el peor de los entornos, el de una guerra descarnada y nada imaginaria. Puede decirse que éste es un comic bélico, pero uno que, en lugar de adoptar el punto de vista del combatiente y narrar sus actos de coraje, se pone en el lugar del civil inocente que sólo quiere seguir viviendo en paz.
“Fax desde Sarajevo” es un comic muy interesante por varias razones. La primera de ellas es que aborda un conflicto, el de los Balcanes, muy poco representado en los comics. Fue ésta una guerra larga, confusa y extraordinariamente cruel en la que los esfuerzos diplomáticos no sirvieron de nada. Mientras los políticos perdían el tiempo en reuniones infructuosas y declaraciones tan altisonantes como vacías, los serbios martilleaban a la población civil y efectuaban a su antojo la limpieza étnica. Este comic, sin entrar a fondo en el trasfondo político o militar, sí da una idea del sufrimiento y la incertidumbre que experimentaron los habitantes de Sarajevo. De hecho, hay pasajes que parecen increíbles tratándose de la Europa de finales del siglo XX, con campos de concentración y francotiradores paramilitares que asesinaban por dinero a niños y mujeres porque eran blancos más fáciles.
En ningún momento permite Kubert que el lector olvide que está ante un comic estrictamente documental, una trasposición a las viñetas del diario que Ervin Rustemagic fue escribiendo en sus faxes día a día, semana a semana, mes tras mes. Los faxes originales de Rustemagic se colocan al comienzo y al final de cada capítulo, pudiendo comprobarse que por muy inverosímiles que puedan parecer los hechos que se narran en las viñetas, son totalmente fieles a lo que sucedió en realidad. El cerco a Sarajevo no fue un intento de ocupar la ciudad sino una estrategia para eliminar a sus habitantes. Kubert plasma muy bien esa sensación de amenaza permanente en la forma de morteros, tiradores y aviones a baja altura. Los momentos de calma vienen interrumpidos por explosiones cercanas y la tensión nunca desciende.
El comic empieza a un ritmo vertiginoso. En la cuarta página, la calle de los Rustemagic y el mercado de Bascarsija son bombardeados. En la siguiente, los soldados serbios cierran el acceso a la ciudad. En la página seis, el nefasto Slobodan Milosevic asegura por televisión a los espectadores que los serbios se limitan a asegurar su derecho natural a librarse de otras etnias. Como puede imaginarse, las cosas van de mal en peor.
Todo el mundo sabe que la guerra es un infierno (de hecho, ese es el título del segundo capítulo), pero recibir actualizaciones continuas de alguien atrapado en el mismo, convierte esa tragedia en algo más cercano y personal. Josef Stalin afirmó con cinismo que una muerte es una tragedia pero que un millón de ellas es una estadística. Y eso es precisamente lo que ocurre en las guerras. La destrucción deliberada y sistemática de una ciudad y la masacre de sus miles de ciudadanos es algo demasiado grande, demasiado terrible, para que la mente humana pueda asimilarlo. Pero cuando se entra en la situación a través de los ojos de una sola familia, el horror y la indignación invaden a quien tenga un mínimo de sensibilidad. Quizá era eso lo que Ervin esperaba. Conforme la situación en Sarajevo se deterioraba y los Rustemagic se veían obligados a abandonar su hogar en mitad de la noche y correr por sus vidas, su oficina era destruida y se quedaban sin nada más que lo puesto, Ervin suplicaba a los receptores de sus faxes que contaran a todo el mundo la verdad de lo que estaba ocurriendo en Sarajevo, un intento desesperado de que alguien (preferiblemente Estados Unidos) interviniera en el conflicto de parte de los croatas, los musulmanes y los judíos.
Para vergüenza de todos, nadie lo hizo (salvo Estados Unidos, que bombardeó a los serbios obligándoles a reconsiderar su estrategia, y ello no sin duras críticas del resto de los –inmóviles y cobardes- gobernantes). La UNPROFOR (United Nations Protection Force) tenía órdenes de no intervenir, lo que la dejó en muy mal lugar cuando las zonas que supuestamente estaban bajo su protección fueron atacadas por los serbios. De hecho, el general francés Bernard Janvier, comandante de los cascos azules, se opuso a los bombardeos de la OTAN. Fue también este individuo el que negoció con el infame general Ratko Mladic, un carnicero al frente de las tropas serbobosnias para que liberara a los cascos azules que tenía en su poder –y que eran mayoritariamente franceses-. Éstos habían sido colocados en edificios clave para disuadir a la OTAN de ulteriores bombardeos. Janvier, negociando desde una posición de inferioridad, ofreció detener las misiones aéreas; Mladic accedió, los rehenes se liberaron, la ONU se quedó sin palanca de fuerza, Srebrenica fue dejada sin protección y poco después sus habitantes acabaron masacrados en uno de los peores y más vergonzosos episodios de la segunda mitad del siglo XX.
La filosofía de Janvier era irreconciliable con la defendida por el Teniente General británico Rupert Smith, también comandante de los cascos azules en Bosnia. Éste creía que las Naciones Unidas debían usar la fuerza para permanecer en territorio bosnio y defender a los civiles. De hecho, Smith actuaría de acuerdo a su opinión y rompería el cerco a Sarajevo, mientras que a Janvier lo recompensaron con un ascenso por su fracaso, quitándoselo así de en medio. Janvier creía que defender las zonas de seguridad conllevaba unos riesgos para los cascos azules que los países contribuyentes con soldados no estaban dispuestos a asumir. En mayo de 1995, aseguró al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que las fuerzas militares del gobierno bosnio eran más que suficientes para defender Srebrenica, que los cascos azules debían retirarse y que el poder aéreo de la OTAN no era necesario. Resultado: más de 8.000 muertos. Aparte de Holanda –cuyos cascos azules fueron obligados a entregar la ciudad- ningún gobierno ni las Naciones Unidas han respondido por la responsabilidad que tuvieron en aquel episodio.
Esa frustración por la inactividad de la ONU y, aún peor, su oposición activa a ayudar a los refugiados, es algo que permea todo el comic. Ya en los primeros faxes (10 abril 1992), Ervin apunta que aunque la ONU ha anunciado en su reunión del viernes que llevará a cabo acciones urgentes a concretar el lunes siguiente, en el ínterin seguirán cometiéndose asesinatos. El 19 de abril de 1992, Ervin escribe que “los cascos azules siguen sin hacer nada. Sólo conducen sus vehículos y observan la interminable destrucción”. No puedo ni imaginar la rabia e indignación de los indefensos ciudadanos de Sarajevo al ver a aquella supuesta fuerza de interposición quedándose al margen.
La única salida para Edvin era conseguir algún tipo de documentos o acreditación que le permitiera a él y a su familia ser evacuados de Sarajevo. Por desgracia para ellos, el caos, la inercia burocrática, la mezquindad política y la incompetencia institucional de gobiernos y la ONU les obligan a esperar indefinidamente sabiendo que cada día allí les puede traer la muerte. Como una pesadilla hecha realidad, hay fuerzas que trabajan para erosionar constantemente la determinación y esperanza de Ervin: los continuos bombardeos, el peligro de saqueos de soldados, la detención y ejecución en el acto o envío a campos de concentración, los francotiradores o la muerte por hambre, enfermedad o frío. Y, además de los peligros físicos, otros psicológicos no menos reales, como perder las fuerzas ante la frustración de ver que nadie hace nada por ayudarles, de rozar con los dedos la salvación sólo para que ésta se les escape en el último segundo…
Especialmente sobrecogedores son los viajes de Ervin entre su “hogar” sobrevenido en el suburbio de Dobrinja y Sarajevo, viajes que realiza en su viejísimo Opel Kadett bajo el fuego de los francotiradores. Ya sea conduciendo al hospital para trasladar heridos o utilizar su fax, o desde el hospital (a cuyos servicios ha prestado el vehículo para que lo utilicen como ambulancia ya que se han quedado sin ninguna) hasta Sarajevo para realizar las gestiones que le aseguran son imprescindibles para salir de allí, su única defensa son unas planchas metálicas atadas a los laterales del coche con cuerda y, en su interior, montones de comics cuyo papel podría detener las balas y la metralla. El que el pequeño Opel lleve pintada la Cruz Roja sólo lo hace un blanco más jugoso para los serbios. Hay una amarga ironía en que un profesional del mundo del comic deba confiar su vida a éstos, literalmente. Cada vez que Ervin acelera al máximo para atravesar lo antes posible el tramo expuesto a los francotiradores de las colinas circundantes, puede ser la última.
En la última parte de la historia, los Rustemagic se trasladan al hotel Holiday Inn en Sarajevo, que los reporteros extranjeros han tomado como su base. El problema es que es un establecimiento muy caro y Ervin, al que no le ha quedado prácticamente nada, tiene dificultades para pagarlo, lo cual añade un grado más de angustia. Sin embargo, estar allí es vital dado que sus contactos le han informado que tienen que estar listos para partir en cuanto se les diga, ya que las vacantes en los vuelos organizados por la ONU son muy pocas. Es este un pasaje especialmente indignante tanto por los problemas que les ponen a los Rustemagic para abandonar un lugar en el que están en peligro de muerte, como por toda esa marea de periodistas extranjeros-turistas bélicos que van y vienen sin demostrar demasiados sentimientos por el sufrimiento que les rodea. El Holiday Inn es, por tanto, una sala de espera para aquellos que vienen de fuera y aquellos de dentro que quieren marcharse.
Kubert describe bien lo dura que fue la vida durante el asedio a la ciudad y cómo la gente se las arregló para sobrevivir, tratando de mantener la esperanza y exprimir los pocos momentos de felicidad que podían brindarse los unos a los otros. Pero tampoco tiene remilgos a la hora de mostrar los horrores de la guerra. Tomemos por ejemplo el título del capítulo siete: “El Campamento de las Violaciones”. Quizá uno de los aspectos más terroríficos de la limpieza étnica durante la Guerra de Bosnia fue la existencia de este tipo de campos, sobre los que en el comic habla uno de los supervivientes. Las atrocidades que se cometieron sobre los bosnios son nauseabundas pero deben ser recordadas una y otra vez para que el mundo sepa a quién falló, cómo lo hizo y a qué escala. Dice mucho y a la vez muy poco de Europa, que se aterroriza cuando un atentado en París o Londres mata a cinco o seis personas, y que en cambio no reaccionara en absoluto –y no sólo los gobiernos sino las sociedades civiles de sus respectivos países- ante la violación sistemática de más de 50.000 mujeres en seno del continente.
El propio título del comic ya nos apunta la importancia que la tecnología juega en la historia. Ervin no sólo tenía que encontrar tiempo, recursos y ánimo para escribir sus faxes, sino la forma de enviarlos. En los tiempos previos al email, el protagonista debía afrontar mil y un problemas que hoy parecen casi medievales. El recurso de enviar faxes a través de Holanda obedecía simplemente a que las líneas telefónicas eran todavía más difíciles de conseguir. Había que esperar horas a que el fax pasara y no se sabía si había llegado a destino hasta recibir la confirmación; se producían cortes de suministro eléctrico a mitad de transmisión y, por si fuera poco, Ervin se las tenía que arreglar para llevar siempre consigo la lista de números de fax de sus amigos –algo no tan fácil en tiempo de guerra y sin hogar- y encontrar un aparato operativo que no estuviera machacado por las explosiones, el polvo o la caída de escombros.
Los faxes son el cordón umbilical que conecta a Ervin con sus amigos en Estados Unidos, Bélgica, Holanda y Suiza. Éstos, en lugar de limitarse a mandar a cambio palabras de ánimo, utilizan los mensajes para presionar a los contactos que tienen en sus respectivos gobiernos, ilustrar la situación ante agencias de noticias, solicitar auxilio en las ONG… La ordalía de los Rustemagic sirvió al menos para demostrar la importancia de la amistad. No estaban solos y más allá de Sarajevo podían tener una vida segura.
Joe Kubert se hizo famoso en la década de los cincuenta y sesenta por sus comics de guerra, sobre todo para DC: “Sargento Rock”, “El As Enemigo”, “Steve Savage: Balloon Buster”, “El Soldado Desconocido”, “Weird War Tales”, “Our Fighting Forces”, “Our Army At War”… Eran comics en los que supo subrayar el lado humano de los soldados de una forma muy poco habitual en otros muchos títulos de la época, más centrados en el heroísmo y la épica guerrera. De hecho, casi se puede decir que sus comics bélicos eran antibélicos en espíritu. A mediados de los setenta se retiró del dibujo para fundar una escuela pionera que enseñaría a futuros artistas las bases del dibujo del comic. Y a mediados de los noventa retomó su carrera, ahora como autor completo, con comics como “Abraham Stone” o “Tor”. Pero fue “Fax desde Sarajevo”, un trabajo en el que se involucró de una manera muy personal, el que mayor repercusión alcanzó, ganando múltiples premios, tanto de la industria del comic (Eisner, Harvey, Alpha-Art) como ajenos a ella (Mejor Novela Gráfica según el Washington Times).
Kubert sabe acentuar con sus composiciones el drama y las emociones que subyacen en los acontecimientos descritos por Rustemagic en sus faxes. En un momento determinado, Ervin piensa: “¿Cómo puedo expresar con palabras lo que está sucediendo a nuestro alrededor? Nadie podría imaginarlo…A menos que estuvieran aquí”. Pues bien, el talento y capacidad expresiva de Kubert lo consigue. Es uno de esos artistas que ha comprendido que se puede decir mucho con muy poco: muchos de sus rostros en primer plano, por ejemplo, están dibujados de forma muy sencilla, casi esquemática, y sin embargo transmiten perfectamente los sentimientos que la situación exige: esperanza, angustia, confusión, miedo…
Aunque Kubert domina a la perfección la técnica del sombreado y el uso del contraste y la iluminación con fines expresivos, no es este un recurso que emplee a fondo en “Fax desde Sarajevo”. Es, de hecho, un comic bastante luminoso en el que las líneas de expresión de los rostros pueden verse incluso cuando éstos están en la sombra o la oscuridad. Por otra parte, la edición en color enmascara hasta cierto punto el trabajo de entintado de Kubert. Sus páginas son tan buenas que, desde mi punto de vista, no requieren del añadido del color.
El comic incluye un apéndice con notas de Kubert sobre cada uno de los doce capítulos acompañado de fotografías contemporáneas de Sarajevo tomadas por el joven Krim Zaimovic, que murió tres meses después de hacerlas, en 1995 a resultas de una granada. Asimismo, resulta revelador ver en foto a los auténticos Rustemagic porque así sus tribulaciones cobran de repente auténtica vida y emoción más allá de las viñetas dibujadas por Kubert.
“Fax desde Sarajevo” es, por tanto, un tebeo duro de leer, incluso triste y deprimente en algunos tramos, pero también imprescindible para saber qué ocurrió en Bosnia mientras el resto del mundo observaba sin hacer nada. Con una equilibrada mezcla entre el documentalismo, el testimonio autobiográfico (al fin y al cabo, bien podría considerarse a Ervin Rustemagic como guionista) y el dramatismo propio del comic book, arroja luz no tanto sobre el conflicto en sí sino sobre sus consecuencias sobre la gente ordinaria que se vio arrollada por la violencia y el odio.
Gracias por este extenso artículo (muy completo) sobre una de las mejores historias de guerra que choca por haber sido real y que muchos, por desgracia, intentan olvidar (del modo que nunca sucedió ... para más, en Europa!). La edición se valoró con la maestría de Joe Kubert, retratando un capítulo (vergonzoso) de la Historia de Europa.
ResponderEliminargracias,
ASantos