26 abr 2018
1966- BERNARD PRINCE – Greg y Hermann (1)
Los comics son un gusto adquirido normalmente en la infancia y la adolescencia. Quien los descubra en la madurez nunca los disfrutará o apreciará de la misma manera que quien lo haga en etapas más tempranas de la vida y, de hecho, cuando un adulto ajeno al arte del comic debe decidir qué leer, si un comic o un libro, lo más seguro es que opte por lo segundo. Las emociones asociadas a la lectura combinada de dibujo y texto –por no hablar de la costumbre y la técnica necesarias- son propias de una espontaneidad que desaparece con la edad al verse sofocada por el racionalismo y el materialismo. Es por eso que los lectores más jóvenes pueden acompañar sin problemas a Tintín en sus viajes por China o a Spirou por África sin preguntarse por la edad del personaje, sorprenderse porque no lleve equipaje ni dinero ni necesite cambiarse de ropa. Estas son preguntas que surgen al madurar.
Como la gente, los comics también maduraron. En Europa, ese proceso comenzó a finales de los sesenta, cuando una nueva generación de autores empezó a crear obras más complejas dirigidas a lectores adultos: Moebius, Tardi, Schuiten, Bilal, Comes y tantos otros. Sus comics aparecieron en nuevas revistas que tomaron el relevo de las clásicas publicaciones juveniles “Pilote” o “Tintín”. Para muchos lectores, sin embargo, personajes atemporales como Johann y Pirluit, Spirou, Michel Vaillant, Buck Danny, Gil Jourdan, Ric Hochet o Aquiles Talon seguirán viviendo en sus corazones. Bernard Prince es uno de estos héroes de espíritu clásico, aunque nacido en una etapa de transición para el comic francobelga.
A mediados de los sesenta, el belga Michel Gregnier, más conocido como Greg, acumulaba una amplia trayectoria como guionista y dibujante de comics, siendo uno de los profesionales del medio más reconocidos junto a Goscinny y Charlier. Nacido en 1931, empezó a publicar a los dieciséis años. Pasó por diversas cabeceras (“Héroic-Albums”, “Spirou”, “Paddy”, “Pilote”), creando series y personajes y colaborando con otros artistas en los suyos, como André Franquin y Spirou. En 1965, se convierte durante nueve años en redactor jefe de la revista francesa “Tintín”, modernizando sus contenidos y trabajando con dibujantes como Maréchal, Mittei, Paul Cuvelier, Eddy Paape, etc. La suya al frente de la publicación fue una etapa de aire fresco, de compaginación de la línea clara con el estilo realista, de actualización del grafismo, el tono y los contenidos. Uno de los jóvenes autores que contribuyeron al éxito que registró “Tintín” en esa época fue Hermann, destinado a convertirse en uno de los grandes nombres del comic mundial.
Hermann Huppen, que firma su obra únicamente con su nombre, es desde hace décadas uno de los autores belgas más reconocidos. Nacido en 1938, acudió a los cursos nocturnos de la Academia de Dibujo de Saint-Gilles de Bruselas y empezó su carrera profesional como diseñador de interiores (para la Exposición Universal de 1958, entre otros proyectos), trabajando durante cierto tiempo en Nueva York y Montreal (donde, por cierto, aprendió a hablar español). Fue su futuro cuñado, Philippe Vandooren (años más tarde, editor jefe de “Spirou”) quien le convenció para que probara suerte con los comics y le encargó una historia corta para la revista juvenil de los boy scouts que por entonces él dirigía: “Plein-Feu”. Buscó un trabajo de media jornada en arquitectura y dedicó las tardes a hacer comics y a aprender de forma autodidacta las técnicas y recursos del medio.
Ilustró algunas historias de la serie “Las Bellas Historias del Tío Pablo” para “Spirou” y, por fin, aquel trabajo primerizo en la revista de los scouts llamó la atención de Greg, que en 1965 le contrató para el estudio que había formado con el fin de encontrar nuevos talentos y por el que en un momento u otro pasaron gente como Dany, Dupa, Robert Pire, Jean-Marie Bruyère o Vicq. Fue entonces cuando consigue colaborar regularmente con “Tintín”, con historias cortas de temática histórica, no particularmente destacables aunque ya se apreciara un artista prometedor. Entretanto, en colaboración con Greg, realiza algunas páginas de prueba de un nuevo personaje, un detective, y se las muestran a René Goscinny, a la sazón editor de la revista “Pilote”. Éste, sin embargo, considera que Hermann no está maduro y las rechaza.
Quizá algo defraudados pero no desanimados, Greg y Hermann presentan a continuación en la revista “Tintín” al personaje de Bernard Prince en una historia corta de cinco páginas que apareció publicada en 1966. Se trataba de un policía de la Interpol de cabello blanco y ambientación urbana en la que se enfrentaba con narcotraficantes, atracadores, espías y ladrones diversos. En realidad, era un autoplagio de una mediocre serie anterior de Greg en colaboración con Louis Haché: “Bob Francval” (1958), en la que ya aparecía un agente de la interpol con un niño hindú como ayudante.
Estas siete primeras historias de Bernard Prince son narraciones breves que, a decir verdad, no han envejecido demasiado bien. Greg utilizó para ellas guiones descartados de otras series que guionizaba y eran mero relleno para la revista, sin aportar nada particularmente interesante ni al comic ni al género policiaco. Por su parte, Hermann aún estaba muy verde aunque su evolución era patente y muy positiva. Su principal y evidente influencia era el gran Jijé, pero estaba claro que aún buscaba su estilo definitivo. Con todo y con eso, el personaje tuvo buena acogida por parte de los lectores.
Pero he aquí que Tibet le pone mala cara a Greg. Desde 1963, con guiones de Duchateau, ha venido dibujando al principal “detective” de la revista “Tintín”, Ric Hochet, y no quiere competencia. Greg, a pesar de ser el redactor jefe en ese momento, sabía que Tibet era uno de los artistas más importantes de la publicación y en aras de la armonía decide cambiar completamente el rumbo de su “Bernard Prince” (por no hablar de que la de Tibet era bastante mejor serie de lo que hasta ese momento había sido la de Greg y Hermann). La historia “La Evasión del Cormorán” será la última de esta primera etapa. En ella, el protagonista recibe un barco como herencia y decide retirarse de la Interpol para dedicarse a vagabundear por los mares del mundo ganándose la vida como transportista independiente. En esta nueva aventura le acompañará Djinn, un muchacho paquistaní al que había conocido y adoptado como pupilo en la primera aventura, “Ticket Sorpresa”.
Hoy podemos encontrar los catorce álbumes de “Bernard Prince”, producto de la colaboración entre Greg y Hermann a lo largo de más de una década, recopilados en tres integrales editados en español por Ponent-Mon. A continuación daré un rápido repaso a los mismos para ofrecer una idea de los argumentos y el tono de la serie.
“El General Satán” (1969) contiene en realidad dos aventuras de longitud media, ninguna de las cuales hubieran bastado para rellenar un álbum. Ambas dejan bien claro cuál va a ser el enfoque de la serie a partir de ese momento: una fusión de tópicos del género de aventuras en su vertiente clásica hollywodiense, aderezada con humor, enfocada desde un punto de vista conservador y narrado con un ritmo trepidante: parajes exóticos, mujeres fatales, malvados integrales, héroes sin tacha que ayudan al desfavorecido, persecuciones, combates… En “Los Piratas de Lokanga”, Prince se halla en la costa de África Occidental para hacerse cargo de un transporte. Allí conoce a Barney Jordan, veterano de guerra y viejo lobo de mar, cascarrabias pero al tiempo encantador, al que recluta para unirse a él mismo y al joven Djinn. La misión, transportar por río unas cajas que se estrellaron en la selva junto con el avión que las transportaba, resulta no ser lo que inicialmente parecía y los tres protagonistas acaban viéndose atrapados entre tres fuegos: sus traicioneros empleadores, los mafiosos locales que quieren apoderarse de la carga y los enfurecidos nativos de la zona.
El volumen se completa con “El General Satán” (serializado en “Tintín” en 1967), la primera gran aventura de esta nueva etapa. Aquí encontramos a Prince y sus amigos en algún punto de la costa de China azotada por las incursiones de los piratas liderados por Wang-Ho, un señor del crimen cuyo apodo da nombre a la aventura. El ejército les confisca los pasaportes y les obliga a emprender una misión casi suicida: llevar suministros a una fortaleza vital para la defensa de la zona pero que se halla bloqueada por el señor pirata y sus hombres. De nuevo, acción dramática a raudales concentrada en tan solo un puñado de páginas, ejemplo de la pericia narrativa que ya entonces desplegaba Hermann.
“Trueno sobre Coronado” (1969, serializada en 1967), lleva a los personajes hasta el país del título, un trasunto del México revolucionario del siglo XIX, en el que Bronzen, el villano de “Los Piratas de Lokanga”, se ha enriquecido como ganadero y terrateniente a base de engañar y amenazar a los campesinos locales con ayuda de una milicia privada. Prince, Jordan y Djinn, por supuesto, acaban en el bando de los desfavorecidos, pero tratando no de hacer frente a la injusticia y el abuso mediante un alzamiento armado y violento sino recurriendo a una estratagema que les permita exponer a las autoridades la verdadera e injusta situación. A Greg le gustaban estas historias de guerrilleros y, evitando las escenas verdaderamente violentas –que no la confrontación-, teje una historia lineal y sencilla pero de ritmo trepidante, punteada por momentos cómicos protagonizados por Barney Jordan.
“La Frontera del Infierno” (1970, serializada en 1968) supone el reencuentro del trío protagonista con otro adversario ya conocido, Wang-Ho (de “El General Satán”), quien les tiende una trampa en el corrupto país asiático de Lao Todang, haciéndoles parecer culpables de asesinato y robo. Prince y Jordan –Djinn consigue escapar- son enviados a una prisión del interior famosa por la crueldad de sus métodos. Sin perder su flema y espíritu desafiante, no tardan en evadirse en compañía de otros dos convictos sin saber que ello ha sido deliberadamente permitido para que se internen en los letales pantanos que los separan de la libertad. Es una historia muy sencilla, casi rudimentaria, cuyos valores descansan en los punzantes diálogos, el excelente ritmo narrativo y el dibujo de un Hermann cada vez más brillante. Ya en este álbum se pone de manifiesto su pericia a la hora de retratar escenarios naturales y atmósferas. La humedad insana y el ambiente sofocante del pantano están maravillosamente plasmados en las viñetas de este álbum.
“Aventura en Manhattan” (1971, serializado en 1968) cambia el paso y en lugar de ofrecer un paraje exótico y dominado por el entorno natural, sitúa la acción en el ambiente urbano y moderno de Nueva York, donde los protagonistas acuden para entregar un envío a un cliente que acaba detenido por la policía acusado de estafa. Prince, sin poder cobrar, se encuentra en una situación económica límite cuando, como llovido del cielo, aparece un posible trabajo: una delegación del país (imaginario, claro) de Boslavia quiere contratar a Barney Jordan para que se haga pasar por el comandante Gerdelsohn de ese país, un diplomático que ha acudido para firmar un importante contrato petrolífero y que se halla en el punto de mira de unos competidores dispuestos a todo por impedir que tal acuerdo llegue a buen fin. El parecido entre ambos es asombroso (superficialmente, claro, puesto que los dos no pueden tener temperamentos y educación más dispares, lo cual da pie a divertidas escenas) y Jordan se convertirá de esta forma en el señuelo de una peligrosa intriga que incluirá el secuestro de uno de los dos. Por primera vez en la serie, Prince se ve obligado a retomar su antigua profesión de investigador, recuperando sus contactos de su etapa de la Interpol para tratar de encontrar a tiempo a la víctima.
Hermann refleja con habilidad a “los dos Barneys”, ya sea en su versión de andrajoso lobo marino o en la de millonario sofisticado. Aunque se desenvuelve bien en el entorno neoyorquino de cemento, alquitrán y cristal, se detecta quizá un punto de sofisticación inferior en la elaboración y terminación de las viñetas. En este sentido, la historia que completa el álbum, una anécdota de ocho páginas titulada “La Pasajera”, tiene un dibujo algo más esmerado.
“El Oasis en Llamas” (1972, serializado en 1969) se ambienta en el desierto, en algún punto de lo que podría ser la península arábiga. Prince acepta transportar material médico al interior de un país arrasado por los enfrentamientos entre tribus y las incursiones de los bandidos. Por supuesto, los personajes acabarán desafiando al señor del crimen local en un entorno tan letal como éste azotado por el sol, la sed y las tormentas de arena. Otra historia de ritmo frenético en la que los héroes están inmersos en una carrera contra reloj contra unos piratas, aunque éstos se desplacen por un mar de arena. El humor viene, como de costumbre, de la mano de Barney Jordan y la accidentada relación que establece con un dromedario, así como de los diálogos que mantiene con el refinado líder de los bandidos, Rahad Sadgi.
También en “La Ley del Huracán” (1973, serializado en diciembre 1969) deberán los protagonistas hacer frente tanto a un enemigo humano como a una amenaza natural. En una isla del Pacífico sur, Prince, Jordan y Djinn se reencuentran con Lobo, el fornido guerrillero al que habían conocido en la aventura “Trueno sobre Coronado”. Éste ha ganado en una partida de cartas una explotación de ostras perlíferas en una isla cercana, a la que le acompañan sus amigos. Pero allí se encuentran con más problemas de los esperados. Por una parte, sus socios en el negocio no lo quieren allí; por otra, el jefe de los indígenas, temeroso de que el enriquecimiento económico que proporciona la explotación a la isla le reste influencia, atiza a la población contra sus dueños y trabajadores; y, por si fuera poco, una morena gigante ataca a los buceadores y paraliza las actividades. Prince intenta tomar el control de la situación pero será víctima de traiciones, engaños, atentados e incluso un huracán de efectos catastróficos.
Nueva variación en “La Isla en Llamas” (1974, serializado en 1971), puesto que en esta ocasión no existe un villano ni un enemigo físico concreto. Junto con otros barcos, el Cormorán acude a una llamada de auxilio para rescatar a unos trabajadores forestales y sus familias que han quedado aislados en una península canadiense por un enorme incendio fuera de control. La única forma de evacuarlos es por mar y, aún así, parte de ellos perecerá si toman el camino equivocado de camino a la costa, puesto que ésta es muy agreste y sólo una fracción de ella es accesible por los barcos. Prince desembarca dispuesto a atravesar a pie el arrasado territorio y guiar a la gente mientras sus amigos se enfrentan a la letal combinación de marejada y arrecifes. Es una narración intensa en la que la fuerza de la Naturaleza en la forma de sus cuatro elementos básicos (tierra, aire, fuego y agua) toma el protagonismo y que va alternando entre los peligros a los que tiene que hacer frente Prince en el incendio atizado por el viento y las intensas escenas de navegación y naufragio entre los dientes de roca que sobresalen de las aguas costeras. Es aquí también donde se añade temporalmente un nuevo miembro no humano a la tripulación del Cormorán: Bolita Peluda, un osezno al que rescata Prince de las llamas –y que, a su vez, salva luego la vida a Prince- y que Hermann dibuja más bien como un osito de peluche que como un animal real. Greg no le debió ver demasiado recorrido puesto que al cabo de un par de álbumes lo eliminó explicando que había crecido demasiado y había sido enviado a un zoo.
“La Llama Verde del Conquistador” (1974, serializada en 1971) lleva a nuestros héroes a un rincón remoto de Venezuela, donde una familia de plantadores de café, los Morel, se encuentra dividida respecto al futuro. Dos de los hijos han convencido a parte de los trabajadores para que los sigan a las montañas cercanas a intentar encontrar una mina legendaria de esmeraldas; su padre y otros dos hijos, reacios a perseguir quimeras, se quedan en la hacienda pero, sin los obreros necesarios, están abocados a la quiebra. A la trifulca familiar, cuyo fuego viene atizado por el fuerte temperamento del patriarca, se suma la intervención de un desagradable bandido local, Tuxedo, que quiere chantajear a los Morel. En todo ese embrollo se verán mezclados Prince y sus amigos, obligados por el sabotaje del “Cormorán”.
Es una historia de fondo muy amargo que Greg, eso sí, decide rematar felizmente de forma poco convincente. Con todo, vuelve a ofrecer carismáticos personajes secundarios, aguzados diálogos y un ritmo endiablado. Por su parte, Hermann, ya en su madurez artística, continúa su evolución mejorando en cada álbum. Su mal ojo a la hora de dibujar mujeres atractivas (una laguna que le acompañará durante toda su carrera) queda sobradamente compensada por su inmenso talento para encuadrar sus historias en el marco natural adecuado, en este caso tanto las agrestes y resecas colinas donde se desarrolla el drama como en las más apacibles y verdes llanuras cafeteras de la hacienda Morel.
(Finaliza en la siguiente entrada)
Hola.
ResponderEliminarMi comentario anterior no apareció.
Agradezco por permitir la lectura de semejante reseña sustanciosa y elaborada.
Conocí Bernard Prince en las ediciones Junior hace unos 20 años. Desde entonces aprendí a apreciar y luego a adorar el arte de Hermann (lo que no es dificil), pero sobre todo, aprendí a respetar y admirar el "estilo Greg" sus guiones bien construidos y trepidantes, similares a los de Charlier, pero con una cierta sensación de familiaridad, de simpatía que no tiene este último.
En fin, una maravilla.
Un saludo desde Colombia.