9 mar 2018
1962- MORT CINDER – Hector G.Oesterheld y Alberto Breccia
Alberto Breccia nació en Montevideo (Uruguay), en 1919, si bien residió en Buenos Aires desde los tres años. De formación artística autodidacta, sus comienzos fueron duros, sobreviviendo durante algunos años como ayudante en un matadero durante el día y practicando dibujo por las noches, empleando su tiempo libre en buscar trabajo como artista. A los 17 años empieza a realizar cuentos, ilustraciones humorísticas y portadas. En 1938, adopta un estilo realista y además de adaptar clásicos de la literatura, empieza a trabajar en múltiples series para diferentes revistas, ya fuera con personajes ajenos (“Kid del Río Grande”, “El Vengador”, “Mariquita Terremoto”, “Vito Nervio”) o propios (“Puño Blanco”, “Gentleman Jim”).
Fue en 1950 que Alberto Breccia conoció al geólogo y escritor argentino Hector Germán Oesterheld, un hombre de firmes creencias políticas izquierdistas. También había nacido en 1919, y aunque estudió geología, acabó comprendiendo que lo que verdaderamente le gustaba era imaginar y escribir historias. Tras probar con la divulgación científica y los cuentos infantiles, en 1951 empieza a escribir guiones de comic, un medio floreciente en Argentina como en ningún otro país de la época al que también afluían artistas italianos huyendo de las dificultades económicas de su país tras la Segunda Guerra Mundial. Como Hugo Pratt, con quien enseguida empezaría a colaborar Oesterheld.
Breccia y Oesterheld no empezaron a trabajar juntos hasta 1958. En ese punto, los dos se sentían cada vez más frustrados por la banalidad de los temas que se abordaban en las páginas de las revistas populares de comics en las que se publicaban sus respectivos trabajos. Estaban convencidos de que el medio tenía un potencial mucho mayor del que se le suponía y que en él podían abordarse temas de mayor seriedad y significado. Es en buena medida por ello que, junto a su hermano Jorge, Oesterheld fundó su propia editorial, Frontera, en 1956.
Bajo ese sello aparecieron las revistas mensuales “Hora Cero” y “Frontera”, para las que escribió una impresionante cantidad de historias de todo género, desde el histórico (“Ticonderoga”) al bélico (“Ernie Pike”, “Lord Crack”) pasando por el western (“Randall”, “Hueso Clavado”), la aventura (“Tipp Kenya”) o la ciencia ficción (“El Eternauta”). Precisamente a este último género pertenece otra serie, oscura e inquietante, que creó con Breccia para “Hora Cero Mensual”: “Sherlock Time”, protagonizada por un enigmático viajero interestelar. Como solía ser el caso en los guiones de Oesterheld, más que con el misterioso personaje central de esas historias, el lector encontraba más sencillo reconocerse en el otro figurante principal, una suerte de doctor Watson cuyo papel era el de hombre común que observa y narra. En este caso, se trata de Julio Luna, comprador de una ruinosa casona en la parte vieja de la ciudad de San Isidro y que por una serie de circunstancias contacta con Sherlock Time, de cuyas aventuras pasará a formar parte.
Eran aquellos tiempos difíciles para Argentina. La constante amenaza de ser etiquetado como subversivo hacía esencial el que las referencias al poder y el orden social fueran presentadas en términos de metáforas y alegorías. Para abordar determinados temas no había más remedio que entrar en lo oscuro, lo oblicuo y lo indirecto, ocultando los significados y las intenciones tras complejas referencias e imágenes. A pesar de ello, o quizá precisamente por ello, el peculiar y desequilibrado universo de “Sherlock Time” conectó con los lectores. El dibujo de Breccia, cada vez más oscuro y expresionista, le daba a los guiones un nivel extra de terror, subrayando el contraste entre la vulnerable humanidad de Luna y las sombrías atmósferas en las que transcurrían varias de esas historias. “Sherlock Time” se prolongó sólo once episodios, nueve en “Hora Cero Extra” y dos en el “Suplemento Semanal Hora Cero”, entre diciembre de 1958 y septiembre de 1959.
En 1959, a través de la oficina de Bardon Press en Barcelona, Breccia trabaja para la editorial inglesa Fleetway, que por entonces publicaba una amplia variedad de revistas de comic de pequeño formato, de 68 páginas, dirigida a un público adulto y centradas sobre todo en adaptar obras de la literatura clásica y popular. El deterioro del mercado del comic argentino y el favorable tipo de cambio entre las respectivas divisas hacía que las tarifas que se pagaban por página resultaran de lo más atractivas para un artista no británico. Así, vemos su trabajo, entre otros títulos, en “Super Detective Picture Library” o “Cowboy Picture Library”. Eran historias de tono más ligero que las que había hecho en Argentina, sobre todo westerns y de espionaje en la Segunda Guerra Mundial. Breccia las realizó con una línea atrevida y limpia, utilizando plumilla y pincel según fuera necesario aportar a la historia una mayor energía dramática o un toque liviano de humor.
Mientras tanto, Oesterheld se había visto obligado a cerrar sus revistas a comienzos de los sesenta debido a problemas de gestión y distribución. Pero necesitaba dinero y continuó escribiendo guiones para comics publicados por otras editoriales. En 1962, se le pidió que creara una nueva serie para la que iba a ser la última etapa de la veterana cabecera “Misterix”. Para ocuparse del apartado gráfico, invitó a Breccia, quien, como él, atravesaba momentos difíciles. En 1961, se había visto obligado a volver a Argentina a causa de la grave enfermedad de su mujer. Mientras ella yacía moribunda en la habitación contigua, Breccia trabajaba febrilmente para poder compras las medicinas que ella requería y mantener a sus tres hijos. No es de extrañar que accediera a realizar el trabajo que le ofrecía Oesterheld aun antes de saber exactamente de qué se trataba. Su título: “Mort Cinder”. Debutaría en 1962, en un número especial de la revista “Misterix”, continuando su publicación en el mismo semanario desde julio de ese mismo año a marzo de 1964.
En principio, debía ser Breccia el que creara la personalidad del titular de la serie, pero ambos autores estaban tan necesitados de dinero que no pudieron esperar a tenerlo perfilado y el comic empezó a publicarse serializado antes de que el dibujante presentara a Mort Cinder. Esa es la razón por la que el principio de lo que hoy se puede leer como un volumen unitario sea un largo prólogo en el que se introduce al segundo protagonista y narrador, el anticuario Ezra Winston, un anciano coleccionista que tiene su tienda en el barrio londinense de Chelsea. La primera mención de Cinder, el asesino ejecutado en la horca y enterrado en el cementerio de Mertonville, aparece en un periódico que lee Ezra en el segundo capítulo. Gracias a la indecisión de Breccia, que aún no sabía muy bien qué hacer con el personaje, se creó una atmósfera de tensión y expectación, de que algo inusual y tétrico esperaba a la vuelta de la esquina.
Así, “Mort Cinder” puede dividirse claramente en dos partes muy diferenciadas. La primera es una larga historia –fragmentada, eso sí, en cortas entregas dado que así fue publicada en “Misterix”- en la que se presentan a los dos personajes principales, Ezra Winston y Mort Cinder, enfrentados a una pavorosa amenaza. Es, esencialmente, un comic de terror y misterio, muy atmosférico, repleto de secretos, oscuridad y sobreentendidos. Ezra recibe la visita de tres inquietantes hombres “con ojos de plomo” que aparentemente buscan un extraño amuleto que un buscavidas le ha vendido. A partir de ese momento, se sucede una extraña concatenación de eventos narrados con un tono febril, como si de una pesadilla se tratara. Las cosas se suceden unas a otras sin razón aparente, de forma apresurada. Ezra viaja hasta Mertonville, donde Mort Cinder fue enterrado y cuando encuentra su tumba, el asesino se levanta de ella en perfecto estado físico y mental. Inmediatamente, ambos se convierten en presa de los hombres de ojos muertos que resultan ser víctimas de los experimentos médicos del profesor Angus, el típico científico loco con ansias de poder.
Edgar Allan Poe y H.P.Lovecraft son referencias claras en esta primera parte, autores cuyas historias, por cierto, adaptaría al comic Breccia en un momento u otro de su carrera. Hay muchos elementos que se introducen al comienzo de la historia que nunca llegan a aclararse, como el misterioso símbolo de la araña que aparece varias veces. Estos cabos sueltos apuntan a que los autores iban escribiendo y dibujando cada episodio espontáneamente, sobre la marcha y sin un plan predefinido. Pero más que en su argumento, la fuerza de este fragmento inicial descansa en su atmósfera, su ambigüedad, su sensación de peligro inminente, de que cada figura que deambula por las calles pueda ser un zombi de ojos de plomo, sus ambientaciones nocturnas en cementerios, bosques o pueblos decrépitos… Y, por supuesto, el impresionante trabajo de Breccia a la hora de construir gráficamente ese espíritu desasosegante y mórbido.
El dibujo en blanco y negro de Breccia puede calificarse de intenso e inquietante gracias a sus caras arrugadas y repletas de afilados contrastes, sus planos de extraños ángulos, la representación fragmentaria y rota de los fondos y construcción tosca pero efectiva de texturas y atmósferas. No pretende retratar con exactitud los paisajes o los entornos, sino sugerir sus formas mediante la combinación de manchas y líneas. Este estilo resulta perfectamente apropiado para las historias lúgubres y devastadoras de Oesterheld, superando su función puramente narrativa al añadir un nivel adicional de significado a los textos de aquél, en esta ocasión de carácter emocional, a través del dibujo, y haciendo que el apartado gráfico se convierta en algo tanto o más llamativo que el guión.
En “Mort Cinder”, el propio Breccia eligió retratarse como su protagonista Ezra Winston –más envejecido que él mismo, eso sí-, autorretratos en los que hizo uso intensivo y extensivo de la iluminación más dramática posible, un efecto que tomó del cine negro y con el que consiguió un alto grado de penetración psicológica. Profundamente deprimido por la enfermedad y posterior muerte de su mujer, no sólo vertió en el dibujo toda su angustia, impotencia e inseguridad, sino que se abandonó a la experimentación con materiales, herramientas y técnicas gráficas, explorando nuevas composiciones, planos y secuenciaciones. Aunque su estilo ya había transitado por esta línea estética en “Sherlock Time”, es en “Mort Cinder” donde alcanza su plenitud y su más alto grado de experimentación.
En parte, esa exploración gráfica se debió a las dificultades económicas que el propio Breccia atravesaba, tan graves que ni siquiera pudo comprarse papel adecuado, habiendo de adaptar su técnica a los materiales con que contaba. Así, muchas páginas fueron realizadas utilizando cuchillas de afeitar para raspar líneas y espacios blancos sobre una superficie negra previamente preparada. El resultado así obtenido era acabado con trabajo de pincel, huellas de dedos o manos. O mezclar la tinta china con cola o disolventes … Él mismo declaró: “Si creo que la mejor herramienta es un martillo o un manillar de bicicleta, entonces es lo que usaré. Ya no creó que el lápiz y la pluma corrientes sean necesariamente los mejores instrumentos para lograr los efectos que necesito”. El resultado fue un hito expresionista en el comic no sólo sudamericano sino mundial. Esa osadía, talento y personalidad, hizo de Breccia, entonces como ahora, un vanguardista del mundo de las viñetas.
Breccia ofrece imágenes absolutamente memorables. No es de extrañar que tras esta obra, decidiera experimentar con los grises y las manchas porque en lo que se refiere al claroscuro puro y clásico, no dejó nada por explorar. Sus siguientes trabajos verían un distanciamiento gradual de la línea a favor de la mancha y los grises al tiempo que un alejamiento del realismo hacia la caricatura o la abstracción, una evolución que alcanzó su apogeo en “Buscavidas” (1981) y “¿Drácula, Dracul, Vlad? ¡Bah...!” (1984). Hay que matizar, no obstante, que Breccia no renunció completamente al realismo y algunos de sus últimos álbumes se acercaron a ese estilo de una u otra forma, como es el caso de “Informe sobre Ciegos” (1991).
Como sucedió con muchos de los comics de Breccia, buena parte de las planchas originales de “Mort Cinder” desaparecieron (las que quedan están en colecciones privadas) y las ediciones que hoy podemos encontrar de esta obra se han realizado a partir de escáneres de ediciones anteriores, lo cual plantea serios problemas de reproducción. En primer lugar, por la escasa calidad de aquéllas. La propia revista “Misterix” tenía papel y calidad de impresión mediocres. Además y conocedor de la pobreza del soporte y el proceso, Breccia en muchas ocasiones no acababa de rellenar todos los negros a sabiendas de que el proceso industrial lo haría por él. El resultado es que, con el paso del tiempo y el degradado de las tintas, lo que debía ser negro ha acabado siendo gris. No obstante, en los últimos tiempos han aparecido en el mercado ediciones muy respetuosas en las que se ha invertido un considerable esfuerzo de restauración y retoques digitales con el fin de recuperar el espíritu gráfico de Breccia.
La segunda parte de “Mort Cinder” consta de diez historias en las que el protagonista nominal, un hombre destinado a morir y reencarnarse constantemente a lo largo de la historia y acumular en el proceso amplios conocimientos de todo tipo, narra algunas de sus vivencias a Ezra. El cambio respecto a la primera parte es evidente. En primer lugar, se percibe un alejamiento del terror lírico y su sustitución por un material más diverso. Las historias siguen una pauta identificable: a manos de Ezra llega un objeto determinado en relación con el cual Mort Cinder tiene recuerdos, ya que en una de sus vidas anteriores entró en contacto con él. Entonces, comienza a narrarle a Ezra un episodio de su pasado, más cercano o más lejano, ya esté ambientado en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, el antiguo Egipto, la construcción de la Torre de Babel, un barco esclavista del siglo XVIII, la batalla de las Termópilas, la época de los mayas o casi los tiempos modernos. La influencia de Borges se deja sentir en su fascinación por los espejos y los libros arcanos así como en la posibilidad nunca confirmada ni denegada de que cada personaje no sea más que el sueño del otro.
La primera de esas historias, que abarca cuatro entregas y que sigue a la “saga” de los “Ojos de Plomo” está conceptualmente a mitad de camino entre la primera y la segunda parte. Hay elementos de terror y Ezra acompaña a Mort al pasado –el frente europeo occidental de la Primera Guerra Mundial-. En las sucesivas entregas, Ezra se limitará a ser un oyente pasivo, como los propios lectores. Estas historias tienen también un fuerte componente humanista, abordando temas como la amistad, la pérdida o la esperanza. Incluso el dibujo de Breccia parece más sosegado, menos oscuro –aunque igualmente intenso y genial.
“Mort Cinder”, la que se considera primera obra maestra de Breccia, alcanzó rápidamente categoría de clásico y hoy figura merecidamente como uno de los comics más importantes de la historia del medio que ha influido a gente como Frank Miller o Mike Mignola. Su perdurabilidad –no ha perdido nada de su fuerza- se la debe no solamente a su dibujo, sino al talento de Oesterheld, un guionista plenamente moderno, crítico y humanista cuyo conocimiento de los temas y recursos de la literatura popular y de género y su prosa de inspiración poética le ofrecieron a Breccia un soporte perfecto sobre el cual desplegar su talento. La primera parte del comic es una delicia para los amantes del terror mientras que la segunda puede conectar con un público más amplio, interesado en la aventura, la Historia, la serie negra o la fantasía. Eso sí, el dibujo de Breccia es tan genial como personal y no es fácil que, de entrada, cautive al lector poco flexible a la hora de aceptar estilos gráficos que se alejan de lo estrictamente naturalista, lo abiertamente caricaturesco o, sencillamente, lo aceptado como “bonito”.
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