4 ene 2018
1977-BATMAN – Steve Englehart y Marshall Rogers (1)
Es un error creer que antes de que Frank Miller lanzara su “El Regreso del Caballero Oscuro” en 1986 no existían buenas historias de Batman. Por ejemplo, el equipo formado por Denny O´Neil y Neal Adams no sólo ayudaron al personaje a recuperarse tras el daño causado por la serie de televisión de 1966, sino que lo situaron ya plenamente en la modernidad. La otra etapa importante para comprender la evolución del personaje es la que ahora me ocupa, la firmada por Steve Englehart y Marshall Rogers y que discurrió entre los números 471-479 (1977-78) de la serie “Detective Comics”. Que esta saga sigue siendo hoy una de las favoritas del personaje lo demuestra el que DC, que se prodiga muy poco con reediciones de comics de los setenta, hiciera una excepción con este material, publicándolo en un tomo junto al reencuentro del dúo en 2005, en la miniserie “El Detective Oscuro”.
A menudo se puede escuchar que los comics de superhéroes han mejorado mucho en las últimas décadas, que ahora son más inteligentes, más sofisticados… Es cierto. Pero también lo es que en muchas ocasiones se han vuelto más aburridos, más simples, más dirigidos a la acción y la épica que a la reflexión. Esto se pone de manifiesto al leer este conjunto de números y compararlos con gran parte del material moderno. Aquí, además de acción, encontramos tramas y subtramas que hilan unos episodios con otros y dan coherencia al conjunto –y que proporcionan una lectura autónoma, algo muy de agradecer en estos tiempos- y momentos de más calma reservados para desarrollar los personajes… En su mayoría es una etapa bastante más interesante de lo que hoy puede encontrarse en los catálogos de las editoriales.
Para empezar, la etapa de Batman que ahora nos ocupa tiene un sentido de la continuidad y la narrativa que quizá hoy no resulte tan importante como lo fue entonces. En aquellos años, incluso cuando un equipo creativo permanecía al frente de una colección durante meses o incluso años -como fue el caso, por ejemplo, de Bob Haney y Jim Aparo en “The Brave and The Bold”- los episodios solían ser independientes unos de otros y autoconclusivos. Los guionistas no pensaban en su trabajo a medio plazo, como una historia coherente que pudiera alargarse en el tiempo y tener ramificaciones y consecuencias en números futuros. Fue una manera de entender los comics de superhéroes que perduraría en DC hasta los años ochenta.
Pero Englehart, que venía de Marvel, decidió hacer otra cosa, y el entonces editor de la línea de Batman, Julius Schwartz, se lo permitió: imaginó una sola historia dividida en ocho números. No es que fuera la primera vez que en DC se hacía algo así (Denny O´Neil y Neal Adams se habían atrevido unos años atrás con “Green Lantern-Green Arrow”, si bien aquél era un título moribundo que en su momento pasó mayormente desapercibido para los fans), pero pocas veces se hizo con tanto acierto y éxito como aquí. Cada número funcionaba como una historia en sí misma y, al tiempo, como eslabón de una cadena más larga que, además, mantenía la coherencia gráfica gracias a contar con un solo equipo: Marshall Rogers y Terry Austin. (Examinando el asunto con mayor atención, no es todo tan nítido. Los dos primeros episodios de Englehart están dibujados por Walter Simonson y Marshall Rogers continuó un par de números después de que el guionista se marchara. Aún así, es una etapa que puede leerse autónomamente de todo lo inmediatamente anterior y posterior).
Entre la generación de nuevos guionistas que llegaron al comic en la década de los setenta impulsados por la inspiración que les brindaron los clásicos de la Edad de Plata con los que habían crecido, Steve Englehart fue uno de los mejores y más innovadores. En Marvel había ofrecido un trabajo interesante y poco convencional en colecciones como “Los Vengadores”, “Los Defensores” o “el Capitán América”, pero cuando empezó a tener conflictos con el editor jefe, Gerry Conway, a propósito de Los Vengadores, acordó con DC un contrato de un año en el curso del cual escribiría la “Liga de la Justicia”. Cuando aceptó también ocuparse de Batman en la colección “Detective Comics”, su intención era que éste fuera su canto del cisne en el medio. En aquella época, antes de que los creadores recibieran derechos de autor, era difícil ganarse la vida con los tebeos. Así que empezó escribiendo un par de episodios según el “Método Marvel” –dibujados por el mencionado Simonson-, entregó los seis restantes de un tirón sin saber quién se ocuparía de dibujarlos y, finalizado su acuerdo con la editorial, se marchó a Europa. Aquel “canto del cisne” no sólo resultó ser uno de sus trabajos más recordados, sino que hizo de sus colaboradores, Marshall Rogers y Terry Austin, profesionales muy reputados en el medio.
En realidad y como ya he apuntado, la etapa podría decirse que empieza en el número 469 (mayo 77), el primero escrito por Englehart pero dibujado por Walter Simonson y Al Milgrom. Tanto en este capítulo como en el siguiente, Batman ha de vérselas con un caso de envenenamiento masivo provocado por la contaminación radioactiva de las aguas de Gotham por parte de un nuevo villano llamado Doctor Fósforo, un antiguo médico transformado en un monstruo debido a un accidente en una planta nuclear. Aquí Englehart introduce dos de las tramas que marcarán su etapa y que en buena medida caracterizarán la misma: la corrupción política en Gotham y la relación sentimental entre Bruce Wayne y Silver St.Cloud (que aparece por primera vez en el número 470). Sobre el apartado gráfico de estos dos capítulos cuanto menos se hable mejor. Simonson parece estar aquí en uno de sus momentos más bajos y el tosco entintado de Milgrom empeora todavía más el resultado. Afortunadamente, ambos fueron sustituidos por un Marshall Rogers en lo mejor de su carrera.
Tras la debacle que para los comics supuso la serie de televisión de Batman, el editor Julius Schwartz, el guionista Denny O´Neil y el dibujante Neal Adams –entre otros- se esforzaron por devolver al personaje a sus raíces de criatura de la noche, de superhéroe detective con un toque tenebroso, características que habían acompañado a Batman desde el mismo momento de su génesis en 1939. Englehart acudió a los archivos de DC para revisar aquellos viejos números e inspirarse.
Y así, la historia central del segundo arco argumental, en la que Hugo Strange descubre la identidad secreta de Batman (y que fue incluso adaptada en un episodio de la serie de animación del personaje) supone la recuperación de un villano que bien podría haber permanecido para siempre en el limbo de los comics si Englehart y Rogers no lo hubieran rescatado desde las tinieblas de la Edad de Bronce. Y es que Strange había debutado nada menos que en “Detective Comics” 36, en 1940). Un cuadro de texto en el nº 470 confirma que esta es la primera aparición de Strange desde el igualmente lejano “Detective Comics” nº 46 (diciembre 1940). Strange fue la primera gran némesis de Batman, un científico criminal al estilo del Doctor Mabuse de Fritz Lang, capaz de transformar a los hombres en monstruos y que respondía al arquetipo del científico loco de los pulps (que, a su vez, era una evolución de los villanos victorianos como el profesor Moriarty de Sherlock Holmes). Esta aventura lo recupera, por tanto, para la galería de grandes villanos del superhéroe.
No fue ese ni mucho menos su único rescate del pasado. Es como si Englehart y Rogers hubieran revisado las primeras aventuras de Batman para reciclar y modernizar personajes e historias que de otro modo habrían caído en el olvido. Gracias a ellos, por ejemplo, Deadshot figura hoy como uno de los villanos más conocidos del Universo DC (con apariciones en otros medios, como la película “Escuadrón Suicida” o la serie televisiva de “Arrow”). Deadshot había sido presentado en “Batman” 59 (junio de 1950), sin volver a aparecer en el batuniverso hasta esta etapa, en el número 474. El enfrentamiento final entre héroe y villano tiene lugar sobre una máquina de escribir gigante, un claro homenaje al tipo de artefactos que tanto aparecían en las historias de los años cuarenta firmadas por Bill Finger y Dick Sprang. El loco plan del Joker y sus peces repite en cierto modo el argumento de una de las historias incluidas en “Batman” nº 1 (1940).
Hay más ejemplos. El número dedicado al Pingüino, el 473, titulado “El Pingüino Malayo” (en clara referencia al film “El Halcón Maltés”) recicla una fórmula clásica de los comics de Batman de los años cuarenta a sesenta, con el héroe resolviendo las pistas que el villano va dejando a propósito, aunque, como veremos más adelante, Englehart le da un giro más sofisticado. Hay también alusiones a los casos que Alfred resolvía en los años cuarenta como detective aficionado e incluso aparece brevemente el Jefe O´Hara de la serie de televisión de los sesenta (en el nº 470, ocultando su cara para evitar cualquier demanda de los abogados de la Fox). El Batmóvil se oculta en el (Bill) Finger Alley, los personajes almuerzan en (Gardner) Fox Gardens y hay menciones de personajes con nombres como Jerry Robinson o John Broome…
Todo esto nos indica una dirección creativa muy diferente a la actual. Englehart le da importancia a la historia pasada de Batman y, como acabo de indicar, incluye referencias y guiños a viejos episodios, bebiendo de ellos para escribir sus propios guiones pero sin que éstos resulten inaccesibles a los lectores que no leyeron aquéllos. De hecho, ante el dilema de si mantener el espíritu clásico de la serie y sus personajes o reformarla por completo, opta por la primera opción. Su revisión de material antiguo no sólo responde a la búsqueda de ideas susceptibles de ser recicladas, sino al respeto sincero por los guionistas, dibujantes y editores que crearon aquellas historias. Para Englehart, las suyas no eran sino las últimas entregas de una larga y honorable trayectoria. Es una postura que, treinta años después, cuando regresó a Batman para encargarse junto a Rogers de la miniserie “Detective Oscuro”, seguía manteniendo.
Así, por ejemplo, ignoró la revisión del origen y personalidad del Joker que Alan Moore había ofrecido en “La Broma Asesina”. Su Joker, en cambio, se mantiene fiel a las viejas historias. En “El Detective Oscuro”, el villano loco le dice a Silver: “En mi primera vida, fui un inventor…y un criminal, por supuesto. Creé una capucha roja que me permitía respirar bajo el agua y que ocultaba los ojos. Era escalofriante…pero no tanto como esta”. Englehart, sin embargo, contextualiza sus decisiones y justifica por qué prefiere ese origen, por qué se siente más cómodo con la antigua versión: “Sigo siendo un inventor, solo que ahora invento trampas mortales”.
Esta etapa es, por tanto, un producto claramente inspirado en la Edad de Plata. Hay tramas surrealistas y extravagantes y elementos desconcertantes. Naturalmente, es fácil justificarlo en la figura del Joker, un lunático del que puede esperarse cualquier cosa, pero aún así hay momentos que parecen inspirados en las historias de los sesenta, como la ya mencionada pelea sobre la máquina de escribir gigante o el regreso de la muerte de Hugo Strange como fantasma para atormentar a su verdugo… Pero al mismo tiempo y aunque recuperan en cierto modo el espíritu de las décadas precedentes, también son episodios claramente modernos en otros aspectos.
Esa dicotomía resulta evidente en cuanto a que Englehart ofrece material bastante interesante bajo esa superficie camp de máquinas de escribir gigantes, villanos estrafalarios y fantasmas. El Joker es un maniaco demente, pero uno del tipo homicida que sufre una inquietante dependencia de Batman. Deadshot es más que un dandi con una pistola. El jefe Thorne, a pesar de su aspecto repulsivo y maneras de gañán es una amenaza seria. Este contraste halla quizá su mejor ejemplo en la forma en que Englehart retrata al Pingüino, quizá el más surrealista de los enemigos de Batman. Ese obseso de los pájaros puede ser increíblemente ridículo o brutalmente grotesco dependiendo del guionista y artista que narre la aventura. Englehart, de alguna forma, consigue no abandonar el terreno de lo camp al tiempo que lo convierte en un enemigo digno del Hombre Murciélago. En el número 473, el Pingüino se aprovecha de su conocida patología mental para hacer que Batman lo subestime, despistarlo y dar el golpe que realmente desea, algo bastante mundano y para nada relacionado con su amor por los pájaros.
Sin embargo, Englehart también ha engañado al lector, porque el Pingüino no ha superado en absoluto su obsesión. Sobre la estatuilla que había utilizado como anzuelo para Batman, revela que: “La robé hace dos semanas, antes incluso de que llegara al país”. El Pingüino es mucho más peligroso y astuto de lo que Batman, Robin y los lectores suponían pero, al mismo, tiempo sigue siendo fundamentalmente el mismo personaje. Esto es lo que Englehart trata de hacer con Batman: añadir complejidad a su mitología pero manteniendo su espíritu clásico.
Parece existir también otra divisoria entre lo extraño del mundo en que Bruce Wayne habita y la complejidad psicológica que Englehart le aporta en la miniserie. El propio Bruce piensa para sí: “Siempre el mismo problema…¡Desde la primera mujer a la que amé, Julie Madison! Aman a Bruce Wayne, pero Bruce Wayne se ha convertido en una máscara diurna para Batman” (nº 474). Frank Miller tomó está idea y la llevó mucho más lejos, sobre todo en “Batman: Año Uno”, pero en estos momentos postreros de la Edad de Plata, Englehart fue el primero en ahondar en la psique del héroe de Gotham de una forma que nadie antes se había planteado.
Englehart fue también el primero que identificó a Batman como una fantasía infantil que ha perseguido a Bruce desde su infancia y hasta su madurez, una fantasía que luchó por hacer realidad para lidiar con el trauma infantil que supuso la pérdida de sus padres. De ello se desprende que Bruce Wayne realmente nunca maduró, porque nunca quiso hacerlo. Pues bien, como apuntaré más tarde, puede que la relación entre Bruce y Silver St.Cloud no esté bien justificada ni desarrollada en los episodios de los setenta, pero Englehart la utiliza con mayor acierto en la miniserie “El Detective Oscuro”. Al embarcar a Bruce-Batman en una relación sentimental con una mujer, esta sí, madura emocionalmente, se pone de manifiesto su conflicto. Silver, por tanto, existe como algo más que una obligación editorial para dejar claro que Batman es heterosexual: ella plantea un dilema al protagonista, una razón para madurar y abandonar su papel de justiciero.
El estilo es un tanto melodramático, pero la idea es interesante. Afectado por la toxina del miedo del Espantapájaros, el mundo mental de Bruce se colapsa. “¡Ella debe ser la causa de todo esto! ¡He sido débil! ¡He fallado!” se lamenta en su delirio mientras sufre una regresión a su infancia. “¡No he podido mantener mi juramento! El que hice cuando era un niño. ¿Y qué sabe un niño de mujeres? ¿Qué sabe del amor?” El amor por Silver es algo a lo que Bruce puede finalmente enfrentarse como un adulto en lugar de recrearse en sus fantasías infantiles en su cueva llena de trofeos y disfraces.
Englehart da en la diana de lo que constituye la tragedia central de la vida de Batman. Bruce Wayne se diferencia del resto de grandes héroes de DC en que no puede mantener relaciones amorosas a largo plazo. No hay nadie que pueda desempeñar el papel de Lois Lane para Clark Kent/Superman; el de Iris para Barry Allen/Flash; el de Carol para Hal Jordan/Green Lantern. Esto quizá tenga su origen en lo diferente que fue la visión de Bob Kane respecto a sus otros compañeros de profesión en aquel momento de explosión del género superheroico, pero Englehart le da un nuevo contexto. Una relación estable le exigiría a Bruce elegir entre seguir siendo un niño (y “jugar” a Batman para siempre) o evolucionar (y abandonar su obsesión). Debido a la propia naturaleza de los comics de superheróes, la segunda opción es inviable, lo que lo marca de forma trágica: “Tú no puedes vivir con quien yo soy”, le explica a Silver, “y yo no puedo vivir de otra manera. Fin de la historia”. Es algo tan simple y claro como efectivo para el mito del personaje. Una vez más, las cosas se mantienen igual pero con un nuevo nivel de complejidad.
Los aciertos de Englehart en lo que se refiere a caracterización no terminan con Bruce-Batman. El guionista nos ofrece también varias ideas interesantes respecto al Joker. Por ejemplo y si no estoy equivocado, es la primera vez que el villano rompe la cuarta pared, una ocurrencia innovadora en aquellos años setenta. Así, el payaso loco “ayuda” al lector a volver una página en el nº 476, y descansa su mano en un globo de diálogo durante “El Detective Oscuro”. De hecho, su fascinación con Batman parece sugerir que es consciente de las leyes de la narrativa. Cuando Silver le hace notar que está tratando de matar a Batman cuando en realidad es psicológicamente dependiente de él, el Joker replica que ya sabe que no puede matarlo. “¡Naturalmente que trato de matarle! Porque es mi enemigo perfecto. Si alguna vez lo llegara a matar, sería mi enemigo “imperfecto””. Quizá por ello, el Joker de Englehart es la primera versión del personaje que no tiene interés en descubrir quién se esconde tras la máscara de Batman. Es un rasgo que después pasaría a ser adoptado más o menos como canónico, pero que el guionista plantea aquí por primera vez cuando el Joker advierte a Rupert Thorne que no trate de averiguar la identidad de Batman: “Por eso sigues vivo. No quiero que nunca nadie descubra ese secreto…Nunca… Ya que me robaría la diversión…¡La emoción del duelo con mi perfecto adversario!”
Pero más allá de eso, es necesario echar un vistazo a la versión del Joker que había estado vigente desde mediados de los cuarenta y hasta los sesenta, epitomizado en su encarnación del programa televisivo de 1966: un ladrón excéntrico pero no chiflado al que le encantaba jugar y bromear y que sólo constituía una amenaza para sus némesis, Batman y Robin. En 1973, en el “Batman” nº 251, Denny O´Neil y Neal Adams ofrecieron con la historia titulada “Las Cinco Venganzas del Joker” un retorno al tono original del personaje tal y como fue ideado por su creador, Bill Finger: un letal asesino en serie.
Englehart le dio el toque final para perfilarlo tal y como hoy lo conocemos: un asesino completamente loco, como atestigua el propio Batman en el número 476: “La mente del Joker está nublada por la locura. Sus motivos sólo tienen sentido para él. “. En ese episodio, “Los Peces Burlones”, el Joker vierte una sustancia química en las aguas próximas a Gotham que provoca que los peces capturados tengan una sonrisa siniestra que recuerda a la suya (una variante del mortal “veneno Joker” que el villano utilizó en “Batman” nº 1, en 1940). El Joker está convencido de que si patenta sus “peces Joker”, recibirá una parte de los beneficios provenientes de las ventas de todos los peces de América. Cuando un funcionario le informa de que no puede patentar un pez, el Joker se niega a creerlo y lanza una campaña de asesinatos para obligar al gobierno a acceder a sus demandas. En resumen, las razones para la violencia del Joker son totalmente irracionales.
Para Englehart, el comportamiento irracional, aleatorio y lunático es una parte esencial del Joker. No ofrece pistas acerca de sus motivaciones o laberintos mentales ni se regodea en la psicopatía que caracterizaba otras encarnaciones. Como Batman, el Joker es un niño que nunca creció, sembrando su refugio de trampas tan mortales como ridículamente imposibles. En “Detective Oscuro”, mientras piensa qué hacer con la secuestrada Silver, divaga: “Te encerraré en una torre de esta casa y veré cómo tu pálida piel se estira sobre tus aún más pálidos huesos hasta que te convierta en mi novia de la muerte…¡Na…! Hay que ver cómo me patinan las neuronas”. Da la impresión de que el Joker tiene su cabeza bullendo de ideas grotescas que, como chispazos, se iluminan y luego se desvanecen. Y por eso es tan difícil de predecir y tan interesante como villano de un justiciero tan estoico y planificador como Batman.
En un punto determinado, el Joker mata a un don nadie precisamente porque no tiene razón alguna para hacerlo. “¡Ese es el motivo! La gente como tú –gente inocente- piensa que está a salvo de mí”. Bruce creó a Batman para que su mundo tuviera sentido, pero el Joker es la encarnación del caos aleatorio que le arrebató a sus padres. Aunque no fue él quien cometió aquel asesinato –como sí sucedía en el film de Tim Burton-, para Englehart el Joker es el símbolo de ese crimen impredecible que puede cebarse en cualquiera en cualquier momento.
Igualmente merecedora de mención es la caracterización de Hugo Strange. Inicialmente, considera a Batman como un enemigo a batir. En una proyección freudiana, le llega a acusar incluso de “verdadero fanático”. Pero al mismo tiempo, también lo valora como medida de su propio genio: “¡Sólo Batman puede ofrecer a Hugo Strange un auténtico desafío”, exclama. Y así es, hasta el punto de que hace lo que tantos villanos antes y después que él nunca han intentado: desenmascararlo. Es, por tanto, una victoria total: ha arrebatado a Bruce Wayne la máscara que lo convertía en un tótem, en un símbolo, y le proporcionaba poder. Sin ella, no es más que un ser humano. Esa situación lleva a un número bastante insólito, el 472, en el que Batman no juega papel alguno. Prisionero y drogado, Bruce Wayne se pasa el episodio semidesnudo como símbolo de su vulnerabilidad. El propio Strange lleva su obsesión hasta el punto de disfrazarse no sólo de Batman, sino del propio Bruce Wayne (idea ésta que recuperarían otros autores más tarde, como Doug Moench en “Presa”).
Sin embargo, Strange, como el Joker y el Pingüino, tiene un extraño sentido del honor del que el corrupto político Rupert Thorne carece. Éste captura a Strange y en los sótanos del ayuntamiento lo apalea hasta la muerte tratando de que confiese la identidad de Batman. En ese momento en el que literalmente se juega su propia supervivencia, Strange ya no ve el secreto que conoce como su billete a la riqueza o la libertad. Desafiante, le espeta a Thorne: “No me robarás el fruto de mi genio. Yo…y sólo yo…¡He descubierto el secreto del siglo! Semejante tesoro…hay que ganarlo…¡Jamás lo regalaré!” (…) Para descubrir el secreto de Batman…Debes vencerle a él…¡Y no a mí!”. Es como si, al vestirse como Batman, hubiera absorbido parte de su coraje. Tras haberse declarado su igual, ahora, en plena crisis personal, se identifica como Batman. Si Strange representa la cara oscura de Batman, entonces quizá éste represente el potencial para el bien que se esconde en aquél. Cuando muere en lugar de revelar su secreto, Thorne comenta, “Lealtad hacia su enemigo. ¡El tipo estaba loco! Uno casi pensaría …¡que era Batman!”.
Rupert Thorne supone una adición bienvenida a la galería de villanos del mito…pero también supone cierta decepción. Años más tarde, Frank Miller enfrentaría a Batman contra la corrupción política de Gotham en “Batman Año Uno” y “El Regreso del Caballero Oscuro”, una batalla que le convertiría en un fugitivo que sólo podía fiarse del comisario Gordon. Englehart se adelantó a la idea. Thorne es el líder del concejo municipal y como sabe que no puede controlar a Batman, decide calificarlo oficialmente como vigilante al margen de la ley y, por tanto, susceptible de ser abatido por la policía. Thorne no tiene inconveniente en torturar y asesinar para consolidar su poder y en ningún momento muestra un ápice de nobleza, por retorcida que ésta pueda ser.
(Finaliza en la siguiente entrada)
Como no me gusta Batman esto nunca lo he leído a pesar de que nunca se habla mal della. Ahora que he leído tú análisis 1ª parte la verdad es que tiene muy buena pinta. Parece que ha Englehart le salió unos buenos guiones precisamente porque estaba de vuelta. De ahí de poner a los superpoderosos como Peter Panes chalados.
ResponderEliminarUna pequeña corrección Englehart no puede tomar el Joker de Moore porque este es 10 años posterior.