24 dic 2017
1985- EL DRAGÓN NEGRO – Chris Claremont y John Bolton
Entre mayo y octubre de 1985, el sello “adulto” de Marvel, Epic Comics, publicó una serie limitada de seis números, “El Dragón Negro”, firmada por dos autores por entonces muy populares. Por una parte Chris Claremont, guionista en la cresta de la ola gracias a su gran labor en las colecciones mutantes; por otra, el dibujante inglés John Bolton, quien se había hecho rápidamente un nombre en el género fantástico gracias a historias publicadas por la propia Marvel como “Kull” (en “Aventuras Bizarras”, con guión de Doug Moench) o “Marada” (en “Epic”, escrita también por Claremont).
La acción se sitúa en la Inglaterra de 1193. Un caballero escocés, James Dunreith, exiliado tiempo atrás por el rey Enrique Plantagenet, regresa a casa tras la muerte de éste, pero no pasa mucho tiempo antes de que unos monjes lo apresen acusándolo de hechicero, lo torturen y condenen a muerte. Es rescatado por los hombres de Leonor de Aquitania, viuda de Enrique, que rige el destino del país mientras su hijo Ricardo se gana el sobrenombre de “Corazón de León” en Tierra Santa. Leonor convence al reticente caballero para que la asista en una delicada misión. Corren rumores de que el conde de Glenowyn, Edmund de Valere, antaño el mejor amigo de Dunreith, está preparando una rebelión sirviéndose de magia negra. Dunreith duda que tales acusaciones sean ciertas y sigue creyendo en la rectitud de su viejo amigo, pero accede a acudir a su castillo y averiguar si hay algo de verdad en ellas.
Cien años después de la invasión normanda de Inglaterra, éstos y los sajones –que entonces se consideraban “nativos” del país aunque sus antepasados también fueron invasores de la misma- siguen enemistados. De hecho, la conspiración del noble de Valere pretende expulsar a los conquistadores normandos y restaurar la antigua cultura y religión sajonas. Paralelamente, la iglesia católica y las pretéritas creencias celtas mantienen su propia batalla por la fe de las gentes y el poder sobre este plano de la existencia. Y, en tercer lugar, algunos representantes de las clases más humildes se alzan contra la explotación de los poderosos. Por el camino, Dunreith encuentra a tres personajes que ejemplifican bien tales divisiones. Por una parte, Brian Griffon, antiguo camarada y defensor de los viejos dioses; Ellianne de Valere, hija de su amigo y devota católica; y Robin de Locksley, alias Robin Hood, al frente de un grupo de “nobles bandidos” .
Antes de llegar al castillo, el caballero escocés se verá enfrentado a las fuerzas de la magia negra y, acosado por unas recurrentes pesadillas en las que aparece un gran dragón negro, empezará a comprender que está vinculado de alguna forma al plano del mundo de las hadas. Ya en su destino, él y Elianne se ven arrojados al centro de un conflicto decisivo entre dos poderes que se libra tanto en el nivel físico como en el espiritual.
Esta obra, que podríamos calificar como “fantasía histórica”, fue una propuesta argumental y artísticamente muy inusual para una industria, la del comic mainstream americano, apoyada principalmente en los superhéroes y su particular estética. Probablemente, se esperaba que el nombre de Claremont –de quien se dice que ha vendido más comics que cualquier otro autor de la historia, afirmación probablemente inexacta pero que nos da una idea de su popularidad por aquella época- sirviera para impulsar una miniserie con aspiraciones estilísticas y literarias superiores a lo habitual en Marvel.
“El Dragón Negro” ofrece, para empezar, una lectura autocontenida de 191 páginas, con giros inesperados, más dura de lo habitual en el comic generalista en cuanto a sus temas y tratamiento de personajes (hay sexo –incluyendo el incestuoso- y violencia explícitos bastante antes de “Juego de Tronos”); y sin ánimo de establecer ningún tipo de continuación ni franquicia rentable a largo plazo. El final cierra la obra y no da pie a una segunda parte, lo que ya en sí es algo a tener en cuenta en un mercado tan proclive a la sobreexplotación como el americano.
Claremont era un guionista con reputación de verboso. Algo de eso se puede detectar en este comic, si bien en su defensa hay que decir que los textos nunca se limitan a narrar lo que ya vemos en las imágenes, sino que transmite información que el dibujante, por sí solo, no puede ofrecer. Es cierto que hay pasajes un tanto densos (no en los textos de apoyo, de los que hay pocos, sino en los diálogos), pero también lo es que sabe pasar a segundo plano en otros momentos, sobre todo de acción, dejando que sea el arte el que asuma todo el peso narrativo.
El dibujo de John Bolton es verdaderamente bonito y su narrativa clara y eficaz, si bien abusa demasiado de los planos medios, lo que le resta algo de dinamismo y variedad a sus páginas impidiendo que el lector “salte” a la escena y salga de su papel de mero testigo. Su estilo aquí puede encontrar un ascendiente tanto en el “Príncipe Valiente” de Hal Foster como en la obra de grandes artistas del comic británico de antaño como Frank Bellamy, Frank Hampson o Don Lawrence: clásico, elegante y con atención al detalle y la iluminación. La edición original fue en color, una opción desacertada dada la técnica de entintado adoptada por Bolton. Los horribles tonos pastel que se aplicaron entonces y las limitaciones en la técnica de impresión apagaban los contrastes y detalles de sus escenas. Ediciones más recientes de mayor calidad y en blanco y negro solventan ese problema y resaltan las mejores virtudes del dibujo, pudiendo apreciar mejor las texturas de los muros del castillo, los anillos de las cotas de malla o el pelo de la crin de los caballos.
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Bolton reproduce con habilidad el entorno medieval de la Inglaterra del siglo XII, con sus castillos, combates a espada y torneos. Menos afortunada me parece su labor cuando la historia entra de lleno en el terreno fantástico, y ello aun cuando había brillado especialmente en este aspecto en sus ya mencionados Kull y Marada. Sus criaturas demoniacas no me parecen demasiado convincentes (sí los muertos putrefactos que arrastran al protagonista bajo tierra), como tampoco el dragón del título o esa representación vaporosa pero carente de fuerza de las criaturas procedentes del mundo de las hadas. Con esto también están relacionadas las oscilaciones en el entintado. Algunas veces, como el momento zombi indicado, las tintas son intensas, sucias y agresivas, apoyando el terror del momento. Pero en otras escenas del mundo “real” o cuando dibuja seres mágicos, las líneas son muy finas y los espacios negros casi inexistentes; aunque en determinadas escenas esto resulta una buena solución, en otras no tienen el suficiente empaque como para contrarrestar visualmente el peso de los grandes globos de diálogo que lastran ciertas viñetas.
Evidentemente, la ambientación que perseguían Claremont y Bolton era una de corte realista, basada en nuestro auténtico pasado en lugar de imaginar una fantasía medievalizante. De esta manera, la inclusión de elementos mágicos, por contraste, tendría mucha mayor fuerza. Además, la mezcla de Historia, mitos artúricos, personajes legendarios y el mundo feérico inglés presentaba un indudable potencial siempre y cuando los ingredientes se añadieran y mezclaran correctamente. El resultado no es del todo satisfactorio, quedando el conjunto algo desequilibrado. Los primeros cuatro números están bien tramados y los personajes son interesantes. Pero los dos episodios finales quedan lastrados por un número excesivo de tramas peleando entre sí por el espacio, discursos excesivamente largos, rescates y resucitaciones de lo más conveniente y un final que descansa en un forzado hechizo. Posiblemente, hubiera sido más acertado limitarse a narrar una intriga política y de aventuras, ya que esos momentos son precisamente los que mejor funcionan en este comic.
A pesar de estos defectos, no puedo calificar “El Dragón Negro” como un mal tebeo, ni siquiera como uno mediocre. Al fin y al cabo, tanto Claremont como Bolton estaban entonces en la cúspide de sus carreras y ambos nos brindan momentos muy notables engarzados con otros que no lo son tanto. Sea como fuere, es muy probable que los amantes del género fantástico hallen en él una lectura agradable y adulta que, como mínimo, se atreve a distanciarse, tanto en su dibujo como en su historia, de los ya manidos tópicos de la espada y brujería y la fantasía épica y heroica.
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