14 jul 2017
1980- CONAN REY (y 3)
(Viene de la entrada anterior)
En el número 20 (enero del 84), sucedieron varias cosas. En primer lugar, el cambio de periodicidad de la colección, que pasó a ser bimensual. Ello quizá fuera consecuencia de que las ventas no eran muy boyantes, algo natural a la vista del baile de guionistas, la poca novedad que aportaban los argumentos y la mediocridad gráfica. Por otra parte, se retituló como “Conan el Rey”, un cambio más estético que otra cosa. Añadir a Mike Kaluta como portadista fijo probablemente respondió a un intento por llamar la atención del lector ocasional. Si este, atraído por la ilustración de cubierta, abría el cómic, ahora sí, encontraría guiones realmente distintos a lo que se había hecho hasta ese momento con el personaje.
La portada de ese número ya era elocuente. Escrito en sangre en el altar de sacrificios sobre el que se hallaba el cuerpo ensangrentado de un muchacho, se podía leer: “El Príncipe Ha Muerto”. Efectivamente, tras una desesperada batalla, Conn muere víctima de una emboscada tendida por unos misteriosos guerreros. Cuando la noticia llega a Tarantia, su efecto es devastador. Conan y Zenobia hacen un repaso a momentos clave de sus vidas en los últimos años e incluso el rey a punto está de abdicar, siendo en el último momento convencido de lo contrario por sus consejeros. El suspense, no obstante, no se mantuvo mucho tiempo, porque en la última página del episodio se puede ver a Conn, vivo aunque bastante magullado, a punto de ser atacado por unos lobos en el bosque.
En el nº 21 (marzo 84), Zelenetz divide el comic en dos partes. La primera está centrada en Conan o, mejor dicho, la corte de Tarantia y sus diferentes componentes. La segunda, narra las aventuras de Conn en solitario tras haber sobrevivido al ataque de los todavía misteriosos asaltantes. La primera viñeta, con un Conan sentado en un trono en penumbra, con la espada caída en su mano y una voz exterior que dice “Dicen que el rey se ha vuelto loco”, es ya muy expresiva. Amargado por el dolor que le causa la pérdida de su primogénito, no haber hallado su cuerpo y ser incapaz de dar con los responsables, maltrata a sus súbditos y descuida los asuntos del reino, lo que provoca descontento entre los nobles y un intento de magnicidio por parte de un sirviente despechado. Su relación con Zenobia se deteriora aún más, acusándola ella de abandonarla y negarle su apoyo en esos difíciles momentos.
Zelenetz aprovecha también ahora para presentar a los otros dos hijos de Conan: muy brevemente a la princesa Radegund, una muchachita preadolescente; y, sobre todo, a Taurus, que a sus ocho años ya coquetea con la magia a escondidas de su padre. Este no puede ocultar el desprecio que siente por el muchacho por no haber superado una prueba de hombría cimmeria, desprecio que Taurus percibe y transforma en odio hacia su padre. Conn, por su parte y como decía más arriba, inicia su propia andadura en solitario y, según sugería el editor James Owsley en la página de correo de lectores, separar a Conn de la línea argumental principal respondía a la posible apertura de una serie para él solo, plan que nunca llegó a concretarse.
A partir del nº 22 (mayo 84) y hasta el 28 (mayo 85) se desarrolla la que está considerada mejor etapa de la colección y, me atrevería a decir, una de las mejores de toda la andadura del personaje. Y ello, en mi opinión, por varias razones.
En primer lugar, por la introducción de personajes secundarios fuertes que no solamente ayudan a definir por contraste al protagonista, sino que tienen entidad por ellos mismos y desarrollan sus propias tramas. El nº 22 (mayo 84), por ejemplo, sirve para presentar a los Dragones Negros, el cuerpo de guerreros de élite de Conan, una especie de ninjas hibóreos en los que milita el novato Leónidas. Éste se enamorará de Radegund, que a su vez se haya ya prometida por sus padres a un mequetrefe, hijo de un noble aquilonio. El conflicto por esta parte está servido. Otro ejemplo es el nº 26 (enero 85), centrado en un melancólico Trocero quien, tras años de leal servicio a Conan, se da cuenta de que sus consejos ya no son escuchados, que ha sido reemplazado en su puesto por un noble adulador y cobarde, por lo que decide volver a casa. En su viaje de retorno, rememora con melancolía fragmentos de su pasado y se pregunta si ha merecido la pena dejar atrás la vida que podría haber disfrutado para terminar repudiado de la corte. Finalmente, tiene lugar un emotivo reencuentro con su envejecida pero todavía amada esposa. Es una historia tranquila, sentimental y muy bien escrita que demuestra a la perfección la riqueza del mundo de Conan, una riqueza más allá de los clichés pulp que otros autores no habían sabido ver.
Por otra parte, tenemos al propio Conan, que Zelenetz retrata como bastante patán. Testarudo, impulsivo y poco sutil, sólo es capaz de administrar y conservar su reino gracias a la ayuda y consejo de quienes le rodean: Zenobia, Trocero, Próspero, Publius… No admite que nadie le contradiga y su trato a Zenobia y sus hijos, con excepción de Conn, deja mucho que desear. Desatiende las necesidades afectivas de su esposa, se desentiende de Radegund, no oculta su desprecio por Taurus… Como resultado, Zenobia acaba buscando consuelo sentimental en Lysander, el capitán de la guardia; Radegund se enfrenta a él manteniendo una relación con el ya mencionado Leónidas; y Taurus, llevado por su odio, se sumerge cada vez más en esa magia negra que tanto detesta su padre y que acabará causando a todos múltiples problemas, empezando por él mismo. Incluso Conn, cuando descubra las infidelidades que cometió su padre en Khitai cuando fue a rescatar a Zenobia (ver el nº 8), renegará de él.
Conan es machista, intransigente, mal padre y mal gobernante. No ha conseguido adaptarse a la vida y responsabilidades de la corona y en cuanto puede, trata de probarse a sí mismo que aún es capaz de emular las hazañas de antaño. Es lo que ocurre en el último número escrito por Zelenetz, el 28, en el que tiene lugar el esperado y espléndido regreso de Red Sonja. Al comenzar el episodio vemos a Conan visitando de incógnito sórdidas tabernas e involucrándose en pendencias, tal y como hacía en su juventud. Cuando aparece Red Sonja, tan espléndida como siempre aunque con alguna arruga de más, lo engatusa para que le ayude a hacerse con un tesoro. Como en los viejos tiempos, ambos forman un equipo imbatible y, también como entonces, Sonja engaña a Conan y lo deja tirado. Sonja sabe lo que es, una mercenaria y una vagabunda, siempre y lo ha sabido y no se engaña al respecto. Conan, en cambio, sigue queriendo ser y comportarse como un cimmerio aventurero a pesar de que su vida ya no tiene espacio para esos deseos.
Tampoco los villanos reciben el tratamiento habitual. En lugar de optar por el “malo del mes”, tan rápidamente derrotado como olvidado, Zelenetz presenta conspiradores e intrigantes que elaboran sus estrategias a largo plazo. Es uno de los nobles más próximos a Conan, Maloric, quien lo traiciona aliado con un brujo. Éste elabora un plan destinado a sumir a Conan en el dolor y la ira e incapacitarlo para gobernar, plan que demuestra ser muy efectivo. Por otra parte, tratándose de un comic de fantasía heroica, la magia y las criaturas monstruosas siempre están presentes, pero el guionista no las convierte en motor ni justificación de la trama. Son un elemento más de las historias –y ni siquiera el más importante-, junto a la acción, las intrigas cortesanas y el drama sentimental.
En cuanto al dibujo, Marc Silvestri se encarga de toda esta etapa (con la excepción del nº 22), pero hay que concederle que va mejorando episodio a episodio. A ello contribuyó sin duda el que a partir del nº 23 (julio 84) sus lápices fueran entintados notablemente por Geoff Isherwood, un artista americano criado en Canadá que acababa de terminar sus estudios en 1982 y que, por tanto, era también un novato. Isherwood embellecería las páginas de Silvestri en la parte del comic ambientada en Tarantia, mientras que la centrada en las aventuras de Conn sería realizada en solitario por el dibujante. La diferencia entre ambas es clara: la segunda es más esquemática y parca en detalles de figuras y ambientación, tanto por la falta de talento de Silvestri como debido a la premura de las fechas de entrega. En cambio, las páginas entintadas por Isherwood le proporcionan al dibujo un mayor empaque, energía y riqueza.
La etapa de Alan Zelenetz al frente de la colección fue probablemente la mejor de todo su recorrido, al menos en lo que se refiere al guión. Los personajes evolucionan más allá de los clichés en los que llevaban más de una década encasillados y adquieren profundidad cambiando conforme van experimentando vivencias y acontecimientos. Se presenta un sólido reparto de secundarios y las historias combinan la épica con el drama familiar, introduciendo multitud de subtramas que ayudan a mantener la tensión. Por primera vez en años, un título de Conan adquirió una personalidad diferenciada del resto de colecciones de bárbaros.
Esa racha, sin embargo, se rompería con la llegada, en el número 29 (julio 85) de Don Kraar como guionista regular. Desde los años setenta, Kraar venía ejerciendo como guionista de la tira de prensa de “Tarzán” dibujada por Gray Morrow. Como en el caso de Alan Zelenetz, Kraar se benefició de la marcha de guionistas de Marvel a DC y en especial del vacío dejado por Roy Thomas en las colecciones de bárbaros. Tuvo su primera oportunidad en el género dentro de “La Espada Salvaje de Conan”, (nº 105, octubre 84), título del que se convertiría en principal escritor hasta 1989. No sólo eso, Kraar fue el guionista más destacable de los títulos de Conan hasta la década de los noventa, escribiendo también varias novelas gráficas, participando puntualmente en “Conan el Bárbaro” y como guionista regular de “Conan el Rey”.
En cuanto Kraar se hace cargo de los guiones no es que sólo cambie el curso establecido por su antecesor sino que hace lo posible para destruir de la forma más rápida y torpe posible sus logros. Para empezar, en su primer número, trae de vuelta a Conn, reuniendo a la familia real. Zelenetz, como dije, había llevado al muchacho hasta la lejana Khitai (el equivalente hibóreo de China), donde había descubierto que tenía un medio-hermano: Kang Sho, se había casado con una muchacha y, al estallar la guerra, se había alistado en el ejército mientras su más pacífico hermano emprendía camino con su madre hacia Aquilonia. Pues bien, lo que fue de esa guerra, el papel de Conn en ella, su hermano o mujer, nadie lo sabe, porque Kraar no ofrece explicación alguna al respecto. Simplemente, hace que el muchacho, ya un adulto en realidad, aparezca en Tarantia tan solo unos meses después de su desaparición.
También había comentado que el conde Trocero dejó la corte para reunirse con su esposa. Hubiera sido un bello final para la historia de ese entrañable personaje o, al menos, el inicio de un largo retiro. Kraar lo trae de vuelta tan sólo tres episodios después, en el número 30 (septiembre 85), de nuevo, sin explicar cómo ni por qué, arruinando de esta forma el efecto emocional de aquella historia. Otra subtrama súbitamente cercenada es la que narraba el amor prohibido entre la princesa Radegund y Leónidas. Éste, tras fracasar al proteger al rey de un atentado, dimite de los Dragones Negros. Pues bien, también en ese nº 30 lo encontramos sin que sepamos cómo y por qué, formando parte de ese escuadrón… y viéndolo morir acto seguido en una emboscada de los pictos junto al resto de sus carismáticos compañeros, por los que evidentemente Zelenetz sentía un gran cariño. Eran parte del elenco de secundarios fijos de la serie y, sin duda, merecían un fin mejor o, como mínimo, más justificado.
Todo aquello que Zelenetz había ido construyendo con cuidado, es demolido sin contemplaciones por Kraar. El distanciamiento de Zenobia y Conan y el inicio de un affair de aquélla con Lysander, es olvidado y la reina vuelve a ser la cariñosa y comprensiva dama de antaño. La conspiración de Maloric y el brujo (ambos habían disuelto su alianza para perseguir sus respectivos fines independientemente) se mete en el cajón. Lo mismo ocurre con el siniestro hijo menor de Conan, Taurus, y su progresiva inmersión en las más perversas artes oscuras.
Ese cambio tan brusco (que coincidió, quizá no casualmente, con el cambio de editor; Larry Hama sustituyó a Jim Owsley) me parece tan desconsiderado con la excelente labor de Zelenetz que tengo que decir que aguanté poco tiempo en la nueva etapa aun cuando el nuevo dibujante, Mike Docherty, era bastante mejor que Silvestri (especialmente cuando lo entintaba Geoff Isherwood). El arco argumental que propone Kraar, una invasión a gran escala de Aquilonia por parte de ejércitos de Nemedia, Argos y Ofir, no es malo pero tampoco original. Además, el desprecio con el que Hama y Kraar trataron todo lo hecho anteriormente me parece ofensivo. Podría entenderse en el caso de que la etapa precedente fuera algo tan mediocre y olvidable como lo que hizo Doug Moench tras la marcha de Roy Thomas, pero no cuando lo conseguido por Zelenetz había conseguido dotar a la serie de una auténtica personalidad como ningún otro autor antes que él había logrado. Zelenetz supo sacar a Conan de los clichés de la literatura pulp de los años treinta y atreverse a mostrar una cara menos amable de su figura al tiempo que establecer tramas a largo plazo que implicaban a múltiples personajes.
Kraar permanecería en la serie hasta el número 49 (noviembre 88), acompañado por los dibujos de Mike Docherty y Judith Hunt y, por lo que tengo entendido, dando precedencia a la acción sobre la intriga y los personajes, algo que puede satisficiera a los fans más puristas y menos exigentes. Muchas de las subtramas dejadas inconclusas por Zelenetz serían retomadas y concluidas por Jim Owsley entre los números 50 y 55, episodios finales de la colección. Dado que éste, como he dicho, había ejercido de editor en la época de Zelenetz, es de suponer que participó con el guionista en el planteamiento de las historias y que pudo continuarlas de la forma originalmente planteada.
Para resumir, de lo que he leído de la serie podría recomendar –eso sí, sólo para los ya aficionados al personaje- los primeros cuatro números, que abarcan la primera saga y enfrentamiento final de Conan y Thoth Amon. La segunda aventura, entre el 5 y el 8 y aunque firmada por Roy Thomas y John Buscema, es bastante inferior en todos los sentidos. De ahí puede saltarse tranquilamente a la etapa de Zelenetz, en el número 20, donde verdaderamente empieza a tomar formar su visión. Es una lástima que esto sólo dure ocho números y que el apartado gráfico no esté a la altura del dúo Buscema-Chan (aunque, gracias fundamentalmente a Geoff Isherwood, sí tenga algunos momentos destacables). Afortunadamente, la edición que de esta obra está realizando Planeta de Agostini permite seleccionar bien estos números. En concreto, los volúmenes a mi juicio merecedores de una lectura serían los 1, 4, 5 y 6.
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