7 feb 2017
1988- ARIADNA Y BARBAZUL – P.Craig Russell
La opera es un género musical muy específico y de difícil traslación a otros formatos narrativos, el cómic entre ellos. Para empezar, se basa en la voz y en la música, mientras que las viñetas son mudas (en el sentido de la sonoridad, no de su mensaje); las historias se desarrollan sobre un escenario en el que evolucionan los personajes, a menudo de forma exageradamente teatral y todo el drama –o la comedia- se apoya en los diálogos. En un comic, en cambio, en aras de la legibilidad y el ritmo, la historia debe cambiar de entorno, escenario, plano y personajes con cierta frecuencia; de otro modo, una adaptación literal de una pieza operística no sería más que una colección de figuras y cabezas declamando en tipografía mayúscula y negrita.
La ópera es, en mi opinión, un gusto adquirido. Dado que no se encuentra entre mis artes favoritas, siempre es de agradecer que las historias que se narran en ese arte lírico puedan conocerse y disfrutarse en la que sí es una de mis artes predilectas: el comic. Y ello, casi exclusivamente, se lo debemos a un único autor: P.Craig Russell.
Russell empezó profesionalmente en el mundo del comic-book mainstream, dibujando superhéroes (Doctor Extraño) y ciencia ficción (Killraven) para Marvel. Pero tan rápido como su estilo gráfico evolucionaron sus intereses. No sentía afinidad por la acción, los puñetazos y los alienígenas, sino por las grandes historias clásicas. Cuando a finales de los setenta empezó a emerger el mercado independiente de comic en Estados Unidos, Russell encontró una nueva plataforma, minoritaria pero más adulta, desde la que abordar los temas de su preferencia. Siendo como era –pese a su juventud- un veterano aficionado a la ópera clásica y considerando que los mitos, leyendas y poemas en los que se basaban muchos de los libretos eran magníficas historias, empezó a realizar una paciente y constante labor de adaptación que se prolongó durante décadas. Una de ellas fue “Ariadna y Barbazul”, publicada por Eclipse en 1989 en forma de un volumen único de 48 páginas.
La ópera fue estrenada originalmente en París, en 1907, obra de Paul Dukas sobre la obra teatral simbolista de Maurice Materlinck (a su vez, inspirada por un cuento de Perrault del siglo XVII). Desoyendo los ruegos de sus conciudadanos, Ariadna se convierte en la sexta esposa del temible Barbazul y en cuanto llega a su castillo empieza a investigar la leyenda que dice que sus predecesoras han muerto. Rechaza las riquezas que se le ponen a sus pies y opta por desobedecer las órdenes recibidas, abriendo la puerta cuyo acceso se le había prohibido expresamente. Allí, en lo más profundo, escucha un canto femenino, pero es entonces cuando, encolerizado, Barbazul entra en escena y la amenaza. Ella, sin embargo, cuando los indignados campesinos que han acudido al exterior del castillo tratan de intervenir en su ayuda, se asoma y les asegura que todo está bien.
En el segundo acto, Ariadna reanuda su búsqueda de las esposas perdidas y pronto las encuentra. Las guía fuera de la cripta y hasta la cámara principal, donde se engalanan a la espera de su inminente rescate. Barbazul regresa con refuerzos, pero éstos son pronto superados por los campesino y aquél, huyendo, se encierra en el castillo presumiblemente para asesinar a sus mujeres. Para su sorpresa, se encuentra con que éstas curan tiernamente sus heridas y le profesan sus afectos. Ariadna les dice que ha llegado el momento de marcharse, de ser libres, pero a la hora de la verdad ninguna quiere hacerlo. Prefieren quedarse y Ariadna y su criada abandonan el castillo solas. Y ese es el final. No se nos dice nada acerca de lo que puede ocurrir a continuación. ¿Volverá Barbazul a encerrar a sus mujeres? ¿Se quedará con las mejores y se deshará del resto? ¿Qué será de Ariadna?
Se trata de una ópera extraña e ignoro la razón por la cual Russell la eligió para trasladarla a viñetas. Hay poca acción, prácticamente todo transcurre en el interior del castillo, los personajes actúan sin que sepamos sus motivaciones, ninguno (aparte de la desafiante independencia de Ariadna) tiene una personalidad definida y ni siquiera hay un final digno de tal nombre. Toda la obra se apoya más en la atmósfera y el misterio: ¿quién es Barbazul? ¿Es realmente el monstruo que dan a entender al comienzo? ¿Dónde están las esposas perdidas?
En la ópera, un compositor, un director escénico y una soprano hacen, todos ellos, arte. Russell, asumiendo todas esas funciones cuando traslada la historia a las viñetas, también lo consigue, claro, pero realizando cambios imprescindibles dado el lenguaje completamente distinto que se utiliza en ambas. Al no existir música, Russell se concentra en los aspectos más teatrales del género: la ambientación, los decorados, el vestuario, los personajes y el simbolismo que acompañe a la obra en cuestión.
No es que la música quede totalmente marginada, si bien se traslada al ámbito visual de otra forma. Russell trata de recrear con su planificación, línea y narrativa las características sonoras de la partitura: su ligereza u opresión, el tono de voz de los intérpretes, las notas más agudas o la atonalidad de la música. El lector que desconozca la ópera original no será capaz de detectar estos detalles, pero aún así puede disfrutar del bello arte de este comic. Como de costumbre, el dibujo de Russell combina en sus figuras el realismo con el casi expresionismo de su paleta cromática. Cada plancha está cuidadosamente planificada, ya sea una página-viñeta que separe los actos, una sucesión de viñetas completamente mudas o bien la dramática secuencia en la que Ariadna rompe los muros de la cripta dejando entrar la luz del sol.
Hay que decir que, con todo lo bonita estéticamente que pueda ser esta obra, su historia no está a la altura de su dibujo. En realidad, apenas pasa nada, no hay explicación al comportamiento de los personajes y desconocemos su pasado ni su futuro. Los diálogos son exageradamente dramáticos, todo es bastante plano e incluso manifiestamente ridículo en algunos tramos (¿las mujeres maltratadas cayendo rendidas a los pies de su abusador?). En este sentido, Russell respeta la obra original, limitándose a exponer sus actos y dejando la interpretación psicológica al arbitrio del lector. Es un comic que hay que abordar casi exclusivamente desde su vertiente gráfica y dejar de lado la plausibilidad de lo que en él se cuenta.
El de ópera y el comic no parece un maridaje natural, pero Russell ha demostrado que puede hacerse. Sus adaptaciones permiten acercarse a ese género musical a través de sus historias. Ciertamente y como he mencionado, la traslación altera las mismas, pero Russell siempre consigue mantener su esencia y atmósfera, ya sea la fantasía (“La Flauta Mágica”), la épica (“El Anillo de los Nibelungos”), el suspense (“Los Payasos”), el drama romántico (“Peleas y Melisande”), la tragedia (“Salomé”) o el opaco simbolismo (este “Ariadna y Barbazul”). No son comics para recomendar a todo el mundo y este en concreto quizá sea la más extraña y sosa de esas adaptaciones; pero si se goza de cierta sensibilidad estética, curiosidad por asomarse a un mundo, el de la opera, normalmente reservado a una élite y, además, se es capaz de reconocer a un gran artista gráfico, este volumen puede proporcionar un rato de agradable disfrute.
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