9 may 2016
1951- FLASH GORDON - Dan Barry
Alex Raymond dibujó la plancha dominical de Flash Gordon desde enero de 1934 hasta abril de 1944, cuando se alistó en los Marines para combatir en la Segunda Guerra Mundial. Fue durante esa etapa inicial que el personaje consiguió un rotundo éxito, siendo adaptado a otros medios y protagonizando tres seriales cinematográficos que aún lo hicieron más popular. Los sucesores de Raymond en el comic siguieron su estela, pero carecían de la brillantez artística de su predecesor y tampoco pudieron aprovecharse de unos guiones, escritos por Don Moore, que cada vez se antojaban más rancios. Austin Briggs, el ayudante de Raymond y un dibujante bastante competente, se hizo cargo de la página dominical desde mayo de 1944 a junio de 1948. También dibujó la tira diaria –que contaba historias diferentes de la plancha dominical- desde su arranque el 27 de mayo de 1940 hasta su cancelación en junio de 1944-. Emmanuel Mac Raboy sustituyó a Briggs en la página dominical en 1948, permaneciendo en ella hasta su muerte en 1967.
Mientras tanto, en el mundo real, la televisión ascendía a principal medio de entretenimiento de millones de norteamericanos. En 1950, la Fox emitió los seriales cinematográficos de Flash Gordon adaptados como serie de televisión y a raíz del buen resultado obtenido, la Interwest Film de Berlín y la Intercontinental Films Corporation se asociaron para producir una nueva serie de televisión de Flash Gordon que constó de 39 episodios de 25 minutos y cuyos papeles principales recayeron en Steve Holland (Flash), Irene Champlin (Dale) y Joseph Nash (Zarkov). La serie fue emitida entre 1954 y 1955, pero desde que empezó a hablarse de ella, la King Features Syndicate, agencia propietaria de los derechos, decide aprovecharse del posible tirón del personaje resucitando su tira diaria, difunta desde hacía seis años. El director artístico de la agencia, Sylvan Byck y su editor en jefe, Ward Green, le ofrecen el proyecto a un artista sólido de reconocida trayectoria a pesar de su relativa juventud –no llegaba a los treinta años-: Dan Barry.
Barry había nacido en Long Branch, New Jersey, el 11 de julio de 1923. Recibió clases de los prestigiosos pintores Raphael Soyer y Yasuo Kuniyoshi en la American Artist´s School y en septiembre de 1941 conoció al dibujante e ilustrador George Mandel, quien le sugirió que podría hacer carrera en el mundo del comic. En agosto de 1943, Barry se alistó en el ejército, para el que realizó una tira cómica, “Bombrack”, publicada en la revista de las Fuerzas Aéreas. Tras su desmovilización en enero de 1946, trabajó en comic-books como “Captain Midnight”, “Crime Does Not Pay”, “Big Town”, “Gang Busters” o “Airboy”. Su primera tira para un periódico fue la diaria de “Tarzán”, de la que comenzó a encargarse en 1947, permaneciendo en ella durante un año. En 1950, se dedicaba a la ilustración publicitaria y los comics educativos y cuando la King Features le ofreció “Flash Gordon”, lo rechazó.
Sus motivos eran tan sencillos como razonables. Le encantaba el dibujo de Alex Raymond -¿a quién no?- pero detestaba los guiones, que consideraba simplones y más relacionados con la fantasía que con la ciencia ficción a la que supuestamente estaba adscrito el personaje. Sólo accedió a encargarse de Flash si se le otorgaba total libertad para encuadrarlo en guiones de auténtica ciencia ficción, lo que pasaba por eliminar al planeta Mongo y todos sus pintorescos habitantes y circunscribir la acción al ámbito del Sistema Solar. La King Features accedió. Después de todo, no consideraban este relanzamiento de la tira diaria a blanco y negro como uno de los puntales de la agencia.
La aproximación de Barry al personaje, para utilizar la terminología actual, supuso un auténtico “reboot”. La ciencia ficción americana había tomado forma en las revistas populares a través de aventuras muy sencillas plagadas de tópicos. De una de aquellas series pioneras, “John Carter de Marte”, fue de donde el escritor Don Moore y el dibujante Alex Raymond extrajeron la inspiración para crear el primer romance planetario del mundo de las viñetas: “Flash Gordon”. Como Carter, Flash era un terrícola que llegaba a un planeta alienígena, luchaba contra tiranos, se convertía en gobernante, rescataba y enamoraba princesas, se enfrentaba a monstruos, inspiraba inquebrantable lealtad entre sus amigos, era tan diestro con la espada como con la pistola de rayos y pilotaba tan bien un cohete como luchaba a puñetazos en la arena de un circo de gladiadores.
Pero durante los años cuarenta, la ciencia ficción literaria, inspirada por la línea marcada por el editor John W.Campbell para la revista “Astounding Science Fiction”, había ido alejándose de aquellas aventuras plagadas de héroes invencibles y monstruos alienígenas escritos por autores con más imaginación que talento, para adoptar una mayor verosimilitud y sobriedad, poniendo énfasis no sólo en provocar el asombro y el sentido de la maravilla sino en construir personajes sólidos que se sirvieran de la ciencia para resolver problemas. Escritores como Robert A.Heinlein, Isaac Asimov, Arthur C.Clarke (todos ellos con formación científica), A.E.van Vogt, Ray Bradbury, Frederik Pohl… cambiaron la CF, dejando obsoleta su etapa pulp. En el cine el género también estaba experimentando su propia revolución. Tras una década prácticamente ausente de las pantallas, el estreno de “Con Destino a la Luna” (1950) cosechó un notable éxito abriendo paso a otras producciones de similar corte realista.
Por otra parte, en el mundo real, la Unión Soviética y Estados Unidos se hallaban enfrascados en una carrera armamentística desde el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945. Los ingenieros de ambas potencias diseñaban misiles cada vez más sofisticados propulsados por cohetes que, en un momento determinado, ya fueron capaces de poner vehículos en el espacio. Aunque oficialmente el inicio de lo que se dio en llamar Carrera Espacial no tendría lugar hasta 1955 (cuando soviéticos y americanos revelaron sus planes de poner satélites en órbita), hacia 1950 ya resultaba evidente que viajar al espacio había dejado de ser una fantasía. Aún se tardaría algún tiempo, pero se iba a lograr, y esa era una puerta hacia una gran aventura que se adivinaba muy diferente de las repetitivas peripecias del “viejo” Flash Gordon en Mongo.
El Flash de Dan Barry, por tanto, fue hijo de una nueva modernidad suscitada por el desarrollo tanto de la literatura de ciencia ficción como de la tecnología aeroespacial. De esta forma, el primer arco argumental, “Prisión Espacial” (19 de noviembre de 1951 a 16 de febrero de 1952), nos presentaba a un Flash Gordon y una Dale Arden reconvertidos en veteranos exploradores espaciales que despegan desde el centro espacial de Ohio (Cabo Cañaveral aún quedaba casi una década en el futuro) en misión a Júpiter a bordo del X-3. Era el tercer viaje que se intentaba a ese planeta, habiendo acabado los dos anteriores en desastre. En la segunda viñeta de la primera tira, los cohetes se averían y la nave se ve obligada a atracar en una estación espacial que sirve de penitenciaría. Naturalmente, su llegada sirve de catalizador a un intento de fuga que se complica y que acaba involucrando a todos los internos.
Se trata de un drama carcelario con momentos de gran suspense e incluso claustrofobia, en el que los personajes son lo de menos. Los tripulantes del X-3 apenas tienen identidad y los protagonistas nominales, Flash y Dale, se comportan de forma absolutamente predecible. De hecho, es una historia que no se diferencia demasiado de las muchas que aparecieron por entonces protagonizadas por “patrullas espaciales”, con el consabido convicto redimido que se une al grupo de Flash y que cubre el puesto de “científico oficial” que habría correspondido al doctor Zarkov (ausente en esta nueva encarnación de la tira). Con todos sus defectos argumentales, el tono general del nuevo “Flash Gordon” no podía ser más diferente del que dominó al personaje en sus inicios.
En 1952, a través de su compañero de estudio, Ric Estrada, colaborador de los comics de EC, Barry conoce a un editore, guionista y dibujante de esa editorial, el gran Harvey Kurtzman. Ambos deciden comenzar a colaborar en la escritura de los guiones de “Flash Gordon” y durante un año, Kurtzman se ocupó de escribir varios de sus arcos argumentales, esforzándose porque la información científica tuviera una base real. El resultado fueron aventuras que, aunque con un considerable grado de fantasía, eran más plausibles que las imaginadas por Moore y Raymond en los años treinta (Moore había seguido escribiendo los guiones de la tira para Austin Brigs hasta 1944, y, desde 1948 hasta 1967 para Mac Raboy).
La siguiente aventura nos da un ejemplo de lo que funcionaba y lo que no en este nuevo Flash Gordon. “La Ciudad de Hielo” se serializó del 18 de febrero al 14 de junio de 1952 y contaba cómo la nave X-3, tras una arriesgada aproximación a Júpiter, se ve obligada a aterrizar en una de sus lunas, Ganímedes, para realizar reparaciones. El suspense previo derivado de los riesgos de una misión espacial se convierte entonces en la familiar rutina explotada por Don Moore y los dibujantes que ilustraron sus guiones. Así, resulta que el interior de Ganímedes no sólo resulta ser habitable, sino que alberga un reino dirigido por la Reina Marla, una mujer fatal modelada a partir de la Princesa Aura de la primera época. Flash se ve entonces involucrado en las luchas internas de poder dirigidas por el malvado y manipulador primer ministro, Garl. También encontramos la típica batalla con monstruo-dinosaurio en la arena de gladiadores y la huida por un planeta –o luna, en esta ocasión- habitado por pintorescas razas como los hombres-mariposa, los sátiros de Tártaro o los hombrecillos utópicos de Pasturia, cada una de las cuales supondrá un peligro y un desafío diferente para el protagonista. Además, se presenta a Ray Carson, un sidekick adolescente cuya misión, además de ponerle a Flash las cosas más difíciles –o ayudar, según venga bien al guión- es la de servir de enlace emocional con el lector más juvenil.
Por tanto, esta nueva aventura no lo es tanto y su lectura sabe a versión recalentada del Flash Gordon de Alex Raymond. El problema, como hemos dicho, es que ese tipo de ciencia ficción ya había sido ampliamente superado en la literatura, el cine e incluso el comic (recordemos los magníficos relatos incluidos en “Weird Science” bajo el sello de EC Comics desde 1950). Todo el realismo se deja de lado y se le pide al lector un esfuerzo extraordinario de suspensión de la realidad para poder disfrutar unas aventuras que están más relacionadas con la fantasía que con la ciencia ficción. Las cosas mejoran algo cuando encuentran –aún sin salir de Ganímedes- a un alquimista llamado Murlin, procedente de la Tierra del siglo XIV y que vive en una casa directamente extraída de la Inglaterra de ese siglo. Semejante comienzo no augura nada bueno, pero lo que sigue a continuación es una peripecia de viajes en el tiempo bastante bien narrada y entretenida aun cuando no resulte particularmente original.
Aquella fue la última aventura de Flash guionizada conjuntamente por Dan Barry y Harvey Kurtzman. A pesar de la sintonía de ambos en relación a la dirección que debía seguir la serie, sus respectivos modos de trabajo era demasiado diferente, casi opuesto, como para que aquella colaboración perdurara. Porque Kurtzman, además de guionista, era dibujante y elaboraba sus guiones mediante storyboards ejecutados con su característico estilo suelto y casi caricaturesco. Esta forma de trabajar incomodaba a Barry, que sentía coartada su libertad de composición y el poder utilizar su propio estilo gráfico. Finalmente, Kurtzman abandonó “Flash Gordon” para concentrarse en su labor de editor y guionista de la revista paródica “Mad”.
Desde 1957 a 1964, Barry residió en Europa, pero continuó enviando las tiras de “Flash Gordon” para la King Features. Eso sí, empezó a depender cada vez más de sus colaboradores tanto en el planteamiento de las historias como en el apartado gráfico. Después de Kurtzman, por ejemplo, uno de sus guionistas fue Harry Harrison, el luego famoso escritor de ciencia ficción. Estos colaboradores nunca figuraron acreditados en las historias, pero su influencia se percibe en los vaivenes temáticos y artísticos que pueden detectarse en ellas. De todas formas, la mayor parte del “Flash Gordon” de Barry lo escribió Fred Dickenson, quien ofreció historias superiores a la media de lo que se podía encontrar en las viñetas del género –durante el mismo periodo también firmó los guiones de “Rip Kirby”-.
Sería demasiado largo detallar todos y cada uno de los arcos argumentales de la tira diaria de “Flash Gordon” durante la etapa de Dan Barry. Digamos, eso sí, que en lugar de quedarse lastrado en las peleas de esgrima, las princesas enamoradizas y los monstruos de turno, intentó tomar el pulso a lo que iba ocurriendo a su alrededor. Por ejemplo, en 1949 se empezó a emitir el programa televisivo “Captain Video and His Video Rangers”, dirigido a un público infantil-juvenil. Así, entre abril y octubre de 1953, Flash y Dale visitan a Ray Carson, que ha fundado un club, los Space Kids, para construir un modelo de cohete, a lo que Flash accede a prestar su ayuda. Verle fumando tranquilamente su pipa mientras contempla los progresos de los muchachos y luego actuando como mediador entre un chico y su estricto padre resulta desconcertante. De repente, la tira se había decantado por un tono mucho más juvenil, algo que, afortunadamente, no duraría.
Algo más adelante y siguiendo otra nueva moda, Flash sería abducido por un ovni mientras conducía por una carretera solitaria. Aunque hoy esto nos parezca un cliché, en 1955, cuando apareció esa historia, era algo relativamente nuevo. Los alienígenas, de apariencia vagamente asiática –otro remanente del viejo Flash y su obsesión por el Peligro Amarillo- lo esclavizan y obligan a participar en un circo…hasta que, naturalmente, el héroe consigue los esperados aliados y decide cambiar las cosas. Los viajes espaciales seguirían formando parte importante de la serie y antiguos conocidos como el doctor Zarkov, incluso el planeta Mongo, que parecían haberse borrado de la biografía del nuevo Flash, regresarían a la mitología del personaje cuando Barry pasó a encargarse de la página dominical tras la muerte de Emmanuel Mac Raboy (a partir del 18 de febrero de 1968, retomando su colaboración en los guiones con Harvey Kurtzman).
El Flash Gordon de Barry, en resumen, era más humano que el de Raymond. Sin dejar de ser un héroe de corte clásico, sí se encontraba a menudo derrotado por el enemigo de turno, sus heridas tardaban en sanar, sufría desengaños amorosos y dependía tanto de su valor como de su inteligencia y conocimientos científicos. Incluso su aspecto y expresividad físicas eran más cercanas a los de un hombre normal en contraste con el porte de estatua divina del Flash raymondiano.
Puede que Dan Barry no parezca a primera vista un artista de la excelencia de Alex Raymond, pero para ser justos hay que tener en cuenta que este último se movía, en el caso de Flash Gordon, en el ámbito de la página dominical a color. En cambio, Barry se ocupaba de entregar todos los días una tira en blanco y negro que sólo podía dividir en dos o tres viñetas –cuatro a lo sumo, sacrificando considerablemente la claridad-. Desde luego, no era el formato más adecuado para desarrollar un dibujo preciosista y espectacular, que es lo que parece demandar el género de la ciencia ficción. Sin embargo, su arte siempre fue muy sólido e incluso, según los ayudantes con los que contara en cada momento, detallista. De hecho, Barry fue uno de los artistas que definieron la moderna escuela realista en el comic hasta que Jack Kirby fundara una nueva escuela en Marvel Comics en los años sesenta. Fue asimismo un competente narrador que combinaba la limpieza y síntesis expositiva con la elegancia. Su utilización de fotografías como referencia visual, la iluminación expresionista de algunos primeros planos y la atención a la elaboración de texturas hacían de muchas de sus tiras auténticos ejemplos del mejor comic realista.
Ya desde los mismos inicios de la tira, Dan Barry dio forma gráfica a su Flash y su estilo, pasado por el filtro de sus múltiples colaboradores, no variaría demasiado hasta que abandonó al personaje décadas después. La huella de esos asistentes es más o menos intensa dependiendo de su propia personalidad gráfica y el grado de intervención en el proceso creativo. Entre los nombres más relevantes de quienes ayudaron anónimamente a Barry en un momento u otro se encuentran Frank Frazetta, Jack Davis, Bob Fujitani, Fred Kida, Sy Barry (que era su hermano), Ric Estrada, Paul Norris, Wil Elder, Leonard Starr, Al Williamson, Mike Sekowsky, Joe Giella…
Ciertamente, responsabilizarse de una tira diaria es una labor muy exigente. Hay que trabajar sin descanso y de forma disciplinada; todos los días los periódicos deben tener listas y en su poder las viñetas comprometidas. No es raro, por tanto, que los autores recurrieran a ayudantes que les desahogaran de trabajo fuera de regularmente o en momentos puntuales –vacaciones, enfermedad, otros compromisos profesionales…- . Ahora bien, la cantidad de nombres asociados a Barry en “Flash Gordon” es tal que uno no puede evitar pensar que el autor no siempre se tomó demasiado en serio su trabajo. De hecho y como ya mencioné más arriba, de 1957 a 1964 trasladó su residencia a Europa, según dijo para impulsar su carrera como pintor abstracto expresionista, aunque las ganas de vivir bien y evadir impuestos –delito por el que acabó yendo a la cárcel en 1982- probablemente fueron razones igual de poderosas. El guión, la rotulación y el entintado lo realizaban terceras personas e incluso a veces ni siquiera era Barry quien abocetaba. Por ejemplo, durante años fue Bob Fujitani quien, imitando el estilo de su patrón, dibujaba la tira si bien su nombre no aparecía como el del principal responsable.
La etapa de Barry en “Flash Gordon” finalizó en 1990 tras rechazar el autor la rebaja en sus honorarios que proponía King Features Syndicate. La tira diaria sólo le sobreviviría tres años más y ni siquiera profesionales tan competentes como Bruce Jones, Ralph Reese o Gray Morrow consiguieron salvarla de la cancelación.
Sus casi cuarenta años manejando el destino de Flash Gordon convierten a Dan Barry en el autor más larga y estrechamente asociado con él. Es evidente que no todo lo que hizo puede ser considerado bueno, pero sus dos décadas iniciales, los cincuenta y los sesenta, deben sin duda incluirse entre lo mejor que ha ofrecido el aventurero espacial.
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