26 feb 2016
2001- NEW X-MEN – Grant Morrison
El final de la década de los noventa fue un tiempo convulso para Marvel –aunque bien pensado, ¿cuándo no lo ha sido?-. El nuevo consejero delegado, Peter Cuneo, deseaba convertir la editorial en una corporación en la que los comics y sus personajes fueran principalmente carnaza a partir de la cual alimentar a un gran monstruo que escupiera merchandising, películas, establecimientos de comida rápida y demás subproductos comerciales.
Por otra parte, la principal franquicia de Marvel, los mutantes, venía arrastrando desde hacía años graves problemas creativos. La saga de “Onslaught” había puesto fin a una época dorada que se había extendido dos décadas. Tras el fiasco de “Heroes Reborn”, todo el universo mutante entró en un periodo de estancamiento creativo. Los guionistas se sucedían unos a otros con rapidez y todos ellos se quejaban amargamente de ver su trabajo intervenido y modificado por unos editores que respetaban más las caprichosas y volubles opiniones de los fans que el talento o la independencia de los creativos que coordinaban. Para colmo, la continua interferencia de Chris Claremont no hacía sino embarullar las cosas hasta que, finalmente, en 1999, se las arregló para retornar a los guiones de los X-Men.
En 2000, Bill Jemas, un licenciado en derecho por Harvard y ex ejecutivo de la NBA, pasa a ocupar el sillón de vicepresidente ejecutivo de la compañía. Una de las primeras cosas de las que decide ocuparse es del fiasco que para Marvel había supuesto el estreno de la película sobre los X-Men dirigida por Bryan Singer. Ésta había sido un éxito de taquilla, sí, pero la editorial había desaprovechado completamente su teórico tirón comercial y las ventas de comics no habían experimentado repunte alguno. Jemas identificó correctamente el problema: guionista y director de la película habían conseguido presentar de forma clara y concisa unos personajes a los que gran parte de los espectadores eran totalmente ajenos. Pero cuando éstos, animados por la película, se acercaban al comic, se encontraban con una complejidad bizantina que se remontaba a los años sesenta y que resultaba casi incomprensible para alguien no muy familiarizado con el Universo Marvel. Además, lo que había nacido como una colección protagonizada por adolescentes, había terminado convirtiéndose en un desfile de adultos casados con los que difícilmente podía identificarse el lector medio de comics de superhéroes.
Jemas se arremangó y se dispuso a hacer limpieza. Destituyó a Bob Harras como Editor en Jefe y nombró para el puesto a Joe Quesada, hasta entonces al mando de la exitosa línea Marvel Knights. Uno de los muchos cambios que éste llevó a cabo fue retirar a Claremont de los X-Men y sustituirlo por Grant Morrison, que venía de obtener elogiosas críticas por su trabajo en “Marvel Boy”, un título de Marvel Knigths.
La saga mutante siempre ha acogido bien a guionistas con una ideología liberal que sirviera de molde para unas historias que siempre han tenido a los prejuicios y la marginación como subargumento central. Sin embargo, no hay que olvidar que los X-Men fueron un producto de la Edad de Plata de los comics de superhéroes y aunque su componente social siempre fue más relevante que en, digamos, Los 4 Fantásticos, su universo está tan repleto de alienígenas, viajes en el tiempo y monstruos como de historias sobre los derechos civiles y alegorías sobre la intrínseca maldad de los prejuicios y el racismo. Es esta mezcolanza aparentemente caótica y aleatoria en donde Morrison se siente más a gusto, un decorado sobre el que verter su desbordante imaginación.
Por otra parte, la franquicia mutante sufre de un defecto congénito que emana del conflicto existente entre su contenido temático y el formato elegido para exponerlo. El tema que discurre insistentemente bajo las coloristas aventuras de los superhéroes es la evolución: los mutantes son presentados como el siguiente peldaño en la escalera genética humana. Por desgracia, el mundo editorial mutante está estructurado en base a una serie de comic books de largo –larguísimo- recorrido en el seno de un universo compartido con muchos otros personajes. Ello implica que el statu quo debe siempre respetarse, puesto que un cambio radical en el mundo mutante debería, por fuerza, expandirse al resto de colecciones no mutantes y eso derivaría en un lío de los gordos.
Así, durante los últimos cincuenta años las series mutantes han estado corriendo en círculos sin alcanzar nunca el potencial sugerido, mirando a un futuro prometido que nunca llega: una franquicia sobre la evolución que no evoluciona en absoluto. El lector no puede creerse de verdad que lo que suceda a los héroes vaya a tener consecuencias de gran calado porque sabe que dentro de cincuenta o cien años, los mutantes continuarán siendo una minoría que lucha por sus derechos.
Cuando se hizo cargo de la colección de los X-Men (que cambiaría su título al de “New X-Men”), el propio Morrison lo dejó muy claro en la declaración de intenciones que hizo llegar al editor jefe de Marvel: “En la última década, la tendencia en Marvel ha sido intensamente conservadora; comics como los X-Men han pasado de ser osados y manifiestamente pop a precavidos y retro. Lo que fue dinámico ahora es estático. Los personajes muertos siempre regresan, nada de lo que sucede importa realmente al final. El escenario nunca se despeja para que nuevas creaciones puedan desarrollarse y crecer”.
Morrison decide romper ese círculo vicioso. En el primer número, se libra de los ridículos uniformes ajustados que tradicionalmente han vestido los superhéroes (“De repente, no tengo que parecer un idiota a plena luz del día”, afirma un satisfecho Lobezno). Era un movimiento copiado de la película, en la que habían prescindido de los uniformes de spandex en favor de uniformes de trabajo estandarizados pero no exentos de atractivo estético: cazadoras de motorista con parches de amarillo fluorescente, pantalones de estilo militar y botas de combate.
El mundo real se estaba convirtiendo a pasos agigantados en un lugar mucho más oscuro. Nada más empezar la primera saga, “E de Extinción”, Morrison destruyó la isla de Genosha, habitada sólo por mutantes, sólo un mes o dos antes de los ataques terroristas del 11-S. Más allá de estas casualidades, la serie reflejó la realidad en el sentido de que presentó un mundo que experimentaba grandes cambios, un mundo en el que los mutantes suplantaban a los humanos como especie dominante y los humanos trataban de convertirse en mutantes.
En los cuatro años que Morrison permaneció en la serie, los X-Men sólo lucharon contra un villano veterano, Magneto (aunque luego, como veremos, se reveló que no era en realidad él). La mayor parte del tiempo la pasaron lidiando con sus múltiples problemas internos y las tensiones entre mutantes y no-mutantes. La primera saga presentó a Cassandra Nova, la hermana gemela de Xavier, asesinada por éste en el mismo útero. Convertida en un ser capaz de trascender su envoltura física, alberga un –comprensible- odio feroz contra su hermano y pretende no sólo matarle, sino acabar con su sueño y con la especie mutante. Es ella la responsable de la masacre de los 16 millones de mutantes residentes en Genosha. Normalmente hacen falta muchas más apariciones para que un villano pase a ocupar un puesto en la lista de los más peligrosos, pero a Morrison le bastaron tres números para dar a Nova ese estatus. Difícilmente se podía ofrecer un comienzo de etapa más espectacular, especialmente para los más veteranos seguidores de los títulos X, acostumbrados desde hacía tiempo a dar por buena la mediocridad.
Una de las tretas de Nova es hacer pública la verdadera naturaleza de la Escuela de Xavier, revelando que se trata en realidad de un centro de enseñanza para mutantes. Ello no sólo abría un enorme abanico de posibilidades argumentales, sino que permitía enfrentar a los protagonistas con la hipocresía inherente a la filosofía de Xavier: defender la integración de humanos y mutantes al tiempo que mantener a su gente oculta. Habían hecho falta cuarenta años para airear el gran secreto.
Por primera vez desde el nacimiento de las colecciones de mutantes, la idea de la evolución dejó de utilizarse exclusivamente como gancho para contar historias de aventuras heróicas (Stan Lee) o melodramas adolescentes (Chris Claremont), para convertirse en el verdadero motor de la serie. La mutación ya no es una simple alegoría, sino algo “real” que va a cambiar el mundo. Así, Morrison introduce desde el principio el concepto de una “bomba de relojería” inserta en el código genético del Homo sapiens: en tres o cuatro generaciones, la especie se extinguirá y el Homo superior heredará la Tierra. Ello ofrece un ángulo completamente diferente al conflicto Homo sapiens/Homo superior, uno de los pilares que han sostenido el devenir de la colección desde sus inicios. Los X-Men se han pasado años luchando para evitar el estallido de una guerra total entre ambas especies. Con esta nueva revelación, la propia Evolución toma parte en el enfrentamiento, determinando su resultado.
Esto hace que el racismo contra los mutantes deje de ser tan escandalosamente obvio como en la época de Claremont. Al fin y al cabo, en el mundo real otras minorías, raciales o sexuales, han visto cómo la discriminación contra ellos se ha atenuado o, al menos, vuelto menos patente, reemplazado por un prejuicio más sutil. Es más, en algunos círculos, “lo mutante” pasa a ser una especie de cultura marginal adoptada por aquellos que presumen de ideologías liberales, de la misma forma que el hip-hop y el rap, inicialmente marginales, acabaron encontrando amplio apoyo entre los jóvenes adinerados de las clases medias blancas.
Y para sectores aún más extremos, los mutantes llegan incluso a ser un ideal al que aspirar cueste lo que cueste. El mediático John Sublime dirige una secta secreta de fanáticos que capturan mutantes para extirparles órganos e injertarlos a continuación en sus propios cuerpos en un grotesco intento de obtener capacidades sobrehumanas. Sus U-Men se convierten así en una tercera especie, bastarda de las otras dos.
Una parte importante de las diferentes sagas se mantiene circunscrita al ámbito de la Escuela, profundizando en sus alumnos. La Academia de Xavier, por fin, dejó ser un simple cuartel general secreto para superhéroes y se transformó en lo que siempre había afirmado ser: una verdadera escuela con la misión de preparar a las nuevas generaciones para el futuro. Sus 152 alumnos compaginan las clases estrictamente académicas con el entrenamiento en el control de sus poderes. Pero la nueva hornada de estudiantes dista mucho de parecerse a las que la precedieron, ya fueran X-Men o Nuevos Mutantes. Sus aspiraciones no son convertirse en superhéroes, sino simplemente tratar de sobrevivir en el mundo que les espera.
No es esa la única diferencia con los antiguos X-Men que pasaron por la Escuela. Muchos de los chicos actuales tienen ahora un aspecto grotesco y sus mutaciones no son siempre benignas ni ofrecen poderes maravillosos. Hace cuarenta años, las alas del Ángel eran consideradas una mutación desagradable. Hoy tenemos a Pico, un chico-pájaro de físico bastante repulsivo que, para colmo, no puede volar, un antihéroe trágico de aspecto grotesco pero espíritu bondadoso. Hubo muchos lectores que lo detestaron, pero probablemente resumía mejor que ningún otro la tragedia de ser mutante, lo que, al fin y al cabo, siempre pretendió ser la colección.
También tenemos a Marth, cuyo cerebro está en un jarro de cristal; o…. un cíclope de cuerpo grotesco. Las particularidades de otros son de índole diferente, como en el caso de Angel Salvadore, una adolescente latina con alas de insecto, un problema de adicción al tabaco y a la bebida y una actitud de rebeldía sistemática. Estos jóvenes no sólo tienen que aprender a vivir en una sociedad de humanos que les temen y les odian, sino que dentro de la propia escuela están considerados “especiales” por las dificultades que sus fisonomías les crean a la hora de integrarse entre sus congéneres. Los mutantes son ahora tan comunes que incluso surge una especie de racismo entre ellos.
Desde sus comienzos, como hemos mencionado, los X-Men han versado en buena medida sobre la evolución y los derechos civiles. Morrison lo entendió perfectamente e hizo de la evolución un concepto nuclear alrededor del cual desarrollar toda su etapa en la colección. Desde Cassandra Nova a los nanocentinelas, de los U-Men al proyecto Arma Plus, de Quentin Quire a Fénix… todos los arcos argumentales versaban sobre el crecimiento y el cambio. La idea de una conciencia “bacterial” –o vírica- está en el corazón del universo mutante según Morrison, y la extiende incluso al ámbito tecnológico: los mismos Centinelas evolucionan más allá de su forma humanoide para transformarse en nanoseres capaces de “infectar” un cuerpo mutante y destruir sus defensas naturales.
El mundo está sometido a un continuo cambio y ¿quién dice que los mutantes son los únicos susceptibles de evolucionar? Porque si los X-Men son la encarnación de conceptos como la evolución, el dinamismo y el cambio, es necesario presentar su opuesto: la homogeneización, denunciada como una amenaza. Ya sean los intentos de John Sublime de elevar al Homo sapiens al nivel del Homo superior mediante trasplantes ilegales de órganos, o la capacidad de Arma XII para “absorber” a sus enemigos simplemente tocándolos, las grandes amenazas a las que han de enfrentarse los X-Men son aquellas que atentan contra su propia diversidad. Es un enfoque postmoderno cuyos conceptos se ajustan perfectamente al espíritu tradicional del universo mutante.
Los Nuevos X-Men también trataban sobre la ruptura de ciclos. Morrison recurre a elementos introducidos en la etapa de Claremont, como el Imperio Shi´Ar, Fénix, Magneto… para ofrecer su propia interpretación y, sobre todo, ponerles un punto y final. Su intención parece clara: dejar que todas aquellas cosas viejas que ya no funcionaban en el universo mutante pudieran morir para dejar paso a una nueva etapa, con diferentes situaciones y personajes.
Algunos de los detalles que introduce Morrison son muy interesantes, como que se realicen pruebas de ADN a los atletas olímpicos para determinar si son o no mutantes, o la insinuación de que es el momento de que “los mutantes combatan algunas de las ofensivas imágenes producidas por los medios de comunicación”. Otras son más convencionales, como la de la droga “Coz”, especial para mutantes, que se presenta en la cuarta saga, “Rebelión en las Aulas”, donde un joven telépata de inmenso poder, Quentin Quire, estudiante en la Escuela de Xavier, empieza a convencerse de que la coexistencia pacífica entre humanos y mutantes que preconiza la institución es imposible. Empieza a desafiar la autoridad del Profesor X y hacer suya la filosofía de Magneto. Quentin reúne a un grupo de estudiantes que siembran el caos durante la celebración de una jornada de puertas abiertas en la escuela, secuestran a Xavier y lo mantienen como rehén. A todo esto se suma que los jóvenes rebeldes se han hecho adictos a una droga, la Coz, que incrementa los poderes mutantes. Es una historia interesante, bien llevada y dibujada, pero su mensaje es en exceso evidente en su interés moralizador (“no a las drogas”).
No solo en el contexto, sino en los personajes, Morrison presenta ideas muy inteligentes. El extraño flirteo telepático que Scott mantiene con Emma, ¿puede considerarse infidelidad aun cuando no existe intercambio físico? ¿Qué significado tiene la intimidad para un telépata? El guionista realiza un buen trabajo en la construcción y desarrollo de personajes. Cíclope experimentó una evolución personal que le llevó de ser una figura confusa, aburrida y acosada por los conflictos internos a convertirse en un héroe más interesante incluso que Lobezno; Jean Grey volvió a manifestar los poderes de la Fuerza Fénix; la Bestia muta su apariencia y se transforma en un genio científico atrapado en un grotesco cuerpo felino dominado por instintos primarios…
Emma Frost, antigua Reina Blanca del Club Fuego Infernal y enemiga cruel de los X-Men, se convierte ahora en uno de sus miembros más importantes. Morrison realiza un trabajo sobresaliente con ella, retratándola como una mujer segura de sí misma, inteligente y muy consciente de su atractivo sexual, el cual no tiene reparo en utilizar. A pesar de su apariencia glacial, es impulsiva, dice sin tapujos lo que piensa y se deja llevar por sus impulsos violentos, lo que la convierte en un personaje fascinante por contraste a sus más heroicos compañeros.
Resulta llamativo que Morrison no prestara una mayor atención al personaje más popular de los X-Men, Lobezno. El guionista pensaba –con razón-que el mutante de las garras llevaba años sobreutilizándose y ya era hora de retirarlo del podio y hacer de él un personaje más. Eso sí, recuperó algunos de las tradicionales características del temperamental mutante en su papel de hombre-X, como la difícil relación de hostilidad/respeto con Cíclope; y cerró otros, como la eterna tensión sexual con Jean Grey.
También tenemos nuevas aproximaciones a viejas instituciones del universo mutante. En concreto, hay una interesante deconstrucción del matrimonio de Jean y Scott, una de las más antiguas relaciones sentimentales entre superhéroes, sujeta al parecer a un terrible ciclo de tragedia tras tragedia. Aunque Scott puede culpar de ello a algún fenómeno extraordinario, lo cierto es que el origen del problema se halla en el estancamiento y el agotamiento de la relación. Es un matrimonio atascado a causa no de un ataque alienígena o la acción de un telépata enemigo, sino a la misma inercia que había estando afectando a la colección durante años. Morrison fue el primer guionista en cuarenta años que tuvo el valor de cuestionar que Jean Grey fuera la mujer adecuada para Scott Summers.
Morrison resumió su visión sobre el triángulo amoroso Scott-Jean-Emma: “Emma hace todo lo que Scott desearía que Jean hiciese. Claremont me dio la clave cuando dijo que en realidad Jean es mucho más morbosa que Emma, pero no lo demuestra. Un tipo reprimido como Scott necesita que un extrovertido lo saque de su concha. Jean es sensible y tiende a proteger a Scott de tal forma que no le permite crecer”.
En la quinta saga, “Asalto a Arma X”, Morrison realiza un replanteamiento igualmente radical al concepto del programa secreto que forma parte del misterioso pasado de Lobezno. El terrorista y ladrón mutante Fantomex convence a Cíclope y Lobezno para que le ayuden a descubrir la verdad sobre el proyecto secreto conocido como Arma Plus o “El Mundo”. Se trata de unas instalaciones secretas en las que se experimenta con una nueva especie de Centinelas asesinos de mutantes y se les inserta en una realidad artificial al estilo de “El Show de Truman”. El guionista demuestra aquí su talento tanto para reinterpretar piezas claves de la mitología mutante (resulta que Arma X no hacía referencia a una letra, sino a un numeral romano, X=10) como a la hora de integrarlas en el más amplio universo Marvel (el Capitán América fue el Arma I). De hecho, la idea es tan sugerente que acabó trasladándose a la versión cinematográfica del héroe en “X-Men Origins: Wolverine”.
Resulta fascinante ver la imaginación de Morrison trabajar en la creación de nuevas mutaciones más allá de los tradicionales “aspecto grotesco” y/o “poder maravilloso” que se han ido sucediendo año tras año. Xorn, el filósofo chino con una estrella por cerebro, es un excelente ejemplo de ello; como también los Cuclillos de Stepford, las quintillizas que comparten una sola mente colectiva; o la mutante “conceptual” No-Chica. Asimismo, introduce el concepto de “mutación secundaria”, que demuestra que incluso la propia mutación puede evolucionar un paso más allá, permitiendo dar un novedoso giro a algunos personajes protagonistas, como Emma Frost o la Bestia. Por otra parte, el desenlace de la relación entre Jean Grey y Fénix intenta resolver de una vez por todas uno de los argumentos más longevos de la colección. Todo ello deja muy clara la intención declarada de Morrison: evolucionar, cambiar y dejar atrás lo antiguo.
En contradicción con ese espíritu, sin embargo, no parece haber demasiado sentido en que Xorn resulte finalmente ser Magneto y que éste, a su vez, sea en realidad Sublime. Pese a lo que pueda parecer, no fue un giro sorpresa de última hora. Morrison lo tenía previsto desde el principio. Pero ello no quiere decir que fuera una buena idea. ¿Por qué introducir a Magneto en esta renovada etapa cuando lo mata espectacularmente en el primer episodio durante la destrucción de Genosha? ¿Acaso demostrar al lector veterano que aún se encontraba siguiendo un verdadero tebeo mutante? No solamente está ese juego de identidades Xorn-Magneto mal explicado y desarrollado, sino que Morrison despoja al villano de su sólido pasado y caracterización. Como superviviente del holocausto, uno podría esperar alguna reflexión sobre la matanza de millones de humanos que tiene lugar en Nueva York durante la saga de “Planeta X”… Pero no. Se sugiere que es el consumo de la droga Coz lo que separa a Magneto de su habitual personalidad; ello no contribuye a aportar más matices al personaje, sino a empujarlo hacia el tópico.
Aún peor es que Magneto resulte ser la maquiavélica mente tras todo lo narrado en la etapa de Morrison. Porque eso no parece compatible con el interesante planteamiento que el propio guionista había adoptado al considerar al personaje más interesante muerto que vivo. Efectivamente, cuando los X-Men visitan Genosha tras la destrucción de la isla, se encuentran que Magneto, a quien se cree muerto tras el ataque del Supercentinela, se ha convertido en mártir y leyenda para una parte de los mutantes del mundo. Se trataba de demostrar que los revolucionarios vivos rara vez son tan efectivos como los muertos que adornan las camisetas de adolescentes que no tienen ni idea de quiénes fueron realmente ni qué hicieron sus ídolos. Lenin, el Che, Mao… mientras están vivos, se ven limitados a hacer promesas sobre lo mucho que lo cambiarán todo y su retórica acaba revelándose hueca e incluso cínica. Pero una vez muertos, sus palabras traspasan el tiempo y el espacio y su imagen adorna posters y estatuas. Se convierten en una marca comercial, una idea abstracta con la que resulta difícil no estar de acuerdo.
Era sin duda una forma nueva de aproximarse a la figura de Magneto, pero sus grandes posibilidades se desvanecen de repente cuando se descubre que el gran revolucionario mutante, no sólo no está muerto, sino completamente, loco. Aún peor, la inclinación de Morrison hacia la ironía le hace socavar la esencia del personaje. El que Magneto perpetre un genocidio es una manera adecuada de ilustrar la idea de que se ha convertido en un monstruo tan horrendo como aquellos que asesinaron a su familia, pero utilizar exactamente el mismo modo de ejecución –los hornos de cremación a los que empuja a los humanos- resulta en exceso forzado. Eso hace de “Planeta X” una saga poco satisfactoria en sus resultados.
Y es que el peor error de Morrison fue volcar sus mejores ideas a lo largo de los primeros dos años de su estancia en la serie, sin ser capaz de mantener el mismo nivel en las últimas sagas. Como es costumbre en él, presenta ideas a un ritmo endiablado, pero no desarrolla todas ellas con la profundidad que sería deseable. Acabamos de mencionar el insatisfactorio arco “Planeta X” centrado en un Magneto pasado de rosca. Morrison trata de atar todos los cabos mediante un superargumento sobre una bacteria inteligente que siembra las semillas del odio racial con la intención de retrasar la inevitable ascensión de la especie mutante.
La saga final, de cinco números, es un tributo a una de las historias más recordadas del grupo, “Días del Futuro Pasado”, pero sus resultados distan mucho de igualar la calidad de ésta. En “Bienvenidos al Mañana”, la acción se traslada 150 años en el futuro, cuando el Huevo Fénix se convierte en objeto de disputa para los dos bandos de mutantes que han sobrevivido tras hacerse con el control del planeta. El bando de los villanos, curiosamente, no está liderado por Apocalipsis o el Club Fuego Infernal, sino por la Bestia, que quiere utilizar el Huevo para crear una especie mutante superior y destruir a todos los que no se ajusten a su ideal genético. En su contra se alinean algunos X-Men: Lobezno, Pico, Cassandra Nova, Tom Skylark y su Centinela-mascota, tratan de impedir que la Bestia se haga con el Huevo y lo utilice. No sólo resulta un giro forzado y excesivo para el personaje de la Bestia, sino que la historia de un malvado tirano tratando de eliminar a una especie inferior se antoja redundante a lo ya contado durante décadas en el universo Mutante.
Al final de su recorrido en la colección Morrison conecta entre sí todas las ideas y argumentos que ha ido desperdigando en la colección y sugiere que hay una razón para el persistente odio y miedo hacia los mutantes en el Universo Marvel, en el que los superpoderes son algo tan habitual que casi pasan desapercibidos. Si se desconfía de quien ostenta capacidades sobrehumanas, ¿por qué entonces no tener miedo del Capitán América o Iron Man? Su respuesta puede que no sea perfecta, pero es la mejor hasta la fecha.
En cuanto al apartado gráfico, podemos decir que en términos generales se encuentra dentro de lo correcto. Originalmente, iba a ser el gran Frank Quitely el que dibujara toda esta etapa, pero las cosas salieron de otro modo. El peculiar estilo del perfeccionista Quitely se ajusta perfectamente al tono de “ciencia ficción” de la colección, aportando una visión muy peculiar de los personajes, completamente alejada de las figuras hipermusculadas y fachas superheróicas. Su puesta en escena es nítida, colocando todos los elementos en la viñeta con una precisión exquisitamente calculada. Quitely dibujó menos de una cuarta parte de la etapa, aunque sin duda alguna fue el más brillante de todos los que desfilaron durante la estancia de Morrison. Por desgracia, tras sus números iniciales, se puso de manifiesto que su perfeccionismo era incompatible con el cumplimiento de los plazos de entrega. Comenzó entonces un baile de dibujantes de calidad irregular cuya disparidad de interpretaciones gráficas privó a todos estos números de una imagen e interpretación coherentes de los personajes.
Frank Ethan Van Sciver y Phil Jimenez no son particularmente atractivos, pero tampoco se puede decir que realizaran una mala labor. El feísta Igor Kordey hizo lo que pudo con los brevísimos plazos con los que tuvo que trabajar, dibujando y entintando números enteros en tan sólo una semana. Si se le hubiera dejado más tiempo, probablemente habría realizando un trabajo mucho mejor. Sus influencias europeas se ajustaron bien a la presentación de Fantomex. Personalmente, siempre he encontrado a Chris Bachalo confuso y efectista, con cierta tendencia a rellenar sus páginas de líneas improcedentes que dificultan la narración, y en esta ocasión no es diferente. Algo parecido, aunque con un estilo diferente, se puede decir de Marc Silvestri, que se ocupa del último arco argumental. Sus viñetas se asemejan más a posters que a escenas con contenido dentro de una narración y tiende a atiborrar de líneas y detalles irrelevantes sus páginas para enmascarar su mediocridad. Hay otros dibujantes cuyas colaboraciones fueron menores, como Tom Derenick, John Paul Leon, Keron Grant… todos ellos con estilos gráficos demasiado dispares como para aportar coherencia gráfica al conjunto.
Hay un rumor según el cual a Morrison le ofrecieron escribir “Ultimate X-Men”, pero prefirió encargarse de la colección titular de los mutantes. Sin duda, lo que hizo para ella Morrison fue mucho más radical e imaginativo que cualquier cosa que haya aparecido en la versión Ultimate. Tuvo el acierto de finalizar su etapa con lo que bien podría leerse como el final de la colección.
Y para muchos de los lectores que disfrutaron con la iconoclastia de Morrison, lo mejor que pudieron hacer es hacerle caso y no continuar leyendo a continuación. Porque los cuarenta y dos números escritos por él estaban condenados a ser una rareza. Todos sus logros fueron inmediatamente olvidados y enterrados por la editorial en cuanto Morrison abandonó el título. Los protagonistas volvieron a vestir sus uniformes tradicionales y salir a combatir amenazas por el espacio, lo que en lugar de hacer avanzar la serie suponía de hecho una involución. Durante cuatro años, Morrison había querido elevar el tema de la evolución y la proliferación de mutantes a una nueva etapa, más adulta y sensata; en cuanto se fue, los guionistas se las arreglaron para exterminar a casi toda la población mutante en el evento “Decimation”, revirtiéndolos a la condición de minoría oprimida y neutralizando el impacto que Morrison había tratado de lograr. El odio y miedo que Morrison había ocultado tras un fino velo de liberalismo hipócrita volvió a emerger estrepitosamente en forma de racismo y todo el asunto de Xorn y Magneto fue enterrado como si nunca hubiera existido. Nadie quiso o se atrevió a retomar sus ideas.
Ello demostró el miedo al cambio que domina el mundo de los comic books de superhéroes y el cerril conservadurismo de sus consumidores. Buena parte de los aficionados más veteranos denostaron esta etapa al considerar que su guionista estaba arruinando los conceptos y personajes que habían ido tomando forma a lo largo de décadas. En cambio, muchos de los que odiaban a los X-Men por las mismas razones que aquéllos los amaban (continuidad intrincada, personajes de trayectoria casi imposible de abarcar, crossovers continuos…) supieron apreciar el trabajo de Morrison aun cuando éste no hizo ascos a utilizar algunos de los elementos e historias más clásicos de la serie.
Algunos aficionados acusaron a Morrison de “recocinar” cosas que ya habían sido introducidas y desarrolladas en los setenta durante la etapa de Claremont y Byrne: triángulos amorosos, la Fuerza Fénix, villanos embutidos en armaduras… Pero el guionista tiene las ideas claras al respecto: “Se supone que cada pocos años rotan los lectores de comic-books. Cualquiera que siga leyendo o recuerde bien todo aquel material clásico se sentirá decepcionado por la repetición y probablemente debería pasar a leer otro tipo de comics. Después de todo sólo hay seis líneas argumentales en el mundo y en los X-Men probablemente sólo se utilizan tres. Es imposible efectuar cambios radicales en la franquicia. Las empresas licenciatarias de productos Marvel se molestan si el estilo del pelo de Lobezno cambia mínimamente porque les obliga a modificar millones de tazas y mochilas. Cuando los personajes se convierten en franquicias corporativas muy rentables, se ejerce presión sobre la compañía para que nunca cambien las cosas. Siéntanse agradecidos por que el milagro de la creatividad les permita ver aunque sólo sean versiones ligeramente diferentes de Lobezno, Cíclope o la Bestia”.
Durante su estancia en Marvel, Morrison nunca tuvo quejas de su editor Mike Marts, que le dejó hacer lo que quiso con la colección. Pero cuando puso punto y final a su etapa, regresó a DC. En primer lugar, estaba algo cansado de ocuparse de un título tan importante y longevo sobre el que todo el mundo tenía algo que decir. Tenía ganas de dedicarse a algo más pequeño y oscuro. Por otra parte, Marvel no tenía la política de ceder a los autores sus derechos de autor, cosa que Vértigo, el sello de DC dirigido por Karen Berger, sí hacía. La elección estaba clara y Morrison firmó un contrato en exclusiva con esa editorial, de la que había salido para trabajar en Marvel y que le recibía de nuevo con los brazos abiertos.
Una de las intenciones declaradas de Morrison había sido hacer la colección de los mutantes accesible a cualquier lector, especialmente a aquellos que pudieran sentirse interesados por este universo tras ver la película de Bryan Singer. Aunque no creo que consiguiera su objetivo en lo que se refiere a ventas o a un incremento del interés público en la franquicia, sí se puede decir que logró un éxito en términos creativos, superior incluso al de la película y fácilmente clasificable como entre las mejores etapas de la colección en sus cincuenta años de historia. El título puede leerse en solitario, sin necesidad de abarcar otras colecciones del Universo Mutante ni tener un detallado conocimiento de la continuidad anterior. Tiene un comienzo, un desarrollo y un final y Morrison siempre se lo planteó como un libro autónomo que no dependiera ni de lo que había sucedido antes ni de lo que vendría a continuación.
La única excepción es la intervención del Imperio Shi´ar, que puede resultar confusa para quienes no conocieran previamente la relación de esos extraterrestres con los X-Men. El resto es o bien nuevo, o bien queda convenientemente explicado. La colección no se apoya en el trabajo de las docenas de creadores que trabajaron en ella durante décadas, pero tampoco lo ignora, consiguiendo un equilibrio muy ajustado entre lo antiguo y lo nuevo. Morrison resultó ser el guionista que los X-Men del siglo XXI estaban pidiendo.
Si te gusta el trabajo de un guionista tan poco convencional como Grant Morrison o eres –o fuiste alguna vez- seguidor de los mutantes, estos números de Nuevos X-Men son algo que debes leer. No sólo acabarían algunas de sus ideas permeando la franquicia pese al disgusto nunca declarado de los editores de Marvel (véase “X-Men Orígenes: Lobezno”, la interpretación en las películas de la “X” de Arma X como número y no como letra, o la mutación secundaria de Emma Frost en “X-Men: First Class”), sino que demostró que un comic de superhéroes también podía evolucionar y madurar.
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