4 feb 2016
1943- EL RAYO U - Edgar Pierre Jacobs
En 1943, la mitad de Europa estaba en manos de los nazis. Una de las cosas que hicieron en las naciones ahora bajo su dominio fue prohibir la publicación de los comics de prensa de origen norteamericano. “Flash Gordon” en concreto siempre fue una figura incómoda para las dictaduras fascistas. Su lucha contra las tiranías no podía ser vista con agrado por Mussolini o Hitler, que hicieron lo posible por censurar al personaje. Sin embargo, la popularidad de Gordon, aunque con disfraces y bajo nuevas identidades, lo mantuvo vivo.
En Italia, Mussolini prohibió la importación de material cultural de Estados Unidos, entre ellos, claro está, el comic, por considerarlo subversivo para su propio y personalista régimen. La revista “L´Avventuroso”, una publicación ya veterana en el mercado italiano, se nutría principalmente de los personajes de la prensa norteamericana y su interrupción significaba de hecho su fin editorial. Así que, ni corto ni perezoso y sabedor de que tal y como estaban las cosas no tendría que hacer frente a demandas judiciales norteamericanas, el editor Mario Nerbini encargó a diversos autores italianos la continuación de las peripecias de los diferentes héroes. En el caso de “Flash Gordon”, la tarea recayó en las manos de un Federico Fellini de dieciocho años y el dibujante Giove Toppi. Ambos insuflaron nueva vida a Gordon hasta que la revista cerró definitivamente en 1943.
En España, “Flash Gordon” se había publicado desde fecha muy temprana en las páginas de “El Aventurero”, pero la Guerra Civil arrasó el mercado editorial. Tras ella, sólo un puñado de publicaciones obtuvieron el permiso de la dictadura para su edición periódica, siendo una de ellas “Leyendas Infantiles”, cabecera propiedad de la barcelonesa Hispano Americana de Ediciones desde 1943. Por desgracia, y aunque la convaleciente España no participó en la Segunda Guerra Mundial, ésta sí le afectó en cuanto a las comunicaciones marítimas con Estados Unidos. Así, el suministro de material original para su reproducción se interrumpía con frecuencia, obligando a la editorial a encargar a autores hispanos la elaboración de páginas con que llenar los huecos y enlazar unos episodios con otros. Ello se hacía ya por el rústico procedimiento de calcar las páginas de ediciones brasileñas (Alfonso Figueras, Juan García Iranzo), bien dibujándolas enteramente (Jesús Blasco).
Y ahora vamos al caso que nos ocupa en este artículo. Tras la ocupación de Bélgica por los nazis, la revista Bravo” vio interrumpido su acceso al material de Flash Gordon que venía publicando como “Gordon L´intrepide”. No era sólo que la comunicación por mar se hubiera reducido a la mínima expresión, sino que, como he indicado, los alemanes habían prohibido la importación y reproducción de comics americanos. El asunto revestía gravedad, porque este material era el responsable en no poca medida de la impresionante cifra de ventas que disfrutaba la publicación: trescientos mil ejemplares por semana. Así que el editor de la revista se decidió a echar mano de uno de sus dibujantes más bisoños que venía colaborando con la revista con dibujos e ilustraciones para cuentos históricos y fantásticos: Edgar Pierre Jacobs.
Jacobs había nacido en Bruselas en 1904 y su inclinación por el arte surgió a edad muy temprana. Dotado para el dibujo desde la infancia, su auténtico amor era, sin embargo, la lírica. Diseñó decorados y escenografía para obras operísticas mientras se adiestraba como barítono y aprendía las técnicas de los profesionales. Llegó a ganar un premio oficial como joven promesa del bel canto y durante casi veinte años alternó trabajos como extra en representaciones líricas con encargos de diseño gráfico en Bruselas y Lille (Francia).
Y entonces llegó la guerra. Fue movilizado y trasladado al sur de Francia, pero acabó regresando a su invadido país para tratar de ganarse la vida. La situación en Bélgica no era la propicia para dar trabajo a muchos cantantes de ópera, así que aceptó trabajar para “Bravo”. No mucho después llegaron los problemas para conseguir los materiales de reproducción de las tiras americanas, y la revista echó mano de Jacobs para que realizara su propia versión de Flash Gordon imitando el estilo de Alex Raymond. Así lo hizo hasta que los alemanes prohibieron definitivamente la publicación de comics norteamericanos. Fue entonces cuando, a la vista de los buenos resultados que se habían obtenido, Jacobs recibió el encargo de realizar una aventura de creación propia, pero inspirada en “Flash Gordon”. Así nació “El Rayo U”.
La acción se desarrolla en una especie de Tierra alternativa dividida en dos estados enemigos: la pacífica Norlandia y la belicosa Austradia. En el primero, el profesor Marduk y su bella ayudante, Sylvia Hollis, han construido el arma definitiva, el Rayo U. Pero para que funcione, necesitan encontrar un mineral muy raro, el uradio, que se encuentra en el interior de un volcán en el Archipiélago de las Islas Negras, en la región más salvaje de Norlandia.
Así, con la ayuda del famoso explorador Lord Calder y su leal sirviente Adji, MarduK y Sylvia dan comienzo a una expedición hacia lo desconocido. Su nave, sin embargo, es saboteada por el capitán Dagon, superespía de Austradia, así que los protagonistas se verán obligados a continuar su periplo a pie, encontrándose con todo tipo de peligros: dinosaurios, serpientes gigantes, tigres de dientes de sable, hombres-simio y una civilización perdida que habita en el propio volcán y que actúa como custodia del peligroso uradio.
Jacobs era un autor novato y se nota (de hecho, fue el primer comic que dibujó). Lo que encontramos en “El Rayo U” es un batiburrillo desordenado, falto de coherencia (¿un mundo hipertecnológico cuyos espías mandan sus mensajes en cartas de papel?) y con abultados fallos de guión en el que se copia el tono y estilo de las fantasías sobre mundos perdidos de Arthur Conan Doyle o Edgar Rice Burroughs y, desde luego, el romance planetario del Flash Gordon de Alex Raymond, del que se plagia el aspecto y función de varios personajes. Así, el comandante Walton es Flash, el profesor Marduk es Zarkov, Sylvia es Dale Arden y Lord Calder es una suerte de príncipe Barin. Incluso en la primera viñeta vemos claramente al emperador Ming rebautizado como Babylos. Quizá intentando desviarse algo de los esquemas de Raymond, Jacobs le quitó protagonismo al trasunto de Flash, el comandante Walton, a favor del intrépido explorador Calder.
Jacobs no se molesta en ofrecer un contexto para los personajes o una semblanza de los mismos que permita introducir matices en sus personalidades. Son simples herramientas que sirven para hacer avanzar una trama repleta de peripecias que mezclan la épica exploradora, civilizaciones desconocidas, la naturaleza hostil, razas misteriosas y avanzada tecnología. No hay pausa entre peligro y peligro ni gradación dramática que ayude a construir un clímax. Tampoco el ritmo es el adecuado y, por ejemplo, la secuencia de los hombres-mono se prolonga nada menos que diez páginas. Al final, la búsqueda del uradio no era más que una excusa –no llegamos a saber en qué consiste el tan temido Rayo U- para introducir elementos fantacientíficos por los que Jacobs sentía pasión.
Es una obra primeriza en la que ya se detectan los principales rasgos del estilo de Jacobs, que aún tardaría unos años en madurar hasta cristalizar definitivamente en “Blake y Mortimer”: densos e innecesarios textos descriptivos, interés por la arqueología y los misterios, espionaje y personajes arquetípicos y maniqueos. De hecho y haciendo paralelismos con su futura y muy famosa serie “Blake y Mortimer”, Dagon sería Olrik, lord Calder equivaldría al capitán Blake y el profesor Marduk se asemeja al profesor Mortimer. Cabe destacar aquí la presencia de dos personajes femeninos fuertes, Sylvia e Ica, algo que no se verá en la más “masculina” “Blake y Mortimer”, coartada por la censura que la revista “Tintín” ejercía sobre la presencia de féminas que pudieran revolucionar las sensibles hormonas juveniles. Por otra parte, bastantes de las ideas, referencias y diseños que vemos aquí serán más adelante reciclados para algunas de las aventuras de Blake y Mortimer, como “El Secreto del Espadón”, “La Trampa Diabólica” o “El Enigma de la Atlántida”.
El dibujo de Jacobs es igualmente bisoño. Su experiencia como diseñador de decorados operísticos se hace patente a la hora de construir con cierto realismo los paisajes naturales o las ruinas de la ciudad perdida. Por desgracia, las figuras vienen lastradas por una excesiva rigidez y una total inexpresividad que obliga a Jacobs a utilizar los cuadros de texto para narrar no sólo lo que sienten los personajes, sino incluso lo que está pasando en ciertos momentos. Es una técnica ésta, la del uso y abuso de los cuadros de texto, que no abandonaría jamás en su carrera y que, en mi opinión, ralentiza el ritmo de lectura e incluso saca al lector de la historia.
Entonces, si tantos defectos le veo a “El Rayo U”, ¿por qué comentarla aquí?. Primero, por su carácter de curiosidad histórica, de versión alternativa del tipo de aventura fantacientífica que Alex Raymond había desarrollado en “Flash Gordon” para los lectores americanos. También, como testimonio de un tipo de ciencia ficción ingenua, optimista, sencilla y más preocupada por la acción que por los personajes, que hoy se ha perdido a favor de ficciones más densas, oscuras y cínicas. Es, en este sentido, hija de una época muy concreta y nos ofrece un destello de cómo era interpretada y disfrutada la ciencia ficción –o al menos parte de ella- en la década de los cuarenta. Y, por supuesto y para aquellos aficionados al comic franco-belga y a “Blake y Mortimer” en particular, porque en esta historieta se pueden encontrar muchas de las claves temáticas y gráficas que Jacobs utilizaría para esa serie.
Al final los paralelismos entre “El Rayo U” y “Flash Gordon” fueron demasiados como para escapar a la atención de la censura nazi. Ni siquiera la inclusión entre las filas de los “buenos” de un identificable caza “Stuka” alemán en una de las últimas viñetas salvó a la serie de la cancelación. Tampoco debió gustar a los censores que se mostraran a dos potencias peleando por conseguir la supremacía gracias al “uradio”, combustible con el que se alimentaría una temible arma de gran poder destructor. Era una analogía demasiado poco sutil de la carrera por la obtención del poder nuclear.
La primera versión de “El Rayo U” que realizó Jacobs contenía sólo cuadros de texto, no diálogos, algo que era común en los comics de la época. El coloreado se eliminó para acomodarse al formato de periódico, adoptando por la misma razón una disposición apaisada en lugar de vertical. Posteriormente, se reimprimió –también en blanco y negro- en la revista “Phenix”. La versión que podemos leer hoy es la que el autor realizó en 1974 para su serialización en el semanario “Tintín”: coloreada con intensos contrastes cromáticos y con las viñetas retocadas para acomodar globos de diálogo y darle un aire más moderno.
En 1943, Jacobs se unió al estudio de Hergé, al que ayudó tanto en el redibujado, coloreado, remontaje y actualización de las aventuras clásicas de Tintín como en la creación de nuevas aventuras como “Las Siete Bolas de Cristal” o “El Templo del Sol”. Esta asociación creativa enriqueció a los dos autores. Los álbumes de Hergé nunca lucieron mejor que después de su retoque por Jacobs que, además, enseñó al padre de Tintín la técnica del coloreado. Por su parte, Jacobs aprendió de Hergé la técnica narrativa del comic y la obsesión por el verismo y el amor por el detalle y la perfección técnica.
Pero la personalidad artística de Jacobs era demasiado fuerte para que se conformara con vivir a la sombra del coloso Hergé, y en 1946, con el beneplácito de éste, publicó en la revista “Tintín” la primera entrega de la que iba a ser la serie de su vida, aquella a la que se dedicaría hasta su muerte en 1987 y por la que hoy es recordado: las ya mencionadas “Aventuras de Blake y Mortimer”. Edgar Pierre Jacobs es hoy considerado, junto con Hergé, el padre de la Línea Clara, uno de los estilos gráficos y conceptuales más influyentes y cultivados en el comic europeo. En “El Rayo U” podemos rastrear sus orígenes.
“El Rayo U” es una rareza, una especie de viaje al pasado de la ciencia ficción que debe abordarse sin prejuicios y con la dosis necesaria de ingenuidad. Sólo así podremos apreciarlo como se merece y tomar conciencia del progreso que ha experimentado el género desde entonces.
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