16 ene 2016
1986- LA MUJER DEL MAGO – Jerome Charyn y François Boucq
A mediados de los ochenta, François Boucq ya había cimentado su carrera gracias a potentes historias cortas de tono satírico en las que criticaba con acidez diversos aspectos de la naturaleza humana y la sociedad contemporánea. Buscando nuevos horizontes, se embarca en un proyecto completamente diferente: una obra de larga duración que, además, contará con el guión de otro profesional, alguien que ni siquiera será francés, sino norteamericano: el novelista Jerome Charyn.
Pero el mayor salto respecto de lo que había firmado hasta entonces Boucq residirá en el contenido, porque “La Mujer del Mago”, la obra resultante, tiene cualquier cosa menos humor. Es una historia oscura, macabra y con tintes sobrenaturales en la que se mezclan la magia, la violencia, los asesinatos y donde realidad e ilusión se dan cita alrededor de un complejo y ambiguo triángulo amoroso.
La historia comienza en el año 1956, en un tranquilo barrio de Saratoga Springs, Nueva York. Rita Wednesday es una niña de fértil imaginación que vive en la mansión donde su madre viuda trabaja de criada. El hijo de la dueña, Edmond, es un albino aspirante a mago que mantiene una enfermiza relación sexual-sentimental con la ya madura madre de Rita. Edmond está lleno de ambición profesional y su magnetismo arrastra a madre e hija por escenarios de todo el mundo mostrando su espectáculo de magia. En los duros comienzos es la señora Wednesday quien actúa de ayudante de Edmond, pero conforme aquélla envejece y Edmond gana reconocimiento, es sustituida en el show por la propia Rita.
Edmond acaba desviando sus afectos hacia una Rita adolescente cada vez más deslumbrante, al tiempo que arrincona y humilla a su antigua amante. Es un triángulo morboso repleto de tensión, amargura, remordimiento, obsesión malsana y mentiras en el que Edmond ocupa el centro ejerciendo su poder manipulador sobre ambas mujeres. La situación explota finalmente cuando Rita manifiesta su licantropía durante una función. Edmond se casa con ella pero las cosas no mejoran y cuando la señora Wednesday muere, envejecida y desconsolada, Rita atormentada por los sentimientos de culpa, abandona a su marido marchando a Nueva York en busca de una nueva vida.
La tercera parte de la historia se desarrolla meses después en Manhattan, donde Rita lleva una vida solitaria y miserable trabajando como camarera, pero sin conseguir librarse de los fantasmas y traumas del pasado. Allí se ve envuelta en una serie de sangrientos asesinatos cometidos por las noches en Central Park y que podrían ser obra suya en su faceta de mujer-lobo. El inspector Velvet Verbone pronto se da cuenta de que Rita tiene algo que ver en esos sucesos pero, como suele suceder en este comic, nada es lo que parece a simple vista.
La última parte transcurre ya en 1973. Rita regresa a su antiguo hogar en Saratoga Springs, donde se reencontrará con Edmond y sus fantasías infantiles en un entorno pesadillesco en el que resulta imposible distinguir la realidad de la ilusión.
“La Mujer del Mago” es un álbum fantasmagórico y desconcertante, una historia que se desarrolla en más niveles de los que parece, serpenteando continuamente entre la realidad y la fantasía, la cotidianidad y el espejismo, la vigilia y el sueño… que es precisamente lo que pretende la magia. Hay quien lo ha comparado a lo que hubiera sido una película de género negro dirigida por Fellini. Efectivamente, está presente el sentido de la fantasía del realizador italiano, su querencia por lo surrealista y varias de las técnicas narrativas que él gustaba de utilizar, pero Charyn y Boucq cuentan con dos ventajas adicionales: la ausencia de censura o supervisión por parte de un estudio, y la independencia de consideraciones financieras como presupuestos y sobrecostes. Ambos autores se pueden permitir viajar en el tiempo de una página a la siguiente e imaginar escenas y escenarios sin más límites que su propia imaginación.
Y precisamente es de imaginación, de fantasía y de ilusiones de lo que trata esta historia, todos ellos ingredientes en una u otra forma de ese espectáculo que llamamos Magia, Ilusionismo, y que ocupa un lugar central en la trama. La magia pretende difuminar la barrera entre realidad y fantasía para conseguir en el espectador un efecto de expectación primero y de sorpresa e incluso desconcierto después. Esas son las sensaciones que tiene el lector al terminar la obra. Porque como le ocurre a Rita, no habrá conseguido encontrar en la trama fronteras claramente delimitadas entre lo que es real, lo que es mágico y lo que es onírico. No es una historia fácil y se requieren varias lecturas para poder unir todos los detalles y formarse una interpretación acerca de lo que se nos cuenta. No hay pistas que nos indiquen lo que sucede de verdad, lo que es un truco o lo que es producto de una imaginación tan fértil como traumatizada. Ni siquiera el final, tan triste y misterioso como la propia vida, arroja luz sobre el destino de Rita: ¿La recuperación o la locura? ¿La reconciliación con su pasado o la inmersión en la esquizofrenia absoluta?
“La Mujer del Mago” es, al margen del drama psicológico y la historia de misterio que incluye, un viaje por el desarrollo de la imaginación de Rita a lo largo de las diferentes etapas de su vida marcada por los traumas. En su infancia, su fantasía de niña solitaria puebla la mansión donde vive de amigos imaginarios, animales amables y fiestas maravillosas. La pérdida de su inocencia al ver a su madre poseída sexualmente por Edmond, marca el abandono de sus ensoñaciones infantiles, que serán sustituidas por el hipnótico poder de seducción de Edmond y la magia “falsa” que practica.
Otro tipo de fantasías más oscuras y violentas, fruto del arrepentimiento y el tormento por la muerte de su madre, a la que siente que traicionó, son las que la acosan en Nueva York (nunca se llega a aclarar si su licantropía es real o fruto de alucinaciones cuyo origen estuvieron en la fascinación por una estatua de Anubis durante la visita al museo de El Cairo). Finalmente, cuando vuelve a su hogar en Saratoga, las duras experiencias que han marcado su vida retuercen sus ensoñaciones mezclándolas con recuerdos: los jockeys que aparecieron al principio de la historia son ahora ancianos que se comportan como niños, el caballo que montaba en su espectáculo es carroña servida para cenar, sus amigos imaginarios de la infancia son cadáveres congelados, Edmond ha pasado de ser señor de su corazón a criado servil y humillado...
Igualmente, es un trabajo rebosante de simbolismos, profecías y pistas cuya importancia y significado sólo revelarán posteriores relecturas: el conejo que Rita tenía de niña, blanco y de ojos rojos como el albino Edmond; la mencionada estatua de Anubis que anuncia la licantropía de Rita; el cartel promocional del espectáculo de Edmond, cuyos inquietantes ojos parecen vigilar continuamente a la protagonista impidiéndole deshacerse de sus traumas; el jockey del principio, que representa la vejez pese a su aspecto aniñado y que profetiza la turbulenta vida que llevará Rita; la madriguera por la que ella tiene que introducirse para entrar en su vieja casa al final de la historia en un claro homenaje a Alicia pero también simboliza el recorrido por el útero hacia un renacimiento….
El trabajo gráfico de Boucq es simplemente magistral, especialmente si tenemos en cuenta la dificultad de ilustrar una historia tan resbaladiza y ambigua como esta. Como ya había demostrado en sus historias cortas de tono humorístico, Boucq dominaba como pocos el arte de fundir lo realista con lo imposible y aquí reafirma ese talento, eliminando, eso sí, el humor pero sin renunciar del todo a lo grotesco. Esto último se hace especialmente evidente en la sección final de la historia, con ese ambiente pesadillesco y claustrofóbico; pero también en el segmento neoyorquino, más apegado a la realidad, encontramos esa inclinación hacia lo excesivo, lo feísta, sin caer del todo en lo caricaturesco, por ejemplo en los obesos policías que acuden a la cafetería de Rita, la camarera jefe del lugar o los desagradables sicarios de Ross.
Además, vuelve a demostrar su maestría sintiéndose cómodo en cualquier ambiente y circunstancia. Dibuja con el mismo detalle y verosimilitud un decrépito teatro comunista que las calles de Nueva York, Central Park en otoño o la miserable habitación de una pensión de tercera, las envolventes fantasías infantiles de Rita o las pesadillas sangrientas de un adulto. Todos sus personajes están excelentemente caracterizados y vestidos de acuerdo a su nacionalidad, edad o situación social, y la acción siempre está perfectamente localizada en un entorno concreto y fácilmente identificable. Y, sin embargo, con todo el detallismo que vierte en sus viñetas, éstas no dan la sensación de hallarse abarrotadas, permitiendo entender claramente lo que en ellas acontece.
La historia transcurre en un periodo de tiempo dilatado, de 1956 a 1973. Por supuesto, el paso del tiempo se señala mediante el envejecimiento físico de los personajes, pero la separación entre los distintos pasajes temporales (la infancia de Rita, su larga adolescencia, su madurez junto a Edmond, su huida a Nueva York y su regreso a Saratoga Springs) están nítidamente separados bien sea mediante elipsis, bien mediante bellos difuminados. En definitiva, Boucq es un dibujante cuyo buen hacer ha soportado perfectamente el paso del tiempo y que seguirá haciéndolo en las décadas por venir.
La colaboración entre Boucq y Charyn, sin embargo, distó de ser ideal. Las primeras aspiraciones artísticas de Charyn habían estado relacionadas con el dibujo y el comic, pero el monopolio del género superheroico que se vivía en Estados Unidos y la escasa consideración hacia la narrativa gráfica que se tenía en ese país le hizo desistir, dirigiendo sus esfuerzos hacia la literatura. Para cuando se editó “La Mujer del Mago”, Charyn ya había publicado casi veinte novelas que iban desde la metaficción posmoderna a un género policiaco de tintes más líricos que realistas, y se había convertido en un autor de culto.
Dado que residía en Francia la mayor parte del año, no resulta extraño que se le aproximara la revista de comic “(A Suivre)” para solicitarle una entrevista. Fue entonces cuando Charyn se da cuenta de que es posible hacer comic de contenido adulto que, además, goce de una factura gráfica trabajada y bella. Estimulado por el desafío de ver sus palabras transformadas en imágenes, dos años después, le escribió al editor de esa publicación contándole su intención de guionizar un comic. A pesar de la barrera idiomática, la comunicación fue posible y Charyn envió la primera parte de una historia destinada originalmente a una novela que nunca se publicó y que trataba sobre una mujer-lobo que atacaba a hombres en Central Park.
El editor buscó a un dibujante dispuesto a encargarse del trabajo y lo encontró en Boucq, que siguió religiosamente el primer capítulo del guión que Charyn había enviado a la editorial. Todo el mundo quedó satisfecho y Charyn envió el resto de la historia. Y aquí fue donde empezaron los problemas.
Para empezar, Charyn ya no vivía en Francia y Boucq no hablaba inglés, lo que impedía la comunicación entre ambos autores. Pero es que además, y según declaró el propio artista: “Para mí el auténtico autor de la historia es el dibujante. El guionista es alguien que te da algo que debe cambiarse (…) El dibujante no puede contar la historia del guionista, sino que cuenta la suya propia”. Y eso hizo. Conforme avanzaba la narración se iba distanciando cada vez más del guión original, cambiando de paso el aspecto y planteamiento de algunos personajes. El inspector Velvet Verbone, por ejemplo, pasó de ser un duro y cínico policía neoyorquino a un atildado sosias de Hercules Poirot. Al final resulta difícil distinguir lo que es creación de uno u otro, pero probablemente los pasajes más realistas, cotidianos y serenos correspondan a Charyn, mientras que las escenas con mayor carga fantástica –especialmente la última- sean hijas de Boucq.
El resultado no satisfizo en absoluto a Charyn, que calificó a “La Mujer del Mago” con un educado “no totalmente desastrosa”. Pero a todo el resto del mundo le encantó. Ganó el Premio al Mejor Álbum en Angouleme y fue un gran éxito de ventas. Ello propició una segunda colaboración, “Boca de Diablo”, de la que hablo en otra entrada, que finalizó con la ruptura definitiva de la pareja artística por las mismas desavenencias (en 2014, sin embargo, parecieron reconciliarse y trabajar juntos de nuevo en el álbum “Little Tulip”).
“La Mujer del Mago” no es un álbum recomendable para todo el mundo. Desde luego, no para aquellos que buscan un entretenimiento ligero y fácilmente digerible con el que pasar un rato de ocio. Es un álbum que exige varias lecturas atentas, pero también dejarse llevar por la atmósfera onírica que envuelve casi todo el relato, absorber el surrealismo que se nos propone, disfrutar de su belleza y aceptar que, al final, es probable que sigamos sin entender lo que los autores han querido decirnos.
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