28 oct 2015
1970 - CONAN EL BÁRBARO - Roy Thomas y Barry Smith (3)
(Viene de la entrada anterior)
A mediados de los setenta, la inflación estaba recortando el ya estrecho margen de beneficios de la industria del comic book y los editores buscaron formas de mantener la rentabilidad. Una de ellas, claro está, fue subir el precio de portada, una medida que, comprensiblemente, nunca fue del agrado de los lectores a menos que se les pudiera convencer de que estaban recibiendo más por su dinero. Tradicionalmente, cuando los costes aumentaban y había que exprimir más el producto para obtener beneficio, los editores reducían el número de páginas, una forma menos evidente de ajustar el coste que incrementar los precios. Pero tras décadas de seguir ese camino, el típico comic book había visto reducida su extensión de 60 u 80 páginas a apenas 20. No se podía recortar más por ese camino so pena de hacer desaparecer el propio comic.
Entonces, alguien en DC tuvo una idea: ¿por qué no triplicar el número de páginas y subir el precio de 12 a 25 centavos? Era un movimiento muy arriesgado, especialmente si se tenía en cuenta el limitado presupuesto de los compradores habituales, chicos de 8 a 12 años de edad. Pero lo que hizo atractiva esa propuesta fue que la compañía podía hacer buen uso de su enorme inventario de material, que podría reimprimir a coste prácticamente cero. Y así se lanzaron los comic books de 25 centavos, cuya vida se prolongó bastante tiempo en DC.
Para no quedarse atrás, Marvel se preparó para hacer lo mismo, solo que su línea de comics a 25 centavos tendría menos páginas y duraría sólo unos cuantos meses (en algunos casos, tan sólo un número). Ese fue el formato que adoptó “Conan el Bárbaro” en su número 10 (octubre de 1971). En su interior se podía encontrar una historia nueva de 23 páginas (en esta ocasión no basada en ningún relato específico de Robert E.Howard) escrita por Roy Thomas acerca de un corrupto sacerdote del dios Anu que actuaba como comprador y organizador de los ladrones de la ciudad.
A estas alturas, Thomas se había convertido ya en un auténtico experto en Howard y era capaz de extraer elementos concretos de relatos sueltos del escritor y construir nuevas historias alrededor de ellos imitando su mismo estilo hasta el punto de que las suyas eran indistinguibles de las de Howard. En este caso, “¡Cuidado con la ira de Anu!”, se basó en unas líneas desgajadas del relato “Villanos en la Casa” (que adaptaría en el número siguiente), en las que se hacía referencia casual a un momento de la vida de Conan. Muy hábilmente, Thomas hace que el compañero de fechorías que el bárbaro encuentra en este episodio sea el mismo personaje que ya ha había aparecido en el nº 8 y que creíamos muerto. Ello, junto a la permanencia de Jenna como su compañera, fortaleció un sentido de la continuidad en esta etapa de la cronología de Conan que Howard sólo acertó a bosquejar con sus relatos.
Por su parte, el trabajo de Barry Smith sigue aumentando en complejidad y detallismo, aunque su calidad final dependía mucho del entintador asignado: Dan Adkins probablemente fuera el mejor, respetuoso con todas y cada una de las líneas que el dibujante introducía en las viñetas. No muy lejos en cuando a fidelidad estaba Sal Buscema, que se encarga de este número. Demostró ser mejor entintador que dibujante, aunque Smith se ha quejado alguna vez de que pasaba por alto algunos de sus detalles más alambicados.
Con todo, el alejamiento de la línea superheroica de Marvel resultó providencial para este dibujante británico deseoso de superar sus primeras influencias de juventud y explorar un estilo de inspiración europea completamente ajeno al género de los superhombres. Dejando atrás las deformaciones anatómicas con que trabajaba Kirby para insuflar dinamismo y poder en sus figuras, Smith ya se había embarcado en un viaje personal hacia el refinado modernismo europeo del siglo XIX. Fue una feliz casualidad que ello coincidiera con el deseo de Thomas de suavizar los aspectos más violentos del Conan original.
Pero la creciente seriedad con la que Smith abordaba cada nuevo episodio de Conan chocaba con la dinámica propia de una industria reacia al cambio. Y es que cada vez le costaba más tiempo terminar el número de páginas mensuales necesarias para completar el número y no tardaría en llegar un momento en el que le resultaría imposible entregar a tiempo, obligando primero a pasar el título a una cadencia mensual y luego recurrir bien a episodios de relleno elaborados por autores más rápidos, bien a reediciones de material antiguo o ajeno a la colección.
Para el nº 10 número en particular, Smith hubo de realizar cuatro páginas extra, ya que de las 19 habituales se pasaron a 23 ante la imposibilidad de Marvel de encontrar suficiente material antiguo de relleno susceptible de encajar en la colección (el número se completó con una adaptación de un poema de Howard escrita por Thomas y dibujada por Marie y John Severin). Las cosas aún fueron a peor en el siguiente, el 11, cuyas 34 páginas eran todas nuevas. Ello, sumado al trabajo que Smith estaba haciendo para la nueva revista en blanco y negro sobre Espada y Brujería que iba a lanzar Marvel, “Savage Tales” –y que acabaría publicándose años después como “Clavos Rojos”-, empujó al artista al borde la crisis nerviosa y el agotamiento.
Famosa en la historia del comic es la confrontación de Stan Lee y el Comics Code Authority a cuenta de la aparición de las drogas en la colección de “Amazing Spiderman”. Lo que es menos comentado es la forma en que “Conan el Bárbaro” desafió a la censura de maneras más sutiles, maneras que, a la postre y a largo plazo, tuvieron más impacto sobre la industria que la abierta batalla con Spiderman. Quizá fue porque la colección de Conan no se ajustaba a los esquemas en los que habían ido encajando la mayoría de los comic-books a finales de los sesenta. Dominada por los superhéroes, la industria era contemplada más que nunca por la sociedad como suministradora de entretenimiento infantil. Así, cuando esas pintorescas figuras enfundadas en disfraces multicolores que pasaban su tiempo luchando con gente como el Doctor Octopus, el Amo de las Marionetas o el Láser Viviente se encontraron de repente con el problema de las drogas, la intrusión de una desagradable realidad en lo que había sido hasta ese momento una cómoda fantasía no pudo sino impactar a la gente.
Por otra parte, muchos padres nunca pensaron demasiado sobre las implicaciones violentas de los héroes tradicionales, como Robin Hood o el Rey Arturo, que libraban sus combates con espadas, arcos y flechas. Incluso si el resultado de éstos no se mostraban, luchar con armas afiladas implicaba inevitablemente que uno de los oponentes acabaría siendo herido de una forma bastante sangrienta; pero el Comics Code Authority se encargaba de higienizarlo todo y jamás llegaban a verse vísceras ni sangre. “Conan el Bárbaro” fue la primera serie de fantasía en la que las espadas jugaban un papel importante y que apareció justo cuando el Code estaba siendo desafiado continua y efectivamente desde su creación a mediados de los cincuenta.
Fue también la primera colección cuyos creadores eran totalmente conscientes de que estaban creando algo más que un simple coimc book, una ficción que se acercaba mucho al arte, popular sí, pero arte al fin y al cabo. No se limitaban a escribir y dibujar un producto destinado al consumo masivo por preadolescentes, sino que iba dirigido a un público más adulto, cercano a ellos mismos en edad. Ello supuso una actitud revolucionaria que cambió el mundo del comic y rompió las limitaciones de la censura, pero de la que también se llegó a abusar tanto que a finales del siglo XX empujó a la industria al borde del coma.
Desde el principio, Conan era más un anti-héroe que uno de los chicos nobles que tanto gustaban a los censores del Comics Code: era un ladrón, un asesino e incluso se relacionaba abiertamente con prostitutas como Jenna. Ésta, presentada en el número 7, resultó ser una consumada mentirosa y ladrona. En el número 10, ambos se habían establecido en el “Laberinto”, un barrio de ladrones de una ciudad-estado corintia. Conan y su compañero Burgun se dedican a dar audaces golpes mientras Jenna seduce a Igon, el antiguo compinche de Burgun, y lo convence para traicionar a Conan.
Hubo una escena del nº 11 (noviembre 1971), “Villanos en la Casa”, que dejó patidifusos a los lectores: Conan y una inconfundiblemente desnuda Jenna (aunque Smith la dibujó en una postura en la que lo más comprometido quedaba fuera de la vista, se veía toda su espalda desnuda dejando clara la intimidad entre ambos) comparten apartamento justo antes de que la chica traicione al bárbaro entregándole a la guardia de la ciudad. Más tarde, tras escapar de prisión, Conan regresa al apartamento, apuñala a Igon y a continuación –ahogando sus instintos asesinos-, sube a Jenna al tejado y la arroja a un sumidero de heces. Desde luego, no era el tipo de cosas que los lectores de superhéroes estaban acostumbrados a ver y, desde luego, no el que el Comics Code Authority aprobaría. Y sin embargo lo hicieron, demostrando de paso o bien su ceguera o bien la arbitrariedad e impredictibilidad de sus criterios.
Conan parecía haber conseguido deslizarse bajo el radar de la censura. Futuros números de la colección continuarían estirando los límites del Code y, entre otras cosas, mostrarían más sangre en una docena de episodios de la que se había podido ver en toda la industria desde su instauración.
Por otra parte, “Villanos en la Casa” fue una adaptación bastante fiel del relato homónimo de Howard, resuelto con la pericia ya habitual en ambos autores. Conan escapa de la cárcel con la ayuda de un noble, Murilo, a cambio de que asesine a Nabodinus, el sacerdote rojo, auténtico amo de la ciudad. Los tres, el bárbaro, el noble y el brujo, se encontrarán involuntariamente atrapados en la casa del último por una amenaza para la que tendrán que forjar una inestable alianza corroída por la sospecha y la traición.
En cualquiera de los aspectos por los que se puede valorar un comic, ya sea su guión, su dibujo o su contenido –a lo que había que añadir el declive simultáneo en la vitalidad de otras series Marvel que un día fueron pioneras en su ámbito-, “Conan el Bárbaro” marcó un cambio en lo que tanto creadores como lectores esperaban de un comic. La revolución que habían empezado Los Cuatro Fantásticos en 1961 llegó a su fin en 1971. Si este periodo se había caracterizado por hacer que los héroes ya no fueran blancos y los villanos negros, sino que todos tuvieran matices de grises, en la era post-Conan, los personajes se tornarían aún más complejos.
Después del nº 11, Goodman decidió dar marcha atrás en su política de aumento de páginas y precios. “Conan el Bárbaro” abandonó sus 48 páginas y volvió a contar con 32, si bien el precio no retornó a su antiguo valor y se quedó en 20 centavos.
La reducción en el número de páginas conllevó un alivio en la carga de trabajo de los autores, sobre todo para Barry Smith. De todas formas, el número 12 (diciembre 1971), titulado “El Morador de la Oscuridad, se utilizó para albergar una historia que el artista había dibujado y entintado mientras aún vivía en Inglaterra y que originalmente había sido pensada para aparecer en el número 2 de “Savage Tales”. Dado que la colección se congeló durante bastantes meses, Thomas decidió incluirla en la colección regular una vez coloreada.
Conan es hecho prisionero por los soldados de una ciudad estado cuya reina, Fátima, lo adopta como amante. No tarda sin embargo en darse cuenta de que en realidad es un prisionero al que Fátima trata como una mascota. La altiva y orgullosa monarca interpreta mal un encuentro entre su esclava Yaila y Conan y condena a ambos a morir en las mazmorras, donde habita una monstruosa criatura.
A estas alturas de la colección ya resulta una historia nada novedosa, pero está bien narrada y excelentemente dibujada por un Barry Smith que vio sus alas algo cortadas por las exigencias del Comics Code. Dado que la historia iba a publicarse originalmente, como hemos dicho, en una revista no sujeta al órgano censor, se había permitido dibujar algunos desnudos que hubieron de ser “adecentados” al traspasarla a la colección mensual. En lo que sí logró salirse con la suya fue en hacer que Conan –aunque no personalmente- matara al final a la perversa Fátima.
Por otra parte, el que sea éste un dibujo puro de Smith, sin entintadores de ningún tipo, nos permite estudiar las virtudes y defectos de su arte. Su fuerte no eran las figuras humanas –las deformidades anatómicas de Jack Kirby no son un buen modelo a partir del cual aprender anatomía- y mientras iba mejorando paulatinamente en ese apartado, disimuló esa debilidad poniendo un énfasis especial en los fondos, vestuarios y detalles arquitectónicos, elementos que el resto de dibujantes de la editorial consideraban meramente utilitarios, prefiriendo en cambio primar el dinamismo de la figura y la agilidad narrativa. Barry Smith había comenzado un camino propio y le resultaba indiferente lo que los demás hicieran.
John Jakes es hoy un escritor inmensamente popular en Estados Unidos que vendió millones de ejemplares de sus novelas históricas, como la trilogía “Norte y Sur”, llevada a la televisión como una gran superproducción en los ochenta. Sin embargo, sus comienzos literarios fueron mucho más humildes, publicando en los cincuenta y sesenta en las revistas pulp, desde westerns hasta ciencia ficción, pasando por la fantasía. En este último género y dentro de la temática de Espada y Brujería, había creado su propio héroe bárbaro, Brak, en 1968. Roy Thomas, que en 1972 ya era un experto en el tema, pensó que sería interesante invitar a Jakes a escribir el argumento de un episodio de Conan, algo a lo que el escritor accedió de buena gana. Éste fue el número 13 (enero 1972), titulado “La Red del Dios Araña”.
Conan es asaltado por un grupo de bandoleros y dejado abandonado para morir en el desierto de Ofir. A punto de perecer de sed, es rescatado por un anciano cuya hija acaba de ser secuestrada por los sacerdotes del Dios Araña de la ciudad de Yezud. Conan, agradecido, le ayuda en su intento de rescate. Como curiosidad y quizá debido a que no fue Thomas quien escribió la historia, en esta ocasión Conan no cuenta con interés “romántico” alguno y la única mujer que aparece, la hija del anciano, acaba marchándose con otro hombre.
Para el siguiente número, Roy Thomas volvió a buscar en el mundo de la Espada y Brujería un colaborador externo que ensanchara los horizontes de la serie. Michael Moorcock era una opción lógica. Editor de la revista británica “New Worlds” desde mediados de los sesenta, había sido en gran parte responsable del movimiento literario conocido como New Wave que había renovado la ciencia ficción y la fantasía. También era un prolífico escritor de esos géneros y uno de sus personajes más conocidos fue precisamente uno de Espada y Brujería, Elric de Melniboné, un brujo-guerrero albino, último representante del linaje de una civilización perversa y decadente.
Thomas, por tanto, le pidió a Moorcock –que vivía en Inglaterra- una historia en la que Conan y Elric corrieran una aventura juntos, y éste accedió. Lo más probable es que Moorcock le pasara el encargo a su amigo y colaborador Jim Cawthorne, pero sea como fuere, los números 14 y 15 (marzo-mayo 1972) ofrecieron un inesperado crossover de dos icónicos héroes de la Espada y Brujería, satisfaciendo el deseo personal de Thomas de ver en comic al guerrero albino (que, de todas formas, ya había dibujado el historietista francés Druillet en 1965).
Elric y Conan representaban los opuestos. Conan era corpulento y físicamente vigoroso, mientras que Elric era un albino débil. Elric era taciturno y un tanto incapaz, mientras que Conan era impulsivo; Conan desconfiaba de la brujería, mientras que Elric no sólo la abrazaba, sino que su propia vida dependía de ella a través de su espada sobrenatural; Conan despreciaba la civilización, mientras que Elric provenía de una antigua y decadente cultura. De hecho, Moorcock creó a Elric para subvertir los tópicos del género de Espada y Brujería.
Juntos, los dos héroes salvan Melniboné y las tierras Hibóreas de la amenaza de la terrible reina Xiombarg. El que no estuvo tan acertado como de costumbre fue Barry Smith, que dibujó a Elric tocado con un ridículo sombrero cónico basado en la cubierta de la única recopilación de relatos del personaje disponible en Estados Unidos en ese momento. A Moorcock, desde luego, nunca le gustó esa representación de su brujo-guerrero.
En 1972, incluso entre las interesantes nuevas series que estaba lanzando Marvel, Conan seguía siendo el líder indiscutible de la “sección alternativa” de la editorial. De la misma forma que el personaje había madurado desde su condición de joven e ingenuo bárbaro de las heladas tierras norteñas hasta habilidoso ladrón y soldado mercenario, también el estilo de Roy Thomas había ido sintonizándose más y más con la prosa vagamente poética de Robert E.Howard.
Sin embargo, a pesar del éxito creativo y comercial de la serie, había problemas y el mayor de ellos se llamaba Barry Smith. En los dos años que llevaba dibujando la colección, su arte había cambiado tanto que si un lector abandonó el comic en 1970 para regresar a él dos años después, habría encontrado el dibujo del británico completamente irreconocible. Smith era ahora un profesional que se tomaba su trabajo muy en serio, empleando más tiempo en cada número del que podía permitirse y, aún así, esperando poder ganarse la vida con ello.
Parte de esta nueva actitud respondió a la necesidad de Smith de preservar la integridad de su trabajo, pasando a tinta sus lápices personalmente o dejando éstos lo más acabados posible para que el entintador asignado por la editorial no pudiera sepultarlos bajo su propio estilo. Cada encargo, cada número de Conan, era una joya más pulida que el anterior, pero el esfuerzo pronto se cobró su precio. Aceptando más trabajo del que podía manejar (números de relleno en “Los Vengadores”, historias para “Savage Tales” y el episodio mensual de “Conan el Bárbaro”), se dio cuenta de que ya no podía mantener ese ritmo.
A ello se añadía su creciente descontento por el rechazo que encontraba a las ideas que lanzaba para las nuevas historias. Smith sentía la colección como algo muy personal y quería participar en todas las fases del proceso creativo, pretensión que Thomas no veía con buenos ojos, entre otras cosas porque a Smith aún le quedaban mucho que aprender en el ámbito de los guiones y porque, además, su evolución narrativa difería bastante de lo admisible por Marvel en aquel entonces. Por todo ello y para conmoción de muchos lectores, Barry Smith comunicó su intención de abandonar a Conan.
Al principio, Thomas trató de conseguirle más tiempo pasando la periodicidad de “Conan el Bárbaro” a bimensual –una decisión en la que también influyó la cifra de ventas, que al principio no parecían muy halagüeñas- y luego, cuando hubo de convertirla en mensual otra vez a la vista de la creciente aceptación por parte de los lectores, dándole un respiro utilizando el número 16 (julio 1972) para reimprimir dos historias. Una de ellas fue “La Hija del Gigante Helado”, que había aparecido en “Savage Tales” nº 1 el año anterior y de la que ya hemos hablado. Naturalmente, hubieron de retocar algo tanto el dibujo –cubriendo los desnudos y añadiendo una página adicional de apertura- como el guión –para difuminar las violadoras intenciones de Conan-. La segunda historia fue “La Espada y los Brujos”, de la que también hablamos al comienzo y que supuso la primera incursión de ambos autores en el mundo de la Espada y Brujería en “Chambers of Darkness” nº 4, antes de que naciera la colección regular de Conan.
A continuación, Thomas llamó a Gil Kane, que aunque en los últimos años venía trabajando asiduamente para Marvel, era un profesional inquieto que ya había sacado adelante otros proyectos con su propia compañía. Además, Kane había sido amante y conocedor de la obra de Howard desde antes que Thomas la conociera siquiera, por lo que su elección como nuevo artista parecía la idónea. Incluso se pensó en él como dibujante regular. Por tanto, suyo fue el arte de los números 17 y 18 (agosto-septiembre 1972), adaptación de un relato de Howard originalmente ajeno al mundo de Conan, pero que Thomas y Kane retocaron e insertaron en la era hibórea. Conan naufragaba junto a un gigantón pelirrojo llamado Fafnir (a quien habíamos visto brevemente en el nº 6) en una isla-reino que ha condenado a su femenina monarca a la muerte. La aparición de ambos guerreros parece cumplir una vieja profecía y la reina regresa al poder ayudada por Conan y Fafnir. Éstos no tardarán en verse involucrados en una siniestra intriga en la que se dan cita la ambición, la venganza y la brujería.
El de Kane era un estilo muy diferente del de Smith pero, a su manera, pletórico de energía y dinamismo. Además, fue un profesional muy apreciado en su época que atraía lectores y hacía subir las ventas del título en el que participaba, algo que también logró con “Conan el Bárbaro”. Por desgracia, sus necesidades económicas le impidieron continuar con la colección, ya que debía obtener más dinero del que cobraba por Conan y aceptar más encargos simultáneos hubiera supuesto una rebaja en la calidad de las historias del bárbaro, algo que le molestaba profundamente, por lo que tuvo la altura profesional de retirarse y aceptar sólo los encargos esporádicos de portadas.
Y he aquí que quien le sustituyó en el numero 19 (octubre de 1972) fue Barry Smith. Poco había tardado en recapacitar y darse cuenta de que “Conan el Bárbaro” era su mejor opción para continuar, mientras pudiera, en el camino de renovación artística y narrativa en el que se había embarcado. Su arte había sido fundamental a la hora de conformar la colección y propulsarla al estrellato. En aquellos años era impensable que un dibujante todavía muy joven, por muy genial que fuera, estuviera en condiciones de imponer sus propios proyectos a la editorial. Smith contribuiría a que eso cambiara, pero aún no era el momento. Si abandonaba Conan, debería subirse en marcha al carro de alguna otra colección con la que no estuviera tan identificado con la merma de motivación que ello conllevaría. Además, apreciaba a Roy Thomas como guionista y editor. Éste no se limitaba a mandarle los encargos y pagarle, sino que le aconsejaba y le recomendaba soluciones gráficas o narrativas. Ello contribuyó a forjar una relación que ambos autores han recordado siempre con afecto.
Smith volvió con fuerzas renovadas y un dibujo barroco absolutamente maravilloso para ese nuevo número titulado “Halcones del Mar”. En tan solo unos pocos meses había alcanzado un estilo de un preciosismo y elegancia como nunca antes se había visto en los cómic books. Imbuido en el modernismo y la pintura prerrafaelista, sus viñetas se llenaron de intrincados diseños decorativos y arquitectónicos; sus personajes, sus vestidos, sus composiciones, destilaban una cualidad cuasionírica que, en honor a la verdad, poco se parecía al violento y brutal mundo descrito por Robert E.Howard en sus relatos. Tampoco su Conan era una traslación gráfica literal del camorrista lujurioso y asesino que vivía en los libros, sino un joven ágil, esbelto, meditabundo y con mirada soñadora. Aún más, Smith empezó a realizar aportaciones sustanciales a los guiones, inventando secuencias enteras a las que Roy Thomas daba el visto bueno y con las que aportaba al bárbaro guerrero un toque aún más personal, más melancólico.
Pero, una vez más, la meticulosidad de Smith resultó incompatible con el formato. En este número 19 contó con la colaboración del entintador Dan Adkins, pero llegó a dibujar tantas líneas y detalles que éste no pudo terminar a tiempo las diez últimas páginas. El resultado fue que el número hubo de entregarse a la imprenta sin esas planchas entintadas. Barry se vio obligado a realizar trazos más gruesos en la esperanza de que la reproducción se viera lo suficientemente clara. En otras circunstancias, con un soporte físico más adecuado y mejor calidad de impresión, ello podría haber permitido a los lectores descubrir los lápices de Smith en todo su esplendor, sin añadidos ni retoques ajenos. Pero dados los medios y técnicas disponibles, el resultado final fue muy insatisfactorio.
La insuficiente velocidad de Smith a la hora de encargarse de la colección mensual de Conan fue un grave problema que no consiguió resolver en el resto de números de los que se ocupó. A pesar de indiscutibles joyas como los números 20 y 24, la calidad de su trabajo se resintió mucho de haber sido entregada sin terminar, limitándose a abocetar las páginas para que fueran repasadas por diferentes entintadores de talento dispar.
La situación fue aún más decepcionante dado que este número daba inicio a un ambicioso arco argumental que se prolongaría varios meses y que sería conocido como La Guerra Turania. En él, Conan abandonaba los reinos occidentales de Hiboria para pasar unos meses en el antiguo imperio de Turan y en ciudades-estado como Makkalet. Al comienzo de la historia, vemos que Conan y Fafnir, rescatados al final de la aventura anterior por el príncipe turanio Yezdigerd, se han embarcado como mercenarios en la flota que va a atacar la ciudad de Makkalet para recuperar al Tarim, el dios viviente que les había sido arrebatado. Fue el comienzo de una gran y compleja operación militar en la que Conan encontraría batallas, monstruos, brujos, romance e intriga y en la que se vería obligado a cambiar de bando más de una vez antes de que finalizara. Más que nunca, Thomas y Smith, estableciendo una relación entre el sentido de continuidad propio de Marvel y la brillante evocación de Howard de un mundo olvidado por el tiempo, habían conseguido aportar densidad y maravilla a la fantasía escrita por un autor que murió setenta años antes.
(Finaliza en la siguiente entrada)
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