17 oct 2015
1970- CONAN EL BÁRBARO – Roy Thomas y Barry Smith (1)
Entre los años 1970 y 1978, Marvel vivió un periodo de cambio y experimentación continuos. Nuevos conceptos, nuevos personajes y nuevas colecciones aparecían tan rápido como se esfumaban. Una nueva generación de talentos entró a trabajar en la editorial aportando un entusiasmo y efervescencia juveniles que se traducían en experimentos no pocas veces saldados en fracasos, pero que a veces terminaban en éxitos y que hoy son recordados como absolutos clásicos.
Esta expansión enérgica aunque indisciplinada, que Stan Lee acuñó como “Fase Dos” de la nueva Marvel, conllevó su correspondiente dosis de problemas y desengaños. Después de un reinado absoluto de más de veinticinco años como editor en jefe, Stan Lee abandonó el puesto en 1972. En tan solo cinco años, su puesto sería ocupado por nada menos que cinco personas, lo cual da una idea de la dificultad del mismo. Mientras tanto, los presidentes de la compañía fueron y vinieron hasta que, por fin, en 1975, llegó uno con la suficiente visión de futuro como para aportar estabilidad financiera en un mercado sometido a continuas transformaciones. Aunque muy a menudo pareciera ser el caos lo que gobernaba la editorial, el resultado del mismo acabó siendo la ascensión de Marvel al liderazgo de la industria.
Un factor importante en la nueva dirección de Marvel fue el guionista y, de 1972 a 1974, editor en jefe, Roy Thomas, quien desde mediados de los sesenta venía ejerciendo de mano derecha de Stan Lee. Guionista notable de prosa poética, era un acérrimo fan atento a los detalles de la cada vez más compleja continuidad del universo Marvel. Su trabajo le había granjeado no sólo cierta influencia en la compañía sino convertirse en el símbolo de las aspiraciones de la siguiente generación de jóvenes guionistas y dibujantes. Además de continuar escribiendo historietas, ayudó a coordinar los cruces entre colecciones, reclutar nuevos talentos y poner en marcha proyectos innovadores. Uno de ellos fue “Conan el Bárbaro”.
El vitalista movimiento juvenil que venía empujando cada vez más fuerte en Estados Unidos desde finales de la década de los cincuenta había propiciado un renacimiento en el interés por la Fantasía y a finales de los sesenta Marvel recibía multitud de cartas de lectores pidiendo que se adaptaran trabajos de escritores como Edgar Rice Burroughs (Tarzán, John Carter, Carson de Venus…), J.R.R.Tolkien (“El Señor de los Anillos”) o Robert E.Howard (Conan).
Pero había dos problemas. Por una parte, Marvel huía de las adaptaciones de material ajeno porque ello conllevaba el pago de derechos a los propietarios del personaje y, por tanto, rebajaba la rentabilidad económica del material. Por otra, Stan Lee nunca entendió el género de la fantasía y, en el fondo, no creía en él. Lo suyo eran los superhéroes angustiados, los problemas típicos de adolescentes o las grandilocuencias cósmicas. Pero demostró su capacidad como editor haciendo caso a las peticiones de los lectores y pidiendo a Thomas –más próximo a la edad de aquéllos- que redactara un informe destinado al propietario de la editorial, Martin Goodman, solicitándole fondos para adquirir los derechos de algún personaje sin concretar aún del mundo de la “espada y brujería”. Cuando Goodman dio el visto bueno, Roy Thomas se puso en marcha.
Hoy día nos parecería que el paso lógico hubiera sido el de crear un personaje completamente nuevo, que perteneciera a Marvel desde el principio y por cuyos derechos no hubiera de preocuparse. Ni el propio Thomas está muy seguro de por qué no se dio ese paso, aunque probablemente tuviera que ver el que nadie en la editorial sabía muy bien cómo abordar el género de espada y brujería y resultaba más cómodo y seguro “adoptar” algún héroe de popularidad ya probada en la literatura.
De las muchas cartas que llegaban a Marvel, no pocas de ellas pedían que se adaptaran las aventuras de Conan el Bárbaro, un personaje creado por el tejano Robert E.Howard. Éste había sido un colaborador habitual de la revista de literatura popular “Weird Tales” desde 1924 hasta su suicidio en 1936. En diciembre de 1932, había escrito un relato titulado “El Fénix en la Espada”, en el que se presentaba por primera vez a Conan, un bárbaro de la mítica Era Hiboria, un legendario tiempo del remoto pasado en el que el mundo se conformaba geográfica y políticamente dividido en reinos frecuentemente enzarzados en guerras en las que intervenía la magia. Conan fue el iniciador de un nuevo subgénero de la fantasía, el de la espada y brujería, en el que un héroe armado sólo con su acero, su astucia, valor y poderío físico recorría un peligroso mundo medievalizado, viviendo aventuras a mitad de camino entre el terror sobrenatural, la aventura de corte histórico y las peripecias en antiguas civilizaciones perdidas.
A la prematura muerte de Howard, su obra había conseguido reunir un fiel núcleo de seguidores, como L.Sprague de Camp o Lin Carter, que se dedicaron a completar manuscritos inacabados o reconvertir al mundo hibóreo de Conan relatos y bosquejos originalmente pensados por el autor para ser protagonizados por otros personajes de su invención. Sus fans dedicaron incontables horas a establecer la cronología de la Era Hiboria y ordenar cronológicamente en ella todos los hechos conocidos de la vida de Conan. En 1966, Lancer reeditó en rústica todas esas historias, las originales y las remontadas, en una serie de once volúmenes que exhibían portadas fabulosamente dibujadas por Frank Frazzetta. El material, al que pocos habían prestado atención en los cuarenta y los cincuenta, ahora cosechó un gran éxito y Thomas, a pesar de que ya entonces había tratado de leer un relato de Conan abandonándolo a mitad por considerarlo aburrido, no tardó comprender que se encontraba ante un nuevo campo temático con un gran potencial para el mundo del comic.
Sin embargo, Thomas pensó que los magros fondos con los que contaba (150 dólares por número) no bastarían para adquirir los derechos de Conan, que recientemente había tratado de adquirir sin éxito la editorial Warren. Así que dirigió sus miras a otros personajes surgidos al albur del renacer de la Fantasía en la literatura a finales de los sesenta. Uno de ellos fue Thongor, creado por Lin Carter combinando rasgos de John Carter y Conan el Cimmerio. A Carter le gustó la idea de ver las peripecias de su bárbaro en un comic, pero su agente intentó forzar al alza el precio y las negociaciones no llegaron a ninguna parte.
Mientras tanto, Thomas ensayó el nuevo género en uno de los títulos de antologías de Marvel, sin sospechar a esas alturas que tan solo unos meses después iniciaría un título destinado a la inmortalidad. En “Chamber of Darkness” nº 4 (abril de 1970) se incluían tres historias: una escrita y dibujada por Jack Kirby, otra por Denny O´Neil con arte de Tom Sutton, y una tercera, titulada “La Espada y los Brujos”, en la que Thomas colaboraba con un joven artista británico llamado Barry Smith. Esta última presentaba a un escritor, Len Carson, que trataba de poner punto y final a la carrera de su sangrienta creación literaria, un bárbaro llamado Starr The Slayer, solo para ser asesinado por él. No es que fuera un episodio para sentirse particularmente orgulloso (aunque presentaba la interesante cuestión de qué mundo era el real, si la Tierra de Carson o el Zardath de Starr), pero las caracterizaciones de los dos personajes sí eran notables. Len Carson recordaba vagamente al escritor Robert E.Howard, y Starr, a todos los efectos excepto el nombre, era Conan el Cimmerio. Otros detalles de la historia tomaban y mezclaban diferentes elementos de los ciclos narrativos de Howard, como los de Kull (con referencias a un tal Trull, Zardath y el bardo Morro).
Barry Smith (cuyo arte ya mostraba aquí cierto avance respecto a sus primeras influencias de Kirby y Steranko), no sólo dibuja a Starr el Bárbáro casi igual a su futuro Conan (casco con cuernos, colgante con medallón, sandalias hasta la rodilla…) sino que consigue capturar gran parte del elemento fantástico y al tiempo terrenal que constituye la base del éxito del mundo Hibóreo. Especialmente interesante es una viñeta en la que se muestra al malvado brujo Trull, con el brazo levantado en un gesto magnífico contra un fondo iluminado por runas arcanas: casi la misma imagen que usaría más tarde para el primer número de “Conan el Bárbaro”.
Al final, harto de buscar un personaje sin éxito, Roy Thomas cogió un ejemplar del último libro de Conan y vio el nombre del albacea literario de la obra de Robert E.Howard: Glenn Lord. Le escribió advirtiéndole de que no disponía de mucho dinero, pero Lord accedió.
Sin embargo, avergonzado por la escasa cifra que Goodman le había asignado para el pago de derechos, Thomas había prometido a Lord 200 dólares por número. Nadie le había dicho que sería él quien ejercería de guionista (en lugar de, por ejemplo, el joven y pujante Gerry Conway), pero se puso manos a la obra dispuesto a escribir el primer número y descontar esa cifra de su propia tarifa de guionista, lo que suponía que trabajaría casi gratis. Su intención inicial era escribir un par de números con los que arrancar la colección y luego ceder las labores de guionista a otro profesional. En ese momento no imaginó que llegaría a escribir más de doscientas historias de Conan y que su nombre quedaría indeleblemente unido al del bárbaro. Ya entonces y antes de sentarse frente a la máquina de escribir, había leído todo el material existente de Conan y su opinión había variado respecto a su primer contacto tres años atrás. Pensaba que había demasiada violencia, sexo truculento y un protagonista difícilmente calificable como heroico, pero la riqueza del mundo hibóreo, la atmósfera de misterio que desprendían los relatos, podía servir de apoyo a grandes historias.
Quedaba por decidir quién se encargaría de dibujar la colección. Stan Lee y Roy Thomas estaban de acuerdo en que sería John Buscema, el artista más popular de la casa, a quien ya habían embarcado en el proyecto y que, además, conocía a Conan y se mostraba entusiasmado con el personaje. No sólo eso, sino que su enérgico estilo se ajustaba a la entonces bien establecida imagen gráfica del bárbaro creada por el ilustrador Frank Frazetta para las portadas de los libros mencionados. Pero he aquí que el dinero volvió a interponerse en los planes. Martin Goodman vetó la participación de Buscema argumentando que su tarifa era demasiado elevada al ser por entonces el dibujante mejor pagado de la editorial. Thomas debía encontrar otro artista más barato.
Se consideró a Gil Kane, pero también resultó ser demasiado caro. Jim Steranko estaba ocupado en otros proyectos y Berni Wrightson, que entonces acababa de empezar en el mundo del comic, tenía un estilo que no casaba con la idea que Thomas tenía en la cabeza para la colección.
Y aquí es donde el antes mencionado Barry Smith entra en la historia de los comics. Smith, de nacionalidad inglesa, había residido ilegalmente en Estados Unidos durante algunos meses en la segunda mitad de 1968 y se las había arreglado para conseguir algunos encargos esporádicos de Marvel para colecciones como “Uncanny X-Men”, “Daredevil”, “Nick Fury, Agente de S.H.I.E.L.D” o “Vengadores” antes de verse obligado a regresar a su país, acosado por las autoridades, sin ingresos ni perspectivas profesionales claras. Sin embargo, Marvel volvió a llamarle para que realizara y desde Inglaterra les enviara páginas para algunas de las colecciones genéricas de la casa, como el indicado “Chamber of Darkness”.
En honor a la verdad, no se podía decir que Smith fuera entonces un buen dibujante y ni siquiera las reacciones de los lectores a los números que había realizado con anterioridad fueron favorables. De hecho, la editorial había recibido no pocas cartas de lectores quejándose de su dibujo de un número de los X-Men (el 53) aunque hay que matizar que Smith tuvo que trabajar en condiciones muy adversas: en ese momento, residía ilegalmente en Estados Unidos, no tenía residencia fija y vivía alternativamente con un par de amigas que tenían apartamentos en Nueva York; e incluso, según cuenta, se vio obligado a dibujar aquel número de los X-Men en los bancos de un parque.
Sea como fuere, su arte aún estaba verde y seguía demasiado aferrado a la influencia de Kirby y Steranko. Para colmo, cuando finalmente se planteó el proyecto de Conan, había vuelto a Inglaterra, lo que aumentaba los problemas logísticos. Pero Thomas pensaba que su evolución era prometedora y lo consideró el candidato ideal por encima de otros propuestos por Stan Lee. No obstante, el verdadero factor que decantó la balanza a favor del inglés no fue otro que el dinero. Su tarifa de veinte dólares por página lo convertía en una apuesta razonable. Tal y como Lee apuntó con pragmatismo, si la colección fracasaba –y ésta era una posibilidad que él consideraba muy en serio- no habrían perdido demasiado dinero.
En retrospectiva, casi parece como si el tortuoso recorrido del londinense Barry Smith en Marvel –imitando al principio el estilo de sus artistas favoritos y mejorando gradualmente de trabajo en trabajo- hubiera sido planificado. Fue necesario un periodo de aprendizaje y ajuste antes de graduarse como dibujante principal de una colección regular. Pero al fin, estaba preparado. Aunque aún no se había desprendido de sus influencias iniciales, en los pocos meses que había estado trabajando para Marvel desarrolló un estilo propio antes de completar rápidamente su transición a la condición de artista bohemio y orgulloso, representante de un renacimiento artístico en los comics que avivaría la conciencia creativa de sus compañeros y les haría tomar conciencia del valor de sus respectivos trabajos. Las páginas de los comics ya no serían consideradas una basura desechable, sino tan legítimamente valiosas como el producto de cualquier otro medio.
Tras el paso de Smith por Conan, los artistas jóvenes empezarían a agruparse en estudios meditando durante horas sobre la mejor manera de plasmar las historias que les proporcionaba el editor. Pero inevitablemente se darían cuenta de que el tiempo que invertían en su trabajo, sencillamente, no compensaba económicamente. La industria del comic book no les había alcanzado todavía y seguía siendo poco amiga de contratar artistas lentos. Las fechas de entrega eran aún un imperativo y tener el comic listo a tiempo era más importante que la integridad artística. Era una actitud que daría lugar a un nuevo fenómeno en los comics: dibujantes que trabajarían en un solo título (en lugar de dos o tres, como era lo usual hasta entonces), a menudo sobrepasando las fechas de entrega o manteniendo a la fuerza una cadencia bimensual en las colecciones de las que se ocupaban; saltaban de una colección a otra y permanecían tan sólo unos meses en cada una de ellas hasta que se apartaban de los comics por completo para perseguir metas en otros medios, como ilustraciones para calendarios o portadas de libros, álbumes o posters (Jim Steranko y Neal Adams habían abandonado los comics por las mismas razones, pero su credibilidad había quedado hasta cierto punto comprometida al convertirse ellos mismos en editores). Fue, por tanto, el comienzo de la consideración del dibujante como “prima donna”. Y todo ello arrancó en “Conan el Bárbaro” nº 1 (octubre de 1970).
En aquel momento, de todas formas, ese fenómeno estaba lejos de concretarse con claridad y, de hecho, el trabajo de Barry Smith (que sólo contaba 21 años) para este primer episodio parecía más una regresión de la prometedora trayectoria que había seguido en los títulos de antologías de Marvel hasta ese momento. Se limitó a estructurar las páginas de una forma bastante convencional y los fondos estaban desprovistos de todo detalle; ni siquiera el entintado del experimentado Dan Adkins consiguió recuperar las virtudes del nuevo estilo de Smith. De hecho, éste se limitó a copiar el aspecto del bárbaro que había inventado para “Chamber of Darkness”, haciéndolo parecer más un superhéroes de la casa, aunque vestido sólo con un taparrabos y un casco, que un personaje auténticamente howardiano.
Por eso resulta chocante que ya desde este primer número, Smith se convirtiera de la noche a la mañana en la “niña bonita” del fandom. De todas formas, ese pequeño resbalón quedaría rápidamente atrás y el artista inglés, en cuestión de pocos números, empezó a expandir su estilo, cargándolo de detalles y ornamentos que hicieron del mundo Hibóreo de Conan un lugar vivo y maravilloso.
El mejor dibujante del mundo no habría conseguido convertir en un éxito esta nueva colección si no hubiera tenido a su disposición buenas historias. Y esa fue la responsabilidad de Roy Thomas. Además de su labor editorial y su mérito en sacar trabajosamente adelante el proyecto de Conan, acertó a la hora de comprender, asimilar y transmitir en forma y fondo el espíritu de Robert E.Howard. Combinó las adaptaciones de historias escritas por el autor (algunas de ellas no ambientadas originalmente en la Edad Hiboria ni protagonizadas por Conan) con material propio que imitaba tan bien el original que, si se hubiera convertido en libro, se habría podido integrar perfectamente en el canon del personaje.
(Continúa en la siguiente entrada)
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