1 jul 2015
1984- EL HOMBRE MÁQUINA – Tom DeFalco, Herb Trimpe y Barry Windsor-Smith
El Hombre Máquina, creado por Jack Kirby en las páginas de la colección “2001: Una Odisea del Espacio” (nº 8, julio 1977), fue uno de los personajes más olvidados y peor tratados de la editorial. Retomado para su propia colección en abril de 1978, Kirby lo había imaginado como una especie de Estela Plateada robótico, un ser torturado que, a pesar de sus evidentes sentimientos y emociones humanos, se sentía incapaz de entender e integrarse en la sociedad de la que ansiaba formar parte pero con la que no compartía ninguno de sus vicios.
El Hombre Máquina era el único superviviente de un proyecto militar secreto que pretendía fabricar robots bélicos con cierto grado de consciencia. Todos ellos acabaron víctimas de paranoias y fueron destruidos…excepto uno, el X-51, “educado” por el doctor Abel Stack en su propio hogar. Stack le proporcionó una pseudocara humana y le trató como un verdadero hijo. Tras la muerte de su “padre”, X-51 se ve obligado a huir. En su búsqueda de un lugar para él en el mundo, se cruzará con diversos superhéroes y villanos y adoptará tanto el nombre de Hombre Máquina como, en su identidad “humana”, Aaron Stack. El último guionista que se encargó de escribir sus aventuras en su primera etapa, finalizada tras 19 números en 1980, fue Tom DeFalco.
Fue precisamente DeFalco el que recuperó al personaje cuatro años después para darle una segunda oportunidad en la forma de serie limitada de cuatro números (Octubre 1984 a enero 1985), una modalidad que permitía probar la acogida de personajes poco conocidos entre los fans y ofrecer historias con un guión o un dibujo algo menos convencionales.
La historia transcurre en el año 202, un futuro distópico dominado por las grandes corporaciones industriales. Un grupo de saqueadores tecnológicos que rebuscan entre los deshechos abandonados por la empresa Baintronics, encuentran las piezas desmontadas del Hombre Máquina. Cuando lo ensamblan y reactivan, éste se pone de su parte en la lucha contra los agentes de la corporación enviados para detenerlos. El Hombre Máquina averigua que la gente de su pasado sigue viva, aunque envejecida, como su amigo Gears Garvin, ahora líder de los Saqueadores; o Sunset Bain, su antigua adversaria, al frente de Baintronics y aliada con Arno Stark, el malvado Iron Man del futuro. Aún peor, su antiguo amor, la también robótica Jocasta, ha sobrevivido…como fiel ayudante de Sunset Bain.
Lo cierto es que esta miniserie está lejos de ser uno de los mejores guiones de DeFalco. La revolución adulta en el mundo del comic book aún estaba dos años en el futuro y lo que tenemos aquí es una historieta de planteamiento muy tradicional y poco atrevida que tampoco esta vez consiguió dotar de carisma al Hombre Máquina. Su único papel parece ser el de reaccionar algo desconcertado a lo que sucede a su alrededor en vez de tomar la iniciativa y tratar de buscar su sitio en ese nuevo mundo, que había sido el sustrato temático del personaje tal y como Kirby lo imaginó.
El resto de personajes que le acompañan en la aventura, ya sean amigos o villanos, resultan tópicos y predecibles y las relaciones entre ellos carecen de sustancia o complejidad alguna. El conflicto entre Bain y el Hombre Máquina o entre éste y Jocasta ofrecía jugosas posibilidades nunca explotadas. Arno Stark no pasa de ser un matón presuntuoso con armadura sin matiz alguno. DeFalco prescinde también de cualquier referencia al resto del Universo Marvel, lo que podría haber dotado de más colorido y profundidad a una historia por lo demás plana.
Ni siquiera el entorno futurista, una suerte de pastiche ciberpunk fuera de la continuidad Marvel, resulta atractivo. Y eso que ese subgénero de la ciencia ficción estaba aún en la infancia y distaba mucho de haber agotado sus recursos visuales. Todavía estaban recientes las películas que sentaron las bases visuales del ciberpunk cinematográfico, como “Tron” (1982), “Blade Runner” (1982) o “Terminator” (1984).
En resumen, la miniserie es una especie de telefilme o episodio piloto para una serie regular que nunca llegó a emitirse. El tema del robot que no se siente máquina y a través del cual se reflexiona sobre la naturaleza de la humanidad no era entonces ni de lejos algo novedoso. No obstante, DeFalco dio con algunas ideas interesantes… que no supo desarrollar.
Al menos en lo que respecta a la conclusión, la responsabilidad por la tibieza del guión ha de repartirse con su dibujante, Barry Windsor-Smith. Según él mismo dijo, cuando volvió a los comics se dio cuenta de la que la única forma de dar lo mejor de sí mismo era controlando toda la obra, tanto el guión como el dibujo. El problema es que Smith, al que no le faltaba soberbia, nunca fue tan buen autor completo como Frank Miller o John Byrne, tal y como demostraría más adelante en su fallido proyecto “Storyteller”.
Pero es que lo que de verdad hace de este comic una lectura recomendable no es su guión, sino su apartado gráfico. Y es que “El Hombre Máquina” supuso la recuperación para la historieta mainstream de un Barry Smith al que todo el mundo daba por perdido.
Smith había sorprendido a toda la industria con sus dibujos para “Conan el Bárbaro” en los setenta, donde había ido desarrollando un estilo de una belleza, elegancia y dinamismo casi inauditos en el mundo del comic book. Sin embargo, el creciente perfeccionismo con el que abordaba su trabajo le acabó impidiendo ajustarse a las ineludibles fechas de entrega propias de la industria. Ello, junto a la pobre situación que padecían los autores en el comic, le animaron a dejar ese mundo en 1974 para establecerse de forma independiente en un estudio junto a otros autores de primera fila: Jeff Jones, Mike Kaluta y Bernie Wrightson. Bajo el sello de Gorblimey Press, se dedicó entonces a la producción de ilustraciones, posters, portafolios y grabados.
Pero en 1983, inicia una tímida reentrada en el ámbito de las viñetas, colaborando para revistas de editoriales independientes, como “Star Reach” o “Pathway to Fantasy” y la más popular “Epic Illustrated”. Su dibujo se veía más maravilloso que nunca, sin que su técnica hubiera perdido ni un ápice de su preciosismo desde sus días de gloria en Conan. Pronto, los fans se enteraron de que aunque Smith ahora firmaba sus obras con el más sonoro –y británico- Barry Windsor-Smith, no habría marcha atrás.
Y es que ese lento renacer le dejó claro al autor que el bellísimo, minucioso y muy elaborado dibujo que había desarrollado para Conan en los setenta y luego en los años que pasó ilustrando para Gorblimey Press, era totalmente inadecuado para una serie de comics de cadencia mensual, en la que los autores debían trabajar bajo la presión continua de las fechas de entrega. Si su intento de reencontrarse con los comics y vivir de ello era auténtico, Smith tendría que simplificar su estilo y, literalmente, reaprender la narrativa específica del género superheroico. Cuando se sumergió en Gorblimey Press, desaprendió el lenguaje del comic para empaparse del propio de la ilustración y la pintura.
Así, en lugar de lanzarse de cabeza a la piscina, probó el agua recelosamente mediante algunas historias aisladas para la colección “Marvel Fanfare” (nº 15, julio 1984) y la superventas “X-Men” (nº 186, octubre 1984). Los resultados fueron estupendos, pero la experiencia le sirvió para darse cuenta de lo oxidado que estaba tras tantos años alejado de la narrativa gráfica. Sencillamente, tal y como él mismo admitió, no era capaz de pensar secuencialmente, de dividir un guión en viñetas y planificarlo de acuerdo a la continuidad y el ritmo narrativo. Y es aquí cuando entra en escena Herb Trimpe.
Trimpe había dejado su impronta en Marvel durante los sesenta y setenta, sobre todo como dibujante de la colección regular de “Hulk”. Conforme discurrían los ochenta y su estilo quedaba obsoleto, se vio obligado a aceptar la ingrata tarea de adaptar propiedades “alquiladas” por Marvel como “Godzilla”, “Shogun Warriors” o “G.I.Joe” (acabaría saliendo del mundo del comic en los noventa, consiguiendo un graduado universitario y ganándose la vida como profesor de arte en un instituto público. Murió en 2015). Por entonces aceptó actuar como “perro lazarillo” para su amigo Barry Smith: fue él quien empezó dibujando los bocetos que repasaba luego el británico. Éste se reencontró con su viejo talento muy rápido, tanto que hacia el segundo número ya borraba las páginas de Trimpe y las reelaborada a su gusto.
El entusiasmo y confianza de Smith creció con cada página que dibujaba. Al principio se nota que se limita a terminar y perfilar el dibujo de Trimpe, como siempre rígido y poco atractivo. Pero rápidamente, hacia el final del segundo número, Smith empieza a tomar el control, aportando sus propias composiciones, embelleciendo las viñetas y dotando a los personajes de un dinamismo del que Trimpe hubiera sido incapaz. El dibujo del último episodio, el cuarto, es ya obra exclusiva de un Smith pletórico que dibuja hasta el último cable del cerebro del protagonista o el cristal más pequeño de la consola que destrozan el Hombre Máquina e Iron Man en su dramático combate final.
“El Hombre Máquina” no es un comic magnífico, pero tampoco un desastre. Simplemente resulta decepcionante el que, contando con los ingredientes necesarios para funcionar, en lugar de combinarlos extrayendo todo su potencial, el guionista se limite a arrojarlos en una historia trivial. Sin embargo, no podía dejar pasar la oportunidad de comentar esta incursión de Marvel en el mundo de los robots, especialmente si cuenta con un artista de la altura de Barry Windsor-Smith.
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