26 dic 2014
1974- COSAS DE LA VIDA – Gerard Lauzier
Gerard Lauzier nació en Marsella en 1932. Después de licenciarse en filosofía, estudió arquitectura durante cuatro años en la Escuela de Bellas Artes de París. En 1954 comenzó su carrera como ilustrador y humorista gráfico en cabeceras como “Paris-Presse”, “Match” o “Candide”.
En 1956 viajó a Brasil para pasar tres meses de vacaciones y acabó quedándose ocho años (escapando de paso de su reclutamiento como paracaidista para luchar en la Guerra de Argel). Allí trabajo como publicista (oficio que, como veremos, le sirvió de fuente de inspiración para varias de sus historias) y dibujante humorístico para un periódico de Bahía. Cuando en 1965 se produce en ese país un golpe de estado, decide regresar a Francia.
Durante diez años continúa en su país natal el oficio que ya tan bien conocía y provee de soporte gráfico e ilustraciones humorísticas a revistas y periódicos como, entre otros, “Paris-Match”, “France-Soir”, “Nouveau Candide” o “Le Journal de Dimanche”. Sin embargo, al final no pudo resistirse a las posibilidades que, como el humorista feroz y sin barreras que era, se le abrían en el recién renovado mundo del comic francés.
En mayo de 1968, llevados por el ambiente de rebeldía ideológica imperante en la sociedad civil, los autores que trabajan para la revista semanal “Pilote”, emblema del comic de aventuras de corte más clásico, se rebelan y fuerzan un cambio de orientación en sus formas y contenidos. Es el principio de una transformación radical en el mundo del comic europeo. “Pilote” cambia sus contenidos, se atreve con el material más experimental y empieza a acercarse a la cotidianeidad de los lectores adultos. En 1974, bajo la dirección de Guy Vidal, reconvierte su cadencia a mensual y junto a sus series de temática aventurera o fantástica ya incluye sin reparos a autores de corte humorístico como René Petillon, Régis Franc, Max Cabannes o Martin Veyron. Es en ese marco de liberalización y ampliación de miras en el que Lauzier apuesta fuerte por el comic, publicando en “Pilote” durante 1974 la que será su primera serie: “Lili Fatale”, una parodia del género de aventuras en el que se mezcla la sátira política y el erotismo, marcando las líneas de lo que será su futura carrera como autor de comic.
Aquel mismo año publica con Dargaud –editorial madre de “Pilote”- el álbum de chistes gráficos “Un certain malaise” y, para la revista erótica “Lui”, la serie ““Les sextraordinaires aventures de Zizi et Peter Panpan”, cancelada tras solo seis entregas por problemas con la censura. Este último traspiés, sin embargo, no le hizo desistir de lo que ya era su apuesta decidida por el comic. Su siguiente y más popular serie aparecería también 1974 y de nuevo en “Pilote”: “Cosas de la Vida”, obra recopilada posteriormente en cinco álbumes (el último de ellos, bastante inferior a los anteriores, publicado en 1986, años después de que la serie dejara de aparecer en la revista en 1978)
En “Cosas de la Vida”, conjunto de historietas independientes y autoconclusivas de extensión variable, Lauzier aprovecha la liberalización de formas y contenidos que los artistas contestatarios de izquierdas habían conseguido forzar en el panorama editorial viñetero para meterse con la ideología subyacente en aquellos o, más bien, la ausencia de la misma. El autor contaba 42 años cuando inició la serie y atesoraba tras de sí una larga experiencia como observador crítico de la política y la sociedad, lo que le convirtió en un testigo ideal para documentar el rápido proceso de desintegración de la ideología que ensalzó el alabado Mayo del 68 y su reconversión al aburguesamiento más hipócrita, la avaricia económica y el triunfo de la apariencia sobre la esencia.
Las figuras arquetípicas de sus historias son hombres de mediana edad al borde del colapso nervioso, jóvenes ejecutivos estresados en su afán de ascender escalafones en la empresa, artistas tan fracasados como sobrevalorados, adolescentes cretinizados, directivos donjuanescos, burgueses de talante “progre”, reliquias de la época hippy, intelectuales siempre dispuestos a montar una orgía, padres cínicos… Lauzier no deja títere sin cabeza en el mundo de la clase media. Las únicas que hasta cierto punto se salvan de su corrosivo vendaval son las mujeres, bellas amazonas de fuerte carácter, quizá frías y manipuladoras, pero desde luego dotadas de mucha más inteligencia emocional que sus contrapartidas masculinas. No es de extrañar: Lauzier tuvo un padre ausente y una madre distante y sus referencias educativas fueron sus dos abuelas: una comunista incendiaria y otra una burguesa aficionada a tocar el arpa.
Es un tipo de humor absolutamente libre en su venenosa visión de múltiples capas de la sociedad, un humor que, paradójicamente, ya no es tan fácil de encontrar ahora como lo fue en los setenta. Lauzier atacaba con lucidez e ironía a los políticos de ambos bandos, la clase empresarial, las feministas, los judíos, los dictadores africanos, los rusos, los discapacitados, los ancianos que pretenden sentirse jóvenes, los homosexuales, los heterosexuales… y nunca fue criticado ni tachado de racista o demandado por algún colectivo gay. En realidad y aunque Lauzier nunca ocultó su talante conservador, no sólo no se parecía a los personajes de sus historietas, sino que era todo lo opuesto a una mala persona o a alguien lastrado por prejuicios. Educado, amable y generoso, le irritaban intelectualmente los idiotas, los hipócritas, los arribistas y los políticamente correctos, independientemente de la ideología que profesaran.
Lauzier se ríe del entronizado Jean-Paul Sartre, poniendo en las bocas de sus personajes lo que el consideraba “alucinadas estupideces políticas” y un lenguaje altisonante pero vacuo. Ataca a los autonombrados progresistas de izquierda utilizando sus propias palabras y argumentos y haciéndolos parecer auténticos cretinos que conceden más importancia a las palabras que al significado y que, a pesar de sus pretensiones intelectuales, son auténticos ineptos sin contacto con la sociedad real.
El dibujo de Lauzier es esquemático, de trazo nervioso, y su función no es estética sino la de servir de soporte a los profusos globos de texto que saturan el espacio de la viñeta. Sus figuras están definidas somera pero eficazmente y sus expresiones faciales, que suelen rozar la caricatura más grotesca, reflejan contundentemente el estado mental estresado y paranoide que domina los actos de muchos de sus protagonistas. La ausencia de fondos que sirvan para localizar la acción es casi total, pero no importa, porque las anécdotas costumbristas que Lauzier estira hasta el absurdo tienen una vocación teatral en la que lo que realmente importa son los diálogos, el intercambio furioso pero inteligente de argumentos, puyas y recriminaciones cuyo objetivo es denunciar la hipocresía social de aquellos cuya vida y discurso político están en completa contradicción; o bien el esnobismo inherente a la defensa de determinadas posturas e ideologías políticamente correctas.
De hecho, Lauzier siempre utilizó al cómic como una herramienta con la que articular su visión de las actitudes y comportamientos de ciertas capas de la sociedad. A partir de mediados de los ochenta, ya cumplido su ciclo en el comic –que, recordemos, no ocupó más que una parte de su extensa carrera en el mundo visual- concentró su ingenio y capacidad de observación social en otros campos como el teatro y el cine.
“Cosas de la Vida” es un comic de humor despiadado que quizá dentro de cien años, debido a que se halla enclavado en un contexto social muy definido, resulte difícil de comprender. Pero hoy por hoy aún es plenamente disfrutable por parte de todos aquellos lectores adultos capaces de entender las referencias políticas, sociales y culturales que sirven de base a las historias que la componen.
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