3 nov 2014
1979- JIM CUTLASS – Jean Michel Charlier, Jean Giraud y Christian Rossi
A comienzos de los setenta, el guionista Jean-Michel Charlier y el dibujante Jean Giraud ya están cansados de Blueberry, el teniente de caballería con más éxito del comic europeo que crearon diez años atrás. El segundo se halla en pleno proceso de fusión de sus dos personalidades artísticas, Giraud y Moebius, fusión que culminará a mediados de los setenta. Por otra parte, tras escribir en una década nada menos que dieciséis álbumes del personaje, Charlier sufre del mismo síndrome que Arthur Conan Doyle y su famoso Sherlock Holmes: quiere abandonar al personaje y pasar a otra cosa, pero las exigencias de la editorial y los fans no se lo permiten. Así que opta por la misma solución que el escritor inglés: matar a su creación.
En 1975, el álbum “Angel Face” cerraba el que había sido quizá el mejor ciclo del personaje dejando al héroe aparentemente desintegrado por la explosión de una locomotora. Ello no significaba que Charlier y Giraud hubieran terminado con el western, un género por el que guardaban un inmenso cariño y en el que se desenvolvían con soltura. Sin embargo, sí era hora de explorar otros ambientes, otros personajes. Y así nació Jim Cutlass.
La primera historia de Cutlass, titulada “Mississippi River”, apareció en un número especial “Western” de Pilote, en junio de 1976. Se trataba de una historia completa de 17 páginas cuya acción se situaba en junio de 1859, en un barco que navega por el Mississippi hacia Nueva Orleans. A bordo, una partida de cartas termina a golpes cuando un joven llamado Jim Cutlass, desarmado pero hábil con los puños, desenmascara a un tramposo.
Es éste un personaje físicamente muy diferente a Blueberry: delgado, pecoso, y con un característico pelo de color rojo, tiene un aspecto más refinado que el siempre sudoroso y polvoriento teniente de caballería. Sin embargo, ambos guardan más similitudes de lo que parece a simple vista: el desafío a la autoridad, la tendencia a la camorra, el humor socarrón, la tozudez y una incapacidad crónica de permanecer al margen de la injusticia, todo lo cual los lleva a meterse en más líos de los que desearían.
Cutlass ha finalizado sus estudios en la academia militar de West Point y se dirige a su hogar sureño para hacerse cargo de una herencia antes de incorporarse a su destino. Pero esa noche, aún en el barco, salva a unos esclavos negros que iban a ser castigados por haber intentado escapar, y ello será el comienzo del sinfín de problemas en los que se verá envuelto durante los siguientes siete álbumes. Porque sus ideas a favor de la abolición de la esclavitud son mal acogidas en el sur, granjeándole la enemistad de todos aquellos que deberían ayudarle a obtener la herencia. Finalmente, perseguido por asesinato –en realidad un homicidio en defensa propia- no sólo tiene que dejar el patrimonio familiar, una plantación, en manos de su bella prima y coheredera Carolyn, sino que ha de incorporarse apresuradamente a su destino en Fort Sumter, el lugar donde mes y medio más tarde dará comienzo la Guerra de Secesión Americana.
Encontramos en estas páginas un Giraud de estilo suelto, ágil, poco trabajado e incluso tosco, pero de gran agilidad narrativa, en la línea de las historias que había dibujado hacía poco para “La Juventud de Blueberry”.
Unos años más tarde, en 1979, la revista Metal Hurlant recuperaba al personaje, otra vez firmado por el dúo Charlier-Giraud. En este caso, extendieron la historia 43 páginas más, completando la extensión de lo que sería el primer álbum de la serie, “Mississippi River”. Tras los eventos narrados en las primeras páginas, Charlier da un salto de seis años y nos presenta a un Cutlass ya no tan bisoño como el que vimos al principio. Ha visto y hecho demasiado en la guerra y lo único que quiere es licenciarse y administrar su plantación, de la que no ha sabido nada desde el estallido del conflicto.
Lo que se encuentra es un panorama desesperanzador. La hacienda está prácticamente abandonada, la mansión se halla casi en ruinas, los negros han huido y su prima se niega a compartir la herencia con él. La guerra ha hecho mella en la tierra y en sus gentes. Carolyn está asediada por las deudas y a punto de malvenderlo todo a un especulador que Cutlass reconoce como Playcard, el timador al que golpeó en el barco años atrás. El ex soldado convence a su prima y a los pocos criados negros que le permanecen fieles para no rendirse y sacar adelante la plantación. Pero pese a consiguir su propósito y librar a Carolyn de los deudores, ésta sigue negándose a compartir la titularidad de la hacienda y Cutlass decide al final de la aventura reincorporarse al ejército.
“Mississippi River” fue un álbum valiente y original. Tradicionalmente, se asocia al western con tres escenarios geográficos: los desiertos de polvo y roca de Arizona o Nuevo México, los bosques y montañas de la zona de las Rocosas o bien las grandes llanuras. Pero lo que nos propone aquí Charlier es un giro novedoso que abre originales caminos argumentales y estéticos.
Por una parte, la ambientación sureña nos traslada a unos paisajes dominados por la humedad y la exuberancia vegetal: el Mississippi, los espesos pantanos poblados por serpientes y caimanes, las plantaciones de algodón o las lujosas fincas de los terratenientes. Ello le da al dibujante nuevas posibilidades gráficas en el retrato de paisajes y atmósferas, claro está, pero también condiciona el tipo de historia que se puede contar con ese marco de fondo. Porque Nueva Orleans y sus alrededores se parecen poco al mundo de los fuertes militares rodeados de desierto y tribus indias en pie de guerra. Al contrario, las narraciones deben tener forzosamente un sesgo más urbano, en el que los personajes se desenvuelven en el complejo mundo social de una ciudad efervescente y multicultural trufada de intrigas.
Además del espacio geográfico, es importante el momento histórico elegido. Tras la Guerra de Secesión, el vencido y humillado Sur trata de recuperarse económica y anímicamente, pero las circunstancias no son fáciles. La economía está arrasada, la mayor parte de los terratenientes empobrecidos y en manos de los especuladores sin escrúpulos venidos del Norte, y los blancos más reaccionarios se organizan para formar el Ku-Klux-Klan y volcar su frustración e ira contra los negros. Éstos, por su parte, aún no saben muy bien qué hacer con su recién adquirido estatus de hombres libres. Algunos siguen atados a sus amos y otros se han convertido en salteadores y asesinos. Y en medio de todos ellos y con la difícil labor de mantener el orden entre unos civiles que les odian por lo que simbolizan, se hallan los destacamentos militares nordistas. Una época tumultuosa y apasionante que a Charlier le permitía explorar nuevos caminos argumentales en los que la aventura no tenía como fondo los épicos paisajes desérticos de Blueberry sino las intrigas políticas y criminales en un ambiente sofocante.
Charlier hace aquí gala de su tradicional buen oficio, el mismo que le convirtió en uno de los mejores guionistas del comic francés. Es capaz de concentrar en las 64 páginas del álbum una enorme cantidad de sucesos y diálogos, sin lastrar por ello el ritmo de la acción, que discurre a una velocidad endiablada. Es cierto que los villanos lo son demasiado y que hubiera sido deseable una mayor profundidad y riqueza de matices, pero al fin y al cabo en lo que Charlier sobresalía era en narrar con brío aventuras de corte tradicional más que en caracterizaciones complejas. Destaca no obstante la figura de Carolyn, un personaje ambiguo, de fuerte carácter forjado por la dureza de la guerra (sufrió violaciones y saqueos durante años), que despierta admiración y rechazo a partes iguales.
En cuanto al dibujo, aunque no se le pueden sacar pegas, tampoco es de los trabajos más señalados de Giraud. Las planchas, manteniendo una disposición tradicional, juegan con el tamaño de las viñetas para adecuar el dibujo a la densidad y el ritmo de la acción. El trazo de Giraud (el entintado corrió a cargo de otro artista, según algunas fuentes, Jacques Tardi) es más sobrio que en los álbumes clásicos de Blueberry, pero no se nota que sea un trabajo apresurado o realizado con desgana. Giraud sabe bien cuándo añadir detalles a una viñeta para situar espacialmente la acción, o bien retirarlos para concentrar la atención en los personajes.
Charlier murió en 1989, dejando inconcluso el guión de la largo tiempo aplazada segunda historia de Cutlass: “El Hombre de Nueva Orleans”. Giraud se encarga de completarlo y, con dibujos de Christian Rossi, se publica con gran éxito en 1990 en la revista “(À Suivre)”. Cutlass, reincorporado al ejército como teniente y destinado en Fort Jackson, cerca de Nueva Orleans, es requerido para que investigue las incursiones que el Ku-Klux-Klan ha realizado en varias plantaciones de las proximidades, incluida la de su prima Carolyn. Al militar no le hace ninguna gracia, porque las relaciones con su prima siguen muy tirantes, pero aún así se involucra totalmente en la caza de uno de los miembros del Klan. Ello no hará sin embargo más que agitar un avispero en el que anidan “respetables” y poderosos ciudadanos que no quieren que su vinculación con la organización criminal salga a la luz.
El trabajo de Rossi es muy reseñable por su claridad expositiva y sentido estético a la hora de reflejar todos los detalles de la vida y la naturaleza sureñas. Es evidente que trabaja con documentación histórica, pero no hace alarde de ello e integra perfectamente y sin estridencias lo extraído de fotografías de la época y libros de historia en el cuerpo principal de la narración.
Su trazo, claramente reminiscente del de Moebius, es al tiempo refinado, elegante, ágil y flexible. Puede que sus páginas no destilen una gran personalidad, pero es que el comic francés hace tiempo que no suele favorecer este tipo de divismos, al menos en el ámbito del comic de ambientación histórica. Sin salir de una estructura narrativa mayormente tradicional, Rossi demuestra sin embargo ser capaz de dibujar prácticamente cualquier cosa, desde una escena costumbrista en las calles de Nueva Orleans a una dramática pelea a muerte sobre una diligencia desbocada, de la placidez de una paradisiaca finca sureña al infierno de un huracán tropical, de los salones de baile de una mansión a la podredumbre asfixiante de un pantano, del horror de un zombi sin mente al lujurioso colorido de un saloon del sur. Rossi se desenvuelve bien en cualquier ambiente y con cualquier personaje. Comprende cuál es la función del dibujante en una historia de este tipo, y la desempeña a la perfección: narra con ritmo y, cuando la ocasión lo requiere, con exquisito detalle, pero nunca sobrecargando la viñeta. Lo dicho de su trabajo en “El Hombre de Nueva Orleans” vale para el resto de los álbumes de la saga.
Giraud realiza una digna continuación al primer álbum, aunque de lo que en realidad se trataba aquí era de poner el primer ladrillo de una gran aventura que, bajo parámetros bastante diferentes, se iba a prolongar cinco álbumes más, hasta 1999, todos ellos extendiendo el argumento iniciado en “El Hombre de Nueva Orleans”: “El Aligator Blanco”, “Tormenta en el Sur”, “¡Hasta el Cuello!”, “Colts, Fantasmas y Zombis” y “Negra Noche”.
Sin embargo, lo que había sido una aventura inserta claramente en el estilo de Charlier, pronto derivó hacia un tono más, digamos, esotérico. Cutlass acaba descubriendo que bajo la superficie de Nueva Orleans está preparándose un gran conflicto que puede tener terribles consecuencias: por un lado, los reaccionarios blancos del Ku-Klux-Klan; por el otro, un grupo de negros radicales liderados por un albino ciego con extraños poderes, el Aligátor Blanco, escondidos en lo más profundo de los pantanos y que planean atacar y expulsar a los blancos para establecer una nación propia. Las cosas se complican más allá de las posibilidades de Cutlass para enfrentarse a ellas y mientras el drama se desarrolla a su alrededor, se limita a intentar, con ayuda de algunos aliados, rescatar a su prima Carolyn del cautiverio al que la somete el Aligator Blanco.
Charlier era un maestro de la aventura clásica realista, pero a Giraud, más que la Historia siempre le atrajo el mundo del misticismo y la magia, razón por la cual se sintió a gusto colaborando con otro guionista que compartía esos intereses, Alejandro Jodorowsky, con quien realizó la saga del Incal, “Los Ojos del Gato” o “La Loca del Sagrado Corazón”. Así que en cuanto se hizo cargo en solitario del guión de Cutlass –y también, aunque de forma menos acusada, en Blueberry-, empezó a introducir elementos propios del mundo onírico, la magia y lo sobrenatural. Lo que durante dos álbumes había sido una aventura de acción con tintes policiacos anclada en un mundo racional, pasa a incorporar zombis, proyecciones astrales, alucinaciones, ritos vudú, espíritus, choque de religiones… La crítica social (racismo, prejuicios, corrupción) deja paso al horror y la fantasía.
Personalmente no acabo de digerir bien esa extraña y súbita deriva que imprime Giraud a la serie tras la muerte de Charlier, pero admito que puede ser perfectamente del gusto de otros lectores. Además, no sólo el ambiente sureño y misterioso de Nueva Orleans, con sus pantanos y su exótica mezcla de culturas resulta un marco más adecuado para una aventura con tintes mágicos que los más tradicionales paisajes del western, sino que el estilo realista y comedido de Rossi equilibra los habituales desvaríos místicos de Giraud.
En definitiva, un western al que recomiendo dar una oportunidad por su belleza formal y su poco habitual enfoque. Puede que guste y puede que no, pero eso solo lo averiguarán leyendo los tres o cuatro primeros álbumes.
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