Publicado originalmente por la Editorial Cepim en la colección “Un Uomo, Un´Avventura”, este álbum nos traslada a la guerra colonial –aunque nunca reconocida como tal- que sostuvieron los Estados Unidos en Filipinas a principios del siglo XX contra los “insurgentes” que se oponían a la intervención americana en su tierra.
A lo largo de la historia y desde los ojos de James Stappleton, un enviado de Washington

La personificación de ese proceso deshumanizador la constituye el teniente Arnold: duro, sin compasión, un militar estricto que no duda en rematar a los enemigos caídos en una escaramuza para que no vuelvan a amenazar a sus hombres. Cuando al final del relato se desencadena la tragedia, los americanos no dudan en defender sus vidas aun a costa de matar a civiles inocentes en un tiroteo, aunque en modo alguno queda claro que lo hagan a propósito. Es por eso que no parece del todo adecuado rematar el álbum relacionando aquellos sucesos con la despreciable matanza de Mylay, sesenta y ocho años después, durante la guerra de Vietnam.

Al final, la postura de unos y otros, si bien no justificable, sí es comprensible. Para Stappleton, recién llegado al país, resulta fácil juzgar el conflicto desde un punto de vista meramente intelectual, alejado de la realidad; realidad que deben sufrir los soldados del frente. De ahí el cínico comentario del teniente Arnold cuando, tras descubrir los cadáveres de dos de sus hombres salvajemente mutilados, le pregunta al estupefacto Stappleton: “¿Y qué dice de

En cualquier caso, es especialmente clarificador el diálogo que mantienen Stappleton y su viejo amigo el coronel Harris acerca del conflicto en el que están inmersos y del que ambos, en el fondo, saben que no tiene nada que ver con llevar cultura y civilización a unos “salvajes”, sino con dominar un enclave crucial desde el punto de vista político, estratégico, comercial y de prestigio internacional. Se trata, en definitiva, de un tebeo con un claro trasfondo de crítica política, antibelicista y tristemente escéptico acerca de la imparcialidad de la justicia o del potencial de mejora del hombre, tanto individual como colectivamente.
Por otro lado, el arte de Ivo Milazzo es dinámico y ágil. Su pericia narrativa es tal que no

Naturalmente, para lograr la adecuada efectividad de lo antes mencionado, es necesario un talento sobresaliente para la caracterización de los personajes, y Milazzo, sin ningún género de dudas, sale victorioso. Las caras, las posturas, las manos…hablan por sí solas; y ello simplificando al mínimo el número de líneas y sombras.
“El Hombre de las Filipinas” es una pequeña joya que pasó desapercibida–como, desgraciadamente sucede en nuestro país con la obra de estos dos autores- pero cuya lectura merece sin duda la pena para todo aquel que disfrute con un comic que vaya más allá de la mera aventura de acción heroica en parajes exóticos.
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