6 jun 2024

1959- BARBARROJA – Charlier y Hubinon (y 4)

 


(Viene de la entrada anterior)

 

En “El Pirata sin Rostro” (1972, serializado en “Pilote” de 1966 a 1967), es el turno de Eric de salvar a su padre adoptivo. Ha pasado un año desde los acontecimientos narrados en “Barbarroja al Rescate” y Eric viene operando legalmente con patente de corso francesa desde Fort-Royal, en la Martinica. Pero un día, el Gobernador sube a bordo de su barco, el Gavilán, para encomendarle una misión y transmitirle unas noticias inquietantes. La primera es encontrar al culpable de la desaparición inexplicable de varios navíos que venían desde Europa; y las segundas, que hay indicios de que algo podría tener que ver Barbarroja con todo ello, puesto que su infame insignia se ha encontrado en pecios a la deriva.

 

Eric cree imposible que Barbarroja haya vuelto a las andadas después de haber recibido del rey de Francia el indulto por haber ayudado a salvar Fort Royal (en el álbum anterior). No obstante, se compromete a averiguar qué puede haber de verdad en ello y actuar en consecuencia. Y así empieza una larga singladura en la que él y sus hombres irán encontrando indicios, pistas y testigos que les conducirán primero hasta el Halcón Negro, el navío de Barbarroja ahora en otras manos; y, después, al posible paradero de éste. Como es de esperar, Charlier y Hubinon vuelven a ofrecernos una peripecia repleta de acción en la que no faltan hallazgos siniestros, emboscadas, huidas, abordajes, actos heroicos, rescates y motines.

 

Para quien no tuviera en alta estima el dibujo de Hubinon, por cierto, aquí podrá apreciar mejor sus virtudes cuando, a raíz de la rotura de un brazo en un accidente de tráfico, fue sustituido en varias planchas por dos colegas, Eddy Paape y Jijé, dos nombres ilustres que no consiguen estar a la altura del artista titular y que vuelven a recordarnos el mérito de sacar adelante todos los meses dos colecciones de temáticas tan técnicas como “Barbarroja” (navegación del siglo XVIII) y “Buck Danny” (aviación moderna).

 

Por entonces, 1967, “Pilote” era todo un éxito, no en poca medida gracias a la inmensa popularidad de “Astérix”, cuyas ventas superaban cualquier previsión y que acababa de estrenar su primera película “Astérix el Galo”, con una buena acogida. Georges Dargaud, el editor de la revista, encarga a René Goscinny y Jean-Michel Charlier un complemento para el semanario que adoptará la forma de publicación trimestral a todo color en formato bolsillo: el “Super Pocket Pilote”.  

 

No era una idea nueva porque desde 1949 venían apareciendo revistas de comic en pequeño formato con contenido diverso y éxito relativo. Pero Dargaud tenía grandes esperanzas en su proyecto. La publicación constaría de 250 a 268 páginas, siendo en color algo menos de la mitad. En ellas los lectores podrían encontrar no reediciones, como había sido el caso de otras predecesoras, sino historias completamente nuevas protagonizadas por los personajes más famosos de la revista principal. Esto iba a cargar a los creadores de más trabajo, pero para aquellos cuyos personajes no eran tan populares –y, en consecuencia, generaban unos ingresos por venta de álbumes algo más bajos-, podía suponer un interesante complemento económico. El resto de material constaría de artículos, pasatiempos, reportajes y chistes.

 

El primer número se pone a la venta en julio de 1968 –no sin sufrir retrasos y problemas en la distribución por los disturbios de mayo de ese año en Francia-, periodo en que muchos potenciales lectores se van de vacaciones, pudiendo adquirirlo en estaciones o establecimientos hoteleros y transportarlo fácilmente gracias a su tamaño. En aquel número inaugural aparecían historias cortas de, entre otros, Asterix, Tanguy y Laverdure, Aquiles Talón, Lucky Luke… y Barbarroja. Charlier y Hubinon realizaron 16 planchas en blanco y negro contando la aventura de “El Oro del San Cristóbal”. Se trata de un episodio que tuvo lugar en una época en la que el más tarde infame pirata aún no era famoso y que, con ocasión de la búsqueda del tesoro de un pecio español hundido en un lugar casi inaccesible, sorteará dificultades y traiciones, obtendrá su navío, el Halcón Negro, y conocerá a quien será su más valioso colaborador, Tres Patas. También en este formato se publicará “Cobra”, otra historia del pasado de Barbarroja, cuando aún debía someterse –no por mucho tiempo- a los dictados de piratas más influyentes que él.

 

Y en este punto entramos ya en una etapa crepuscular para la serie, al menos en su recorrido clásico. A comienzos de los años 70, Hubinon está cansado. Lleva una década larga entregando dos páginas semanales de “Barbarroja” a la revista “Pilote” y, aun siendo un hombre trabajador y dedicado, es un ritmo que le ha ido desgastando poco a poco. Por otra parte, su salud, que nunca fue muy buena, se ha resentido más últimamente y no está seguro de poder atender puntualmente a las inflexibles fechas de entrega. Y, por último, quiere disponer de más tiempo para otros proyectos en solitario (uno de ellos, “La Gaviota”, también de ambientación marina, vería la luz en “Spirou”).

 

No obstante, Charlier le convence para continuar un poco más y ese esfuerzo final se traducirá en una larga historia en tres álbumes –cuatro, en realidad, aunque el ultimo ya no lo dibujará Hubinon- en la que la profesionalidad de ambos autores no consigue ocultar cierto agotamiento. En el caso de Hubinon, puede detectarse, no dejadez, pero si menos trabajo en los detalles de lo que había sido habitual en él. Y en el de Charlier, en la “dulcificación” del personaje titular.

 

Y es que “Sus a los Berberiscos” (1973) se abre con un Barbarroja casi irreconocible. Cumpliendo su palabra, se ha retirado de la piratería, pero debido a los enemigos que ha acumulado a lo largo de tantos años de violencia se esconde en una posada en las afueras de Nueva Orleans. Allí acude un misterioso individuo de origen maltés para hacerle una propuesta: que apreste un navío para perseguir a un mercante francés que ha partido hace poco del puerto de la ciudad y se las arregle para asesinar a una joven que allí viaja. Indignado porque le tomen por un matarife a sueldo, agrede a su interlocutor, que se las arregla para huir.

 

Inmediatamente, acude a Eric, cuyo navío, el Gavilán, está atracado en Nueva Orleans, y le insta a que parta para dar alcance al barco y salve a la muchacha. Pero Ruggieri, que así se llama el conspirador, consigue fletar una balandra no apta para el abordaje pero sí muy rápida, hacerse a la mar, adelantar al mercante y llegar hasta el Argel dominio de los piratas berberiscos, donde tiene contactos a los que encarga la sucia tarea. Mientras tanto, el barco de Eric y Barbarroja sufre retrasos imprevistos producto del sabotaje de dos infiltrados a bordo por cuenta de Ruggieri.

 

Sin ánimo de seguir revelando más detalles de la trama, sí diré que estamos ante otra obra dinámica y con una narrativa impecable que permite contar muchísimas cosas en un espacio relativamente contenido y cambiando varias veces de escenario y ambiente. Los protagonistas dejan atrás el Caribe para dirigirse al Mediterráneo y luego verse involucrados en una conspiración política en el ducado italiano de Mantua urdida por los austriacos, que desean hacerse con la ciudad asesinando discretamente al ya anciano duque reinante. En esta ocasión, van a ser Barbarroja y Eric, padre e hijo, los que acudan al rescate de un tercero, la joven Carolina, aunque al término del álbum volverá a ser Eric quien se verá en una situación apurada de la que necesitará ser salvado –ya en el siguiente álbum-.

 

Como decía antes, la principal pega aparte del mencionado descenso en la calidad gráfica y que quizá sea producto del cansancio de Charlier, que el antaño sanguinario y despiadado Barbarroja, al que habíamos visto animando a sus hombres a pasar a cuchillo a ciudades enteras durante sus incursiones piratas, se vea aquí convertido de forma poco convincente en héroe revestido de nobleza que se indigna y sobrerreacciona ante la sugerencia de asesinar a una sola persona. “¡Jamás he matado a una mujer y no voy a empezar ahora!”, exclama furioso, como si sus saqueos no hubieran permitido a sus hombres violar y matar a hombres mujeres y niños.

 

La Cautiva” (1973) continúa la historia, con Eric desenmascarando parcialmente la conspiración contra el Duque de Mantua y éste suplicándole que se haga cargo de negociar el rescate de su nieta y sucesora, Carolina de Muratore, la muchacha a la que trató de salvar Eric en la aventura pasada y que, contra lo que todo el mundo piensa, está viva pero cautiva de los piratas berberiscos de Argel.

 

Eric, acompañado de Tres Patas y Babá, se reúne con su padre en Burdeos. El pirata jubilado se ha gastado todo su tesoro en diseñar y construir un barco en Ámsterdam, el nuevo “Halcón Negro”, con unas prestaciones extraordinarias tanto en velocidad como en armamento. Ponen rumbo al Mediterráneo para llevar a cabo la peligrosa misión sin saber que los fondos que creen transportar en calidad de rescate, han sido sustraídos por el perverso Ruggieri, al que no solo mueven ya las maquinaciones políticas sino la pura venganza.

 

El Halcón Negro recala en Malta para solicitar la ayuda del Gran Maestre de la Orden de los Caballeros Hospitalarios, pero éste, comprado por los austriacos, que quieren impedir a toda costa que Carolina vuelva al tablero de juego político, les impide salir del puerto. Con lo que no cuenta el Maestre es con el formidable ingenio y fuerza de voluntad combinados de Barbarroja y Eric, que, haciendo uso de su astucia y osadía, organizan una evasión espectacular para dirigirse en solitario a Argel… sin saber que Carolina ha sido enviada como tributo al Sultán de Constantinopla.

 

“La Nave del Infierno” (1974, que ya no fue serializada previamente en “Pilote” sino que apareció directamente en álbum) transcurre casi enteramente en Argel, la ciudad portuaria que servía de base principal de los piratas berberiscos que castigaron duramente el comercio en el Mediterráneo desde el siglo XVI al XIX. Eric vuelve a caer víctima de una trampa y es hecho cautivo, reaccionando Barbarroja de la forma más violenta posible cuando los piratas tratan de hacerse con su barco anclado en el puerto: despliega todo el arsenal bélico del Halcón Negro y provoca una inmensa mortandad y destrucción en la plaza. Es una lástima que el agotamiento de Hubinon sea muy patente, porque las escenas aquí descritas son de una violencia y espectacularidad dignas del mejor cine moderno de acción. Al dibujante no le gustó el rediseño que su compañero hizo del Halcón Negro –que escoraba peligrosamente hacia lo fantástico- y dibujó a regañadientes este último álbum, dejando el entintado en otras manos que no hicieron sino empeorar el resultado final.  

 

En este punto, Charlier puso a “Barbarroja” en barbecho, y ello aun cuando la aventura no termina aquí, quedando los protagonistas en las puertas de Constantinopla para rescatar, por fin, a Carolina de Muratore. El guionista había conseguido en este ciclo darle un giro a la serie lo suficientemente interesante como para proporcionarle algo más de aire: la sustitución de las islas del Caribe, las colonias españolas y francesas de esa zona del mundo, los convoyes cargados de oro y las rencillas de corsarios, piratas y bucaneros, por el Mediterráneo, los bandidos berberiscos y las intrigas palaciegas de las cortes europeas. El principal problema, ya lo apunté antes, es que Charlier no consigue en ningún momento explicar la obsesión de Eric y Barbarroja por rescatar a una muchacha a la que nunca han visto y a la que nada les une, arriesgando sus vidas, las de sus hombres y sus barcos por una causa que les es por completo ajena.

 

Charlier, que, disconforme con la nueva política editorial de “Pilote” y decepcionado con la actitud de ciertos artistas a raíz de los movimientos político-sociales de mayo del 68, había renunciado a su puesto de redactor jefe, pasó a centrarse sobre todo en el mundo audiovisual. Aunque sigue trabajando en algunos de sus personajes (“Blueberry”, “Tanguy y Laverdure”) abandona temporalmente “Barbarroja”.

 

Habría que esperar hasta 1979 para ver la conclusión de este largo arco “Mediterráneo” en “Ataque en el Cuerno de Oro”, pero ya en la editorial Fleurus y dibujado por Jijé y Lorg. En enero de ese año, falleció Hubinon, pero Barbarroja continuaría sus aventuras, todavía de la cada vez más descuidada mano de Charlier hasta principios de los 90 y dibujado por Christian Gaty y Patrice Pellerin. Pero eso es otra historia para otro articulo.

 

“Barbarroja”, ya lo hemos ido viendo, es una serie de aventuras épicas en el mar protagonizadas por un binomio de personajes antagónicos pero unidos tan estrechamente que les resulta imposible abandonar al otro cuando se halla en un apuro. El uno es un criminal libertario, carismático, astuto y valiente; el otro, un héroe más convencional en cuanto a sus valores, pero no menos ingenioso, arrojado y capaz. Juntos o por separado, a lo largo de los dieciocho álbumes comentados, arrostran todo tipo de peligros imaginables relacionados con su mundo marino: tormentas, batallas, viajes a lo desconocido, motines, arriesgadas maniobras, asaltos a ciudades, evasiones, intrigas, abordajes, trampas, búsquedas de tesoros…

 

Hombre de vasta cultura y gran respeto por el lector, Charlier fue meticuloso a la hora de abordar el contexto histórico y los detalles técnicos de sus obras, ya estuvieran ambientadas en el mundo de la aviación, el Lejano Oeste o, como es el caso, la vida marinera del siglo XVIII. Su característica exactitud, no obstante, se relaja algo en el caso de “Barbarroja”. La mayoría de los objetos, navíos, nombres, descripciones, lugares y eventos históricos son reales, pero en ocasiones se producen chirriantes disonancias si se pone en contraste con la cronología de nuestro pasado. Así, la historia, como ya dije, comienza en 1715, cuando Barbarroja adopta a Eric, entonces un bebé. Si consideramos que éste tiene 25 años durante sus aventuras, podemos por tanto situar la acción principal alrededor de 1740. Sin embargo, cuando Eric es condenado a galeras y luego perdonado y restaurados su honor y títulos, se menciona a Luis XIV, que había muerto en 1715. Más tarde en la colección, cuando Eric acude con su navío, el Gavilán, al rescate de Fort Royal, en Martinica, el rey citado será, más lógicamente, Luis XV (que gobernó de 1715 a 1774). Tampoco en esas fechas era ya significativa la actividad pirata en las Antillas.

 

Peor aún es la reiteración de todos los tópicos negativos sobre los españoles que tantas veces se han visto en la ficción de aventuras anglosajona, italiana o francesa. Omitiendo el “detalle” de que fueron los españoles las principales víctimas de los piratas de otras naciones, aquí, con muy pocas excepciones, aparecen retratados como viles, traicioneros, cobardes o poco inteligentes. Los únicos que superan a los españoles en perfidia son los piratas berberiscos. El resto de las nacionalidades recibe un tratamiento descaradamente más favorable incluso en el caso de que se presenten como adversarios de los protagonistas.

 

Hubinon, como Charlier, había soñado en su juventud con correr aventuras en el mar. Tanto, de hecho, que en 1945, con 21 años, se alista en la sección belga de la Royal Navy (creada en 1940, tras la ocupación de su país por los alemanes). Sin embargo, su cuerpo no acompaña a su mente: el reumatismo crónico y la propensión al mareo le inhabilitan por completo para una vida de marino. Sus problemas de salud le acompañarán toda su vida –aunque no le arruinarán su sentido del humor y gusto por las bromas y trolas-, desde su nacimiento en Lieja (ciudad en la que también residirá y trabajará) hasta su temprana muerte a la edad de 54 años.

 

Hubinon fue un artista trabajador, metódico, meticuloso y perfeccionista, de trazo depurado y estilo clásico, que documentaba con precisión hasta los detalles más insignificantes de sus barcos (o aviones, en el caso de “Buck Danny”), meditando la mejor forma de escenificar una batalla naval para que el lector supiera en todo momento lo que estaba ocurriendo y por qué. Menos inspirado está en el diseño de fondos y atrezzo, a menudo demasiado genérico y no pocas veces inconsistente con la época en cuestión o la nacionalidad de los personajes (los españoles, sobre todo, visten de acuerdo a las modas de cien años antes).

 

La única crítica que se le ha hecho, sus caras y posturas estereotipadas y repetitivas, es tan justa como explicable. Hubinon no hacía un esbozo previo de los personajes sino que los dibujaba directamente en las viñetas casi acabados y a la espera del entintado, que a menudo y debido a sus problemas de salud, lo realizaba su amigo y compañero Eddy Paape, en quien confiaba ciegamente.

 

El resultado era un clasicismo eficaz pero frío y aburrido en el diseño de los personajes, los cuales seguían las directrices del género de aventuras tradicional, y cierta rigidez en las escenas de acción. Este rasgo a priori negativo, sin embargo, es posible que contribuyera a que la serie pudiera nacer y desarrollarse. Y es que un dibujo igualmente realista pero más visceral, más emotivo, habría significado, probablemente, retratar el mundo de la navegación y de los piratas en particular de una forma inadmisible para la censura y gustos de la época.  

 

“Barbarroja” es, en definitiva, un cómic muy hijo de su tiempo que los lectores más jóvenes pueden tener dificultades para apreciar en su justa medida si no son capaces de penetrar más allá de la superficie, extraer sus virtudes y disfrutarla como lo que es: una serie de aventuras de sabor y dibujo clásicos en la que, por encima de la caracterización psicológica y la experimentación gráfica, prima la acción y la claridad narrativa y visual. Y en eso, pocos contemporáneos pudieron igualar a Jean-Michel Charlier y Victor Hubinon.

 

 

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