20 ago 2023

2017- OLYMPUS MONS – Christophe Bec y Steffano Raffaele (y 2)

 


(Viene de la entrada anterior)

 

Por otra parte, la caracterización de los personajes deja bastante que desear. “Olympus Mons” es un comic completamente orientado hacia la acción, quedando los personajes al servicio de ésta, por lo que su psicología se deja bastante de lado. Hay algunos flashbacks que nos informan sobre momentos supuestamente significativos de los personajes de Aaron y Elena (que son los que más se acercan a los prototipos de antihéroe y heroína respectivamente), pero a la hora de la verdad no tienen demasiada importancia porque acaban confundidos con la masa imprecisa que conforma el resto de los participantes.

 

Hay momentos emotivos bastante eficaces, como los relacionados con los problemas sentimentales de Aaron y su pareja Jill; y la relación entre Elena y el androide Einstein tiene cierta chispa y más sofisticación de lo que parece; pero hay otros que claramente deberían transmitir una intensa carga dramática, como el sacrificio de los cosmonautas rusos, y no lo hacen o, al menos, en el grado deseable. Y si hay poca emoción, lo que no faltan son los diálogos de carácter técnico o expositivo, que no sólo interrumpen el ritmo, sino que exigen una especial atención y pueden resultar tediosos si el lector no está verdaderamente volcado en la historia.

 

Gráficamente y a primera vista, no se puede negar que el dibujo del artista italiano Stefano Raffaele (con quien Bec ya había colaborado en “Prometeo”) es vistoso y coherente con el tono “realista” del guion. Sus viñetas panorámicas son espectaculares y a buen seguro satisfarán a los aficionados a la CF. Asimismo, es de resaltar el esfuerzo realizado en la ambientación y el detalle con el que refleja los muchos escenarios en que transcurre la acción, desde los fríos despachos gubernamentales a las profundidades marinas, desde el interior de naves alienígenas a paisajes marcianos, de los páramos siberianos a las montañas turcas pasando por centros de control aeroespaciales, aldeas finlandesas, planetas extrasolares, submarinos, aviones… Por no hablar de los saltos temporales, desde el siglo X al XX pasando por el XV.

 

La otra cara de la moneda es su evidente uso de referencias fotográficas casi sin procesar, así como unas figuras y rostros demasiado rígidos, casi plastificados, que a veces le dan al conjunto un cierto aire de “fotonovela”. Aún peor, a veces las toscas terminaciones hacen difícil identificar a algunos personajes, siendo necesario para ello atender más a lo que dicen en el globo de diálogo que a su aspecto. Y esto es un problema no menor dado que abundan las escenas de personajes conversando e intercambiando información, momentos que Raffaele resuelve con monotonía, limitándose a encadenar viñeta tras viñeta de cabezas parlantes en primeros y medios planos. Así, aunque de vez en cuando nos encontramos con dobles páginas-viñeta muy atmosféricas que consiguen suscitar el sentido de lo maravilloso propio de la CF, también hay un uso y abuso de primeros planos de rostros poco expresivos y un cierto descuido en los fondos de viñetas secundarias. Es evidente que Raffaele se siente más cómodo en las escenas grandiosas, los paisajes inmensos que empequeñecen literal y metafóricamente al hombre, que en las cotidianas, donde no sólo tiene problemas para individualizar los personajes sino para conseguir que sus rostros trasmitan la emoción correspondiente al momento.

 

Tal y como había asegurado cuando empezó la serie, Bec termina la aventura en el sexto tomo, respondiendo a casi todas las preguntas que él mismo había ido planteando en los cinco anteriores. Una resolución que, tras tres álbumes dedicados principalmente a mover a los personajes de un lado a otro mas que a hacer avanzar la trama, parece algo apresurada y poco meditada por los errores de lógica que comete. Por ejemplo, se nos ha asegurado de palabra y hechos que las civilizaciones alienígenas involucradas en la milenaria guerra superan tecnológicamente a la humana en un factor que no podemos ni imaginar. Y, sin embargo, basta un puñado de submarinos y unos cuantos torpedos para mandar a una de sus superavanzadas naves al fondo del mar. Es el tipo de tropiezos que daña la credibilidad del conjunto, lo cual es una lástima porque “Olympus Mons” dista de ser un mal comic aun cuando ni su premisa ni su resolución sean particularmente originales o innovadoras.

 

“Olympus Mons” comparte otra característica con “Prometeo”: que debería haber finalizado en un punto determinado y no seguir más allá. Al final del sexto volumen, Bec, como digo, aclara los misterios, cierra las subtramas y deja a los personajes en el lugar que les corresponde; pero, en un giro sorpresa final, introduce el puente para una segunda parte que, otra vez, promete un apocalipsis espectacular. ¿Estaba en la mente del guionista desde el comienzo dilatar la serie más allá de lo que él mismo había declarado? Lo dudo mucho habida cuenta de la forma en que parece trabajar. Puede que tuviera préstamos que pagar y supiera que las buenas ventas que venía registrando esta serie le ayudara con ellos; o que se hubiera encariñado de los personajes o el marco que había imaginado y decidiera llevarlo un paso más allá en el futuro.

 

Y así, la serie se alarga con un segundo ciclo compuesto de tres álbumes, “Misión Farout” (2020), “El Síndrome Sheppard” (2021) y “Providence” (2022), ambientado en dos momentos temporales que van alternándose. En 2030, unos pocos años después de los hechos narrados en el primer ciclo, Elena Chevchenko, convertida en heroína mundial, capitanea una nave, la Nadezhna, con una tripulación de siete mujeres (un sesgo que sólo se “justifica” con una línea de diálogo asegurando que eran las más preparadas de todos los candidatos) y con destino a Farout, un planetoide recientemente descubierto en los márgenes del Sistema Solar que fue señalado por el androide Einstein como el lugar donde la Humanidad podrá encontrar el remedio a todos sus males (en ese punto, los gobiernos de la Tierra no han revelado al público que existió un auténtico primer contacto con criaturas alienígenas más allá de la Anomalía 1 del Mar de Barents). Einstein también transmitió el conocimiento de una tecnología que permitirá cubrir esa distancia en pocos días viajando a un tercio de la velocidad de la luz.

 

Otras dos subtramas tienen como centro a Aaron Goodwin. En 2030, en una expedición al Monte Ararat en busca de algún tipo de revelación, el médium empieza a experimentar graves alucinaciones, entre ellas la visión de una Elena moribunda de quinientos años que le revela que la Misión Farout condenó a la Humanidad; y, por otra parte, una invasión extraterrestre apocalíptica. En 2036, Aaron se somete voluntariamente al Programa Sheppard, con el que se triplica la longevidad humana a cambio de una amnesia irreversible. Pero lo que él desea es olvidar y emprender un viaje a las estrellas…

 

(ATENCIÓN: SPOILERS) De nuevo, el primer álbum sólo sirve de planteamiento de los enigmas y lúgubres visiones apocalípticas de Aaron. El lector, como es natural, espera ver aclarados los unos y conjuradas las otras. Pero en este caso, Bec sorprende esquivando tales expectativas. En los dos álbumes siguientes, se descubrirá que Farout es en realidad una estructura artificial construida por una de las especies alienígenas en guerra y que guarda en su interior un compuesto bioquímico que, aunque acaba con la vida de algunas astronautas, en la Tierra es convertido en un compuesto con el que la población puede prolongar su longevidad… sacrificando por el camino su memoria y su fertilidad. A pesar de ello, la mayoría de la población se somete gustosamente a ese Procedimiento Sheppard que había sido avanzado en las visiones de Aaron, lo que provoca un cambio radical en la sociedad humana y no necesariamente para mejor.  

 

Volvemos a encontrarnos en este segundo ciclo los mismos ingredientes y estructura que en el primero: un enigma, siniestras visiones que auguran el fin del mundo, varios escenarios espaciotemporales que van alternándose y la inclusión de varios tropos de la CF: exploración espacial, megaestructuras, contacto con especies alienígenas, invasiones extraterrestres, falsas utopías, apocalipsis… Demasiados ingredientes y dosificados de una manera caótica que desequilibra la trama. De nuevo, parece que Bec va improvisando sobre la marcha.

 

Por ejemplo, la idea de un método que permite alargar la vida y los costes personales que ello conllevaría, aunque no es ni mucho menos nueva (de hecho, se parece bastante a la ideada por Kim Stanley Robinson en su Trilogía de Marte), sí tiene potencial dramático. El problema es que Bec se lo quita de encima en apenas seis páginas al final de la serie, describiendo atropelladamente el tipo de sociedad a que daría lugar un descubrimiento semejante y apuntando pero no explicando el surgimiento de un gobierno totalitario que se dedica a destruir todos los vestigios del pasado. Es un concepto tan interesante y que da lugar a reflexiones y dilemas de tanto calado que bien podría haberse reservado para toda una historia nueva e independiente de “Olympus Mons”. En cambio, se encaja apresuradamente en el desenlace y sólo como prólogo del auténtico final, que es nada menos que el final de la especie humana.

 

Sí, esta vez Bec no limita el apocalipsis para las pesadillas de Aaron y en la penúltima página lo ejecuta en tres viñetas. Eso es lo que le cuesta acabar con la civilización. Aparentemente, la sustancia encontrada en Farout acababa provocando con el tiempo un estallido tumoral súbito y fatal (además de, aparentemente, simultáneo) en todos aquellos que se lo habían inyectado en el Programa Sheppard. Es un final tan pesimista que se antoja gratuito, como si Bec quisiera parecer osado cuando en realidad es superficial, algo que no arregla la meditación metafísica sobre el alma humana con la que termina la serie. ¿Tantas páginas y tanto padecimiento sufrido por los personajes para llegar hasta aquí?

 

Es como si, acercándose al final, Bec no hubiera encontrado más salida que aniquilar a la Humanidad. Porque la otra alternativa hubiera sido seguir adelante y explicar con mayor calma y detalle muchos aspectos de la trama que se deja en el tintero. Por ejemplo, de dónde salía la Elena pluricentenaria que se le aparece a Aaron advirtiéndole de lo que está por venir (Elena muere antes de que el Programa Sheppard se ponga siquiera en marcha); o si el androide Einstein actuó de mala fe dirigiendo a los humanos hasta Farout. Si ese fue el caso, ¿Por qué? ¿Y por qué le juzgan sus semejantes declarándole culpable? ¿A qué obedece el intento de invasión detenida en el último momento? O, repito, todo lo relacionado con la instauración del Programa Sheppard, su conversión en obligatorio, su deriva autoritaria…

 

Ya sea si se opta por leer sólo los primeros seis álbumes o completar la colección hasta el noveno, la conclusión final de “Olympus Mons” es que no estamos solos en el universo y que los extraterrestres han podido estar visitándonos en diferentes momentos de nuestro pasado, registrándose sus apariciones como fenómenos mágicos o divinos y siendo ocultadas las pruebas de su presencia pasada y reciente por parte de las autoridades. En fin, nada que la ciencia ficción –y los amantes del mundo del misterio- no lleve contando desde hace muchas décadas.

 

Pero aunque Bec no nos cuente nada particularmente original ni diferente respecto a otras obras suyas anteriores, sí ofrece una lectura entretenida que, como ya he dicho, podría ser trasladada con suma facilidad y mínimos cambios a un formato televisivo. Aunque difícilmente “Olympus Mons” pasará a los anales del comic, sí tiene indiscutibles virtudes y es recomendable para aficionados a la CF, los thrillers conspirativos y la ufología que no quieran comprometerse con una serie excesivamente larga.

 


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